Vine a su estudio con el único objetivo de que me viera, que me
pintara la cara de enamorada, que dibujara la luz con que mis ojos lo veían;
para asegurarme que yo iba a estar en su mente por al menos cinco minutos. Para
sentirme querida por sus trazos, nada más, nada menos.
Su cabeza se escondía entre el
lienzo por momentos pero después levantaba la cabeza para verme con esa cara de artista que tenía,
de perdido, de poeta maldito. No sabía bien si decir algo, ¿en estos momentos
no es mejor el silencio? Porque el silencio es algo memorable, no se olvida fácil
y eso quería que pasara. Quería quedarme ahí estampada en su mente, en sus
manos, en su cuerpo; convertirme en su nada mientras que él encontraba algo en
mi, quizá todo.
Veía como sus manos iban y venían, a veces se levantaba y volvía otra
vez a sostener el pincel; en otros momentos soltaba una sonrisa, pero la
secuestraba y no la dejaba morir en mí donde resucitaba de nuevo. Pero las cosas se iban poniendo
incomodas porque dejaba de pintar y su expresión cambiaba totalmente.
- ¿Qué pasa? ¿Todo está bien?
- Nada, no sé,
no puedo hacer esto
- Es que…yo quería…bueno, tienes razón. Qué
absurda idea la de pintarme. Nos vemos mañana Manuel.
- Perdóname, no es nada tuyo, es algo mío ¿entiendes?
Como que algo no funciona, es como, como…mucha mierda la que tengo aquí
adentro, en todo el cuerpo.
- todo bien Manuel, nos vemos en el café.
Era una buena idea en mi mente
pero llevada a cabo…Mucha mierda en mi cara más bien. No había ningún arte en
mí que él pudiera sacar a flote. Me
sentía patética al pensar que, bueno, al pensar lo imposible.
Regresé al café que quedaba a cinco cuadras del estudio de Manuel. El
negocio siempre estaba a medio andar pero sobrevivía. Sabía que lo que acababa
de pasar era una señal para dejar toda ilusión con Manuel. El problema era que
todos los lugares se convertían en recuerdos, incluso mi negocio estaba hecho
de él. Varias de sus pinturas estaban colgadas
en las paredes del “Café a deshoras”. Había una en particular muy
bonita, era mi favorita. Traía un paisaje hermosísimo con un niño mirándolo a
la distancia pero con una cara tan triste; tenía una mirada que te obligaba a
sentirte triste también, como que te decía que era una felicidad que estaba ahí
al frente de él pero que nunca iba ser suya. Cuando la volví a ver me di cuenta
que yo era el niño mirando al paisaje pero el paisaje venia en Manuel.
Durante tres días, después de haberme comido una parte de la vergüenza
que había pasado frente a Manuel, no oí nada de él. Siempre venía en las horas muertas del negocio pero para mí,
las más vivas de todas. No había venido y yo tampoco lo había buscado porque me
daba pena que me viera la cara simplona que tenía. Sin embargo, era viernes y
estaba bastante consciente de que hoy iba a presentar algunos de sus cuadros en
la galería “Mar abierto” que quedaba al norte de Bogotá. Pensé mucho en ir o no
pero mi obligación, al menos así lo sentía, era encaminar mis pasos hacia la galería.

La última sala llevaba el nombre de “Carne y huesos del amor”. Al ver el primer cuadro no pude más que sonreír. Era yo pintada con una felicidad que nunca había sentido, hasta ahora. Mi rostro se difuminaba un poco con el atardecer, se podían apreciar ambos con todo detalle. En el segundo cuadro estaba sosteniendo un sombrero con una cara de coquetería de la cual yo no me creía capaz. Después de la felicidad apareció la linda y fastidiosa melancolía en mi. Era IN CREÍBLE. Podía ver ahora como sus ojos me veían.
Después de ver 3 pinturas más con los vestigios de mi presencia llegué al último. Aquí una mano me agarro fuerte, con una seguridad que no es de este planeta. Juntos miramos el cuadro que no había podido terminar hace 3 días en mi presencia. En la pintura mis ojos se veían con los destellos que salían al verlo solo a él. Mi cuerpo desnudo no me avergonzaba ya. Manuel había hecho que descubriera la carne y los huesos que tenía adentro, ahora tan llenos de algo que por fin conocía. La tormenta y la calma del amor.