domingo, 10 de diciembre de 2017

Treinta y uno

Ship of fools-Bosch

Hace más de dos años comencé este trabajo, la verdad ya perdí la cuenta. Es mejor así,  dejar de contar y hacer que la máquina de los días siga su rumbo, así cuente o no, los días terminan pasando. La verdad no es un trabajo malo, como diría mi papá: Todo trabajo es una bendición de Dios. Con Dios o sin dios soy un conductor de bus de la ruta H que recorre de occidente a oriente, hasta llegar a Termini, este monstruo gigante que es Roma. Para mí es la mejor ruta de todas, la mejor porque es la única que conozco. Me la sé toda de memoria. De día, de noche, cuando hace sol, cuando llueve, en verano, invierno, otoño, primavera ahí estoy yo dándole.

Entro a trabajar a veces a las 7 de la mañana o cuando hago el turno de las noches es a esa hora que termino. Si me pusieran a escoger trabajaría siempre en las noches, no sólo porque ya no hay tráfico sino porque prefiero las historias a esa hora. Las historias de las tres de la tarde rodean siempre el tedio y el cansancio de la rutina, las de las tres de la mañana terminan en verdaderas confesiones. ¿No sabes? A Marco lo mataron aquí a la vuelta de Termini. Se le dio por vender en la esquina que no era. Pasó la frontera y una hora después ya estaba cruzando la de la muerte, tirado en el piso con una bala enterrada en el pecho. Claro, todos hicieron como si nada y salieron corriendo. Cuando la policía llegó a los diez minutos sólo lo encontraron con el jean y la camisa. Le habían quitado todo. La mercancía. Los adidas. El Iphone. La billetera. Pues obvio, eso para qué le va a servir allá. Yo no estaba, no no no. Esa no es mi zona, lo mío es Piramide porque ahí es más calmado, puro estudiante extranjero que se la pasa de fiesta.

Trabajo casi todos los días, incluso en los días festivos como hoy. De hecho no me molesta, a Francesca tampoco. Me dijo que iba a ir con el niño a visitar a su mamá. Entre trabajar a ir a la casa de la suegra…la elección se hace por sí sola. Además por lo general los festivos el tráfico es tranquilo y los pasajeros pocos.  Ayer me dijeron que el primer bus sale a las nueve y media así que todavía tengo media hora para seguir tomándome el café con pan. Saludo a  mi compañero que entra afanado- Hola compañero- le digo y tomo de nuevo un sorbo poniendo toda mi atención en la taza para evitar que empiece una conversación. A este nunca lo he visto pero nos conozcamos o no, es como si fuéramos primos lejanos.  Por suerte sigue derecho casi corriendo al baño. Así nos toca porque sólo tenemos cinco minutos libres antes de empezar la otra carrera. Se me acaba el café y me dan ganas de pedir otro pero ya con este vienen siendo tres. Me da igual. Mejor pedir otro y no quedarse con las ganas. Le hago señas al barista para que me pase otro. Me sonríe y se lo pone hacer, así, sin una sola palabra, nos podemos entender. En la tivu hablan sobre la muchacha que encontraron en villa Borghese. Los infelices después de violarla, la amarraron a un árbol y dejaron que se muriera de frio. Todavía no han podido identificarla. Lo más probable es que no sea italiana, francesa o gringa. Mi compañero de al lado, que tampoco conozco,  dice que ya está cansado de escuchar la misma historia. Llevan con el cuento de esa ragazza ya dos días. No. Esta es otra que encontraron apenas esta mañana, dice Andrea el barista pasándome otra taza llena.  Miro el reloj y ya sólo me quedan diez minutos antes de empezar. Me lo tomo bien despacio esta vez, esperando así que el tiempo también pase lento, que esos diez minutos vuelvan a ser treinta. No es que no quiera ir a trabar hoy. Sí. Sólo que entre trabajar y tomarse un cafecito…la elección se hace por sí sola.

Me levantó ya perdiendo la batalla con el reloj. Tic.Toc. Me susurra: Tienes que ir a trabajar. Me despido de todos pero como suele suceder, mi voz se pierde en el aire y ni se dan cuenta que ya me fui. Voy hacia el bus. Veo que ya hay gente que me espera  pero antes de llegar otro primo lejano seme adelanta y va abriendo las puertas. Acelero el paso y ya empiezo a armar la frase que aclare todo por las buenas: COM PA ÑE RO ESTE ES MI. Antes de que abra la boca él se me adelanta y me lanza la bomba de frente: COMPAÑERO, cambio de último minuto. Yo hago la H y usted creo la 31. Hay uno que todavía sigue en el baño y toca remplazarlo. Quedo frio. Otro cafecito Andrea por favor. Me dice que acelere el paso y me señala la  parada de al lado donde me espera el infierno.

 ¿La 31? ¿Y esa dónde es, y esa a dónde va…? A mí nunca me dijeron que para ser conductor era obligatorio conocer cada esquina de la ciudad ¿Pero es que hay alguien que de verdad la conozca por completo? No me da tiempo de darle explicaciones y a quién se las voy a dar.  Voy hacia el bus y veo gente ya esperando. Miró rápido el mapa que recorre y me doy cuenta que esta TREINT'UNO va de la cabeza a los pies del monstruo y yo que sólo he recorrido sus tripas. Bueno. No hay de otra que andar para adelante. Dejo subir a toda la gente. Hago la cuenta: Uno, dos y tres. Nadie valida su pasaje pero también, qué más da. Me doy cuenta que las primeras tres paradas son las mismas que la línea H. Estoy salvado por ahora. Cuando se sale de Laurentina todo es calmado y peor un festivo. Ni una hoja que se mueve, sólo soy yo el que tiembla. Tal vez lo mejor sea confesar la verdad, decirles que no tengo ni idea por dónde es que voy. Otra vez le pido al tiempo que se doble y que no salgamos de las paradas que conozco. Tic toc, segunda parada y la tercera ya nos saluda. Miro por el retrovisor los rostros de cada uno de los que van conmigo. Al fondo junto a la ventana una muchacha de unos veinte años. Esta no tiene cara de ser por acá…ni de ningún lugar a decir verdad. A mí lado  una vieja de unos setenta y cinco años.¿E tú? ¿Pero qué haces tú acá viejita y no en tu casa? Andará al hospital o a algún mercado. Esto es lo más bonito del trabajo. En cada viaje, cuando no hay historias que escuchar, adivinar una vida detrás de cada rostro. En la mitad del bus, el único que no toma asiento, un señor de unos cuarenta años. Este sí me va a odiar si le digo que no tengo ni idea por dónde es que los tengo que llevar. Con esa cara de preocupación irá tarde al laburo. Me detengo. Es esta la última estación donde espero que el tiempo se detenga, que el mundo acabe o que me venga a la memoria como por puro milagro la ruta que hay que seguir ahora.  Me detengo yo pero no el tiempo. Se sube una señora cincuentona y escucho unos buenos días que me tranquilizan un poco no sin acabar por completo con mi angustia.

No me queda más que continuar y para mi desgracia hay una intersección. Miro hacia al frente, a la derecha y a la izquierda. Cualquiera de las tres opciones parece ser la correcta pero sólo una la adecuada y un sólo intento. Miro de nuevo el retrovisor. El señor que ya me odia controla con desespero el reloj. La joven al fondo continúa con sus ojos fijos en la ventana o hacia otro mundo. La viejita, por el contrario, ve hacia adentro con sus ojos bien cerrados ya soñando. Miro a la recién llegada y nuestras miradas se cruzan. Desde la distancia el espejo nos acerca y me trae una vaga sonrisa. Yo se la devuelvo con esfuerzo. Pobre señora, acabo de ver la sonrisa más trágica de toda su vida. Pero ese nuevo rostro me da confianza y me dice como: Sí, anda, pregúntame que yo sé bien el camino. Sin más remedio abro la puerta de mi pequeño fuerte y me entrego a mis verdugos. ¿Con la guillotina, la horca, la espada o una sonrisa de desprecio? ¿Cuál de todas será su arma? Preparo mi discurso y les digo con una voz más fuerte que los tres cafés que me tome esta mañana, con una voz que me viene yo no sé de dónde: Buenos días ¡Piedad, por favor, piedad! esta es la primera vez que hago esta ruta Maldito bus TREINTA Y UNO y la verdad no la conozco muy bien. No señor, sé que me odia desde que me vio pero ¡LA GUILLOTINA NO!  ¿Saben si aquí hay que seguir derecho o voltear a la izquierda o a la derecha? Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. ¿Cuáles son mis últimas palabras?  Hay un silencio mientras que siento como ya me voy quedando sin trabajo. ¿Qué voy a hacer después? Si ni siquiera soy bueno en esto. Conductor de bus que no conoce su ciudad, esto sí está como para escribir un mal cuento. El primero que reacciona es el señor, me mira con todo el odio que jamás he sentido. Dígale a mi hijo que lo amo y que puede sentirse libre de llamarse mi hijo. Me grita en la cara, me predice la muerte que por lo que veo me sopla ya en la nuca y pide que abra las puertas para que se baje. No encuentro las palabras para responderle ¿Pero qué piensas hacer estronzo? ¿Sacar tu capa de Superman y salir volando?  y sin más vuelvo a la cabina para abrirle las puertas. Pero escucho que la cincuentona se levanta y viene también a unirse. No, tú no. No puedes ser un Judas con mi confianza. Se pone de mi lado y nos dice: Tranquilos, va tuto bene. Tú volteas aquí a la izquierda y de ahí sigues derecho, siempre derecho. Yo te aviso cuando tengas que  voltear otra vez. Porque me perdonaste la vida, aquí te la entrego. Le vuelvo a sonreír esta vez tratando de expresar mi gratitud y prendo el bus. Volteo a la izquierda y sigo derecho. Es en esta estación que mi enemigo se baja no sin antes despedirse de mí. Que te vayas a la mierda. Me río.  Tranquilo, que allá sí sé cómo llegar…


29 de Octubre 2017
Roma, Bus 31


La realidad hoy supera la ficción. Estoy en el bus 31 que me lleva de Laurentina a via Gianicolense. El conductor a mitad de camino nos dice: ¿Ustedes saben si aquí tengo que ir a la derecha o a la izquierda? Al parecer no tenía ni idea de la ruta que tenía que hacer. Por suerte una señora de unos 56 años se vuelve la guía de todos. Se levanta y va hacia el frente del bus. Se pone al lado del joven conductor y le dice que tiene que ir hacia la izquierda y de ahí derecho, siempre derecho. Qué bueno es saber que todos vamos perdidos y que no tenemos ni idea a dónde es que vamos.  

Diana Velasco