domingo, 27 de diciembre de 2020

Inundación


Noé León- Pueblito a la orilla del río 


Jairo había nacido en Leticia y había aprendido desde el vientre de su madre a conocer el vasto y furioso caudal de río. Aprendió a los tres años a subirse a la canoa de su papá sin ayuda de nadie, y desde ahí, firmó un pacto entre él y la navegación. A los cinco aprendió a sostener el remo firme, a pesar que aquel palo midiera cuatro veces su tamaño. Con el paso del tiempo y los avances que llegaban tarde al pueblo, pero llegaban, se entristeció al ver que el motor usado y viejo que había comprado su padre iba a remplazar sus rápidos brazos. Entendió que frente a aquel motor que rugía no podía competir así que decidió domarlo y adentrarse más en el estómago del río. 

 Cuando tenía quince años, sus padres se habían entregado a la vejez sin haber cumplido los cincuenta años y decidió entonces tomar el trabajo por completo de su padre. Jairo era entonces el encargado de llevar víveres y gasolina a los soldados que cuidaban las tres fronteras y a otros blancos que vivían con miedo de la selva. Pasaba sus días entre Ronda, la chorrera, Puerto Nariño y Leticia. Salía a las 6 de la mañana y regresaba ya entrada la noche. Al dormir, soñaba que seguía subiendo y bajando las oscuras y violentas aguas del Amazonas. Así su cuerpo y mente nunca dejaban de habitar el río; aunque no conocía otra realidad más allá de ese caudal, estaba seguro que vivía la mejor vida que podría tener. 

 A los veintiocho años Jairo se había acostumbrado a vivir una vida simple ante los ojos de los demás, pero para él, era una vida que se multiplicaba con cada viaje. Sus padres habían muerto y la única herencia que le habían dejado era la vieja canoa, el bote con el que trabajaba y una casa de madera que venía cayéndose a pedazos con cada nueva tormenta. Vivía así en una completa soledad donde el silencio gobernaba el paso de los días. 

 Iba pocas veces a Leticia durante los fines de semana. Esa pequeña ciudad se había vuelto para él en un caos bullicioso, en una babilonia que lo rechazaba. Para escapar de la ciudad y de las horas muertas, durante sus días libres Jairo había cogido la costumbre de adentrarse de nuevo al rio, cada vez mas profundo. Su objetivo era conocer cada centímetro del caudal, pescar y probar cada especie de pez que habitaba en el río, conquistar cada isla y frontera desconocida. Salía a las seis de la mañana, cuando el sol ya parecía haber llegado a la mitad de su camino. Para soportar esas largas jornadas de exploración llevaba: una red para pescar, un viejo envase de agua, fósforos y un cuchillo para asar los pescados y fariña para acompañarlo. Sin más se iba en la vieja canoa que aprendió a manejar desde pequeño y no volvía hasta pasadas las ocho de la noche. En sus mejores días de pesca se daba el manjar de asarse un pirarucú, pero se conformaba cuando sólo encontraba un bocachico o un bagre. Después de comer, cogía de nuevo su canoa y se acostaba en ella dejándose mecer por la corriente del río. Cuando se levantaba, le tomaba sólo un minuto saber en dónde se encontraba con tan sólo mirar a su alrededor. 

 Con el paso del tiempo, a pesar del gran gusto que le causaba sus expediciones, Jairo se había adentrado de nuevo en una monotonía extrema. Para hacer sus viajes en el rio más interesantes se había propuesto de pescar una piraña, el único pez que no había podido atrapar durante los últimos cinco años. Se había vuelto su obsesión, de día y de noche no hacía más que idear un plan para pescar a la ágil bestia del rio amazonas. Imaginaba el momento en que la atraparía, sacaría su malla con mucho cuidado y encontraría la piraña enredada, sin salida de escape. La miraría a los ojos, contemplando su piel grasosa y contaría cada diente de su sonrisa. No sería capaz de matarla para comérsela, la guardaría para disecarla y conservarla como uno más de sus tesoros. Pero por más planes que inventara, las pirañas seguían siendo siempre más ágiles que él. Con cada nuevo fracaso acumulado, la obsesión de Jairo crecía cada vez más. Se había vuelto una persona taciturna, de pocas palabras, con la cabeza siempre cabizbaja, maquinando nuevas formas de atrapar al pez-monstruo. Seguía haciendo su trabajo, pero las personas a su alrededor lo notaban más ausente que de costumbre, con un aspecto cada vez más famélico, como si se hubiera olvidado de su propio cuerpo. 

 Jairo, cansado también de su propio fracaso, había decidido un día de no dejar el río hasta pescar la piraña de sus sueños. Llegado el sábado, salió muy temprano de su casa y se adentro de nuevo al rio con la certeza de que esta vez sí la atraparía. Pero el día pasó sin que en su red cayera su trofeo. Jairo, fiel a su promesa, no regresó a su casa entrada la noche, se había jurado no volver a casa sin atraparla y así lo haría. A pesar de conocer el rio de memoria, en la oscuridad se dio cuenta que su sabiduría no valía nada, estaba de frente a lo desconocido y ese sentimiento tan poco familiar en sus días, lo motivó a seguir con su búsqueda incesante. Aunque le eran inútiles entre tanta oscuridad, no cerró los ojos en toda la noche. Sin saber muy bien en dónde estaba, no se movió de su viaja canoa hasta que el sol comenzó a asomarse. Alrededor de las cinco de la mañana, Jairo recobró todas las fuerzas de un solo golpe cuando sintió que en su malla algo se movía. Por el peso que cargaba, un peso liviano comparado a los otros peces que solía pescar, podía ya imaginar que se trataba del pez más buscado. Sacó la malla fuera del río con toda la delicadeza dejando a un lado las ansias que lo carcomían. Desenvolvió al pez y lo primero que sus ojos vieron fueron las escamas plateadas y afiladas que lo amenazaban con cortarlo. Aun así, agarró a la pequeña piraña por la cola y la observó por todos los ángulos por más de un minuto. Silencio. Todo alrededor de Jairo era silencio, pero sus pensamientos lo aturdían. Estuvo cerca a dejar ir a su premio cuando sintió que la decepción empezaba a dominarlo, al ver a ese pez de talla insignificante se sintió ridículo. Su vida en el último año había girado en aquella piraña, y ahora que la había pescado, ¿qué más podía hacer? 

 Justo cuando estaba listo para dejarla ir, sin ni siquiera haberla descamado o admirado sus afilados dientes, Jairo escuchó que aquel pez lo llamaba por su nombre. Estoy loco, se dijo. Esto me pasa por obsesionarme, esto me pasa por mi soledad, se volvió a decir. La piraña lo tranquilizó y lo convenció de su cordura. Le dijo que tenía que darle un mensaje muy importante, que el había sido el elegido para salvar a su comunidad. Jairo, -dijo la piraña con un tono ceremonial, sublime- el rio amazonas se va a desbordar en dos semanas. Hay un diluvio que se acerca y el rio va a subir como jamás se ha visto. Jairo al escuchar aquellas palabras rompió su silencio y no hizo más que preguntarle qué podía hacer, qué debía hacer para salvar a la gente del rio. La piraña profeta que seguía en sus manos no respondió a su interrogatorio, ya estaba muerta. Jairo la sostuvo por un largo tiempo entre sus manos pensando en qué debería hacer, repitiéndose a sí mismo las palabras de la piraña como si fueran una oración: “el rio amazonas se va a desbordar en dos días. Hay un diluvio que se acerca y el rio va a subir como jamás se ha visto”. Envolvió el cuerpo de la piraña en una tela roja y sin pensarlo, se dirigió a Leticia. En ningún momento dudó de lo que había escuchado de aquellos dientes afilados de piraña. La piraña había ya sentado una sentencia y su obligación ahora era expandir la noticia por toda la ciudad.

De camino, pensó en su casa que no estaba segura a la deriva del rio, pensó en los comerciantes del puerto donde iba a buscar los víveres todas las mañanas, en la gente de Leticia y de las otras islas. Cuánto tiempo tendría, ¿qué tan cerca estaría aquel diluvio? Al llegar a Leticia, en medio del puerto, Jairo se paró y a todo pulmón se dirigió a todos los que estaban ahí presentes. Con el cuerpo de la piraña como prueba, Jairo repitió como un credo sagrado las palabras de esa pitonisa ya muerta: El rio amazonas se va a desbordar en dos semanas. Hay un diluvio que se acerca y el rio va a subir como jamás se ha visto. No me tienen que creer a mí, pero sí a esta piraña. Por esta misma boca me lo dijo, así tal cual. Corran a avisarle a los demás, a todos los que viven cerca del rio…EL RIO AMAZONAS SE VA A DESBORDAR EN DOS DÍAS, LA INUNDACIÓN SE ACERCA. 
Mientras más repetía su credo, Jairo entraba más y más en desesperación al ver la reacción de la gente. El que pensaba que venía a hacerles un favor, a salvarlos de la inundación se encontraba ahora de frente a un público que se burlaba de él. Sus gritos se fueron así perdiendo entre las risas, burlas e insultos de la gente y Jairo no tuvo otra solución que dar media vuelta hacia su canoa. Pensó en rendirse, pero se acordó de la gente para quien trabajaba, tenía también que avisarles o sino no se lo perdonaría. Pero para su sorpresa, la gente que pensaba más conocía, lo trataron de loco y le pidieron no volver más al trabajo. 

Al llegar a su casa, Jairo sintió que todo el peso del mundo estaba sobre sus hombros. No paraba de imaginar el rio desbordándose y todo el mal que esas aguas que tanto amaba podían causar, por su cabeza pasaba el dolor de todos aquellos que lo habían llamado loco. Dudó entonces de sus propios oídos y comenzó a creer que tal vez su imaginación lo había engañado. Después de todo, había pasado todo el día bajo el sol sin casi tragar bocado…sin más se acostó a dormir esperando que al día siguiente se sintiera mejor y de nuevo “en razón”. 

Despertó cuando sintió unas gotas en su cuerpo, gotas que venían a revivirlo de ese silencio oscuro del dormir sin sueños, parecido tanto a la muerte. El agua se había entrado por entre las tejas. Se asomó un momento y vio que la lluvia no daba tregua, sonaba furiosa y vengadora. Colocó algunas ollas debajo de las goteras, pero después de un tiempo se dio cuenta que era inútil, el agua no paraba de caer. Y fue apenas ahí que se acordó de la sentencia fatal de la piraña: “el rio amazonas se va a desbordar en dos días. Hay un diluvio que se acerca y el rio va a subir como jamás se ha visto”. En aquellas gotas que caían decididas a romper el techo y llevarse todo lo que tenía en esta tierra encontró descanso, sabía que después de todo no estaba loco. Se recostó de nuevo sin importarle ya que las gotas lo mojaran. Una gota y la lluvia, dos gotas y la tormenta, tres gotas y la inundación. 

 Jairo cerró los ojos y se dejó arrullar por el agua que caía. Pensó que la lluvia que lo llevaría terminaría también en el río que era en realidad su única familia. Se dejó, poco a poco, caer de nuevo en esa calma muerte que le regalaba la inundación mientras que todo a su alrededor se consumía por el agua.

miércoles, 9 de septiembre de 2020

Descenso

Nu descendant un escalier- Duchamp




Yo tengo el corazón grande,
aunque muy esquivo,
tal vez hasta tímido,
incluso sensible
por no decir más: débil.

Yo tengo el corazón abierto,
sin heridas profundas ni puñales,
es un niño crédulo e ingenuo
que aún cree en mitos y mentiras.

Yo tengo el corazón joven,
Sin memoria del dolor
vuelve y pasa ahí
donde le prendieron fuego.
Yo tengo el corazón ciego
que camina a tientas
buscando un fantasma,
siguiendo una sombra.

Yo tengo el corazón frío,
inhabitado
solitario
desierto

Yo tengo el corazón cansado
de caminar en laberintos,
caminos que llevan al pasado.

Yo tengo
el corazón
viejo
lleno
de recuerdos
.




domingo, 9 de agosto de 2020

El Vals

La Valse- Camille Claudel 

Figuras danzantes sin nombre,

amantes que a cada paso

se encargan de hacer girar

el paso incesante del tiempo.

 

De cerca los miro tratando

de entrar también en su abrazo,

ser parte también de esa ola

que desafía la vida…lo efímero.

 

De lejos los siento conmigo

y envidio que sigan en esa eterna danza,

en un vaivén que rige el día y la noche.

Reyes de una nación de soñadores

 

Esculturas que se burlan

del pesado e inerte bronce,

los amantes bailan para siempre

la danza capaz de espantar la muerte.

 

Vengo entonces a imitar sus movimientos.

En mis trazos que tantean infértiles terrenos

busco que mi palabra logre desafiar mi mayor miedo:

la soledad…o quizás también el tiempo.

 

Y que este poema se transforme en una danza lenta y ligera

Que el lector tenga ganas de pronunciar en voz alta,

Que cada letra se dibuje en su boca, marcando un nuevo paso

Y que así perpetúe más este vals de lo eterno.

 

Así nos volvemos dos amantes:

yo poeta solitaria y sedienta,

el lector solitario y saciado.

jueves, 6 de agosto de 2020

Tumor

The Sick Child-Munch

Hace más de dos días que no puedo dormir, hace más de dos días que tampoco puedo estar despierta, estoy en un estado de vigilia de la muerte. Siento en mí como mi estómago se retuerce y da tres vueltas, en la noche es lo único que escucho; a tal punto que creo que ya me canta para aliviar mi dolor, sin saber que es por él que lloro. Y todo este dolor lo guardo, lo he estado guardando ya por cinco meses, pero estos días estoy ya a punto de perder la batalla. Mis hijas ya notan mi sudor frío y mis ojeras que llegan a la mitad de mi nariz. Les digo: mijas, no es nada. Así se ve la vejez, - mientras me muerdo la lengua para no gritar mientras escucho el mal que cargo regocijarse de mi dolor. Pero, aunque haga esfuerzos la enfermedad se me empieza a notar. No he dejado el baño por una hora y todo lo que cago no es más que agua. Miro con esperanzas al fondo de la taza esperando encontrar los gusanos que me imagino habitan en mis tripas, pero nada. Claudia, la menor, se cansa de tocar a la puerta y pasa a la agresividad, la escucho ya tirar patadas. Con dificultad me levanto, abro la puerta y sin responderle a sus interrogaciones sin fin me vuelvo a acostar. ¿Para qué angustiarlas si esté dolor es mío y de nadie más? A tal punto es mío que lo defiendo de los otros, lo cuido, le susurro al oído que se pudra, que lo quiero y por eso quiero que hagamos las paces. Sin rencores.

 

 Lorena, la mayor, entra a mi cuarto, prende la luz y me dice: levántese mama, nos vamos ya para el hospital. Siento en mí entonces que el dolor se defiende y con toda. Me agarra con fuerza y tira para abajo haciendo que mis tripas suenen más fuerte de lo esperado. Empiezo entonces a toser para esconder el ruido estridente que sale de mí y resulto poniéndome más en evidencia: todas las cobijas se manchan de la sangre que sale por mi boca. Lorena grita: CLAUDIA, VENGA,¡ MI MAMÁ ESTÁ VOMITANDO SANGRE!  Escucho sus pasos acercarse mientras miro las manchas de sangre que me dicen que mi dolor también les pertenece ahora. Aprieto con fuerzas el estómago, aunque me cuesta, para hacerle saber a lo que llevo dentro que su jugada fue muy sucia, que ahora no podré defenderlo más.

 

Ya en el hospital me siento atacada por todos los costados. Adentro mío la guerra continua, afuera apenas empieza. Mis hijas me reprochan mi descuido, mi silencio. Y yo sólo pienso: pero sí esto lo hice por ustedes, esto es un acto de amor y de altruismo. El médico de turno no se queda atrás, me manda a hospitalizar y hacerme una endoscopia. Aunque nadie lo diga todos pensamos que eso que tengo adentro es un tumor que ya bautizaron por mí: cáncer.

 

Todo va más rápido de lo que soy capaz de asimilar.  Los doctores y mis hijas son jueces que marcan mi sentencia. Sin poder conectar mi cerebro con mi lengua, dejo al silencio hablar. Sin más, bajo la cabeza y les entrego los restos de mi vida. Los resultados confirman que el tumor ha estado en mí por bastante tiempo, que anda en una fiesta por todo mi cuerpo, que cada célula mía es un virus. Curiosos, me preguntan cómo he sido capaz de guardarme este dolor que me desgarra. Furiosos, me tildan de irresponsable y egoísta. Me encierro de nuevo en mi silencio y abrazo el infierno que me recorre. El dolor sigue, y ahora que ha sido descubierto parece buscar más protagonismo. ¿Qué siento? Una quemadura profunda y constante…

 

Lorena y Claudia acosan al doctor por soluciones a la muerte que me espera. ¿Pero todavía hay tiempo para la quimioterapia, cierto? ¿Y no es posible extirpar el tumor? Claro, con una cirugía, doctor. Por favor, doctor. Mi mamá todavía esmuy joven. Pero cómo es que no se va a preocupar por su salud, mamá. Cómo es que se va a dejar morir, así como así. ¿No le da vergüenza? ¿Qué vamos a hacer sin usted? Lorena, ¿cómo es que usted no se dio cuenta? ¿Viviendo con ella no la vio enferma? Ah, ahora la culpa siempre es mía ¿no? ¿Y usted entonces por qué no la venía a visitar? Mire Claudia, ¿usted hace cuánto no venía a la casa? Hace más de un mes que se contenta con llamar, así que no me venga a echarme la culpa ahora.


Me pesan los ojos y me cuesta mantenerlos abiertos. Tarde, ya muy tarde, me doy cuenta que estoy conectada a un respirador, que tengo un catéter en mi brazo derecho. Aunque mis hijas estén a mi lado me cuesta levantar mi voz para llamarlas, mis brazos para abrazarlas. Las llamo entonces con mi mirada, les digo que las amo y entre lágrimas firmo una despedida. Acuden a mi llamado, ambas me abrazan y me llenan de un amor que espero que me dure hasta que llegue la muerte. Tarde, ya muy tarde nos damos cuenta que no estábamos listas para este momento y me culpo por no haber querido mirar al dolor a los ojos. Pienso en toda la gente de la que no me despedí: mi vecina que era como mi mejor amiga, de mis hermanos, de mis plantas, de las montañas de Bogotá…espero a que toda mi vida me pase en frente de mis ojos, pero nada llega…sólo la calma al dolor, un silencio, una paz que me saluda, me envuelve y arrulla.

lunes, 20 de julio de 2020

Venecia, laberinto

Tintoretto-El laberinto del amor
Tintoretto-El laberinto del amor


   

Venecia rima con inercia, Persia, Grecia, pereza, belleza. Venecia, después de conocerla -como la puede llegar a conocer un turista- rima con: LA BE RIN TO.

 

Yo había decidido visitar Venecia arrastrada por el encanto que la encierra y tenía en mi imagen una ciudad-isla atrapada en el tiempo. Lo confirmé cuando llegando en el tren por un momento sentí que los vagones se convertían en las piezas de un barco. Rodeado por agua, el tren seguía su curso a toda velocidad. Era un viaje que hacía sola y como cuando se va sin compañía, la mente tiene mas tiempo de divagar y construir sobre la nada, mis expectativas ya sobrepasaban la realidad. Apenas salí de la estación de tren vi el río, los puentes que unían el otro lado de la ciudad, los turistas-aunque éramos pocos porque el verano ya estaba lejos- que parecen ser los únicos habitantes de la ciudad-sueño. Caminé hasta el hostal que no quedaba lejos, dejé mi maleta y sin saber mucho qué ver ni a dónde ver, salí a contemplar la ciudad-museo.

 

Recuerdo que lo primero que hice fue coger un bus- que en la ciudad son barcos- para poder tener una mejor vista de todos los canales que la rodeaban. Me pasa seguido que ante el enigma de la belleza me quedo sin palabras y me invade rápido una melancolía alegre, un llanto de felicidad. un sentimiento sin nombre que bien podría ser equivalente a sentir el infinito, siendo nada más que mortal. Y así me sentí frente al enigma que era esa ciudad-selva. A mi pesar, no tenia ni el dinero ni el tiempo suficiente para visitar museos ni catedrales, así que había decidido aprovechar al máximo aquel día. Ya en la noche, seguí con mi vagabundeo y decidí que era momento de dejar las calles más transitadas e ir adentrándome más en el estómago de Venecia.

 

Comencé entonces a caminar con calles cada vez más estrechas, sin mucha iluminación y poco transitadas. Al principio abracé esa calma que hacía rato no me habitaba y seguí caminando sin darme cuenta que ya no sabía dónde estaba, que había caminado para perderme, pero no traía conmigo el hilo que me sacara de este laberinto. Después de caminar en silencio sin encontrar a un solo turista-monstruo me asusté, me di la vuelta y empecé a desenredar todos los pasos que había hecho hasta ahora. Sin ver nada conocido sentí que estaba ahora caminando en círculos y cogí mi celular para buscar el camino de vuelta al hostal. En ese momento me di cuenta que Venecia no sólo era un laberinto para mí, pero incluso, hasta para la tecnología. El mapa me mostraba un camino equivocado y calles que ni siquiera existían: me mostraba un puente inexistente en un lugar donde no había nada más que el río. No recuerdo mirar la hora ni cuánto tiempo estuve caminando aquel laberinto, pero sentí que había pasado toda la noche buscando la salida. Me reí de mi misma porque me había perdido de la manera más estúpida y seguía asustada estando de viaje ¡en una ciudad con la que había soñado!

 

En un momento me detuve, ya estaba cansada de arrastrar los pies y a decir verdad el miedo conjugado con la alegría e ironía de la situación me habían dejado agotada. En ese momento pensé en Borges y su laberinto veneciano y me dije que el arquitecto que había levantado esta ciudad había de ser él con cada verso. No sé si fue el pensar que estaba atrapada en una ciudad-poema o por el hecho de que en realidad el miedo albergaba cada poro de mí, pero en cuestión de segundos había pasado de reír, a llorar del desespero y el sin sentido de la situación. Durante todo este tiempo- que bien pudo ser quince minutos o tres horas- no recuerdo haber visto a una sola persona. Caminé por una Venecia desolada, sin tiempo, cubierta de misterio y silencio.

 

El final de este cuento no contiene un desenlace increíble, si soy fiel a la literatura puedo escribir que de mi desespero golpeé en la primera puerta que vi pidiendo ayuda, que la persona que me abría era el mismo Borges, un amante que me ofrecía la salida en sus besos, una familia que me acogía y después de un festín me acompañaban devuelta al hostal. Pero debo ser fiel aquí a mis recuerdos, después de sacar la angustia que tenía y retomar mis pasos escuché a lo lejos a un grupo de personas y decidí alcanzarlos. Para mi sorpresa, aquellos turistas estaban en la misma situación que yo. Llevaban ya un tiempo buscando un puente para cruzar al otro lado. Sin embargo, sólo el hecho de encontrarlos me tranquilizo. Seguía perdida, pero no sola, como oveja que sigue el rebaño. En el camino encontramos a una persona que nos mostró por dónde ir y nos llevo hasta un puente.  Es así que el final de esta historia no es trágico, ni mágico ni increíble, pero sí lo es aquella ciudad-agua que reposa en mis recuerdos.

 

 

 

 

Diario- Venecia 20 de Septiembre 2017

 

Porque voy de viaje en busca

De lo que he perdido

De lo que he dejado,

De lo que no he encontrado,

De lo que no he visto.

Porque voy en busca de lo que no conozco:

Del amor,

de la magia

de amigos

de amantes y muelles.

Porque voy en busca

De mí,

De lo que no he sido,

De lo que quiero ser.

 

…Venecia está hecha de laberintos, cada una de sus calles llevan a ningún lugar y al paraíso. Siento que Borges escribió esta ciudad o la ciudad a Borges. Venecia me ha devuelto las ganas de volver a escribir, de dejar salir todas las palabras que llevo adentro de mi lengua pero que mi voz muchas veces traiciona.

miércoles, 27 de mayo de 2020

Poema de amor (exagerado, mal escrito y vulgar)

Emma Reyes



Te escribo este poema

porque sé que no lo leerás.

En silencio, en la oscuridad, lejos

imagino que un eco difuso de esto te toca.

 

Te escribo este poema

que no te gustará

porque es exagerado, mal escrito y vulgar,

hecho a imagen y semejanza de mi amor.

 

Te escribo este poema

porque te cargo siempre en mi

como una cruz,

como verso

como suspiro pausado

y corto.

 

 

Te escribo este poema

porque me imaginé diciéndote

una cosa que me gusta tuya

en la mañana, cada nuevo día.

 

Te escribo este poema

porque me gusta tu libertad,

como te mueves, pájaro de fuego

sin sombra ni rastro en tu andar.

 

Te escribo este poema

porque me gusta tu olor

y admito que una vez cuando

dormí a tu lado, lo guardé

                                        en mis dedos.

 

Te escribo este poema

porque me gusta tu misterio.

Mi gato viejo y sagaz, dime

¿Cuántas vidas has dejado atrás?

 

Te escribo este poema

porque me gusta tu mirada profunda, agua de mi rio.

Ojos miel, de lejos los miro

De lejos, ¿me miran ellos?

 

Te escribo este poema

que nunca acabaría si

por cada día te admito

cuánto tú me gustas.

 

 

Te escribo este poema

Porque te pienso

Pero tengo siempre

Que forzarme al olvido contigo.

jueves, 7 de mayo de 2020

Irreversible


La barca de Caronte- José Benlliure

Hace ocho días que mi cuerpo se descompone en medio de la cocina de mi casa. Estoy tirado boca arriba y todos mis setenta kilos se van convirtiendo en nada más que polvo. Desde aquí soy testigo de como mi carne va perdiendo la batalla contra los huesos, como baja la cabeza y le cede por fin espacio a la muerte. Hace ocho días que mi cuerpo se descompone sin que nadie se haya percatado de mi ausencia, de mi olor putrefacto, de mi decisión irreversible.

Alrededor mío hay desorden: botellas de vodka, de vino y de ron, alcohol regado. Periódicos viejos que se acumulan, días todos idos y desde aquí, ya sin importancia. Platos sucios, sobras de comida y basura…polvo y más polvo. Y entre todo este caos, entre toda esta muerte aún pido por un poco de atención y me pregunto: ¡¿cuánto tiempo más pasará para que me encuentren?! Aún desde la muerte, mi soledad no parece conocer fin.

Esta semana el teléfono sonó dos veces y ningún mensaje. Ojalá haya sido mi viejo el que llamo, anhelo que haya sido mi hijo o mi ex esposa…esa familia que yo mismo había destruido. Pienso en cómo actuaría el viejo al enterarse que su hijo se suicidó y que su cuerpo fue encontrado a los ocho días, a los quince o como vamos, ¡de aquí a un mes! Lo veo caminando una eternidad hacia el teléfono, contestando con esa voz temblorosa y profunda. La llamada sería de la parte de mi hijo Tomás, que, aunque me odie, sería el primero en abrir la puerta y encontrarme en este horrible y aún así patético estado. Tomás pronunciaría entre lágrimas:

-Qué más viejo, tengo…tengo malas noticias. Ernesto se suicidó. Lo encontré en su apartamento y al parecer llevaba tiempo muerto. Voy a ir por ti en dos horas ¿vale? El entierro va a ser en las afueras de Paris. ¿Quién más va a estar? No sé, sólo tu y yo, supongo. Le avise a mi mamá, pero no quiere venir y la verdad no conozco a nadie más cercano a él.

Mi viejo colgaría el teléfono entre lágrimas, se miraría al espejo viejo y cansado preguntándose qué había hecho mal conmigo y yo desde lo que sería mi tumba lo consolaría: Usted no hizo nada malo, o tal vez sí. Fue demasiado bueno, me demostró la bondad que mi corazón nunca conoció.

Pienso en por qué pienso en todos los que amé después de mi muerte y no cuándo estaba con vida, no justo en el momento en el que había decidido matarme. Creo que es por que aún con vida yo ya estaba muerto. Le había cerrado la puerta a esos que ahora pido que me lloren.

Me miro aún muerto y pido un milagro. ¿Será que no merezco ni siquiera el infierno? Por morir sin nada más que mi tristeza y cansancio de vivir me veo vagando cien años hasta que ese dios griego de la muerte acepte llevarme en su barca. Veo que sigo poniendo la vida y la muerte en una misma frase, tan cerca una de la otra, tan seductoras, ambas tan lejanas de mí. Las junto como si fueran sinónimos, como si fueran ciudades que comparten la misma frontera. 

Mis divagaciones se ven interrumpidas cuando tocan a mi puerta. Timbran y me preparo a abrir, decirles de una vez por todas que aquí estoy muerto. Después de un momento vuelven a timbrar, pero al momento escucho cómo esos pasos se alejan de mi puerta. Espero a que el olor les haya llegado. Espero a que me lleven pronto.

Espero a que me llegue la muerte, esa que sí es irreversible.

jueves, 30 de abril de 2020

Cuarentena IV: Parentesis




Estos días no he dormido bien. Hoy me levanté a las siete de la mañana, como creyendo que tenía que cumplir con mi ritmo habitual…pero la vida se ha detenido ahora. Ahora todo reposa en un paréntesis, no hay puntos suspensivos porque no sabemos lo que viene, no hay punto final porque no sabemos cuando acaba.

Me levanté entonces con un poco de zozobra, no culpando a mi sueño, porque, a decir verdad, los pasados días no he hecho más que dormir a deshoras, pero me levanté a la espera de algún descubrimiento y así fue.

Mi acompañante estos días ha sido Beauvoir, sus confesiones en La force de l’âge me hablan y yo escucho sin responder, pero penetrando en cada una de sus palabras. Su voz me es ya familiar, me es ya necesaria, es mi rutina, no, mejor aún, un ritual. Ha sido una lectura que me sorprendió hoy y me sorprenderá mañana. ¿Por qué?

Primero: Beauvoir describe a detalle cada lectura que marcó sus días y me sorprende que nombres que siempre estuvieron en mi panteón, fueron en algún momento para ella una novedad como Kafka, Hemingway, Faulkner, Camus...Me imagino qué habrá sentido Beauvoir y el mundo al descubrir esas voces que ahora siguen resonando sin fin.

Segundo: La descripción honesta y sin mucho palabrerío de su amor con Sartre. Una relación abierta que ella acepta pero que le causa, a pesar de todo, celos y dudas…tal vez hasta tristeza. ¿Si no estamos hechos para la monogamia porque el amor nos causa, a veces tantas inseguridades? Pienso que no es culpa del amor libre ni el amor entre dos, es que ambas están basadas en lo incierto porque toman lugar en esta realidad, donde todos caminamos en terreno movedizo. De lo único en lo que se puede confía es en las manifestaciones de amor hacia el otro y hacia uno mismo, y es ahí donde los amantes se reconocen: en un amor sin condiciones ni limites, sin contratos ni promesas, pero en la certeza de esas manifestaciones constantes de afecto. Y eso es lo que apreció más en esa relación que describe Beauvoir. Sin promesas ni compromisos ni ataduras sino en la certeza de ambas libertades, ellos decidían escogerse y entregarse el uno al otro.

Tercero: EL HECHO DE SER MUJER ESCRITORA IMPLICA ABANDONAR, o más bien, deconstruir lo impuesto, esos roles marcados en la época de Beauvoir y aún presentes ahora. Beauvoir más que abandonar supo darse cuenta que esos roles eran impuestos y que no iban con su modo de vida ni de pensamiento. Entonces la palabra indicada no es abandonar sino LIBERARSE.  Yo por mi lado, de lo único que puedo estar segura ahora es que sé que mi rol como mujer, escritora o a eso anhelo, nunca me ponga en merced de alguien, que mi rol como mujer nunca sea de abandonar mi libertad ni doblegarme frente a nadie.

Por otro lado, la cuarentena sigue…ya va ser casi dos meses. Me gustaría creer que después de esto nos espera una revolución, un mundo donde el individualismo ya no tenga lugar, un mundo donde como dice Beauvoir: “l’Histoire m’a saisie pour ne plus me lâcher”, donde la historia nos tome para nunca más soltarnos. Han sido meses donde todo se ha detenido, sin embargo, todo sigue. Días que he pasado en estas cuatro paredes, lejos de Paris, de Francia, de Bogotá, de Colombia, lejos de todo espacio exterior. Me ha pasado que veo películas que suceden en Paris y me digo: qué ciudad tan increíble, tan bella, tan lejos que se ve. Y aún así esté aquí siento Paris lejos, como si estás cuatro paredes me pusieran en otro lugar, en otro sitio donde el tiempo ya no pasa. Siento entonces en mí la necesidad de reconquistar esos lugares que fueron míos por segundos, que hacían parte de una rutina ya olvidada. Y aunque esté parada en un paréntesis de desasosiego e incertidumbre, guardo en mi el deseo de volver a atravesar Paris descalza, de Saint Denis a Montrouge, de atravesar Bogotá, ciudad dantesca, sin ningún Virgilio que me guie.

jueves, 9 de abril de 2020

Cuarentena III: Ciudades Idas






El Jardin de las delicias- Bosch 


En mi guardo a Roma, 
como ruinas enterradas en el tiempo,
como ciudad de todo lo eterno, 
como un laberinto de calles... infinito.

Llevo también en la piel París, 
como un sueño que nunca acaba,
en ocasiones como desierto desolado
pero siempre, como misterio a descubrir

Sigo mis raíces que yacen en Leticia,
como una vasta selva intrépida, 
como el canto de pájaros despidiendo el día
como río hondo y caudaloso...se aferran a la tierra.

Mi memoria me lleva a Bogotá  
como recuerdos trazados por los cerros,
como ciudad dantesca: purgatorio, infierno y cielo,
que recorremos todos sin Virgilio. 

Mi futuro anhela ciudades no vistas,
como Nueva York en verano,
como Tokyo sumergido en un  fugaz vaivén
como mujer libre, quiero que mi nombre sea siempre viaje. 



domingo, 22 de marzo de 2020

Cuarentena II: Esperanza

 
Frederic Watts- Hope 
Han pasado ya ocho días que no he salido de la casa y para ser honesta, son días que no he visto pasar. Me asusta porque me pregunto si ya estoy acostumbrada a pasar tiempo sola, si ya el silencio es en donde me encuentro más cómoda. Aún no tengo una respuesta, pero todo a punto a que sí…

La situación de mi cuarentena ha sido cómoda y no me podría quejar. Aquí en París vivo en un apartamento que lo comparto con una compañera, pero sin saber que esto iba a pasar, mi compañera que es de Londres, se devolvió a pasar el fin de semana donde su familia y no ha podido volver. Tal vez no vuelva hasta el final de este mes si la situación mejora. Esto me deja a mi sola en un apartamento destinado para dos personas, no muy grande, pero lo suficiente para no sentirme tan encerrada. Sé entonces que a pesar de todo mi situación es privilegiada. Pero pienso en los estudiantes o en la gente que vive en cuartos de menos de ocho metros cuadrados donde el encierro debe golpear más fuerte.

Mi rutina no ha cambiado tanto como me lo hubiera esperado, y es que me doy cuenta que la rutina siempre se me hace necesaria así me hastíe con el tiempo de ella. He construido entonces la mía durante esta semana. Trabajo a distancia sólo tres días a la semana y el resto lo tomo para estudiar, para leer, para ver The leftovers, serie que todo el mundo me había recomendando antes y no había tenido tiempo para verla. Y es que si hay algo que me ha mostrado estos días de cuarentena es que lo que sí hay es tiempo. Me pregunto entonces qué es lo que hago con mi tiempo cuando me quejo que el tiempo la tiene contra mí. 

Pero, sobre todo, he tenido tiempo de no hacer nada, de escuchar el silencio y pensar. Me he sentido como el personaje de Un hombre que duerme de Perec, me he encontrado incluso trazando líneas en el techo, líneas que llegan a donde están los que extraño, los que pienso, líneas que traspasan los limites de mi cuarto, de mi apartamento, que salen a esta Paris vacía y desolada y que trazan incluso un mapa hasta Colombia donde están mis otros amigos y familia. Y es así que me doy cuenta que la soledad no me mata, no me incomoda porque tengo, de lejos, a veces ya muy lejos, gente que pienso y gente que también me piensa. En esta semana que pasó hablé con muchos amigos y familiares con los que tenía muy poco contacto, pero sus mensajes de aliento y su preocupación me hicieron sentir que mi casa solitaria se iba, poco a poco, llenando. También, en estos días es costumbre asomarse a la ventana a las ocho en punto a aplaudir conmemorando el esfuerzo de todo el equipo médico que lucha para hacer frente al virus. Cada día que salgo a aplaudir me conmuevo, aplaudo entre lágrimas de felicidad que me demuestran que en todo esto estamos juntos, que de pronto hay gente sola como yo, pero desde nuestras ventanas nos reconocemos y nos damos entre todos aliento. 

También han sido días de mucha angustia y cómo no, de honda tristeza. El otro día miré un video que me dejó desolada: una camera se paseaba por los oscuros pasillos de un hospital en Italia donde camillas y camillas se agrupaban, por falta de cuartos. Mostraban a cuerpos postrados más del lado de la muerte y de nuevo escuché el frio silencio. Mencionaban también que todos, si morían, iban a ser cremados sin posibilidad de ver a sus seres queridos, pensé entonces que en estos días no podíamos pensar más que en la muerte, que no había distracción alguna para alejarnos de lo más cierto que existe. Pensé en la vida de esos cuerpos ya sin nombre, vidas que nadie se iba a tomar el tiempo de llorar. Pienso ahora en lo que vendrá cuando esas familias puedan salir y hacer su luto, pienso cuando todos podamos salir de nuevo a vivir el mundo que ya es otro, si esa solidaridad que siento con mi vecino seguirá presente, si aún vamos a seguir siendo capaces de vivir después de haber convivido tan cerca con la muerte. Me gusta creer que sí, que aún podemos tener esperanza en que el hombre es bueno y que esta sociedad que ya sufrió, no sabrá corromperlo más. 

Llevo ocho días en cuarentena y todos aquí en Paris nos preparamos para la otra que viene. Talvez mañana el presidente anuncie otra semana más pero sea lo que sea, espero seguir aferrándome a mi esperanza. 

lunes, 16 de marzo de 2020

Cuarentena I: Despedida

L'amour et Psyché- François Picot 


Nos había condenado al olvido
Porque entre nosotros, sólo estaba yo.
Y a ti te encontraba sólo en el segundo, pero aquí sigo
 intentando fabricar del momento lo eterno.

Ahora que afuera no hay nada más que caos,
siento respirar la muerte cada vez más cerca,
barullo y gritos, son mis palabras que te buscan a lo lejos 
y cada vez que creo que te toco te encuentro cerrando tu frontera.

En tiempos de encierro y cuarentena
He aprendido a vivir con mi silencio,
conmigo y todas las versiones de mi misma.
Me digo que puedo sobrevivir a la soledad y saludo de nuevo al silencio. 

Pero miento porque este poema te busca, 
te dibuja,
te evoca,
y así Intento fabricar de mis palabras algo que me acerque a ti…

Y sí, voy a sobrevivir lejos de tu piel…honda selva de deseo. 
Pero en mí cargo siempre un último hasta luego.
Y que esta distancia sea la muerte que me haga olvidarte,
Porque te pienso, con amor y odio, aquí te pienso siempre. 

domingo, 1 de marzo de 2020

Mi primer recuerdo

I and the Village- Chagall

Estaba leyendo W ou le souvenir d’enfancede Perec. Aunque Perec insistía que nunca había tenido infancia, el primer recuerdo siempre lo recorría. Intenté entonces desatar todos los hilos que componen mis recuerdos y llegar al primero que lo originó todo, al kilometro cero de mi vaga memoria; pero no pude más que recordar ese pasado que había inventado de mi infancia por la memoria de mi mamá, de mi papá, de mi familia.

Me acordé del relato de mi nacimiento, una bebé nacida tres meses antes de lo esperado. Tan pequeña que cabía en la palma de la mano de mi padre, tan frágil que para alimentarme tenían que hacerlo por jeringas. Pensé en esa bebé frágil dentro de la incubadora, una imagen que nunca me pertenecerá y que sin embargo protagonizo en la memoria de algunos.

Pensé en lo que sucedió después, en mi vida en Leticia con tan solo meses, aprendiendo a caminar y según la memoria de mis abuelos, perdiéndome en el jardín de la casa, tan grande como la selva misma. Seguí la cronología de esos años que no me pertenecen del todo y llegué de nuevo a Bogotá donde vivíamos en la casa grande de mis abuelos, una casa que sigue siendo para mí una torre de babel. Mi mamá se había mudado de nuevo a la capital porque el clima me había afectado. Los pulmones de esa bebé frágil no se habían desarrollado como debían y la humedad no hacían más que enfermarla. 

Llego a Bogotá y es aquí donde mi memoria empieza a coger raíz. Me acuerdo a la perfección de mis primeros años en el jardín, de mis tardes con mis abuelos y mi primo Santiago, jugando en cada habitación de la torre de babel (y en este párrafo me permito hablar en presente porque caigo así en la melancolía, el único refugio que tiene el pasado). Pero todos esos recuerdos están lejos de ser el primero…

Mi primer recuerdo- que tal vez no sea el primero, pero la literatura me permite las mentiras piadosas- es estar en una mañana fría y con lluvia mirando por la ventana del hospital donde yo estoy hospitalizada. A mi lado está mi abuela Corina y las dos no hacemos más que mirar por la ventana. Estamos en un piso muy alto porque el cielo se ve más cerca que el piso. Desde lo alto se ven los gigantes cerros donde se hunde Bogotá, y abajo, muy abajo, se escucha el sonido de una ambulancia. Apunto con el dedo hacía abajo, emocionada o aturdida por el ruido, y mi abuela me abraza de nuevo y susurra algo en mis oídos. Hasta aquí llega mi primer recuerdo, pero de nuevo acudo a la ficción que es mi salvación y alargo aquel recuerdo de infancia. Me imagino entonces que mi abuela se acerca, me abraza y me susurra en el oído: Aquí estoy contigo. 

Sigo imaginando y se me ocurre que no es cierto que he olvidado el sonido de su voz y que aún me dice, después de años de su partida: Aquí estoy contigo.