sábado, 8 de noviembre de 2014

Esperando al marinero

Carlota se quedó viendo cómo el barco se perdía en el horizonte e imaginaba que aún David decía adiós agitando su mano entre el viento. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que él volviera? Se preguntaba si el bebé que cargaba entre sus brazos ya estaría grande para aquella época. Se imaginó al bebé en niño corriendo al reencuentro de su papá y vio a David llorar al ver todo lo que su hijo había crecido, pensando en todas las cosas que se había perdido. Tal vez pasaría tanto tiempo antes de que David volviera que el bebé ya sería un hombre y ambos serían incapaces de reconocerse.  Incluso la imagen de ese marinero joven volvería con más años encima y el corazón que ella había amado le resultaría después extraño.
The banks of the Seine at Argenteuil


Pensó en ese momento en que volvería. Ella estaría en ese mismo lugar viendo el barco que se iba regresar. David saludaría desde antes de desembarcarse y  antes de atracar el barco saltaría a abrazarlos a ambos. Carlota sentiría esos brazos fuertes que tanto había extrañado y se dejaría llevar por el olor de la aventura que siempre llevaba David. Pensó qué palabras serían las adecuadas para acallar la larga espera.  ¡DAVID! ¡Cómo te extrañé! ¡Cuánto has cambiado! ¡Pensé que nunca volverías! Mira cómo está de grande nuestro hijo. Dile hola a tu papá, ¿Te acuerdas de tu papá? Camina, ve y dale un beso. Pero todas esas palabras sonaban obvias. Sabía que siempre un viaje traía cambios y más si se prolongaba en los mares del vasto tiempo. Más bien callaría y lo dejaría a él hablar. De tanta emoción y ansiedad al verlo llegar no sería capaz de pronunciar nada.


¿Y si se demoraba más de lo que ambos habían planeado? ¿Si nunca más volvía? Peor aún ¿si moría antes de llegar? ¿Si su barco se hundía y su cuerpo nunca era encontrado?  ¿Y si la que se moría era ella dejando solo al bebé? ¿Si agarraba la gripa de la que tanto hablaban y temían en el pueblo? Se sorprendió tanto al pensar en todos los peligros de los que está hecha la vida que le pareció todo un milagro estar viva. Pero esos peligros a los que ahora ella temía tanto se le hicieron más reales y cercanos cuando David llegó a su vida.

A Carlota nunca le habían hablado del amor, el futuro para ella siempre era el día siguiente y la incertidumbre de lo que pasaría después le era desconocido. Pero cuando llegó David, un hombre alto y flaco, que sin la barba que cargaba con orgullo pasaba ante los ojos de los demás por un niño, todos esos miedos y peligros la agarraron desprevenida.  Él se empeñó en  construir, en el terreno baldío que siempre había sido el corazón de Carlota, el mundo del amor y ella seducida por lo desconocido lo dejó.

Pensó en la primera vez que vio a David. Se preguntó si había valido la pena conocerlo o en dónde estaría ahora si él no hubiese llegado. La primera vez que lo vio estaba lavando la ropa junto al río. Él acababa de llegar al puerto y le habían dicho que era en ese lugar donde todas las sirenas pasaban su tiempo. Cuando llegó vio que era cierto tal mito. Encontró a las muchachas que parecían, más que haciendo un trabajo, disfrutando de la mejor distracción. Carlota era la única que no hablaba con las demás de todos los chismes que rodeaban el pueblo. Ella mantenía la cabeza baja con la mirada fija en la ropa que restregaba. Lo hacía tan concentrada que no sentía los ojos de David que la examinaban de arriba abajo, ni siquiera oía el parloteo de las otras mujeres. Cuando terminó de escurrir la ropa, cogió sus cosas y se fue. No se dio cuenta que David seguía sus pasos hasta que estuvo cerca de llegar a su casa. Esa sombra alta la asustó. Disminuyó el paso para que la pasara y fuera ella la que caminara detrás de él.  Pero David también dejó de caminar rápido y se mantenía a unos pasos atrás. Ella volteó a verlo y el miedo que sentía al sentirse perseguida, se transformó dentro de ella en algo nuevo. Su corazón empezó a latir bajo otro ritmo que ella jamás había escuchado y caminar dejó de serle natural. Cada paso que daba le pesaba y  sin que ella quisiera, siguieron derecho alejándose de su casa. Carlota puso a David a caminar por el laberinto de todas las estrechas  calles del pueblo, ella sin darse cuenta por dónde era que pasaba, él ni siquiera sin pensar a dónde iba a llegar. 


Esa escena, con el paso de los días, se convirtió en ritual para ellos y para todos los del pueblo que los veían siempre en ese mutuo acecho. La mamá de Carlota, al enterarse que David no hacía más que perseguirla y ella no hacía más que marearlo con tanta vuelta, una tarde los arrastró a los dos a la casa. Los sentó frente a frente y los obligó a que se dijeran todas las palabras de amor que conocían. David, que era más experto en el tema comenzó a hablar de todo lo que había conocido y todo lo que le haría conocer. Ella, ajena al vocabulario de los sentimientos y a todo lo que venía sintiendo, aceptó todo lo que salía de la boca de David como la más absoluta verdad. Todas esas palabras que le eran extrañas resultaban, de alguna manera, describiendo lo que  también sentía.  Él lo llamó amor y ella lo aceptó. Él le dijo algo sobre la eternidad, de pasar toda la vida juntos y como su futuro siempre apuntaba hacía el día siguiente no le pareció tanto tiempo.


Pero a medida que cada palabra salía de la boca de David, estas iban atorándose en la garganta de Carlota. No sabía qué empezaba a sentir pero eran las angustias que se tomaban su cuerpo, las mismas que sentía ahora al ver aquel niño entre sus brazos.
 Miró al río y recordó lo que David siempre decía antes de dormir: Este pueblo es una pequeña pulga en el gigante cuerpo de la bestia. Carlota de tanto escuchar la frase se acostumbró a ella sin preguntarse qué significaban. Pero estando ahí, viendo la calma con la que se disfrazaba el río, se dio cuenta que esa quietud terminaba en los comienzos de otras aguas más hondas y furiosas. Que había siempre más y allá, más allá, y más más allá y entendió que si el pueblo en el que vivía era solo una pulga, ella ni le hacía cosquillas al gigante monstruo.  Se preguntó por qué no podía ir con David, o incluso, ocupar el lugar del marinero. De ver que la vida tenía miles y miles de otros puertos, que sobraban viajeros que hacían de su casa el mundo entero. Tuvo envidia de David. De su suerte. De su libertad. Sintió pena de ella. De su ignorancia. De su impotencia y de la larga espera a la que estaba condenada.

Comparó su vida con la de su mamá y vio que no había diferencias. En el espejo tenían la misma cara y un reflejo que no mostraba otra opción. Se acordó de lo que le decía: “Tenés que agarrar a ese pescado por donde puedas, por la boca o por las patas. Vivo o muerto pero rapidito que otros ya lo andan cocinando sin haberlo pescado”  Carlota que al parecer era la única que podía llamar las cosas como son y que no veía en las metáforas nada más que pérdida de tiempo no entendió nada. Pero era ahora que su marinero se había ido comprendió el miedo de su madre, el miedo que compartían muchas sirenas de aquel puerto.  Había sido la historia de su mamá también. Le habían dicho amor y durante una noche sintió ser la más afortunada de aquél pueblo. Se coronó como la reina de un reino que solo podía existir en su cabeza, mandó sirvientes que nunca tendría y acomodó los muebles de una casa que no tenía techo ni suelo. A la mañana siguiente su rey había desaparecido y su barco ya se encontraba con el mar. Entendía que era la historia de muchas, empezaba a rechazar la idea de que fuera la de ella.  

Al pensar que David no volvería  no sintió más angustia. Vio que la libertad, palabra tan desconocida, empezaba a dibujarse frente a ella. No le importó qué le iba a decir cuando llegara. No sería un problema si volvía o no.  Miró otra vez más allá de lo que sus ojos podían apreciar. El río terminaba en algún lugar. El mar ya tocaba puerto. El inmenso cielo azul que anunciaba día, en otro lado albergaba luna.  El llanto del niño la hizo recordar que tenía que volver a casa.  Se imaginó que su mamá la saludaba, la regañaba porque había dejado escapar a su marinero.
Antes de dejar el puerto escuchó a otros marineros que pasaban decir que el próximo barco salía en dos horas. Al escucharlos sintió que esas palabras eran para ella, como si la invitaran a irse con ellos. Más fuerte aún, que esas palabras la arrastraban al mar, de la mano la llevaban a lo desconocido. Tenía que volver a casa. Quería encontrar su hogar.





sábado, 13 de septiembre de 2014

Vengo a hablar de amor

Cupid and Psyche- Edvard Munch
Yo hablaré de Amor
Cuando mis ojos miren
Por primera vez nacer la vida
Y que la vida sea vida y
                                No sea muerte. 

Tras la tormenta veré
Salir a las ninfas cigarras
Que cantarán y bailarán
Y sabré que ya no hay por qué llorar.

Y entonces las palabras en mi boca
Ya no sabrán a guerra sucia
Sino que se bañarán
Tranquilas en la calma.

Aunque yo, que hablaré de amor
En un ahora de disputas y querellas
Sé decir sueños y pasión,
Olvido que el odiar es verbo, es acción.

Al ver que un segundo se vuelve eternidad
En los ojos de quien vive en soledad
Yo recuerdo que ayer dije Amor.

Y lo grité claro y sin dudar al ver
Cómo de niño se pasa a viejo,
Al escuchar la risa del viento,
Al pensar que un extraño puede ser
Mi hermano, mi amigo, hasta mi hogar perdido.

Y yo, que soy mujer, hombre, humanidad
Soy animal y más humana
Cuando siento  amor y no lo llamo instinto,
Y de un segundo hago eternidad
Cuando levanto la cabeza y veo tierra, cielo, mar.

Así como el río avanza en su caudal
Los días se pasan y son siglos ya.
Y lo que queda siempre al final
Es el sabor de la palabra más
Salvaje y mansa
Hermosa y amarga
Que se dice amor.                     

sábado, 6 de septiembre de 2014

Adiós

Francias Bacon. Lying Figure In A Mirror

A quién le digo adiós
si mi ausencia nunca ha sido vacío,
ahí donde voy yo
ya está el olvido.

Prefiero irme sin hacer ruido
sin dejar rastro que he huido.
Pero mi vanidad, mi orgullo
protestan y sueltan un aullido.

Por eso esta noche grito,
por si no lo han notado,
¡ME HE IDO!


sábado, 23 de agosto de 2014

Mala Entraña



Pablo Picasso- Les Trois Danseuses

¿Cómo así que cómo me llamo? Usted entonces no es de por acá mijo, yo sí lo veía como muy pálido y buena pinta para ser de aquí. Pues a mí me dicen disque Juanito Alimaña por tanta maña que me mando pero a mí no me gusta y me emputo cuando me llaman Juanito. Es que a quién le da miedo ese nombre. Por eso cuando alguien me llama así de una vez es que le voy rompiendo la jetica. ¡¡¡Ayyy!!! Cuántas veces no les he dado a todas esas viejas que me gritan en la calle: Juanito, vení, que yo a vos te lo doy es gratis. Y yo voy pero a decirles que no me llamen así y les dejo bien clarito quién es el que manda. Si usted me va a llamar, llámeme el mañoso, el tramposo, el mala entraña, el Alimaña o si quiere solo Juan. Pero nada de J-U-A-N-I-TO ¿me entendió?  Aquí ya saben cómo es que es. Si se tropiezan conmigo o en la calle me miran mal, ya no hay otro día para ellos.  Pero es que hay que ser así hermano, no dejar que se la monten porque la vida es selva y si uno se descuida ¡¡¡PUM!!! Y antes de que me coman yo prefiero comerme a todos.  Aunque sabe que eso no siempre fue así.

Ese miedo que para mí es la cosa más chimba hermano, porque yo lo veo como que me tienen respeto. Es que usted tiene que ver cómo esa gente me mira y hablan bien pasito cuando paso al lado de ellos, les tiembla hasta el pelo. Bueno, ese respeto yo me lo gané. Yo mismito. Aunque claro que el que me metió en toda esa vaina fue Pedro navaja. Sí, el mismo de las noticias. Pues claro que lo conocí, ¿no le estoy diciendo que fue él el que me enseñó?  No me hablé más de lo que dicen en esos aparatejos, hermano. Le digo que me tienen es mamado con tanto show. Arman todo ese lío porque hace rato lo buscaban para encerrarlo y que lo hayan encontrado muerto sin saber nada de nada los pone furiosos a esos manes. ¿Pero quiere que le cuente o no? Quédese calladito entonces. Desde bien chiquito me mostró cómo es que era la vaina y yo le cogí el tiro rapidito. Yo nunca supe porque Navaja me escogió a mí entre todos esos pelaos pero cuando me dijo que me tenía por ahí un negocito yo le dije que yo le entraba de una porque no tenía ni un peso. Y preciso a todas las cuchas que robaba, jajaja es que yo sí era bien de malas, estaban igual de peladas que yo.  Y ese man me cogió  y me mejoró el ojo. Me enseñó a entrarles a los que era, a los que sí tenían plata en el bolsillo y no en las muelas.

Yo empecé a robar en los buses, chalequeando a todo el que andaba despistado. Ya después me metía en las tiendas y quiubo haber, deme todo lo que tiene en la caja y la muchacha o el pelado que atendía me miraba. Unos con tristeza, otros con odio pero en todos yo veía miedo y esa mano les temblaba y era una chimba porque me sentía como importante, yo no sé. ¿Cómo Dios? No, así me siento ahorita, en ese momento no tanto. Después ya me fui a las calles y ¡¡shhh!! Que aquí no pasó nada mamasita y yo aprovechaba y les metía la mano en las tetas y ahí sí pegaba el pique y eso me gustaba más porque la adrenalina me corría por todo el cuerpo. Pero yo durante ese tiempo nunca maté a nadie, ni siquiera tenía una pistola porque como era tan acelerado al principio, hasta de pronto disparaba esa vaina en el bolsillo y ahí sí que hacía. Pero a eso también le cogí el tiro y usted no se imagina la emoción que yo sentí cuando yo escuché que esa vaina se disparó y el man que me mandaron a dar de baja sin darse cuenta de nada, se desplumó en la calle y yo ya iba bien lejos sin que nadie sospechara. ¿Por qué me pregunta esas maricadas? Pues obvio hermano. Uno nunca sabe  a quién es el que le va a hacer la vuelta, solo el nombre, la cara y hasta luego.

Cuando yo empecé a tener plata por todas esas vueltas que me mandaban a hacer, la vaina se puso más buena.  Como ya andaba así como usted me ve vestido ahorita las viejas empezaron a seguirme. Me caían del cielo, subían del infiero, de todos lados me llegaban y más cuando se dieron cuenta que conmigo la vaina era seria, que yo andaba montado en billete. Y yo no podía estar más contento. ¿Qué más le pedía yo a la vida? Pero vea que sí había algo que faltaba. Muy bacano acostarse con esas viejas, eso sí no se lo niego, pero es que había una que me traía y me llevaba y me daba mil vueltas con solo pasar al ladito mío, sin ni siquiera mirarme.  Y yo seguía con todas las demás pero mirándola siempre. Siguiéndole el paso. Esperando a que me viera. Pues sí y qué. Yo estaba enamorado y cómo no. Usted también lo hubiese estado si la hubiese visto. Ese andar de fiera pero esa carita de señorita, de gomela y como de mejor familia.

Una de esas veces que la seguí, me di cuenta que salía de aquí de este bar cogida del brazo del Navaja. A mí ahí se me partió el alma. Cómo iba a estar con ella si ya Pedro se la había cogido y me dio tantos celos que ahí mismito quise matarlos a los dos. Lo peor es que preciso Pedro me vio y comenzó a llamarme JUANITO en frente de esa hembra. Si quiere ríase ahorita todo lo que quiera porque al final, cuando le termine de contar, de una vez le advierto que no va a poder. Me la presentó, dijo que se llamaba Josefina. Yo sé hermano. Ese nombre no le iba a esa pelada tan hermosa pero ella se sentía orgullosa de el y en ese momento hasta me gustó. Cuando la vi por primera vez de cerca sí me volví una hueva. Sentí lo que los demás sentían al verme y le juro, no le miento, que me dieron ganas de llorar. Al presentármela Pedro ya me decía que no me podía meter con ella pero yo ya no podía hacer nada. Yo me enamoré de esa vieja y cada vez que la veía por ahí solita la seguía sin que se diera cuenta. Pero ella sabía bien que yo la perseguía y comenzaba a caminar más lindo. Un día me entró a este bar y ahí sí qué Pedro ni que va. Desde ahí, después de que ella salía con Pedro y yo hiciera mis vainas nos encontrábamos por ahí y ella me decía que me quería pero yo a Josefina la amaba. Y duramos yo no sé cuánto tiempo, como un año o un año y medio escondiéndonos de Navaja pero yo ya me estaba aburriendo de toda esa vaina y le decía a Josefina que yo a él lo mataba y nos salíamos de todo ese enredo facilito. Pero ella siempre me decía que no y yo como no podía llevarla nunca la contraria. El problema fue cuando a Pedro le llegaron con el chisme. Yo no sé cómo ese man no se había enterado antes porque ya todos nos habían visto. Aunque yo les decía que calladitos, que si hablaban ya sabían cómo es que les iba a ir. Y pues ya le voy a terminar de acabar el cuento porque qué más. 

Ayer yo estaba esperando a Josefina que saliera de aquí. Me dijo que se iba a ver con Pedro acá y que salía a la 1 de la noche. Yo llegué como a las 12 y empecé a dar vueltas por ahí con cuidado para no ver a Navaja.  Yo no sé qué hora era pero vi a Pedro salir de una esquina vestido siempre con la misma pinta de matón.  ¿Usted ha visto la foto del man? Entonces sí sabe que ese sí apenas uno lo veía sabía qué era lo que hacía. Lo vi que entró acá pero al momentico salió con Josefina cogida de la mano. Me di cuenta que se metió las manos al bolsillo y cuando yo ya salía corriendo a ayudar a Josefina, ella ya estaba en el piso llena de sangre por todas partes. Cuando yo la vi así, usted no se imagina todo lo que yo sentí. Aunque de una yo cogí la pistola y le di un balazo a Navaja que le atravesó todo el pecho. Josefina también estaba muerta y yo me quedé ahí parado sin saber qué hacer. Viéndolos y sintiendo envidia porque en el otro lado iban a seguir juntos, por siempre. Pues obvio que todo el mundo vio. Aquí todo el mundo ve pero nadie dice nada. La gente que estaba en el bar salió y al ver a Pedro Navaja no creyeron nada. Cuando vieron a Josefina algunas de sus amigas lloraron y cuando me vieron a mí no dijeron nada y volvieron a entrar. Yo también me tuve que ir porque la policía llegó como a los diez minutos. ¿Y ahora qué? Ayyyy hermano, no me pregunte eso. Más bien váyame dando ese relojito que tiene ahí y esos zapatos que se ven bien bacanos para bailar salsa.



Ejercicio Metaficción. Basado en Pedro Navaja de Ruben Blades y Juanito Alimaña del gran Héctor Lavoe 

lunes, 18 de agosto de 2014

El candor de la mañana

Mi mamá contrató a ese muchacho para que barra las hojas que caen del árbol junto a nuestra casa. Es tan grande que yo creo que llega al cielo. Algún día lo voy a subir todito a ver hasta dónde llego, de pronto si voy hasta el final vea a mi papá que dicen que anda por allá arriba aunque por ahora yo espero a que sea él quien baje y me venga a visitar. También siempre me dicen que van a cortar el árbol porque ya está cansado de tanto estar parado y yo de una salgo corriendo a abrazarlo, a preguntarle si está bien y le pongo una silla detrás por si se quiere sentar alguna vez y descansar por un momento nada más, pero nunca me escucha. Y me levanto asustada cada mañana al pensar que ya no va a estar pero cuando abro las ventanas ahí lo veo. Y fue esta mañana cuando vi a ese muchacho con la escoba recogiendo el montón de hojas.

Sin preguntarle a mi mamá y sin que nadie me vea salgo corriendo a hablar con el muchacho. Le pregunto su nombre, por qué recoge las hojas, qué va a hacer con ellas después, que si lo puedo ayudar pero él no me dice nada. Me comienza a hacer señas y empieza a mover sus manos haciendo figuras en el aire, también su boca se abre y lo único que le escucho son suspiros que al final son más bien gritos. Yo me río porque lo que mis ojos ven  es un muchacho que va a empezar a bailar y yo intento hacer los mismos movimientos que él. Comienzo a mover mis manos, a sacarle la lengua, a suspirar y al final gritar, a mover mis pies también pero de un momento a otro, él deja de bailar y con la escoba en la mano empieza a barrerme los pies para que me vaya. En ese momento mi mamá sale gritando y me llama pero yo solo quiero seguir jugando con ese muchacho que ahora le hace señas a ella, la invita a que venga a bailar con nosotros y yo más feliz que nunca la espero a que se nos una. Pero ella furiosa grita más y a mí me da tanto miedo verla así que salgo corriendo a esconderme detrás del árbol. Y sin zapatos intento escalar para ver si esta vez sí llego al cielo pero yo del suelo no me muevo y sin que me dé cuenta por detrás llega María que me alza sin ningún esfuerzo a pesar de toda la fuerza que yo hago para soltarme de sus brazos. Me entra a la casa y yo veo al muchacho bailarín de la escoba que se ríe y me muestra todos sus dientes dejando escapar otra vez ese sonido que yo nunca antes había escuchado.

Le pregunto a María, a mi Mamá, a la que me quiera escuchar quién es ese muchacho, por qué no me dejan bailar con él, que si lo puedo ayudar y yo comienzo a llorar porque lo único que quiero es estar con mi nuevo amigo, volver y mostrarle también mis dientes y reírme. María sale al patio a bailar con el muchacho, empieza a mover las manos por el aire y le pregunto a mi mamá por qué María sí puede y yo no. Mi mamá me dice que no bailan, que así es como el muchacho habla y yo no entiendo nada porque desde la ventana veo que él no abre la boca. Sin responderme a todas las preguntas que le hago mi mamá me coge de la mano y me obliga a meterme al baño. Yo acepto con la condición de poder salir después y tan rápido como puedo me meto en el agua, en la toalla, en el vestido y salgo corriendo. Esta vez mi mamá no me dice nada. Por estar hablando en el teléfono no se da cuenta que yo me voy, que me estoy yendo, que me salí del cuarto a buscar otra escoba para ayudar a mi amigo. Si iba a barrer todas las hojas necesitaba ayuda, porque recogerlas era lo mismo que intentar recoger todas las gotas del cielo cuando llovía.

De camino a la cocina, al fondo está el cuarto de María y ahí están las escobas, el trapero y la lavadora. Entro despacio y sin hacer ruido a la cocina hasta llegar por fin al cuarto. La puerta está cerrada y la empujo con fuerza  pero no puedo abrirla. Me acerco un poco más y escucho a María que grita. Yo toco para que María me abra y le digo que necesito una escoba pero ella no me escucha y sigue gritando como loca. Yo de una salgo a buscar a mi mamá que está en el cuarto para que le diga a María que me abra. Ella sigue pegada en el teléfono pero yo la arrastro hasta la cocina para que me ayude. De mala gana me acompaña y también toca la puerta pero al escuchar lo que María dice, cuelga y sale a buscar algo en su cuarto. Cuando llega, la mano le tiembla y casi que no puede abrir la puerta. Pero cuando la abre veo que María está sin ropa sentada en la cama con las manos amarradas llorando y gritando. Mi mamá corre a desatarle las manos pero no puede y también gritando corre a la cocina a buscar un cuchillo. Yo me quedo ahí, mirándola sin saber qué pasa. Le preguntó qué pasó, por qué está ahí, por qué se amarró las manos. Le digo que no llore más y cuando me acerco para abrazarla ella con las lágrimas que están en toda su cara me dice que cierre los ojos, que me vaya y yo me quedo parada en la puerta de la cocina viendo a mi mamá desatándole las manos. Mi mamá se voltea y gritando me dice que me vaya a mi cuarto pero yo no entiendo nada y ninguna de las dos me responde.  Me cierran la puerta de la cocina y  desde ahí no puedo escuchar nada y con tristeza me voy al cuarto.


Gustav Klimt- Árbol de la Vida

Desde la ventana veo que el muchacho ya no está y todas las hojas siguen regadas en el piso. Miro al árbol y espero a que baje mi papá o alguien que me venga a visitar. Con un viento las ventanas se cierran y las hojas de un solo soplo vuelan. Tal vez por eso se fue el muchacho y ya no vuelva más, porque las hojas se barren con la brisa, gratis, sin pagarle. 




Ejercicio Lenguaje Expresivo

sábado, 9 de agosto de 2014

Lluvia



Millais- Ophelia


La lluvia resbala
En mi ventana
En mi cuerpo
Ya no hay nada
Se mantiene seco
Mientras que afuera
Sólo se escucha el eco
Y un grito de ayuda
Que viene del tiempo
Porque ya se cansa Ya se agota
Y entre gota y gota
La tormenta se forma
Y aún con un techo de acero
La casa se inunda
Y entra el perro y se va el gato
Y rodeada ya de agua
Se olvida que su amo
No sabe cómo nadar el alma
Y muerte con cuerpo
No hacen vida
Y yo casi que me ahogo
En una gota En la ducha En la piscina
En el río del recuerdo que entró
Y con su corriente me dejó en la melancolía
Sin barco Sin regreso Sin almuerzo Ya sin aliento
En una noche que es fría y sin cobija
Mi piel pide abrigo Mis pies un camino
Y mi cuerpo seco quiere  sonar  y caer como la   L              
                                                                              L            
                                                                                  U        
                                                                                        V      
                                                                                              I      
                                                                                                  A 
                                                                                                       ,
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                                        Mi cuerpo húmedo quiere ser diluvio  ,
                                                                   hasta ser tormenta .


Ejercicio Prosa Espontánea  

sábado, 2 de agosto de 2014

La morada


Mi bisabuela, la señora Antonia, que solo tenía años en la casa se paseaba descalza por su pequeño reino. La primera vez que fui a verla mis ojos nunca habían presenciado a la vejez y me sorprendió que caminara con la vitalidad de mi niñez. Aquí vivía con el único hijo que no había sido capaz de dejarla  mientras que los otros siete ya habían esparcido sus raíces tanto, que un montón de niños extraños para ella la llamaban hasta tatarabuela. A mí me recibió con su sonrisa milenaria y sus ojos que ya miraban más allá que acá, me invitaron a abrazarla.
Sé que su casa no era tan grande como la recuerdo pero cuando la visité, me pareció que era el laberinto donde el tiempo se perdía para hacerse eterno. Y así como solo iba de la puerta al corredor que la llevaba en cinco pasos al patio, para mí la casa se extendía por toda Leticia. Durante el tiempo que vivimos aquí su casa era paso obligado. Cada vez que la visitábamos la encontrábamos en la mecedora que rozaba ya la calle y entre sus manos siempre sostenía hilo y aguja con los que pasaba horas y horas tejiendo. Ahora que mi memoria la ve sentada en el trono que era su mecedora pienso que lo que enserio hacía era ir moviendo los hilos de nuestro presente, trenzando las vidas que ella vio nacer.

Henri Matisse- La Desserte Rouge
Esa era la bienvenida a su casa, con la puerta siempre abierta y ella en la entrada dispuesta a acoger a todo exiliado en su morada. Después se seguía al pasillo que antes de llegar al patio, se desviaba a la única pieza que tenía aquel cielo. No me acuerdo qué secretos escondía, tal vez porque no entré  más de dos veces  pero su geografía general  la constituían dos camas, un ventilador que no soplaba y un pequeño televisor que se sintonizaba con el pasado.  Toda esta parte estaba cubierta por las tejas que la protegían por la noche pero durante el día la torturaban por todo el calor que recibían. Cuando llovía parecía que el techo se rompía y que con un solo trueno la casa se venía abajo pero así como mi bisabuela, la casa que se veía tan vieja y  a punto de quebrarse por fuera, por dentro tenía el corazón latiendo con fuerza y sus raíces se agarraban a la vida.

Después seguía el patio que incluía la cocina, el comedor  y la selva misma.  La cocina  era un templo donde yo no podía ser recibida, sólo podía observarla desde el comedor mientras que los mosquitos esperaban como yo el manjar. Todas las veces que almorzábamos en su casa el menú era pescado y era ella la que se lo comía entero sin cubiertos, con delicadeza lo desmenuzaba y lo acompañaba con la fariña que nunca le podía faltar.  Pero lo que hacía aquella casa tan grande para mí era la selva que se extendía, que no conocía fin. Miraba siempre con miedo a esos árboles y creo que nunca me acerqué por el temor a que las ramas me agarraran sin jamás dejarme ir. Sin embargo esa selva que existía en mi cabeza no era más que un montón de arbustos y uno o tres árboles de plátano y papayuela.
 La morada que albergó a mi bisabuela nunca más la volví a ver pero en mi memoria esa vieja que siempre estuvo lucida, que durante noventa y ocho años fue testigo que la vida alcanza y que al final ya es muy larga se sigue moviendo descalza entre ese pequeño edén. La veo perdiéndose en esa selva que yo algún día me atreveré a cruzar. 


Ejercicio de Especie de Espacios. ( Relato tan verídico como suele ser siempre la memoria) 


domingo, 20 de julio de 2014

Cuerpo Vetusto


Vincent Van Gogh- À la porte de l'éternité
Una piel que es dos
y hasta cinco 
se fue flaqueando 
en el tiempo. 

Que siendo lisa se enredo
en el  paso de los días,
ahora es testigo de que las angustias
del alma las refleja el cuerpo. 

Una boca que todavía resta dicha 
se olvida de las palabras 
y habla solo en el lenguaje 
de la nostalgia.

Que dijo amo y temo,
odio y sueño 
ahora descansa en el recuerdo 
porque ya sin fuerza
el gallo deja de cantar en la mañana.

Y así como estamos hechos de uno
también somos dos y los ojos
se miran al espejo sin entender cómo
un rostro se vuelve tan viejo.

Que ahora ven siempre al pasado
en el presente se sienten en casa de extraños,
se mueven sin reconocer amparo
y el río se convierte en llanto.

Las piernas que nadaron y corrieron
se mantienen quietas y todos
los pasos que avanzaron desean
ir retrocediendo y ser niños de nuevo.

Que extenuadas flaquean ante
la puerta del forastero,
lloran por los caminos que conocieron
y ya no pisaran, de los que quedarán sin labrar.

Ya no queda más que un cuerpo
que me miró y me dijo amor.
Ya no queda sino el recuerdo porque
tan rápido como se mueve el viento
se pasa de vida a cenizas.



lunes, 23 de junio de 2014

Verdades que ignoro

Oswaldo Guayasamin- Dos Cabezas

Yo no sé y pregunto
a la vida las respuestas,
pero el que acude es el misterio
y es el único que me habla del mañana.

Yo no sé y me asusto
que mis recuerdos pierdan
                             todo su olor.
Que nunca alcance a vivir los sueños,
                              que queden siempre lejos.

Yo no sé y lo que sé lo dudo.
Mis pasos de ayer en la arena aún flaquean
y después de cada palabra dicha
mi lengua trata de cazarla entre el viento.
                                     
Yo no sé y el tiempo me empuja,
me lleva de la mano a los años que no he visto.
Y en este recorrido aún las dudas siguen,
la decisión y el remordimiento
tan fieles a la causa y efecto.

Yo no sé y de tantas dudas me lleno
que escoger no acierto,
porque el camino recto
                               de curva en curva
se torna en laberinto.

Yo no sé y así me voy moviendo
entre la espuma del tiempo.
Yo no sé y así sigo viviendo porque
el misterio es el que esconde lo cierto.



lunes, 9 de junio de 2014

Eva dio luz a Adán

Eva dio luz a Adán. No sabía si estaba en el paraíso o en el infierno pero era algo que se parecía mucho a la tierra donde los seres humanos no son inmunes a la enfermedad ni mucho menos a la soledad.  No podía ser el paraíso porque el dolor que había sentido fue real, tampoco el infierno porque, a pesar de todo, estaba feliz.  Solo esperaba encontrar a Adán con un pedazo de pan bajo el brazo, mejor aún, con la ración completa para la locomotora de los días.  Pero no había nada.  Tal vez sí era algo como el infierno y Adán se había dado cuenta apenas abrió sus ojos desgarrando con gritos y llantos el velo de la inocencia de la infancia. Eva se preguntaba quién le iba a dar el pan a Adán, rogaba al cielo que la serpiente llegará ofreciéndole algo que comer, que la guiara hacia un árbol lleno de manzanas.
Eva reposando en la cama pensaba en el papá de Adán ¿acaso sabría de su hijo, del dolor  que ambos ahora padecían?  Le dolió todo el cuerpo aún más al saborear las respuestas, sabía muy bien que aquel señor no cargaba responsabilidades en la espalda y que Adán jamás tendría un padre. Lo supo cuando intentó buscarlo pero él se había ido para nunca ser encontrado. Serían los dos solos en la tierra y Eva se encargaría de él, trataría de alejarlo del mal que los rodeaba.  Pero ¿después qué harían? A Eva la habían echado del trabajo cuando su vientre empezó a cargar vida, después decidió trabajar de empleada en algunas casas mientras que el bebé nacía pero ahora no podía hacerlo, no tenía con quién dejar a Adán y llevarlo no era una opción.  También pensó en su familia, en su corta infancia y de lo que había sido de su vida. Su familia vivía lejos de Bogotá y había perdido contacto con ellos desde hacía ya bastante tiempo. Llamarlos era imposible, incluso volver o visitarlos porque no tenía el dinero suficiente. Eva se fue de la casa cuando tenía 16 años, lo poco que sabía de la vida lo había aprendido a golpes. Ahora tendría que enseñarle a Adán, guiarlo en un mundo donde todos están ciegos, caminar con él en su regazo tropezando en el camino.

La médica del hospital se acercó y le dijo que había más señoras que venían, no podrían tenerla por mucho tiempo en la cama. Ella sabía que tendría que irse pronto de allí a la calle pero esperaba que la médica que se veía tan buena le preguntara si tenía algún sitio a dónde ir y ella respondería a toda prisa que no, que la ayudara. La cogería de la mano rogándole que le diera un día más pero la médica dio la vuelta a anunciarle a otras señoras que tendrían que salir también. Había sido desterrada del paraíso y el único pecado que había cometido era ser pobre e ingenua.

Le entregaron a Adán ya limpio de toda ella. Lo vistió con la ropa usada que el hospital le regalaba y salieron sin saber a dónde guiados por la angustia y el miedo que Eva encerraba. La verdad es que el techo que los cubría era el mismo cielo que se les caía encima lleno de goteras. Pensó en un lugar donde pudiera conseguir refugio y la casa de la señora Marta se fue dibujando en su cabeza. Su imaginación vio cómo la gran puerta de madera se abría y dejaba ver a esa señora imponente que se pavoneaba de elegancia sosteniendo las llaves de otro paraíso. Ella la ayudaría al ver al pequeño que cargaba entre sus brazos y le daría un pequeño trozo de la ambrosía de su reino.

Caminó con Adán entre sus brazos hasta la casa que conocía tan bien. Estiró la mano derecha con la intención de tocar el timbre mientras que con la izquierda sostenía al niño.  Su índice se sostuvo en el aire dudando pero el hambre que sentía la impulsó y cuando por fin timbró el miedo la estremeció tirándola al suelo, haciendo que se aferrara cada vez más a su hijo. Ahora las palabras se le olvidaban y esperaba que esa imagen suya fuese suficiente, que al verla la señora Marta escuchara un grito de ayuda. Al oír el timbre la señora Marta dirigió sus pasos  hacia la puerta sin ninguna prisa. Pensó que alguna de sus amigas pasaba de sorpresa y que tomarían el café de las seis hablando de las nimiedades de rutina. Cuando fue a abrir encontró a esa muchacha que había echado por tener el aire siempre tan enfermo, porque le molestaba verla moverse entre su reino con esa miseria que ella nunca había conocido. Eva al sentir que la puerta se abría levantó sus ojos llenos de piedad mientras que Adán permanecía quieto, abrigado en la fe que Eva sentía hacía aquella señora pero ¡Qué ingenua había sido Eva al creer en la humanidad del ser humano! La señora Marta al verla con aquel niño entre sus brazos se vio ofendida. Sintió que la realidad, a la que tanto gustaba en esquivar, la azotaba y le daba golpes en la cara.  Gritó sin escuchar a Eva que le tendía la mano desde el suelo, ya no buscando dinero sino algo de bondad entre esos ojos crueles que la despreciaban desde siempre. Su voz fue el rayo que permitió que la tormenta corriera sin preocupación alguna sobre ellos: “NO TENGO NADA PARA USTED, ¡VÁYASE!” pronunció mientras cerraba de un golpe el portón de lo que Eva había creído era el cielo.

Las lágrimas brotaron en ambos. Ahora se abandonaban a la noche y al miedo de no encontrar un hogar entre la multitud. Eva caminó dejando atrás la casa y toda esperanza, sin fuerza en las piernas y cansada de los brazos se detuvo. Pensó que aquel hijo que salió de sus entrañas y ella  eran fantasmas porque la gente iba y venía sin verlos, atravesándolos. Se alegró de pensar que no estaba en este mundo pero Adán le recordó el cansancio que tenía su cuerpo. Lloró pidiéndole la leche de su pecho pero a tal punto Eva lo único que podía darle era leche ya podrida y amarga. Después de un tiempo Adán calló abatido en su derrota y encontró al sueño mucho más acogedor que la realidad. Eva se dio cuenta que no había tenido tiempo para reconocer a su hijo entonces decidió pasar su mano por el pequeño rostro de adán. Recorrió cada poro de su piel, con el mayor cuidado sin despertarlo de su ensueño. Le había dado la vida pero ¿qué podía hacer con ella?

Desvanecida por el cansancio y el hambre se dejó caer junto a Adán. Ya en el suelo volvió a apretujarse contra su hijo para poder sentir el calor que él encerraba y así se fue dejando al sueño y al descanso, desobedeciendo al hambre y al miedo que la recorría.  Mientras tanto la lluvia se abrió paso sin tener conciencia de que algunos no podían escapar de ella. La gente continuaba moviéndose con rapidez. Unos corrían mientras que otros abrían sus paraguas pero todos seguían su camino sin siquiera mirar a Adán y Eva que permanecían en el suelo. Con la lluvia, la tierra donde estaban cobraba vida, se volvía movediza convirtiéndose en un vals que ahora los arrullaba. Los dos se sentían de nuevo en el vientre de sus madres. Era el sueño, el descanso, ya la muerte que los abrazaba. Ese era su edén y nadie los desterraría. Ambos eran felices porque su miseria se quedaba ya fuera de su mundo. Ambos eran felices al saber que los ojos de Adán no verían nunca el mañana, que Eva renunciaba del presente. Al ignorar que la vida de Adán no dio fruto y la de Eva nunca alcanzó a florecer.  


sábado, 12 de abril de 2014

Mujer en la ventana


Salvador Dalí- Muchacha en la ventana

La mujer mira por la ventana 
mientras que las campanas
le anuncian la salida de la aurora.

Inmóvil ve la vida que pasa.
Las horas desfilan por sus ojos,
los años se despiden mientras   
que sus arrugas y sus canas crecen. 

Los recuerdos ya son bruma 
y la claridad del día le anuncia
que el mundo ya lo ha visto

El único misterio la saluda
mientras le besa el cuello.
Ella se deja seducir y 
le dice que es hora.

El reloj trae consigo sus olas 
que van barriendo con  la espera 
y ella encantada, se sumerge en el vaivén.

La mujer ya no está en la ventana.
Cuando quise ir a verla
 las cortinas la envolvían
y el viento la llevaba al Olimpo
                                 al letargo. 


domingo, 16 de marzo de 2014

Encuentros


I

En la cabeza de Mariana los encuentros casuales están fuera de la mesa. El mundo de la casualidad y del destino solo lo encontraba en la atmósfera  de la Maga y Oliveira.
En la cabeza de Mariana, sin embargo, siempre hay una posibilidad para todo. Ella siempre niega la indecisión y asume que es muy segura  pero al voltear a la derecha siempre está la izquierda que le grita, el frente que la seduce y el regresar que la tira de pelo. Siempre hay indecisión en su camino y cómo no sí hay tantos por dónde ir, porque todo tiene su antónimo, su contrario, porque elegir un inicio aquí significa no empezar allá. A pesar de lo difícil que le resulte el abandonar para elegir después de mucho lo hace y de vez en cuando los arrepentimientos vienen pero los espanta con el presente. 

Hoy Mariana fue a la cinemateca, no es algo que ella acostumbre hacer, de hecho hoy había sido su segunda vez. Iba caminando por la séptima pensando en llegar a la estación, coger el transmilenio e ir a su casa para entregarse a la soledad pero estaban pasando una película de Godard. Lo pensó por mucho tiempo, si quedarse o irse, pero sin darse cuenta ya estaba en la fila y alguien le pedía los 2.000 pesos para entrar.

Se sentó no muy lejos de la pantalla y mientras la sala se llenaba notó que era la única persona sin compañía. No se sintió mal, la cabeza de Mariana estaba acostumbrada a la soledad, era de alguna manera incómoda cuando estaba rodeada de gente que sí conocía.  Al lado suyo se sentó una pareja que durante toda la película gozaron en ignorar a la inocente actuación de Anna Karina, a Mariana y al resto de la sala. Al frente de Mariana, en toda la fila horizontal se sentaron un grupo de amigos y amigas que parecían ir todos los días a la cinemateca. Durante la película tuvieron sus ojos  fijos en la pantalla tratando de retener cada momento en sus pupilas.  En el asiento  frente a  ella se hizo un muchacho que hacía parte del gran grupo. Al sentarse, Mariana lo miró y sintió gran simpatía por él, por todos ellos en realidad. Se imaginó siendo amiga de ellos, cogida de la mano de todos y atravesando el Louvre corriendo como hacían en la película, pero todas esas ideas se desvanecieron cuando la luz se prendió y la realidad bajaba el telón. 
Hoy Mariana fue a la cinemateca, no es algo que ella acostumbre hacer, de hecho hoy había sido su segunda vez. La primera vio una película que no le gustó para nada y que olvidó apenas salió. Hoy había visto Bande à part y a gente que imaginó eran sus más fieles amigos.

II

El barrio donde vive Mariana es demasiado tranquilo para su gusto.  La mayoría aquí, a decir verdad,  son viejos y viejas que salen por las mañanas, algunos con sus enfermeras, a tomar el sol al parque. Este es el momento máximo de su día,  no desean más. Aunque hay otros que todavía tienen energía y pueden caminar hasta la panadería después de las cuatro de la tarde para hablar, la mayoría de veces, sobre fantasmas que sólo habitan en sus memorias.
A Mariana le gusta verlos pero no por mucho tiempo porque después le da melancolía el pensar que el futuro eventualmente desemboca en no estar más. Se pregunta si ellos están más cerca de la muerte que ella o si en realidad todos estamos a la misma distancia.

Hoy Mariana hizo lo mismo que hacía todos los días, salvo que al regresar a su casa se encontró con una gran sorpresa. Se levantó temprano para ir a trabajar. Su trabajo quedaba en el centro y tenía que llegar a las 9 de la mañana. La estación de Transmilenio no quedaba tan lejos de su casa así que se fue a pie viendo que algunos de los viejos y viejas ya se encontraban en el parque. Cogió el J73 que la dejaba en la estación museo del oro y de ahí caminó hasta el café. Era ella la que tenía que abrir y organizar las mesas porque su turno era de 9 a 3 de la tarde. Hoy no estuvo tan movido como otros días, ni siquiera a la hora del almuerzo así que aprovechó para terminar el libro que había estado leyendo esa semana. Lo había comprado en una pequeña librería que quedaba cerca al café. El librero-que era un viejo lleno de edad, no por el paso del tiempo sino más bien por la cantidad de hojas que había leído en su vida -cada vez que venía Mariana la reconocía y le sonreía pero siempre con cierta distancia, sin extenderse más allá de lo que él creía debido. La veía siempre revolcarse entre los libros en pesquisas la mayoría de veces fructuosas, otras donde solo venía a perder  el tiempo y ver qué podría leer después. Esa vez había recogido  a Miller y a su trópico de Cáncer. Ahora que lo terminaba pensaba en que de pronto ella también debería abandonar su pequeño París y cruzar el mar, irse pero ¿adónde...?
Ya eran las tres y esperó a que su compañero llegara a reemplazarla, pasaron 20 minutos hasta que él llegó excusándose de la demora. Siempre era así, a veces no llegaba hasta las cuatro pero a Mariana no le molestaba para nada, le gustaba mucho el ambiente del café o tal vez ya estaba acostumbrada a esperar.

Caminó de nuevo a la estación para devolverse a su casa. A esa hora el Transmilenio no estaba tan lleno y disfrutaba ver la ciudad moverse mientras ella la miraba desde la ventana. El trayecto no tomaba más de cuarenta minutos pero este viaje se le hizo mucho más corto que los demás, deseó en lo más profundo que esa máquina roja se moviera entre los túneles de la eternidad. Vio al mismo muchacho que se había sentado al frente de ella en la película, ese por el que había sentido gran simpatía y de quien quiso ser amiga. Lo miró  de reojo,  por el reflejo de la ventana, se imaginó que se sentaba al lado ella y empezaban a hablar sobre todas las cosas que pudiesen tener en común, que le presentaba a sus demás amigos e iban todos los días a la cinemateca.  Volteó a verlo y se dio cuenta que ya tenía que bajarse, su estación ya estaba al frente y el deseo de nunca bajarse le volvió. Pero entre quedarse o bajarse el muchacho se bajaba en la misma estación que ella y ya se movía hacia el puente. Mariana salió y también caminó para cruzar el puente. Estaba varios pasos detrás de él, pensó que en aquel punto él cruzaría a la izquierda y ella a la derecha y que sus caminos jamás estarían tan cerca como ahora pero él seguía la misma ruta que Mariana debía seguir. Cruzaron el parque y después ella lo vio doblar por una de las calles que estaba llena de edificios.  Siguió caminando hacia su casa preguntándose qué podría traerlo a su misma atmósfera tan aburrida pero el hilo de sus pensamientos se fue enredando y poco a poco se fue alejando de aquel muchacho.
Hoy Mariana hizo lo mismo que hacía todos los días, salvo que al regresar a su casa se encontró con una gran sorpresa. Vio al muchacho de la cinemateca dentro de su barrio, ese que ahora dejaba de ser tan aburrido.
III


 En los últimos días Mariana comenzó a pensar en lo pequeño que puede llegar a ser  el mundo o a decir verdad, su mundo.  Al parecer cada vez somos más y el espacio permanece  igual que vamos tropezándonos con todos todo el tiempo. Esa era la explicación que se había dado al pensar en el porqué se seguía encontrando con aquel muchacho. La primera vez había sido en la cinemateca, la segunda en el transmilenio, la tercera, cuarta  y quinta vez habían sido  en su barrio cuando caminaba por el parque o solo pasaba por ahí. No paraba de preguntarse si él también la había reconocido o si su cara  para él era la misma cara de la multitud.  Era cierto que las casualidades ni el destino existían  para ella porque jamás los  había presenciado pero ahora su soledad tomaba ventaja de estos encuentros que los transformaba en algo más.  Cada vez que lo veía se imaginaba situaciones diferentes donde se conocían o  pequeños detalles sobre él siempre apoyados  sobre la tierra  movediza de su imaginación.  


Mariana no acostumbra salir los fines de semana pero hoy lo hizo.  Fue a un bar cerca del parkway donde se había quedado en encontrar con toda la gente del café. El dueño los había invitado obligándolos a ir  y Mariana no tuvo oportunidad de sacar alguna de las muchas excusas que estaba acostumbrada a dar.  Tenía dinero suficiente para irse y regresarse en taxi. Le gustaba llegar temprano a todos lados pero consideró que era mejor no llegar de primeras. Se tomó su tiempo antes de salir pensando en cómo iba a ser esa noche.

Al llegar se dio cuenta que la mayoría ya había llegado. Saludó a todos y se sentó en la mesa al lado de Gustavo, el que siempre llegaba tarde a reemplazarla.  El bar le pareció bastante agradable, muy lejos de lo que ella había pensado. Se había imaginado un lugar lleno de gente bailando reggaetón y vallenato sintiéndose fuera de lugar pero aquí el jazz, el blues y hasta la salsa compartían lugar.
El jefe los había reunido porque en realidad ya no era más su jefe. Había vendido el café y decirles que estaban despedidos bajo ese ambiente le resultaba mucho mejor.  Mariana  tenía ahora que buscar un trabajo pero sabía que lo que en realidad necesitaba era otra vida, vestirse sobre otra piel, recoger la de alguien más y hacer que fuese suya, irse pero ¿adónde...?

Después de las once de la noche solo estaban los ahora desempleados y otros tantos que entraban e iban. Mariana quiso irse muchas veces pero el sentimiento de quedarse también le venía. Se dio cuenta que no era la única que se sentía inconforme con su vida y que compartir ese sentimiento con los demás era mucho más agradable que hacerlo sola con sus lamentos. Algunos ya estaban borrachos pero ella no; nunca lo había estado y esta noche tampoco lo iba a estar. Su corazón a pesar de todo se sentía feliz por la música que sonaba y porque podía ahora identificarse con los demás, entre tanta soledad no estaba sola.

En el bar los sábados acostumbraban a tener bandas en vivo y hoy no era la excepción. Ya habían subido dos al escenario. Mariana los miraba entre las cabezas de la gente porque su mesa estaba al final de la sala, sin embargo disfrutaba y cada que finalizaba una canción aplaudía. No había estado así de feliz en mucho tiempo, se sentía en el lugar donde siempre había querido estar.

Ya eran más de las doce y las personas empezaban a irse. Cuando las cabezas que no dejaban ver a Mariana se fueron, se dio cuenta que el que tocaba el saxofón en la banda era el muchacho que había estado viendo. Empezó a preguntarse si la imagen de aquel extraño no era más que un consuelo para su soledad, si de verdad lo había visto alguna vez o si  solo existía en su cabeza.  Pensaba en que si de alguna forma se acercaba él no la reconocería, era ella  la que siempre lo veía. No sabía cómo romper esa barrera de extraños con aquel muchacho que creía conocer tan bien. Pensó que tal vez lo seguiría viendo por ahí, al voltear en la esquina él estaría ahí sin saber que ella estaba o incluso que ella era. Al verlo de nuevo pensaría en todas las conversaciones posibles, buscaría muchas preguntas y encontraría por fin respuestas. El extraño seguiría tocando el saxofón en sus recuerdos y con el jazz y el blues se acordaría de él.  Podía acercarse pero sabía que él no la vería y así le pareció bien. Los encuentros seguirían sucediendo y caminaría para buscarlo, verlo pasar y olvidarlo. Mariana no acostumbra salir los fines de semana pero hoy lo hizo. Vio otra vez al muchacho de la cinemateca, del transmilenio, del saxofón, al caminante de las calles solitarias de su mundo  y entendió que él sería el extraño más conocido en su camino.