martes, 9 de octubre de 2012

Él vino y se fue




Marta se para con un movimiento demasiado brusco sin tener una real conciencia de lo que está haciendo, a causa de las varias copas de vino que ha tomado. En el poco sentido que le queda se dirige hacía al baño para mirarse llorar y sentir pena de si misma. Al volver echa un profundo alarido que rasga con la inocencia de sus hijos y los despierta de su irrealidad. Al llegar al comedor ve la copa ahora vacía, y una mancha roja sobre el mantel blanco junto a la nota que su esposo dejo, ahora borrándose un poco por el vino. Lo que presencian sus ojos no es la bebida sino un río sin caudal que no alcanzó a arrastrar su honda tristeza y la rutina de sus días. Los hijos de Marta la tristonga, salen asustados porque saben que este grito se acerca culpándolos de un grave delito que no cometieron, pero antes que Carlos  y Juan salieran a correr y detrás de ellos la chancleta hambrienta; a Marta no le molestaba la rutina, no había conocido el sabor del vino y mucho menos el de una tristeza tan amarga.

Todo marchaba bien para la ama de casa con un marido que nunca estaba para mostrarle algún gesto de amor. Para Marcos, ella era una esposa en el  total sentido de la palabra, una atadura en su vida. Marta no lo sabía o pretendía no saberlo para hacer de su vida algo más llevadera y para evitar esa coquetería  con la melancolía que nunca le había llamado la atención.  Sus hijos vivían en otro mundo ubicado a varios kilómetros más allá del de sus padres. Cuando ellos decidían visitarlo, claro está, en momentos diferentes, el mundo se veía asediado. Sus padres eran recibidos como los grandes monstruos decididos a acabar con la diversión creada en sus cabezas.

Marcos no se engañaba y ya venía planeando una salida, construyendo la llave para escaparse de la esposa o al menos para darle un pequeño susto. Él era un poco mayor a Marta pero sus facciones mostraban otra cosa. Además, la garganta de su vida necesitaba siempre grandes sorbos de alguna aventura que lo refrescara y al hacerlo a espaldas de su mujer lo llenaba de más satisfacción. Poco a poco se dio cuenta de la cobardía que había en estos actos. Al llegar la hora de dormir juntos  se establecía una muralla  que los separaba. A Marta no parecía molestarle, solo al asomarse y ver que del otro lado estaba alguien la aliviaba pero Marcos siempre tuvo el deseo de colocar más ladrillos para que ya no pudiera verlo.
Marcos al despertar  siente que toda la asfixia de la rutina lo carcome y lo deja sin respiro. Ve a su mujer y no siente nada más que pesar. Ya tiene la llave y puede zafarse. Alista una maleta con cosas provisionales. No sabe bien a donde va pero le importa poco. Antes de salirse de todo este embrollo deja una nota en el comedor que dice: 

                    - Adiós Marta. No hay espacio para dos en esta cama. 

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