miércoles, 12 de febrero de 2014

Oscilaciones

Mientras lanzaba piedra tras piedra mis ojos se concentraban en cada oscilación, pensaba como cada cosa en mi vida no obedecía a tal movimiento, todo iba en regresión. Alcanzaba a ver mi reflejo y veía cómo se distorsionaba y volvía a aclararse cuando el agua dejaba de temblar. Contemplé mi reflejo siempre de la manera en que lo había hecho, como una extraña. También pensé en cómo esa imagen que me miraba sorprendida me pertenecía sólo cuando algo más me ayudaba a recordarla. En ese momento cerré mis ojos e intenté pensarme, saberme en el espacio y verme sentada en ese lago pero solo pude verme a partir de fotos y espejos. En este sueño tampoco logré tener una visión clara de mí, para existir estaba el destello del agua que me hacía recordarme. 

Estuve quieta, tan inmóvil como se puede estar en los sueños que lo único que me movió de ese aislamiento fueron las oscilaciones que llegaban de la otra orilla que estaba ahí como sí siempre hubiese sido así.  Me levanté  de inmediato tratando de obtener una mejor vista y ver si podía reconocer a alguien del otro lado. Nadie se veía allí y quise irme pero no pude moverme con la facilidad que esperaba. De alguna manera estaba obligada a estar ahí. Volví a esperar porque era el único verbo que podía hacer y en un momento, las oscilaciones habían vuelto. La orilla, se me hizo a mí, estaba ahora más cerca y pude ver a una mujer lanzando piedras y con los ojos fijos en el agua.

La mujer estaba tan concentrada que sentí que mi presencia me empezaba a estorbar por la única razón de molestarla pero ella ni siquiera había reparado en mí. Sin saber si lo que veía era real pensé en lanzar otra piedra para que el movimiento del agua provocara la misma reacción que yo había tenido. Antes de hacerlo contemplé  esa escena de ensueño de mi sueño con el temor de que al lanzar la piedra la mujer desaparecería.  Levanté la primera piedra que encontré y la lancé cerrando mis ojos. Dibuje en mi mente la curva con la que había entrado al agua, el sonido con el que la tocó, cómo se hundía en el agua hasta tocar el fondo del lago y en las formas que hacían las oscilaciones hasta llegar a la otra orilla.

Lentamente volví a abrir mis ojos y vi a la mujer que me miraba sin parpadear, deseando también desaparecer.  Lo primero que  hicimos fue observarnos desde esa distancia que se me hacía cada vez más corta. No dijimos nada por largo tiempo, solo nos veíamos en el espejo de la otra. La cara de la mujer era el reflejo del lago, de una fotografía mía. Reconocí nuestra nariz que mira todo primero que nuestros ojos un poco rasgados que no podían ser de otro color que el de la soledad.  Levanté mi mano derecha haciendo un gran esfuerzo para alcanzarla y comprobarnos iguales pero ella se quedó quieta analizándome, viéndome con otra cosa que no podía ser más que el miedo.  Tratando de alcanzarla sentí que la orilla donde ella estaba se acercó aún más, tanto que con un pequeño salto bastaba para estar al otro lado. Sin embargo nos abstuvimos de traspasar el borde.  Al tenerla más cerca comprobé que lo único que nos diferenciaba era el largo de nuestro cabello, el mío me rozaba los hombros y el de ella se movía con toda libertad por sus caderas. También me imaginé que nuestro pasado, incluso nuestro tiempo era diferente pero por alguna razón nuestro presente desembocaba en un ahora que compartíamos.

La mujer de la otra orilla había quebrado el silencio con una especie de soliloquio olvidándose que yo estaba al otro lado. Hablaba en ingles con un acento que pensé que era sureño pero no lo pude localizar con precisión. Su tono de voz tenía la misma tonalidad que la mía y volví a sentir la incomodidad de verme como reproducida en un vídeo. A medida que pronunciaba su discurso me di cuenta que todas esas palabras que lanzaba al aire tenían la intención de hablarme, me estaban contando todas las respuestas a las preguntas que tenía, su historia y el porqué de su tristeza.  Hace mucho tiempo que venía escapando de la miseria con la que había nacido y buscaba la libertad que se le había sido negada. Logró escapar con gran suerte en un barco lleno de otros como ella  hacía Europa pensando encontrar algo nuevo pero se dio cuenta que sin importar el lugar donde estuviera la sordidez estaría con ella como su más fiel compañera.  Después de navegar por más de dos meses sin saber día ni noche, solo conociendo el hambre y compartiendo el sueño con las ratas llegó a Londres queriendo conocer la gentileza del mundo pero el frío y la misma pobreza la recibían con los brazos abiertos en su llegada.  Por muchos días vagó y se dio cuenta que ahora estaba al servicio de lo incierto, incluso llegó un momento en el que enserio quiso regresar pero después conoció a Adele que se ofreció a guiarla entre tanta incertidumbre. Le preguntó qué sabía hacer y por ahí ya habían empezado mal porque ella tan solo había conocido la esclavitud  y hasta ahora la libertad la asustaba. Adele al ser la mujer más buena que jamás había conocido le encontró un trabajo en un bar que quedaba cerca al puerto y que en las noches se llenaba de comerciantes y marineros. Aún trabajaba ahí y las cosas sí han cambiado – me dijo con una sonrisa que se le borró en un instante de su rostro-. Quise preguntarle si era feliz pero no me atreví así como tampoco lo hice al no contarle mi historia porque yo era cobarde, porque yo tenía libertad y no sabía qué hacer con ella.

El borde aún nos separaba y en un impulso salté para abrazarla y mostrarle toda mi  admiración pero cuando me vio saltar, como un reflejo moviéndose de forma paralela a mí, ella también lo hizo.  Ahora estábamos en la orilla de la otra, en islas del tiempo opuestas. En ese momento me desperté y me di cuenta que seguía en el borde ajeno, me levantaba en un tiempo mucho más antiguo que nunca me había visto nacer, bajo mi misma piel pero con un pasado diferente y un presente que no me pertenece. Lo que me inquieta ahora es pensar en ella y en la vida con la que se va a encontrar, de pensar que esa orilla que era mía no se encuentre jamás con esta que ahora piso, de pensar que haya más orillas y bordes que cruzar, más fragmentos de tiempo y espacio.