viernes, 29 de noviembre de 2013

Desde la ventana


Emilia Villalobos siempre fue para mí  toda una revelación, una ninfa diabólicamente bella que se paseaba por los jardines de mis sueños y por la ventana donde yo solía obsérvala. Envuelta en sus largos cabellos negros, ella pasaba mucho tiempo construyendo otro mundo diferente al que vivía.  Miraba al cielo que era verde para sus ojos y disfrutaba llamar a lo negro blanco.

Al ser la menor de los Villalobos, todos en aquella casa la llenaban de cuidados y vigilancias extravagantes. No dejaban que su piel tan blanca fuese acariciada por el sol porque decían que se iba a derretir, y si así lo fuese, yo hubiese sido el más feliz bebiéndomela. Salía una vez por semana y cuando lo hacía, ahí estaba yo como su sombra, siguiéndola sin que ella nunca me notara y levantando en mi corazón un pedestal donde solo estaba ella. A los diez años me imaginaba corriendo por todo su pelo y perdiéndome la vida entera, haciéndome inmortal como su figura. Y si bien yo la creí inmortal y mágica, era tan humana que el tiempo le golpeaba los huesos sin tregua y de tanto encierro y soledad, la locura iba haciendo espacio en su vientre.  

La seguí observando con el paso imparable de los días y ella mantenía inmóvil, sin darse cuenta que yo dejaba de ser un niño y que ella seguía siendo mía en sueños; continuaba sin notar que todo cambiaba a su alrededor, que su figura de adoniza se agudizaba un poco. La mayoría de los Villalobos ya habían dejado de existir, y los que estaban ya no la conocían. Se habían olvidado de ese cuarto donde seguía Emilia envejeciéndose, albergando fantasmas y maldiciones. Sin embargo, siempre la vi con los ojos del niño que jugaba entre sus cabellos, aun cuando dejaron de ser negros para pasar a ser un mar de nieve. Ya no había nadie que la protegiera de los rayos del sol,  quien admirara su belleza sino yo. Ahora era tan vieja como las vueltas del reloj pero desde la ventana se mantenía joven y hermosa. En nuestra ventana no penetraba el tiempo, yo seguía siendo niño y ella Venus.

 No existía el tiempo y fue después de mil años que, por primera vez, nuestros ojos se cruzaron. Me miró desde su lado  y esa que me miraba ya lo hacía desde el mundo inmaterial. A los días que siguieron la busqué, la esperé como siempre y no la vi más. Me hacía tanta falta adorarla, y aunque siempre la miraba desde mi recuerdo, su presencia era vital. Habían pasado mil años para que la mujer que nunca envejecía me mirara, ahora tenía que esperar otros tantos para buscarla, regresarla a la ventana para que esta vez me sonriera.  Pero ir detrás de ella significaba cruzar el límite, pasar la frontera entre su casa y la mía; cosa que nunca había hecho por el miedo a que la realidad nos abofeteara, nos quitara ese alfeizar donde el mundo se veía sin grietas, lleno de locura y de Emilia.

Caminé hasta la casa y entré sin que nadie me preguntara qué era lo que hacía ahí. Había ríos de gente y me moví entre ellos como un fantasma. Sentí la soledad con la que ella había vivido toda su vida.  Desesperadamente la busqué y  abrí todas las puertas de un largo pasillo. La encontré en el último cuarto donde se había mantenido intacta. Abrí la puerta de un mundo que me parecía inaccesible, que se me hacía posible solo desde la ventana. Vi que sus cabellos se extendían como un gran tapete blanco por toda la habitación y me costó gran trabajo nadar entre ellos para encontrarla. Estaba ahogada, revolcada entre su propio pelo, con todos sus demonios esparcidos, los demonios del olvido y la milenaria soledad, los fantasmas del tiempo y la efímera belleza.

 Me di cuenta que ella ya no iba a estar más y que nuestra ventana ya tenía las puertas cerradas, Emilia ya no iba a volver y yo tenía que dejarla ir. Quise asomarme por última vez, por fin tenía la oportunidad de ver cómo ella veía el mundo y ver mi pequeña ventana del otro lado. Pero cuando lo hice me di cuenta que ella no veía mi ventana.  Su ventana daba al cielo, a todos los mares, al mundo entero y a la infinita eternidad.  Ese era su secreto y decidió abandonarlo porque su corazón necesitaba un descanso. Con la ventana abierta estaba la inmortalidad, cerrada significaba lo real y la muerte. Tal vez era hora de cerrar la mía también y observarla desde otro universo, abrir otra donde no existiera el tiempo.

martes, 26 de noviembre de 2013

Vacío


Miro con que afán se mueven las angustias,
con ese olor de soledad milenaria 
que se acompaña del miedo al mañana.

Veo cómo avanzan preguntándome por qué 
el amor no viene y la juventud se va.
Quieren saber si es cierto que el  tiempo tiene su propio tiempo, 
que si aquí se está condenado a esperar. 

Me hablan del dolor en el que viven
porque no encuentran su lugar entre todos los demás,
andan sumergidas entre lágrimas 
caminando por el pasillo de la soledad.

Y yo no sé qué consuelo darles ni a quién culpar 
porque el vacío solo se llena con alguien más, 
porque en la lengua solo tengo preguntas,nunca respuestas.



domingo, 3 de noviembre de 2013

Lo que sé de la imaginación

En mi niñez siempre me vi envuelta en viajes repentinos, hilaba para después destejer todas las rutinas que iba construyendo. Nunca llegué a acostumbrarme a ese ir y venir, es más, le tenía envidia a las cosas que permanecían quietas en su lugar mientras que nosotros nos movíamos acelerados.  Me gustaba imaginar que sucedía lo contrario, que mi familia y yo éramos un centro estático mientras que las cosas iban girando alrededor nuestro. Que por una sola vez nos quedábamos quietos, estables.

Ese sentimiento se hizo más fuerte cuando tuvimos que irnos de ese pequeño paraíso. Es cierto que antes de llegar por mi cabeza pasaba la imagen de una selva inmensa. Estaba segura  que tendríamos que dormir en árboles y que por mascotas no habrían perros ni gatos sino boas abrazándonos hasta la muerte. Pero era un pueblo pequeño, tanto que todos los pájaros que salían a las seis de la tarde la encerraban y la arrullaban toda entre sus alas. Para mí era el mejor espectáculo y la mejor hora del día, la que anunciaba que podía ir a visitar a  Susana, la vieja que vivía desde que el mundo era joven.

Vivía a doscientos pasos de mi casa, los contaba con ansias y cuando la veía ya sentada en la mecedora que daba a la calle me apresuraba aún más mientras que mi corazón se aceleraba. Susana tenía el pelo largo, de un color gris como el de los diamantes. Su sonrisa milenaria iluminaba nuestro encuentro y cuando empezaba a hablarme, su voz nítida la elevaban.  Me acuerdo mucho de sus piernas porque estaban cubiertas por pequeñas venas que las recorrían como ríos, y sobre todo, de sus manos que cargaban con todos sus años. Eran largas, delgadas y siempre olían a dulce de castaña. Nunca conocí a nadie que viviera con Susana pero de alguna manera todos los del pueblo habitaban en ella.

Era solo al canto de los pájaros donde podía ir a visitarla, era su única regla y yo la respetaba así mi curiosidad de niña me carcomiera. Me sentaba al lado de ella mientras la escuchaba y dejaba que me tomara de la mano, me llevaba a sus historias donde la protagonista siempre tenía su nombre.
De hecho, nunca narraba en tercera persona y se daba el pleno gusto de hacer y deshacer el mundo como quería. Pero en esa constante construcción llegaba la hora que tanto Susana como yo odiábamos, sé que si no hubiese sido por mi mamá que entraba con su afán de realidad, ambas nos hubiésemos quedado viviendo un buen rato en esos cuentos que nunca tenían un final.
La verdad no recuerdo haber tenido más amigos sino ella, los niños de mi edad no tenían nada que ofrecerme a comparación de la sabiduría que sin saberlo, Susana me impartía. Aún me gusta pensar que me contaba sus historias porque nadie más estaba dispuesto a escuchar y una niñita curiosa parecía el mejor público.

Cuando estábamos por fin quedándonos un poco inmóviles mis papás habían decidido que era tiempo de irse, de serle extraña a un mundo que me estaba abriendo sus brazos, que me aceptaba en forma de la vieja Susana. Pero ya no había nada más que hacer. Intenté esconderme en ella y salí corriendo a buscarla, sin importar que los pájaros no estuviesen en el cielo, rompiendo las reglas de nuestro encuentro. Me acuerdo que corrí con mucha fuerza esperando de alguna forma que al moverme alcanzara la quietud de los objetos, que lograra quedarme en alguna de las tantas historias de la vieja que vio al mundo nacer.

Pero al llegar, Susana no estaba en su pedestal. No había rastros de la mecedora ni de ninguno de los objetos que pertenecían a nuestro pequeño ritual, y que representaban para mí seguridad, un escape en el tiempo. Sin embargo, decidí tocar la puerta, sin estar  consciente que lo que pedía no era ver a Susana sino a la imaginación. Vi que la puerta poco a poco se fue abriendo y me mostró a una Susana sin edad, que se movía sigilosa e intrépida entre el paso de la historia. Estaba tan ocupada viviendo la aventura que me contaría en la noche que ni siquiera se dio cuenta de mi llegada.

Esta vez Susana era la india más hermosa que la tierra había cosechado, era la selva misma y sus ojos reflejaban la noche que hacía perder a los invasores dentro de su infinito cuerpo. Sentí la brisa, el frío de lo desconocido que asustan tanto a todos, pero yo estaba quieta, por fin quieta viendo a la imaginación funcionar. Mis ojos seguían a Susana que estaba en el centro de todo y de todos. Varios le hacían trenzas en sus cabellos largos y la llenaban de agasajos. La preparaban para mandarla a los que sin permiso se habían metido en la selva destruyendo todo a su paso. Hicieron de ella un caballo de Troya donde escondieron toda la furia de un pueblo. Al llegar Susana, los que hablaban otra lengua la colmaron de adjetivos que ella no entendía, al verla la tomaron por el oro que había que explotar; se dejaron confundir y cayeron en un letargo.  Ella encarnó su papel de heroína dejando salir la ira de su pueblo y vi una vez más a Susana siendo la libertad, el ensueño, la imaginación.  Me emocioné tanto con lo que me mostraba que intenté dejar de ser una espectadora, corrí a abrazarla y a felicitarla pero al hacerlo la selva ya se había desvanecido. El cantar de los pájaros nos acobijaba de nuevo y Susana me esperaba sobre su mecedora. Me contó la historia de cómo dentro de su cuerpo escondió a todos los de su pueblo para salvarse de ser domados por las armas de los hombres.

Cuando la hora del final de nuestro encuentro se fue acercando, lloré y un sentimiento de nostalgia invadió todo mi cuerpo porque sabía que no la iba a ver jamás.  Me refugié entre sus brazos, queriendo que nunca nos moviéramos. Le dije que ya nunca más escucharía sus historias, que ella no tendría nadie más a quién contárselas y volví a estremecerme entre sus piernas. Pero entonces con sus manos llenas de edad cogió mi  rostro  y me contó que me podía ir, que podía estar en cualquier lugar, espacio, tiempo y  a la misma vez estar con ella. Me dijo que la vida pasa rápida pero que podemos hacerla eterna en la memoria, me habló de la imaginación y su poder de hacer vivir. Me dio el secreto para estar en todos los lados aun estando quieta, inmóvil. 




sábado, 14 de septiembre de 2013

Oiga Torres

Oiga Torres, escríbame el poemita ese para Paola ¿sí?,¿se acuerda que le dije la otra vez? Pero uno fácil, que entienda para poder aprendérmelo y decírselo la próxima vez que venga. ¿Usted la ha visto? Es bien linda ¿no? Pues a mí sí me gusta, aunque sabe que al principio no mucho. Ahí en el restaurante a donde siempre iba a almorzar, ella atendía y siempre tenía una cara tan triste, yo no sé, como esa palabra que usted dice todo el tiempo ¿melancolía? sí, esa. Una cara parecida a la de usted cuando empieza a escribir.
 
Torres no se le olvide, por favor. Si quiere se lo pago ¿A usted le pagaban por escribir? Pero mire que al final decidí hablarle porque esa tristeza como que me llamó la atención. Cuando la vi ya más de cerca, usted no se imagina lo que yo sentí. Esos ojos que tiene parecen agüita, siempre me veo en ellos con una cara de pendejo. Ella me dijo que también quería hablarme pero no sabía cómo y yo como que sí le creí porque se puso toda roja y nerviosa. Uyyy hermano, es que es bien linda.
 
Desde ese día que empezamos a hablar yo no dejé de ir a verla. Parqueaba el taxi en frente del negocio y me quedaba como dos horas hablando con ella. Después, en las noches ya la recogía y la llevaba a la casa. Y cuando entraba yo me quedaba mirándola con ganas de seguirla. Pensaba mucho en cómo sería entrar y ver qué era lo que había detrás de esa puerta. Me la imagina que llegaba, se quitaba toda su ropa que olía a comida y se desnudaba. ¿Tiene sueño? Porque sí usted quiere le puedo contar todo esto después. Igual tenemos mucho tiempo. ¿Le digo algo? A veces me imagino estando con ella en la cama, sin salir ni siquiera, solo estando ahí, tranquilos. Pero aquí me toca pensarla e imaginármela toda desde esa miseria. ¿Enserio le sigo hablando? Bueno, yo tampoco tengo sueño.
 
Cuando por fin entré en esa casa todo era muy chiquito y olía a ella. Fue hasta ahí que me enteré que tenía esposo pero que se iba y volvía solo para sacarle plata del restaurante. Desde ese momento tuve mucha rabia de ese tipo y lo envidie y quise ser él para estar con ella todo el tiempo.
Le propuse que nos fuéramos por ahí, que nos escapáramos. De pronto ir a Medellín y trabajar allá con el taxi o montar otro restaurante, pero tenían un hijo y ese chino los unía por algún motivo. Cuántas veces no le dije: Camine, vea que allá podemos hacer todo de nuevo y el tipo no se va a aparecer. Pero Paola siempre me decía que no, no sea cansón, no. Mientras que yo trataba de convencerla el hijueputa seguía viniendo, le pedía plata, y cuando ella decía que no, le pegaba y la amenazaba con llevarse al pobre niño. Claro hermano, eso pasaba cuando yo no estaba, llegaba y me la encontraba toda moreteada y Paola no me decía nada. Se inventaba unos cuentos todos raros, pero yo estaba seguro que era ese tipo.
 
Entonces yo decidí esperarlo para ver si era capaz también de meterse conmigo pero cuando estaba ahí si no venía. Me daba mucha rabia porque yo quería ayudarla y ella no se dejaba, yo creo que es que a ella le gusta sufrir, no se ve haciendo otra cosa. ¿Usted qué cree? claro que le he dicho eso, pero en el fondo siempre espero a que me diga que no, que no me va a abandonar. Tampoco es que yo le insista tanto porque la verdad es que es la única persona que yo tengo, imagínese si se me va.
Aunque mire que tanta espera sirvió de algo. Tal cual me lo imaginaba llegó ese güevón creyéndose el dueño del restaurante, borracho y gritando que le diesen todo lo que había ganado Paola y ya le iba a dar un puño, así, sin más cuando yo me paré y lo agarré. Hermano, yo no sé de dónde me salió tanta fuerza pero le empecé a pegar. Ni siquiera dejé que se defendiera ni que dijera nada. Yo solo pensaba en la rabia que me daba que Paola sufriera por ese malparido, es que contándole esto todavía siento como ese fueguito en el cuerpo ¿Sí me entiende? Yo no sé cómo pasó ni en qué momento, solo me acuerdo que el tipo se quedó tirado ahí y yo solo podía mirarla a ella, y aún la veo aquí. Cuando salga de esta vaina hermano, le juro que nos vamos, no importa a dónde, pero nos vamos, lejos…muy lejos. Oiga Torres ¿y usted por qué está aquí?


viernes, 16 de agosto de 2013

Efímero

Qué tiempos, corazón,
el que nos hemos inventado.
Aquí sentados, toda la
eternidad ha pasado.

¿Viste también a la soledad?
Nos venía buscando
para arrastrarnos.

Nos quería llevar al espectáculo
donde la primera guerra del mundo y
la última se confundían y solo bailaban un vals
que olía a muerte.

Nuestro futuro no vino
pero ahí estábamos en nuestro entierro. 
La humanidad entera nos lloró
y entre sollozos y gritos, la vida floreció.

¡Mira nada más cuántos imperios vemos desde acá!
todo lo que el olvido no escribió y el alma ignoró,
la vida recostada y ellos peinándola;
esclavos de lo desconocido, aventureros temerarios.

Todos nos decían: ¡Salid a vivir!
y casi creímos en la infinitud que guarda lo fugaz,
casi que tuvimos fe en el tiempo.

viernes, 2 de agosto de 2013

El corazón de los poetas

Ma chèreTeresa 

No había querido escribirte esta carta, primero, porque sabes que las palabras no me vienen fácil y segundo, porque no deseaba aceptar los hechos que me han venido sucediendo. Sin embargo, estoy consciente que al poner esto sobre el papel y enviártelo podré sentir que las cosas que han pasado son reales y no un simple y triste  consuelo para esta soledad que has dejado. ¿Te acuerdas cuando decías que me faltaba cabeza para tantos pensamientos que me entraban? He llegado al punto de creerte todo este cuento Teresa.  

No sé muy bien si el que te escribe esto es  León Márquez, José Mutis o Julio Borges - Amigos que habitan en  mi como fantasmas y que van robándose, poco a poco, pedazos de mi vida-.Lo que sí te puedo asegurar es que " Carlos Caicedo", al que tú has conocido en momentos de intrépida pasión, fugaces alegrías y al que decidiste abandonar, ya no existe más. 

Empezaré con José Mutis que fue el primero en entrar sin tocar la puerta a mi memoria. Llegó cuando estaba tomando el desayuno y la boca me empezó a saber a brisa y a sal. Cada poro de mi piel sentía la libertad y la pequeñez que experimentan los que viven en un emancipado secuestro con las olas. Te imaginarás la emoción de este viejo, TU VIEJO, que nunca ha visto el mar al ver como esos recuerdos ajenos se  reproducían tan vivamente.

Mutis hacía parte de la embarcación "Los Quijotes" que transportaban mercancía de contrabando por todo el Caribe. El tiempo con el que estuve con él - no más de una semana o  una hora  o un segundo, sabes que yo y el tiempo no nos llevamos bien-  pude ver de cerca su alma de poeta y enamoradizo, de borracho y melancólico. Me dio un tiquete libre para entrever toda su vida. Cuando la embarcación atrancaba en un puerto su única regla era conseguir a las mujeres más tristes y peculiares, con algún talento oculto o secretos profundos; por lo menos ese era su modus operandi. Él no tenía que pagarle a prostitutas como sus demás compañeros porque su galantería las conquistaba. Teresa, tenías que ver cómo esas Dulcineas lloraban cada vez que "Los Quijotes" se iban, cómo se llenaban de promesas y amores para una próxima vez que nunca acontecía. ¿Tengo que decirte que con cada recuerdo de mujeres que Mutis me prestaba, que con cada noche con María, Andrea, Juana, Mariana, Adriana...era, en realidad, una oportunidad más para seguir imaginándote  mía?  

Es necesario que haga una parada en Adriana, Adrianita, Adriana la linda, la tuerta. José la vio con un cigarrillo en la boca, un vestido negro que no hacía contraste con su piel canela, con su pelo, ¡con ese pelo hasta las caderas! La vio lista para cruzar la calle y que la vida le pasara por encima pero él la agarró a tiempo y el cuerpo de Adrianita se estremeció agradecido porque la había salvado de la horrible muerte. Pero esas mismas manos que la salvaban, te digo esto ahora para que no  te ilusiones con finales felices, la arrastraban a la calmada tempestad, a los apacibles remolinos, cerca donde tú y yo solíamos vivir Teresa, cerca del amor. Al ver la imagen de Adrianita con ese ojo que le daba vueltas, que no servía, ese ojo de ¿para qué? pensé que José la iba a rechazar pero al saber que ella ya lo adoraba desde su única pupila la quiso más cerca de él.

 Adriana era sola en el mundo. Se había hecho del aire, del mar, de la sal. Si quería venia o se iba con tal soltura que su cuerpo parecía ser como la lluvia. No tenía dueño o eso creíamos al principio, me refiero a Mutis y a mí, porque a ambos nos sorprendió saber que Adriana era casada. Cuando aparecería después de 3, 6 u 8 días era porque estaba con su esposo en algún viaje de negocios, en un sitio donde no podía ser Adriana la linda, la tuerta sino solo Adriana DE MARTINEZ, como si fuese propiedad, como si fuese una casa  o un zapato o su perra. José no podía reclamarle ni aceptar que también le hubiera gustado llamarla Adriana de Mutis como si fuese su propiedad, su casa, sus zapatos o su perra. Lo que estaba a su alcance era pintarle salidas de escape, un mundo más allá de la orilla de la cama, de la embarcación, de su marido y de todos pero nunca hubo tiempo y es  que nunca hay tiempo Teresa.

En uno de esos largos viajes que hacía Adrianita, José tuvo que irse a transportar una mercancía, no se despidieron porque la ausencia era común entre ellos y sabían que el “Hasta pronto” siempre estaba servido sobre la mesa. Incluso yo pensé que ese recuerdo no iba a tener un gran impacto, que era algo sin significado.

Querida, amada no tan mía, tengo que agarrarme fuerte a estas letras porque aún puedo sentir como las olas y el viento arrastraban a los Quijotes, puedo ver los  vestigios de muchas noches, mujeres, de Adrianita. No pude despedirme de Mutis ni Mutis de su tuerta. Esa noche escuché todos los gritos de los tripulantes y ¿por qué no decirlo? de toda la humanidad y yo solo temblaba muy solo de este lado y tú allá Teresita,  ma petite Colombe...tu t'est allée déjà.

Esto aún sigue y creo que ya nunca va a parar, y de alguna manera me alegra porque estoy muy solo. Después de Mutis pensé que seguía la nada y que ahora bastaba con  buscar una explicación lógica a esos recuerdos tan ajenos y propios pero Márquez no esperó a mi duelo por la partida de Mutis y sin más, me bombardeó con una tristeza solo comparable con la mía. Te digo que este tipo era todo lo opuesto a mi anterior compañero, aunque eso sí, tenían el mismo aire melancólico y poetizo. Ya no sentía el mar ni veía la sal sino a los sonidos de la ciudad aturdida y asustada.

León era un ser solitario, tan joven que había decidido pasar por viejo ante los ojos de los demás. Era muy reservado y sus memorias venían, primero, como tanteando el terreno para después clavarse en mí. Me dejó entrar y ver cómo una sola mirada le hizo darse cuenta de su terrible soledad y hacer que su mundo tomara cuerpo. Me puso a correr largas caminatas por los barrios más remotos de Londres. Cada paso que daba significaba un grave dilema, un pensamiento profundo, un suspiro de miles de teorías filosóficas. Fue la visita que más me afectó, pero bueno, iré al grano para sacarte ya de la intriga que sé que tienes Teresa.

En una de estas caminatas vio delante suyo un afanado caminar acompañado de un pelo corto que se movía de lado a lado. La curiosidad que la muchacha dejó en él había sido tal que la siguió sutilmente mientras la idealizaba. Quiso que fuese triste y solitaria como él, se la imaginó leyendo a Wilde, Baudelaire  y a Poe. Siguió sus pasos como si fuesen la única verdad en este mundo, creyendo que esos pies lo iban a llevar al mismo Edén. Pero tú y yo sabemos que entre más esperanzas colocamos en extraños resultamos desilusionados.

La del pelo corto y piernas flacas se llamaba Claudine. Su cuerpo pálido nos llevó a uno de esos bares donde solo acuden los seres más miserables, en donde la raíz de los árboles se infecta de desolación y ruina. Sin embargo, él estaba tan maravillado que no le  importó nada, algo tenía que haber en esos ojos para que León estuviese adorándola sin conocer nada de ella. De pronto era un aire de mujer fatal que ningún hombre, así luche con el mejor ejército, no puede evitar que su barco vire hacia la tormenta.  

Los primeros días solo fueron angustias y contemplaciones, queriéndola sin que Claudine supiese de su existencia, imaginándose esta vida y muchas otras juntos, viviendo en el campo, en la ciudad, encerrados libremente en el cuarto alquilado de León, acostados en el colchón sobre el cielo, echándose el mundo entero encima. Contando historias y escribiéndole más, convirtiéndola en su Musa y salvándola de ese horrible hueco. Pero Márquez no se animaba a hablarle y solo continuaba imaginando ¿Qué podía hacer yo Teresa?  Quería ayudarlo  y darle consejos, dejarle la experiencia y ver qué hacía con ella, poder heredarle el coraje y el valor de todos los héroes. Pero era una película donde, por más que quisiera, no tenía ningún papel salvo el de espectador que grita a  la pantalla y dice: pero háblale, arriésgate, no seas tímido. Y como si se compadeciera de mí me entregó el mejor recuerdo que se venía sembrando desde hace mil años, un encuentro que iba mucho más allá de lo que es el destino.

León se había resuelto a decirle Hola- palabra más simple aunque aterradora y difícil de pronunciar, esa que se dice sin saber a dónde exactamente se va a llegar- y poco a poco ir indagando en la vida de esa muchacha. Claudine le dijo que era Claudine y si quería podía esperarla mientras acababa su turno. En esos ojos vi la melancolía y supe que ella también lo esperaba, en esos ojos vi a los tuyos y a mi soledad… ¿por qué no vuelves Teresa?

Márquez la esperó y ambos fueron caminando aullándole a la ciudad, eran gatos sin edad. Claudine hizo de su hogar la cama de León;  por su parte, él la introdujo a los poetas malditos, a Poe, a Joyce y a Tolstoi, la tomó de la mano para hundirse en hondas lecturas. Ella solo se revolcaba entusiasmada, llorando por su ignorancia porque veía las letras y eran como jeroglíficos, León se convirtió en la imagen más cercana a un dios que tenía acceso a otros mundos. Poco a poco, él logró acomodarla a todos sus prospectos, trató de combatir todos los fantasmas y arrancarlos de raíz. Pudo con todo menos con la pobreza, la enfermedad, la avaricia de una joven que soñaba con que su nombre cruzara los mares. Queriendo siempre más de lo que la vida le ofrecía, y mira qué cosas le ofrecía Teresa, nada más y nada menos que el amor.

Tuve que lidiar con el pobre de León cuando empezaba a preguntarse el por qué de la humanidad, de su mundo, de Claudine con el vestido rojo, bajo las luces del bar sin importarle nada, de Claudine sin el vestido. De él y ella con un pocotón de sentimientos en el medio. Eran celos, amor, odio, compasión, aversión y atracción. Sé que él solo no podía con todo y por eso se recostaba en mí, tratando de soportar que Claudine estuviese con muchos y con él, hallando la salida a esa telaraña en la que ambos estaban tan inmersos.  

Un disparo rompió la noche  y todos los pedazos que caían de ella iban punzando mi piel. Después de largas discusiones león empezó a amenazar a la pequeña Claudine con la idea del suicidio. Márquez lloriqueaba y pataleaba asustado de que se viese obligado a cumplir esa promesa. Siempre había pensado en el suicidio pero ahora quería colgársele a la vida, la vida que se resumía en Claudine. Ella al escuchar los berrinches de León no hacía más que reírse porque tampoco lo creía capaz y seguía usando su vestido, abriendo las puertas al pequeño infierno que era su cuerpo.  Ambos ignoraban el poder de los impulsos, tú también al irte, yo  al escribir esta carta que quizá terminará en la basura, la humanidad al lanzarse a guerras, a cultivar más cerdos cuando ya crecen en los árboles. Justo a los ojos de Claudine y en los míos, ahora en los tuyos, la sangre  fue caminando y arrastrando a Márquez, acabando con las memorias de mi triste amigo León .Estaba solo de nuevo Teresa, aunque no por mucho.

Falta Julio Borges. Llegó y yo lo esperaba con muchas ansias, limpiándole mi cabeza para que pudiese acomodarse como le gustase, quise confiar en él porque me daba la mano para sacarme de la soledad y se la agarré con fuerza.

Borges era un hombre que inspiraba respeto y admiración, su paso nunca flaqueaba y al caminar nunca se le olvidada que después de la pierna derecha seguía la izquierda. No se confundía. En su cabeza no existían cosas como el destino, la suerte. Para él la vida no estaba condicionada al azar ni a cosas místicas o predestinadas. Julio quería demostrar con cada acto de su vida que él podía montarla sin ayuda divina, que las oportunidades eran propias de la dinámica del universo y que nuestra única labor era actuar sobre  ellas, rechazarlas o aprovecharlas.  ¿Se te hace conocido todo esto? La misma visión de  la vida la compartían ustedes dos. Yo que siempre te vi como un regalo divino y tú reprochándome, diciéndome una y otra vez que sobre nosotros recaía todo lo que nos pasaba. ¿Por eso te fuiste?  Si es por eso puedo negarlo todo, a la suerte, al destino, a todos estos eufemismos. Pero esto ya no viene al caso. Prometo que de lo que viene dejaré de quejarme y te contaré de Julio Borges.

Los primeros recuerdos eran de largos insomnios, horas ocupadas hablando con colegas sobre filósofos de otros tiempos y las mismas ideas que cada uno tenía. Iban desde los presocráticos  a Schopenhauer,  de Aristóteles  a Nietzsche. Había días en que me perdía en los grandes laberintos de sus conversaciones, era tan ignorante entre todos ellos Teresa.  Cuando digo ellos me refiero a el periodista  que era perseguido por los de izquierda, los de derecha, los del medio. Decía que solo peleaba por la verdad y resulta que nadie la decía. También estaba la poeta que no hacía más que parecer triste y lo hacía solo para engañar a los que se dejan llevar por las apariencias, para después entregarle la alegría a los que se toman el tiempo de escarbar el alma.  Sentí que Borges la amaba con locura y, a decir verdad, todos ahí en esas tertulias pero solo la admiraban en el eterno silencio. Por último, el fotógrafo y la actriz que eran pareja, constituían una muralla impenetrable y solo iban a escuchar a nuestro Julio hablar sobre la muerte, la vida y lo inerte. Estas constantes charlas se realizaban en cafés, en el apartamento de la poeta, en el bunker del periodista – aunque esto significaba vigilar que nadie siguiera, en tener muchos cuidados - , y la mayoría de veces en la sala de Borges.

Entre  todo esto me empezaba a preguntar si Julio no tenía otras pasiones, si todo en su vida era filosofía y libros y palabras de otros tiempos, si no perdía la cabeza por algún amor. Y así, como oyendo mis quejas – Teresa, sentí que todo lo que te contaré lo hizo con la única intención de sorprenderme- me dejo ver a su Isabel desde que el tal destino le tendió una trampa con el cuerpo de ella hasta que ambos se fueron perdiendo en el bosque de la locura.

Julio vio por primera vez a Isabel en el cine. No se hablaron, solo se reconocieron y cruzaron una mirada, que para esa mujer significó el cielo y el mar, para Borges más la tierra donde estaba lo real y lo palpable; después se dejaron ir, como ocurre casi siempre con los extraños. Pero siguieron los encuentros en las calles del barrio donde vivía Borges. Pasaba que iba caminando y se le antojaba un café, minutos después  entraba Isabel con un abrigo que la cubría toda y una cara que decía destino. O tenía una cita con el fotógrafo, la actriz, el periodista y la poeta en un restaurante y llegaba ella con una cara que decía: Borges, vas a caer. Por último en  la librería, que era donde Isabel trabajaba, él se acercó mientras ella tenía la cabeza sumergida en Cocteau.  Fue en un parpadear que la introdujo en su mundo, la llevó con los colegas, ellos la quisieron desde su timidez, inocencia, y particularmente, desde su manera de ver la vida. Era esa peculiar forma de tratar su existencia, que no era tan de ella, lo que le sacaba de quicio a Borges, lo que le hacía perder los estribos y amarla un poco más sin comprender por qué. Isabel lloraba y se reía de la vida tan linda y triste que le había tocado. Le había tocado porque la posibilidad de cambiar  no existía, se dejaba llevar por el destino que otros habían escrito para ella. Vi que cada pequeña cosa que estaba en su camino significaba un presagio oculto, una maldición irreparable y que en algún lugar de ese manual que era Isabel decía que Julio Borges era la gran salvación.

Un día la casa de Julio se fue llenando de maletas, cajas y una avalancha de recuerdos junto a Isabel  fueron caminando por mi mente. Además de sus cosas personales Isabel trajo consigo un montón de supersticiones, el miedo a la noche que se traducía a toda su vida y con todo esto, la locura. Por las noches los espíritus la veían dormir y hasta se apoderaban de sus sueños. Despertaba a Borges y él la calmaba, le decía que los dos estaban seguros porque estaban ahí solo para el otro.

Una noche Julio volvió a su casa faltando poco para que la noche se fuera a pasear y encontró a Isabel temblando en la cama, sintiendo al demonio dentro. Las sábanas estaban empapadas de los ríos de sudor que botaba el cuerpo de la pobre. Julio no sabía qué hacer, salvo imaginarse las peores situaciones, ladrones que la habían violado, alguna  fiebre ya muy avanzada que la carcomía. Teresa, eran los fantasmas que la perseguían, que ella inventaba o que habían existido siempre. Antes de que la razón se le escapara del todo a Isabelita, Borges se enteró de todo lo que había sucedido, y no hizo más que culparse e ir cargando la cruz de la humanidad.

Ella estaba preocupada por Julio y sabía que no podía dormir sin su presencia así que lo esperó. Las ansias que tenía por la llegada de su compañero engañaron completamente a su mente. Escuchó un fuerte estruendo y salió a ver qué era lo que pasaba. Al llegar a la puerta se dio cuenta que estaba Borges tumbado en el suelo. La pobre Isabel hizo el esfuerzo para levantarlo pero pesaba toneladas. Le besó el pelo, la cara y con su dulzura lo convenció para que se parara. Dirigió sus pasos agotados y rápidamente se echó en la cama, sin decir una palabra. Isabel fue a la cocina a traerle un té bien caliente pero a su regreso el Julio que había dejado en la cama ya no estaba, nunca había estado.

Los médicos le arrebataron a Isabel y Julio nunca más la volvió porque se dejó morir creyendo que ese era su destino. Lo vi morir Teresa y no podía hacer nada, fui testigo de cómo su cuerpo se hizo extraño del sueño. El miedo a la noche y a vivir se le imprimió en la piel, y así, poco a poco se despidió de mí y del mundo entero. Se fue creyendo en todo lo que había detestado y amando a la loca de Isabel.

Y con Borges se acabaron los recuerdos y solo estoy yo mirándome al espejo, ahora veo en mi reflejo cómo los rostros de Julio, Mutis y León se combinan en mí cara y en todo mi cuerpo. Me doy cuenta que esta carta te la escribe José Mutis desde su embarcación pensándote ajena, León adorándote con tu vestido rojo y Borges desde tu locura. Este que te escribe es José, León y Julio y yo, todos nosotros perdimos la cabeza por ti. Somos cuatro pero a la larga uno, un solo corazón Teresa. Puedo ver mi corazón triplicarse en su tamaño y trabajando como una locomotora que nunca para, veo cómo la sangre que circula por mis venas es la misma que pasaba por el cuerpo de Mutis, la que se hervía al ver a Adrianita, Claudine, Isabel, al verte a ti.

Empecé esta carta para entender todos estos hechos y atarme los pies de nuevo a la realidad pero descubrí que es mejor vivir en la frontera, con un pie pisando la locura y el otro ocupado en el paso corriente de los días. Ahora que tú estás lejos es tiempo de que yo te acompañe y que a cualquiera le lleguen estas memorias, le llegue una vida que ya está a punto de acabar.


ATT: El corazón de los que te amaron. 
 

sábado, 6 de abril de 2013

Redundancias

Cuando estás, el vagabundo
nunca anda vagando.
Está en su lecho
temiéndole a todo lo temible.

Cuando estás, el ignorante
no ignora su ignorancia.
Al contrario, sabe que no es sabio
y que el saber se esconde en el ignorar.

Cuando estás, el prepotente acepta su
prepotencia y, por primera vez, agacha la cabeza.
Se retira la máscara y deja ver al mundo su
rostro pulcro de inseguridades muy seguras de sí mismas.

Cuando estás, el redundante no redunda
en lo que es redundancia.
Se ahorra las palabras y  se vuelve
enemigo intimo de los sinónimos.

Pero la verdad es que nunca estás
y el vagabundo vaga ,el ignorante es sabio.
El prepotente no sabe que lo es
y yo me enredo entre tanta redundancia.



jueves, 28 de marzo de 2013

Eterno Souvenir

En el violín estaba cada partícula de su vida. Estaba claro que cualquier rasguño que recibía el instrumento para él  una llaga honda y dolorosa. Su nombre era Travis, el del violín Marianne. 
Ella había llegado a su vida por medio de su padre. El papá de Travis era un profesor de química que trabajaba con el anhelo de llegar a casa para tener tiempo de explorar a su única amante, Marianne. En ella estaba contenido lo infinito y cada rincón del mundo. Solo cerraba sus ojos y se dejaba transportar. Lo mismo le sucedía a Travis. Pero ahora, cuando la frontera entre  la vida y la desconocida muerte se hacía tan difusa, tenía que desprenderse del violín y buscar a alguien a quien dejarle tal regalo. 

Para su padre fue una tarea fácil porque solo tenía a Travis desde la muerte de su esposa.Por otro lado, para Travis no era tan sencillo. No tenía esposa, hijos o ningún otro parentesco con nadie. No es que está situación haya perdurado toda su vida. Por sus manos pasaron cantidad de mujeres conquistadas por el sonido del violín; pero, sí bien las atraía al principio, salían corriendo al ver la obsesión de Travis por cuidar a Marianne.

Una mujer que sus manos recordaban muy bien, tanto como las cuerdas del violín, era a Julia Trucman. Se acordaba de haberlas estudiado sin barreras ni ningún tipo de restricciones. El cuerpo, ahora viejo, de Travis se estremecía cada vez que en el río de su memoria se sumergía la imagen de ambas. Le gustaba contemplarlas y encontrar diferencias y similitudes. Fue la única que permitió 2 mujeres a la vez en la cama. No actuaba con competencia; sabía que la primera siempre iba ser Marianne. Sin embargo, Julia no aguantó tanto tiempo. Tenía un espíritu tan libre, como esos que envidian las personas que no pueden ver el sol cuando está encima de ellos, que fue desvaneciéndose poco a poco. Era una desaparición que todavía se sentía; de todas maneras, lo único que hizo por recuperarla fue extrañarla.

Travis creía que su soledad estaba muy bien acompañada por los sonidos majestuosos de aquel aparato.Era obvio que ahora se arrepentía porque la misma vida lo obligaba, lo estaba jalando de los pies arrastrándolo hacia la muerte; nadie lo vería morir y se tendría que desprender de su amada Marianne. Tendría que salir de nuevo al mundo buscando la persona ideal para dejarle el violín. El tiempo era su mortal enemigo, si moría antes de escoger Marianne también moriría y si elegía por afán podría equivocarse.


Como vivía en un pueblo alejado de la ciudad sabía que tendría que dejar su misantropía a un lado e ir retirando cada ladrillo de la barrera que el mismo se había construido. Por varios días no habló con nadie. Se limitaba a analizar detalladamente a cada persona que se cruzaba ante sus ojos e imaginaba a Marianne con cada uno de ellos. Ninguna mujer, ningún hombre clasificaban en sus altísimas expectativas.

Una noche decidió entrar en un pequeño bar que quedaba a las fueras de la ciudad. Entró cargando sus años en la espalda y sin ningún tipo de esperanza. Nadie en la ciudad merecía a Marianne. Se sentó en una de las mesas más apartadas del bar y de una pequeña tarima, colocó al violín en otra silla y no hizo más que sentir el peso de todo el mundo en sus hombros. Tiempo después, una sombra se empezó a mover torpemente encima de la tarima. Le atrajo todo acerca de esa mujer, le dio la impresión que sus movimientos estaban impregnados de su tristeza, de la de él, de la de aquel, de la de ella y la de la humanidad. Le preguntó a uno de los meseros si había alguna posibilidad de que esa muchacha lo acompañara. Él no pretendía nada sexual, y aunque así lo quisiese, sabía que su cuerpo no le iba responder de la misma forma. El mesero no se sorprendió de la petición y le dijo que cada minuto con ella costaba. Accedió a pagar cada peso sin un sonido de protesta.

Lo llevaron a un cuarto que tenía las mismas arrugas que el cuerpo de Travis. En el centro estaba un colchón tirado en el piso y sobre el la misteriosa sombra miraba hacia la pared. Su cuerpo estaba desnudo y la sabana rosaba el suelo. Él con un disfrazado esfuerzo recogió la sabana y cubrió a la mujer que temblaba. Abrió el estuche donde tenía escondido al violín y lo sacó.  Tocó a Marianne como nunca antes imprimiéndole melancolía, bailando en una especie de eterna despedida.

La melodía hizo que  la sombra se llenara de vida y soltara todos los sentimientos reprimidos. Ella se levantó y lo amó, los fantasmas que la embargaban empezaban a salir. La humildad que requiere cualquier clase de amor le empezó a brotar por los ojos. Se dejaba llevar  con cada nota que Travis tocaba. Su cuerpo era todas  las olas del mar. Dejó que él comparara sus caderas con las de Marianne. También que la llamara Julia Trucman y  le susurra en su cuerpo que la había extrañado, que Marianne no era tan buena como ella. Julia volvió a él y ambos pudieron cruzar sin preocupación alguna la frontera de lo desconocido. El violín se quedó como souvenir de un encuentro que se había escrito desde el pasado, desde la memoria que se había olvidado a si misma.


lunes, 25 de febrero de 2013

How long?

La caída inexorable de  tus lágrimas
se van asomando buscando al culpable.
No te atrevas a acusar a la suerte, al destino
                                                               ni a las casualidades.
Bien sabes que son eufemismos para la eterna grima.

¿Qué es lo que te hace tan triste esta noche?
El sonido del saxofón y las trompetas no me dicen y tú solo estás callando.
La sonrisa la llevas rota y mientras entras, los dientes se te van cayendo.
Con un fuerte susurro gritas: How long?

Y las ventanas y las paredes y mis entrañas
empiezan a llenarse de esa duda que  te come, te quita el sueño y
hasta las ganas de disfrutar la lluvia que te agrada tanto.

Yo desde este lado te pido sin vanidad
que dejes de jugar a no estar.
Que si te pasan la pelota la patees sin pensar y
que le pongas limite al tiempo, a tu sufrimiento.

No te dejes invadir por el: How long?
porque la pregunta en si está llena de melancolía,
y si caes en la trampa ni te das cuenta; te recuestas y
después de mil vidas despiertas.

Sabes bien que no sé hasta cuándo ni hasta dónde
pero cuando dicen "el mundo"  tú no te escapas.
En esa palabra cabemos todos, así eso te asfixie y te llene de incomodidad.
También sabes que no te gustaría ser el sinónimo de la tristeza.

Tal vez está bien echarle la culpa a la suerte, al destino y a las casualidades,
pero tú no eres tan elemental .Tienes que buscar razones y al final quizá
encuentres que solo estás tú esperando a tu vida.
Sabes que el "hasta cuándo" tiene un fin en cada acción tuya.
El hasta cuándo termina en ti.




miércoles, 6 de febrero de 2013

La casa del silencio

Boca perdida entre bocas buscadas.
Las palabras sin pronunciar
se quedan entre telarañas,
entre el aire de las cosas olvidadas.

Habitan en la casa del silencio
que es hostil y amistosa;
idónea cuando es por elección propia,
fatal si nos secuestra por si sola.

Los recuerdos se confunden con
lo que nunca aconteció.
El mañana, el hoy y el ayer
son la misma cosa en la memoria prodigiosa.

¿Quién le dice al viejo que no vivió?
Si es libre de perderse en su laberinto
y repetir un recuerdo ajeno.
Es libre de ignorar el tiempo y arrojar
los años al viento.

En la casa del silencio
hay ruido y mucho frío.
Está la soledad y el olvido,
lo infinito.