sábado, 23 de agosto de 2014

Mala Entraña



Pablo Picasso- Les Trois Danseuses

¿Cómo así que cómo me llamo? Usted entonces no es de por acá mijo, yo sí lo veía como muy pálido y buena pinta para ser de aquí. Pues a mí me dicen disque Juanito Alimaña por tanta maña que me mando pero a mí no me gusta y me emputo cuando me llaman Juanito. Es que a quién le da miedo ese nombre. Por eso cuando alguien me llama así de una vez es que le voy rompiendo la jetica. ¡¡¡Ayyy!!! Cuántas veces no les he dado a todas esas viejas que me gritan en la calle: Juanito, vení, que yo a vos te lo doy es gratis. Y yo voy pero a decirles que no me llamen así y les dejo bien clarito quién es el que manda. Si usted me va a llamar, llámeme el mañoso, el tramposo, el mala entraña, el Alimaña o si quiere solo Juan. Pero nada de J-U-A-N-I-TO ¿me entendió?  Aquí ya saben cómo es que es. Si se tropiezan conmigo o en la calle me miran mal, ya no hay otro día para ellos.  Pero es que hay que ser así hermano, no dejar que se la monten porque la vida es selva y si uno se descuida ¡¡¡PUM!!! Y antes de que me coman yo prefiero comerme a todos.  Aunque sabe que eso no siempre fue así.

Ese miedo que para mí es la cosa más chimba hermano, porque yo lo veo como que me tienen respeto. Es que usted tiene que ver cómo esa gente me mira y hablan bien pasito cuando paso al lado de ellos, les tiembla hasta el pelo. Bueno, ese respeto yo me lo gané. Yo mismito. Aunque claro que el que me metió en toda esa vaina fue Pedro navaja. Sí, el mismo de las noticias. Pues claro que lo conocí, ¿no le estoy diciendo que fue él el que me enseñó?  No me hablé más de lo que dicen en esos aparatejos, hermano. Le digo que me tienen es mamado con tanto show. Arman todo ese lío porque hace rato lo buscaban para encerrarlo y que lo hayan encontrado muerto sin saber nada de nada los pone furiosos a esos manes. ¿Pero quiere que le cuente o no? Quédese calladito entonces. Desde bien chiquito me mostró cómo es que era la vaina y yo le cogí el tiro rapidito. Yo nunca supe porque Navaja me escogió a mí entre todos esos pelaos pero cuando me dijo que me tenía por ahí un negocito yo le dije que yo le entraba de una porque no tenía ni un peso. Y preciso a todas las cuchas que robaba, jajaja es que yo sí era bien de malas, estaban igual de peladas que yo.  Y ese man me cogió  y me mejoró el ojo. Me enseñó a entrarles a los que era, a los que sí tenían plata en el bolsillo y no en las muelas.

Yo empecé a robar en los buses, chalequeando a todo el que andaba despistado. Ya después me metía en las tiendas y quiubo haber, deme todo lo que tiene en la caja y la muchacha o el pelado que atendía me miraba. Unos con tristeza, otros con odio pero en todos yo veía miedo y esa mano les temblaba y era una chimba porque me sentía como importante, yo no sé. ¿Cómo Dios? No, así me siento ahorita, en ese momento no tanto. Después ya me fui a las calles y ¡¡shhh!! Que aquí no pasó nada mamasita y yo aprovechaba y les metía la mano en las tetas y ahí sí pegaba el pique y eso me gustaba más porque la adrenalina me corría por todo el cuerpo. Pero yo durante ese tiempo nunca maté a nadie, ni siquiera tenía una pistola porque como era tan acelerado al principio, hasta de pronto disparaba esa vaina en el bolsillo y ahí sí que hacía. Pero a eso también le cogí el tiro y usted no se imagina la emoción que yo sentí cuando yo escuché que esa vaina se disparó y el man que me mandaron a dar de baja sin darse cuenta de nada, se desplumó en la calle y yo ya iba bien lejos sin que nadie sospechara. ¿Por qué me pregunta esas maricadas? Pues obvio hermano. Uno nunca sabe  a quién es el que le va a hacer la vuelta, solo el nombre, la cara y hasta luego.

Cuando yo empecé a tener plata por todas esas vueltas que me mandaban a hacer, la vaina se puso más buena.  Como ya andaba así como usted me ve vestido ahorita las viejas empezaron a seguirme. Me caían del cielo, subían del infiero, de todos lados me llegaban y más cuando se dieron cuenta que conmigo la vaina era seria, que yo andaba montado en billete. Y yo no podía estar más contento. ¿Qué más le pedía yo a la vida? Pero vea que sí había algo que faltaba. Muy bacano acostarse con esas viejas, eso sí no se lo niego, pero es que había una que me traía y me llevaba y me daba mil vueltas con solo pasar al ladito mío, sin ni siquiera mirarme.  Y yo seguía con todas las demás pero mirándola siempre. Siguiéndole el paso. Esperando a que me viera. Pues sí y qué. Yo estaba enamorado y cómo no. Usted también lo hubiese estado si la hubiese visto. Ese andar de fiera pero esa carita de señorita, de gomela y como de mejor familia.

Una de esas veces que la seguí, me di cuenta que salía de aquí de este bar cogida del brazo del Navaja. A mí ahí se me partió el alma. Cómo iba a estar con ella si ya Pedro se la había cogido y me dio tantos celos que ahí mismito quise matarlos a los dos. Lo peor es que preciso Pedro me vio y comenzó a llamarme JUANITO en frente de esa hembra. Si quiere ríase ahorita todo lo que quiera porque al final, cuando le termine de contar, de una vez le advierto que no va a poder. Me la presentó, dijo que se llamaba Josefina. Yo sé hermano. Ese nombre no le iba a esa pelada tan hermosa pero ella se sentía orgullosa de el y en ese momento hasta me gustó. Cuando la vi por primera vez de cerca sí me volví una hueva. Sentí lo que los demás sentían al verme y le juro, no le miento, que me dieron ganas de llorar. Al presentármela Pedro ya me decía que no me podía meter con ella pero yo ya no podía hacer nada. Yo me enamoré de esa vieja y cada vez que la veía por ahí solita la seguía sin que se diera cuenta. Pero ella sabía bien que yo la perseguía y comenzaba a caminar más lindo. Un día me entró a este bar y ahí sí qué Pedro ni que va. Desde ahí, después de que ella salía con Pedro y yo hiciera mis vainas nos encontrábamos por ahí y ella me decía que me quería pero yo a Josefina la amaba. Y duramos yo no sé cuánto tiempo, como un año o un año y medio escondiéndonos de Navaja pero yo ya me estaba aburriendo de toda esa vaina y le decía a Josefina que yo a él lo mataba y nos salíamos de todo ese enredo facilito. Pero ella siempre me decía que no y yo como no podía llevarla nunca la contraria. El problema fue cuando a Pedro le llegaron con el chisme. Yo no sé cómo ese man no se había enterado antes porque ya todos nos habían visto. Aunque yo les decía que calladitos, que si hablaban ya sabían cómo es que les iba a ir. Y pues ya le voy a terminar de acabar el cuento porque qué más. 

Ayer yo estaba esperando a Josefina que saliera de aquí. Me dijo que se iba a ver con Pedro acá y que salía a la 1 de la noche. Yo llegué como a las 12 y empecé a dar vueltas por ahí con cuidado para no ver a Navaja.  Yo no sé qué hora era pero vi a Pedro salir de una esquina vestido siempre con la misma pinta de matón.  ¿Usted ha visto la foto del man? Entonces sí sabe que ese sí apenas uno lo veía sabía qué era lo que hacía. Lo vi que entró acá pero al momentico salió con Josefina cogida de la mano. Me di cuenta que se metió las manos al bolsillo y cuando yo ya salía corriendo a ayudar a Josefina, ella ya estaba en el piso llena de sangre por todas partes. Cuando yo la vi así, usted no se imagina todo lo que yo sentí. Aunque de una yo cogí la pistola y le di un balazo a Navaja que le atravesó todo el pecho. Josefina también estaba muerta y yo me quedé ahí parado sin saber qué hacer. Viéndolos y sintiendo envidia porque en el otro lado iban a seguir juntos, por siempre. Pues obvio que todo el mundo vio. Aquí todo el mundo ve pero nadie dice nada. La gente que estaba en el bar salió y al ver a Pedro Navaja no creyeron nada. Cuando vieron a Josefina algunas de sus amigas lloraron y cuando me vieron a mí no dijeron nada y volvieron a entrar. Yo también me tuve que ir porque la policía llegó como a los diez minutos. ¿Y ahora qué? Ayyyy hermano, no me pregunte eso. Más bien váyame dando ese relojito que tiene ahí y esos zapatos que se ven bien bacanos para bailar salsa.



Ejercicio Metaficción. Basado en Pedro Navaja de Ruben Blades y Juanito Alimaña del gran Héctor Lavoe 

lunes, 18 de agosto de 2014

El candor de la mañana

Mi mamá contrató a ese muchacho para que barra las hojas que caen del árbol junto a nuestra casa. Es tan grande que yo creo que llega al cielo. Algún día lo voy a subir todito a ver hasta dónde llego, de pronto si voy hasta el final vea a mi papá que dicen que anda por allá arriba aunque por ahora yo espero a que sea él quien baje y me venga a visitar. También siempre me dicen que van a cortar el árbol porque ya está cansado de tanto estar parado y yo de una salgo corriendo a abrazarlo, a preguntarle si está bien y le pongo una silla detrás por si se quiere sentar alguna vez y descansar por un momento nada más, pero nunca me escucha. Y me levanto asustada cada mañana al pensar que ya no va a estar pero cuando abro las ventanas ahí lo veo. Y fue esta mañana cuando vi a ese muchacho con la escoba recogiendo el montón de hojas.

Sin preguntarle a mi mamá y sin que nadie me vea salgo corriendo a hablar con el muchacho. Le pregunto su nombre, por qué recoge las hojas, qué va a hacer con ellas después, que si lo puedo ayudar pero él no me dice nada. Me comienza a hacer señas y empieza a mover sus manos haciendo figuras en el aire, también su boca se abre y lo único que le escucho son suspiros que al final son más bien gritos. Yo me río porque lo que mis ojos ven  es un muchacho que va a empezar a bailar y yo intento hacer los mismos movimientos que él. Comienzo a mover mis manos, a sacarle la lengua, a suspirar y al final gritar, a mover mis pies también pero de un momento a otro, él deja de bailar y con la escoba en la mano empieza a barrerme los pies para que me vaya. En ese momento mi mamá sale gritando y me llama pero yo solo quiero seguir jugando con ese muchacho que ahora le hace señas a ella, la invita a que venga a bailar con nosotros y yo más feliz que nunca la espero a que se nos una. Pero ella furiosa grita más y a mí me da tanto miedo verla así que salgo corriendo a esconderme detrás del árbol. Y sin zapatos intento escalar para ver si esta vez sí llego al cielo pero yo del suelo no me muevo y sin que me dé cuenta por detrás llega María que me alza sin ningún esfuerzo a pesar de toda la fuerza que yo hago para soltarme de sus brazos. Me entra a la casa y yo veo al muchacho bailarín de la escoba que se ríe y me muestra todos sus dientes dejando escapar otra vez ese sonido que yo nunca antes había escuchado.

Le pregunto a María, a mi Mamá, a la que me quiera escuchar quién es ese muchacho, por qué no me dejan bailar con él, que si lo puedo ayudar y yo comienzo a llorar porque lo único que quiero es estar con mi nuevo amigo, volver y mostrarle también mis dientes y reírme. María sale al patio a bailar con el muchacho, empieza a mover las manos por el aire y le pregunto a mi mamá por qué María sí puede y yo no. Mi mamá me dice que no bailan, que así es como el muchacho habla y yo no entiendo nada porque desde la ventana veo que él no abre la boca. Sin responderme a todas las preguntas que le hago mi mamá me coge de la mano y me obliga a meterme al baño. Yo acepto con la condición de poder salir después y tan rápido como puedo me meto en el agua, en la toalla, en el vestido y salgo corriendo. Esta vez mi mamá no me dice nada. Por estar hablando en el teléfono no se da cuenta que yo me voy, que me estoy yendo, que me salí del cuarto a buscar otra escoba para ayudar a mi amigo. Si iba a barrer todas las hojas necesitaba ayuda, porque recogerlas era lo mismo que intentar recoger todas las gotas del cielo cuando llovía.

De camino a la cocina, al fondo está el cuarto de María y ahí están las escobas, el trapero y la lavadora. Entro despacio y sin hacer ruido a la cocina hasta llegar por fin al cuarto. La puerta está cerrada y la empujo con fuerza  pero no puedo abrirla. Me acerco un poco más y escucho a María que grita. Yo toco para que María me abra y le digo que necesito una escoba pero ella no me escucha y sigue gritando como loca. Yo de una salgo a buscar a mi mamá que está en el cuarto para que le diga a María que me abra. Ella sigue pegada en el teléfono pero yo la arrastro hasta la cocina para que me ayude. De mala gana me acompaña y también toca la puerta pero al escuchar lo que María dice, cuelga y sale a buscar algo en su cuarto. Cuando llega, la mano le tiembla y casi que no puede abrir la puerta. Pero cuando la abre veo que María está sin ropa sentada en la cama con las manos amarradas llorando y gritando. Mi mamá corre a desatarle las manos pero no puede y también gritando corre a la cocina a buscar un cuchillo. Yo me quedo ahí, mirándola sin saber qué pasa. Le preguntó qué pasó, por qué está ahí, por qué se amarró las manos. Le digo que no llore más y cuando me acerco para abrazarla ella con las lágrimas que están en toda su cara me dice que cierre los ojos, que me vaya y yo me quedo parada en la puerta de la cocina viendo a mi mamá desatándole las manos. Mi mamá se voltea y gritando me dice que me vaya a mi cuarto pero yo no entiendo nada y ninguna de las dos me responde.  Me cierran la puerta de la cocina y  desde ahí no puedo escuchar nada y con tristeza me voy al cuarto.


Gustav Klimt- Árbol de la Vida

Desde la ventana veo que el muchacho ya no está y todas las hojas siguen regadas en el piso. Miro al árbol y espero a que baje mi papá o alguien que me venga a visitar. Con un viento las ventanas se cierran y las hojas de un solo soplo vuelan. Tal vez por eso se fue el muchacho y ya no vuelva más, porque las hojas se barren con la brisa, gratis, sin pagarle. 




Ejercicio Lenguaje Expresivo

sábado, 9 de agosto de 2014

Lluvia



Millais- Ophelia


La lluvia resbala
En mi ventana
En mi cuerpo
Ya no hay nada
Se mantiene seco
Mientras que afuera
Sólo se escucha el eco
Y un grito de ayuda
Que viene del tiempo
Porque ya se cansa Ya se agota
Y entre gota y gota
La tormenta se forma
Y aún con un techo de acero
La casa se inunda
Y entra el perro y se va el gato
Y rodeada ya de agua
Se olvida que su amo
No sabe cómo nadar el alma
Y muerte con cuerpo
No hacen vida
Y yo casi que me ahogo
En una gota En la ducha En la piscina
En el río del recuerdo que entró
Y con su corriente me dejó en la melancolía
Sin barco Sin regreso Sin almuerzo Ya sin aliento
En una noche que es fría y sin cobija
Mi piel pide abrigo Mis pies un camino
Y mi cuerpo seco quiere  sonar  y caer como la   L              
                                                                              L            
                                                                                  U        
                                                                                        V      
                                                                                              I      
                                                                                                  A 
                                                                                                       ,
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                                        Mi cuerpo húmedo quiere ser diluvio  ,
                                                                   hasta ser tormenta .


Ejercicio Prosa Espontánea  

sábado, 2 de agosto de 2014

La morada


Mi bisabuela, la señora Antonia, que solo tenía años en la casa se paseaba descalza por su pequeño reino. La primera vez que fui a verla mis ojos nunca habían presenciado a la vejez y me sorprendió que caminara con la vitalidad de mi niñez. Aquí vivía con el único hijo que no había sido capaz de dejarla  mientras que los otros siete ya habían esparcido sus raíces tanto, que un montón de niños extraños para ella la llamaban hasta tatarabuela. A mí me recibió con su sonrisa milenaria y sus ojos que ya miraban más allá que acá, me invitaron a abrazarla.
Sé que su casa no era tan grande como la recuerdo pero cuando la visité, me pareció que era el laberinto donde el tiempo se perdía para hacerse eterno. Y así como solo iba de la puerta al corredor que la llevaba en cinco pasos al patio, para mí la casa se extendía por toda Leticia. Durante el tiempo que vivimos aquí su casa era paso obligado. Cada vez que la visitábamos la encontrábamos en la mecedora que rozaba ya la calle y entre sus manos siempre sostenía hilo y aguja con los que pasaba horas y horas tejiendo. Ahora que mi memoria la ve sentada en el trono que era su mecedora pienso que lo que enserio hacía era ir moviendo los hilos de nuestro presente, trenzando las vidas que ella vio nacer.

Henri Matisse- La Desserte Rouge
Esa era la bienvenida a su casa, con la puerta siempre abierta y ella en la entrada dispuesta a acoger a todo exiliado en su morada. Después se seguía al pasillo que antes de llegar al patio, se desviaba a la única pieza que tenía aquel cielo. No me acuerdo qué secretos escondía, tal vez porque no entré  más de dos veces  pero su geografía general  la constituían dos camas, un ventilador que no soplaba y un pequeño televisor que se sintonizaba con el pasado.  Toda esta parte estaba cubierta por las tejas que la protegían por la noche pero durante el día la torturaban por todo el calor que recibían. Cuando llovía parecía que el techo se rompía y que con un solo trueno la casa se venía abajo pero así como mi bisabuela, la casa que se veía tan vieja y  a punto de quebrarse por fuera, por dentro tenía el corazón latiendo con fuerza y sus raíces se agarraban a la vida.

Después seguía el patio que incluía la cocina, el comedor  y la selva misma.  La cocina  era un templo donde yo no podía ser recibida, sólo podía observarla desde el comedor mientras que los mosquitos esperaban como yo el manjar. Todas las veces que almorzábamos en su casa el menú era pescado y era ella la que se lo comía entero sin cubiertos, con delicadeza lo desmenuzaba y lo acompañaba con la fariña que nunca le podía faltar.  Pero lo que hacía aquella casa tan grande para mí era la selva que se extendía, que no conocía fin. Miraba siempre con miedo a esos árboles y creo que nunca me acerqué por el temor a que las ramas me agarraran sin jamás dejarme ir. Sin embargo esa selva que existía en mi cabeza no era más que un montón de arbustos y uno o tres árboles de plátano y papayuela.
 La morada que albergó a mi bisabuela nunca más la volví a ver pero en mi memoria esa vieja que siempre estuvo lucida, que durante noventa y ocho años fue testigo que la vida alcanza y que al final ya es muy larga se sigue moviendo descalza entre ese pequeño edén. La veo perdiéndose en esa selva que yo algún día me atreveré a cruzar. 


Ejercicio de Especie de Espacios. ( Relato tan verídico como suele ser siempre la memoria)