I
En la cabeza de Mariana los encuentros casuales están fuera de la
mesa. El mundo de la casualidad y del destino solo lo encontraba en la
atmósfera de la Maga y Oliveira.
En la cabeza de Mariana, sin embargo, siempre hay una posibilidad
para todo. Ella siempre niega la indecisión y asume que es muy segura
pero al voltear a la derecha siempre está la izquierda que le grita, el
frente que la seduce y el regresar que la tira de pelo. Siempre hay indecisión
en su camino y cómo no sí hay tantos por dónde ir, porque todo tiene su
antónimo, su contrario, porque elegir un inicio aquí significa no empezar allá.
A pesar de lo difícil que le resulte el abandonar para elegir después de mucho
lo hace y de vez en cuando los arrepentimientos vienen pero los espanta con el
presente.
Hoy Mariana fue a la cinemateca, no es algo que ella acostumbre
hacer, de hecho hoy había sido su segunda vez. Iba caminando por la séptima
pensando en llegar a la estación, coger el transmilenio e ir a su casa para
entregarse a la soledad pero estaban pasando una película de Godard. Lo pensó
por mucho tiempo, si quedarse o irse, pero sin darse cuenta ya estaba en la
fila y alguien le pedía los 2.000 pesos para entrar.
Se sentó no muy lejos de la pantalla y mientras la sala se llenaba
notó que era la única persona sin compañía. No se sintió mal, la cabeza de
Mariana estaba acostumbrada a la soledad, era de alguna manera incómoda cuando
estaba rodeada de gente que sí conocía. Al lado suyo se sentó una pareja
que durante toda la película gozaron en ignorar a la inocente actuación de Anna
Karina, a Mariana y al resto de la sala. Al frente de Mariana, en toda la fila
horizontal se sentaron un grupo de amigos y amigas que parecían ir todos los
días a la cinemateca. Durante la película tuvieron sus ojos fijos en la
pantalla tratando de retener cada momento en sus pupilas. En el asiento frente a ella se hizo un muchacho que hacía parte del
gran grupo. Al sentarse, Mariana lo miró y sintió gran simpatía por él, por
todos ellos en realidad. Se imaginó siendo amiga de ellos, cogida de la mano de
todos y atravesando el Louvre corriendo como hacían en la película, pero
todas esas ideas se desvanecieron cuando la luz se prendió y la realidad bajaba
el telón.
Hoy Mariana fue a la cinemateca, no es algo que ella acostumbre
hacer, de hecho hoy había sido su segunda vez. La primera vio una película que
no le gustó para nada y que olvidó apenas salió. Hoy había visto Bande à part y
a gente que imaginó eran sus más fieles amigos.
II
El barrio donde vive Mariana es demasiado tranquilo para su
gusto. La mayoría aquí, a decir verdad, son viejos y viejas que
salen por las mañanas, algunos con sus enfermeras, a tomar el sol al parque.
Este es el momento máximo de su día, no desean más. Aunque hay otros que
todavía tienen energía y pueden caminar hasta la panadería después de las
cuatro de la tarde para hablar, la mayoría de veces, sobre fantasmas que sólo
habitan en sus memorias.
A Mariana le gusta verlos pero no por mucho tiempo porque después
le da melancolía el pensar que el futuro eventualmente desemboca en no estar
más. Se pregunta si ellos están más cerca de la muerte que ella o si en
realidad todos estamos a la misma distancia.
Hoy Mariana hizo lo mismo que hacía todos los días, salvo que al
regresar a su casa se encontró con una gran sorpresa. Se levantó temprano para
ir a trabajar. Su trabajo quedaba en el centro y tenía que llegar a las 9 de la
mañana. La estación de Transmilenio no quedaba tan lejos de su casa así que se
fue a pie viendo que algunos de los viejos y viejas ya se encontraban en el
parque. Cogió el J73 que la dejaba en la estación museo del oro y de ahí caminó
hasta el café. Era ella la que tenía que abrir y organizar las mesas porque su
turno era de 9 a 3 de la tarde. Hoy no estuvo tan movido como otros días, ni
siquiera a la hora del almuerzo así que aprovechó para terminar el libro que
había estado leyendo esa semana. Lo había comprado en una pequeña librería que
quedaba cerca al café. El librero-que era un viejo lleno de edad, no por el
paso del tiempo sino más bien por la cantidad de hojas que había leído en su
vida -cada vez que venía Mariana la reconocía y le sonreía pero siempre con
cierta distancia, sin extenderse más allá de lo que él creía debido. La veía
siempre revolcarse entre los libros en pesquisas la mayoría de veces
fructuosas, otras donde solo venía a perder el tiempo y ver qué podría leer después. Esa
vez había recogido a Miller y a su trópico de Cáncer. Ahora que lo
terminaba pensaba en que de pronto ella también debería abandonar su pequeño
París y cruzar el mar, irse pero ¿adónde...?
Ya eran las tres y esperó a que su compañero llegara a
reemplazarla, pasaron 20 minutos hasta que él llegó excusándose de la demora.
Siempre era así, a veces no llegaba hasta las cuatro pero a Mariana no le
molestaba para nada, le gustaba mucho el ambiente del café o tal vez ya estaba
acostumbrada a esperar.
Caminó de nuevo a la estación para devolverse a su casa. A esa
hora el Transmilenio no estaba tan lleno y disfrutaba ver la ciudad moverse
mientras ella la miraba desde la ventana. El trayecto no tomaba más de cuarenta
minutos pero este viaje se le hizo mucho más corto que los demás, deseó en lo
más profundo que esa máquina roja se moviera entre los túneles de la eternidad.
Vio al mismo muchacho que se había sentado al frente de ella en la película,
ese por el que había sentido gran simpatía y de quien quiso ser amiga. Lo miró de reojo, por el
reflejo de la ventana, se imaginó que se sentaba al lado ella y empezaban a
hablar sobre todas las cosas que pudiesen tener en común, que le presentaba a
sus demás amigos e iban todos los días a la cinemateca. Volteó a verlo y
se dio cuenta que ya tenía que bajarse, su estación ya estaba al frente y el
deseo de nunca bajarse le volvió. Pero entre quedarse o bajarse el muchacho se
bajaba en la misma estación que ella y ya se movía hacia el puente. Mariana
salió y también caminó para cruzar el puente. Estaba varios pasos detrás de él,
pensó que en aquel punto él cruzaría a la izquierda y ella a la derecha y que
sus caminos jamás estarían tan cerca como ahora pero él seguía la misma ruta
que Mariana debía seguir. Cruzaron el parque y después ella lo vio doblar por
una de las calles que estaba llena de edificios. Siguió caminando hacia su casa preguntándose qué
podría traerlo a su misma atmósfera tan aburrida pero el hilo de sus
pensamientos se fue enredando y poco a poco se fue alejando de aquel muchacho.
Hoy Mariana hizo lo mismo que hacía todos los días, salvo que al
regresar a su casa se encontró con una gran sorpresa. Vio al muchacho de la
cinemateca dentro de su barrio, ese que ahora dejaba de ser tan aburrido.
III
Mariana no acostumbra salir los
fines de semana pero hoy lo hizo. Fue a un bar cerca del parkway donde se
había quedado en encontrar con toda la gente del café. El dueño los había
invitado obligándolos a ir y Mariana no
tuvo oportunidad de sacar alguna de las muchas excusas que estaba acostumbrada
a dar. Tenía dinero suficiente para irse y regresarse
en taxi. Le gustaba llegar temprano a todos lados pero consideró que era mejor no
llegar de primeras. Se tomó su tiempo antes de salir pensando en cómo iba a ser
esa noche.
Al llegar se dio
cuenta que la mayoría ya había llegado. Saludó a todos y se sentó en la mesa al
lado de Gustavo, el que siempre llegaba tarde a reemplazarla. El bar le pareció bastante agradable, muy lejos
de lo que ella había pensado. Se había imaginado un lugar lleno de gente
bailando reggaetón y vallenato sintiéndose fuera de lugar pero aquí el jazz, el
blues y hasta la salsa compartían lugar.
El jefe los había reunido porque en realidad ya no era más
su jefe. Había vendido el café y decirles que estaban despedidos bajo ese
ambiente le resultaba mucho mejor.
Mariana tenía ahora que buscar un
trabajo pero sabía que lo que en realidad necesitaba era otra vida, vestirse
sobre otra piel, recoger la de alguien más y hacer que fuese suya, irse pero
¿adónde...?
Después de las once de la noche solo estaban los ahora
desempleados y otros tantos que entraban e iban. Mariana quiso irse muchas
veces pero el sentimiento de quedarse también le venía. Se dio cuenta que no
era la única que se sentía inconforme con su vida y que compartir ese
sentimiento con los demás era mucho más agradable que hacerlo sola con sus
lamentos. Algunos ya estaban borrachos pero ella no; nunca lo había estado y
esta noche tampoco lo iba a estar. Su corazón a pesar de todo se sentía feliz
por la música que sonaba y porque podía ahora identificarse con los demás,
entre tanta soledad no estaba sola.
En el bar los sábados acostumbraban a tener bandas en vivo y hoy no
era la excepción. Ya habían subido dos al escenario. Mariana los miraba entre
las cabezas de la gente porque su mesa estaba al final de la sala, sin embargo
disfrutaba y cada que finalizaba una canción aplaudía. No había estado así de
feliz en mucho tiempo, se sentía en el lugar donde siempre había querido estar.
Ya eran más de las doce y las personas empezaban a irse. Cuando las
cabezas que no dejaban ver a Mariana se fueron, se dio cuenta que el que tocaba
el saxofón en la banda era el muchacho que había estado viendo. Empezó a
preguntarse si la imagen de aquel extraño no era más que un consuelo para su
soledad, si de verdad lo había visto alguna vez o si solo existía en su cabeza. Pensaba en que si de alguna forma se acercaba
él no la reconocería, era ella la que
siempre lo veía. No sabía cómo romper esa barrera de extraños con aquel
muchacho que creía conocer tan bien. Pensó que tal vez lo seguiría viendo por
ahí, al voltear en la esquina él estaría ahí sin saber que ella estaba o
incluso que ella era. Al verlo de nuevo pensaría en todas las conversaciones posibles,
buscaría muchas preguntas y encontraría por fin respuestas. El extraño seguiría tocando el saxofón en sus recuerdos y con el jazz y el blues se acordaría de él. Podía acercarse pero sabía que él no la vería
y así le pareció bien. Los encuentros seguirían sucediendo y caminaría para
buscarlo, verlo pasar y olvidarlo. Mariana no acostumbra salir los fines de semana pero hoy lo hizo. Vio otra vez al muchacho de la cinemateca, del transmilenio, del saxofón, al caminante de las calles solitarias de su mundo y entendió que él sería el extraño más conocido en su camino.