domingo, 16 de marzo de 2014

Encuentros


I

En la cabeza de Mariana los encuentros casuales están fuera de la mesa. El mundo de la casualidad y del destino solo lo encontraba en la atmósfera  de la Maga y Oliveira.
En la cabeza de Mariana, sin embargo, siempre hay una posibilidad para todo. Ella siempre niega la indecisión y asume que es muy segura  pero al voltear a la derecha siempre está la izquierda que le grita, el frente que la seduce y el regresar que la tira de pelo. Siempre hay indecisión en su camino y cómo no sí hay tantos por dónde ir, porque todo tiene su antónimo, su contrario, porque elegir un inicio aquí significa no empezar allá. A pesar de lo difícil que le resulte el abandonar para elegir después de mucho lo hace y de vez en cuando los arrepentimientos vienen pero los espanta con el presente. 

Hoy Mariana fue a la cinemateca, no es algo que ella acostumbre hacer, de hecho hoy había sido su segunda vez. Iba caminando por la séptima pensando en llegar a la estación, coger el transmilenio e ir a su casa para entregarse a la soledad pero estaban pasando una película de Godard. Lo pensó por mucho tiempo, si quedarse o irse, pero sin darse cuenta ya estaba en la fila y alguien le pedía los 2.000 pesos para entrar.

Se sentó no muy lejos de la pantalla y mientras la sala se llenaba notó que era la única persona sin compañía. No se sintió mal, la cabeza de Mariana estaba acostumbrada a la soledad, era de alguna manera incómoda cuando estaba rodeada de gente que sí conocía.  Al lado suyo se sentó una pareja que durante toda la película gozaron en ignorar a la inocente actuación de Anna Karina, a Mariana y al resto de la sala. Al frente de Mariana, en toda la fila horizontal se sentaron un grupo de amigos y amigas que parecían ir todos los días a la cinemateca. Durante la película tuvieron sus ojos  fijos en la pantalla tratando de retener cada momento en sus pupilas.  En el asiento  frente a  ella se hizo un muchacho que hacía parte del gran grupo. Al sentarse, Mariana lo miró y sintió gran simpatía por él, por todos ellos en realidad. Se imaginó siendo amiga de ellos, cogida de la mano de todos y atravesando el Louvre corriendo como hacían en la película, pero todas esas ideas se desvanecieron cuando la luz se prendió y la realidad bajaba el telón. 
Hoy Mariana fue a la cinemateca, no es algo que ella acostumbre hacer, de hecho hoy había sido su segunda vez. La primera vio una película que no le gustó para nada y que olvidó apenas salió. Hoy había visto Bande à part y a gente que imaginó eran sus más fieles amigos.

II

El barrio donde vive Mariana es demasiado tranquilo para su gusto.  La mayoría aquí, a decir verdad,  son viejos y viejas que salen por las mañanas, algunos con sus enfermeras, a tomar el sol al parque. Este es el momento máximo de su día,  no desean más. Aunque hay otros que todavía tienen energía y pueden caminar hasta la panadería después de las cuatro de la tarde para hablar, la mayoría de veces, sobre fantasmas que sólo habitan en sus memorias.
A Mariana le gusta verlos pero no por mucho tiempo porque después le da melancolía el pensar que el futuro eventualmente desemboca en no estar más. Se pregunta si ellos están más cerca de la muerte que ella o si en realidad todos estamos a la misma distancia.

Hoy Mariana hizo lo mismo que hacía todos los días, salvo que al regresar a su casa se encontró con una gran sorpresa. Se levantó temprano para ir a trabajar. Su trabajo quedaba en el centro y tenía que llegar a las 9 de la mañana. La estación de Transmilenio no quedaba tan lejos de su casa así que se fue a pie viendo que algunos de los viejos y viejas ya se encontraban en el parque. Cogió el J73 que la dejaba en la estación museo del oro y de ahí caminó hasta el café. Era ella la que tenía que abrir y organizar las mesas porque su turno era de 9 a 3 de la tarde. Hoy no estuvo tan movido como otros días, ni siquiera a la hora del almuerzo así que aprovechó para terminar el libro que había estado leyendo esa semana. Lo había comprado en una pequeña librería que quedaba cerca al café. El librero-que era un viejo lleno de edad, no por el paso del tiempo sino más bien por la cantidad de hojas que había leído en su vida -cada vez que venía Mariana la reconocía y le sonreía pero siempre con cierta distancia, sin extenderse más allá de lo que él creía debido. La veía siempre revolcarse entre los libros en pesquisas la mayoría de veces fructuosas, otras donde solo venía a perder  el tiempo y ver qué podría leer después. Esa vez había recogido  a Miller y a su trópico de Cáncer. Ahora que lo terminaba pensaba en que de pronto ella también debería abandonar su pequeño París y cruzar el mar, irse pero ¿adónde...?
Ya eran las tres y esperó a que su compañero llegara a reemplazarla, pasaron 20 minutos hasta que él llegó excusándose de la demora. Siempre era así, a veces no llegaba hasta las cuatro pero a Mariana no le molestaba para nada, le gustaba mucho el ambiente del café o tal vez ya estaba acostumbrada a esperar.

Caminó de nuevo a la estación para devolverse a su casa. A esa hora el Transmilenio no estaba tan lleno y disfrutaba ver la ciudad moverse mientras ella la miraba desde la ventana. El trayecto no tomaba más de cuarenta minutos pero este viaje se le hizo mucho más corto que los demás, deseó en lo más profundo que esa máquina roja se moviera entre los túneles de la eternidad. Vio al mismo muchacho que se había sentado al frente de ella en la película, ese por el que había sentido gran simpatía y de quien quiso ser amiga. Lo miró  de reojo,  por el reflejo de la ventana, se imaginó que se sentaba al lado ella y empezaban a hablar sobre todas las cosas que pudiesen tener en común, que le presentaba a sus demás amigos e iban todos los días a la cinemateca.  Volteó a verlo y se dio cuenta que ya tenía que bajarse, su estación ya estaba al frente y el deseo de nunca bajarse le volvió. Pero entre quedarse o bajarse el muchacho se bajaba en la misma estación que ella y ya se movía hacia el puente. Mariana salió y también caminó para cruzar el puente. Estaba varios pasos detrás de él, pensó que en aquel punto él cruzaría a la izquierda y ella a la derecha y que sus caminos jamás estarían tan cerca como ahora pero él seguía la misma ruta que Mariana debía seguir. Cruzaron el parque y después ella lo vio doblar por una de las calles que estaba llena de edificios.  Siguió caminando hacia su casa preguntándose qué podría traerlo a su misma atmósfera tan aburrida pero el hilo de sus pensamientos se fue enredando y poco a poco se fue alejando de aquel muchacho.
Hoy Mariana hizo lo mismo que hacía todos los días, salvo que al regresar a su casa se encontró con una gran sorpresa. Vio al muchacho de la cinemateca dentro de su barrio, ese que ahora dejaba de ser tan aburrido.
III


 En los últimos días Mariana comenzó a pensar en lo pequeño que puede llegar a ser  el mundo o a decir verdad, su mundo.  Al parecer cada vez somos más y el espacio permanece  igual que vamos tropezándonos con todos todo el tiempo. Esa era la explicación que se había dado al pensar en el porqué se seguía encontrando con aquel muchacho. La primera vez había sido en la cinemateca, la segunda en el transmilenio, la tercera, cuarta  y quinta vez habían sido  en su barrio cuando caminaba por el parque o solo pasaba por ahí. No paraba de preguntarse si él también la había reconocido o si su cara  para él era la misma cara de la multitud.  Era cierto que las casualidades ni el destino existían  para ella porque jamás los  había presenciado pero ahora su soledad tomaba ventaja de estos encuentros que los transformaba en algo más.  Cada vez que lo veía se imaginaba situaciones diferentes donde se conocían o  pequeños detalles sobre él siempre apoyados  sobre la tierra  movediza de su imaginación.  


Mariana no acostumbra salir los fines de semana pero hoy lo hizo.  Fue a un bar cerca del parkway donde se había quedado en encontrar con toda la gente del café. El dueño los había invitado obligándolos a ir  y Mariana no tuvo oportunidad de sacar alguna de las muchas excusas que estaba acostumbrada a dar.  Tenía dinero suficiente para irse y regresarse en taxi. Le gustaba llegar temprano a todos lados pero consideró que era mejor no llegar de primeras. Se tomó su tiempo antes de salir pensando en cómo iba a ser esa noche.

Al llegar se dio cuenta que la mayoría ya había llegado. Saludó a todos y se sentó en la mesa al lado de Gustavo, el que siempre llegaba tarde a reemplazarla.  El bar le pareció bastante agradable, muy lejos de lo que ella había pensado. Se había imaginado un lugar lleno de gente bailando reggaetón y vallenato sintiéndose fuera de lugar pero aquí el jazz, el blues y hasta la salsa compartían lugar.
El jefe los había reunido porque en realidad ya no era más su jefe. Había vendido el café y decirles que estaban despedidos bajo ese ambiente le resultaba mucho mejor.  Mariana  tenía ahora que buscar un trabajo pero sabía que lo que en realidad necesitaba era otra vida, vestirse sobre otra piel, recoger la de alguien más y hacer que fuese suya, irse pero ¿adónde...?

Después de las once de la noche solo estaban los ahora desempleados y otros tantos que entraban e iban. Mariana quiso irse muchas veces pero el sentimiento de quedarse también le venía. Se dio cuenta que no era la única que se sentía inconforme con su vida y que compartir ese sentimiento con los demás era mucho más agradable que hacerlo sola con sus lamentos. Algunos ya estaban borrachos pero ella no; nunca lo había estado y esta noche tampoco lo iba a estar. Su corazón a pesar de todo se sentía feliz por la música que sonaba y porque podía ahora identificarse con los demás, entre tanta soledad no estaba sola.

En el bar los sábados acostumbraban a tener bandas en vivo y hoy no era la excepción. Ya habían subido dos al escenario. Mariana los miraba entre las cabezas de la gente porque su mesa estaba al final de la sala, sin embargo disfrutaba y cada que finalizaba una canción aplaudía. No había estado así de feliz en mucho tiempo, se sentía en el lugar donde siempre había querido estar.

Ya eran más de las doce y las personas empezaban a irse. Cuando las cabezas que no dejaban ver a Mariana se fueron, se dio cuenta que el que tocaba el saxofón en la banda era el muchacho que había estado viendo. Empezó a preguntarse si la imagen de aquel extraño no era más que un consuelo para su soledad, si de verdad lo había visto alguna vez o si  solo existía en su cabeza.  Pensaba en que si de alguna forma se acercaba él no la reconocería, era ella  la que siempre lo veía. No sabía cómo romper esa barrera de extraños con aquel muchacho que creía conocer tan bien. Pensó que tal vez lo seguiría viendo por ahí, al voltear en la esquina él estaría ahí sin saber que ella estaba o incluso que ella era. Al verlo de nuevo pensaría en todas las conversaciones posibles, buscaría muchas preguntas y encontraría por fin respuestas. El extraño seguiría tocando el saxofón en sus recuerdos y con el jazz y el blues se acordaría de él.  Podía acercarse pero sabía que él no la vería y así le pareció bien. Los encuentros seguirían sucediendo y caminaría para buscarlo, verlo pasar y olvidarlo. Mariana no acostumbra salir los fines de semana pero hoy lo hizo. Vio otra vez al muchacho de la cinemateca, del transmilenio, del saxofón, al caminante de las calles solitarias de su mundo  y entendió que él sería el extraño más conocido en su camino.