domingo, 10 de diciembre de 2017

Treinta y uno

Ship of fools-Bosch

Hace más de dos años comencé este trabajo, la verdad ya perdí la cuenta. Es mejor así,  dejar de contar y hacer que la máquina de los días siga su rumbo, así cuente o no, los días terminan pasando. La verdad no es un trabajo malo, como diría mi papá: Todo trabajo es una bendición de Dios. Con Dios o sin dios soy un conductor de bus de la ruta H que recorre de occidente a oriente, hasta llegar a Termini, este monstruo gigante que es Roma. Para mí es la mejor ruta de todas, la mejor porque es la única que conozco. Me la sé toda de memoria. De día, de noche, cuando hace sol, cuando llueve, en verano, invierno, otoño, primavera ahí estoy yo dándole.

Entro a trabajar a veces a las 7 de la mañana o cuando hago el turno de las noches es a esa hora que termino. Si me pusieran a escoger trabajaría siempre en las noches, no sólo porque ya no hay tráfico sino porque prefiero las historias a esa hora. Las historias de las tres de la tarde rodean siempre el tedio y el cansancio de la rutina, las de las tres de la mañana terminan en verdaderas confesiones. ¿No sabes? A Marco lo mataron aquí a la vuelta de Termini. Se le dio por vender en la esquina que no era. Pasó la frontera y una hora después ya estaba cruzando la de la muerte, tirado en el piso con una bala enterrada en el pecho. Claro, todos hicieron como si nada y salieron corriendo. Cuando la policía llegó a los diez minutos sólo lo encontraron con el jean y la camisa. Le habían quitado todo. La mercancía. Los adidas. El Iphone. La billetera. Pues obvio, eso para qué le va a servir allá. Yo no estaba, no no no. Esa no es mi zona, lo mío es Piramide porque ahí es más calmado, puro estudiante extranjero que se la pasa de fiesta.

Trabajo casi todos los días, incluso en los días festivos como hoy. De hecho no me molesta, a Francesca tampoco. Me dijo que iba a ir con el niño a visitar a su mamá. Entre trabajar a ir a la casa de la suegra…la elección se hace por sí sola. Además por lo general los festivos el tráfico es tranquilo y los pasajeros pocos.  Ayer me dijeron que el primer bus sale a las nueve y media así que todavía tengo media hora para seguir tomándome el café con pan. Saludo a  mi compañero que entra afanado- Hola compañero- le digo y tomo de nuevo un sorbo poniendo toda mi atención en la taza para evitar que empiece una conversación. A este nunca lo he visto pero nos conozcamos o no, es como si fuéramos primos lejanos.  Por suerte sigue derecho casi corriendo al baño. Así nos toca porque sólo tenemos cinco minutos libres antes de empezar la otra carrera. Se me acaba el café y me dan ganas de pedir otro pero ya con este vienen siendo tres. Me da igual. Mejor pedir otro y no quedarse con las ganas. Le hago señas al barista para que me pase otro. Me sonríe y se lo pone hacer, así, sin una sola palabra, nos podemos entender. En la tivu hablan sobre la muchacha que encontraron en villa Borghese. Los infelices después de violarla, la amarraron a un árbol y dejaron que se muriera de frio. Todavía no han podido identificarla. Lo más probable es que no sea italiana, francesa o gringa. Mi compañero de al lado, que tampoco conozco,  dice que ya está cansado de escuchar la misma historia. Llevan con el cuento de esa ragazza ya dos días. No. Esta es otra que encontraron apenas esta mañana, dice Andrea el barista pasándome otra taza llena.  Miro el reloj y ya sólo me quedan diez minutos antes de empezar. Me lo tomo bien despacio esta vez, esperando así que el tiempo también pase lento, que esos diez minutos vuelvan a ser treinta. No es que no quiera ir a trabar hoy. Sí. Sólo que entre trabajar y tomarse un cafecito…la elección se hace por sí sola.

Me levantó ya perdiendo la batalla con el reloj. Tic.Toc. Me susurra: Tienes que ir a trabajar. Me despido de todos pero como suele suceder, mi voz se pierde en el aire y ni se dan cuenta que ya me fui. Voy hacia el bus. Veo que ya hay gente que me espera  pero antes de llegar otro primo lejano seme adelanta y va abriendo las puertas. Acelero el paso y ya empiezo a armar la frase que aclare todo por las buenas: COM PA ÑE RO ESTE ES MI. Antes de que abra la boca él se me adelanta y me lanza la bomba de frente: COMPAÑERO, cambio de último minuto. Yo hago la H y usted creo la 31. Hay uno que todavía sigue en el baño y toca remplazarlo. Quedo frio. Otro cafecito Andrea por favor. Me dice que acelere el paso y me señala la  parada de al lado donde me espera el infierno.

 ¿La 31? ¿Y esa dónde es, y esa a dónde va…? A mí nunca me dijeron que para ser conductor era obligatorio conocer cada esquina de la ciudad ¿Pero es que hay alguien que de verdad la conozca por completo? No me da tiempo de darle explicaciones y a quién se las voy a dar.  Voy hacia el bus y veo gente ya esperando. Miró rápido el mapa que recorre y me doy cuenta que esta TREINT'UNO va de la cabeza a los pies del monstruo y yo que sólo he recorrido sus tripas. Bueno. No hay de otra que andar para adelante. Dejo subir a toda la gente. Hago la cuenta: Uno, dos y tres. Nadie valida su pasaje pero también, qué más da. Me doy cuenta que las primeras tres paradas son las mismas que la línea H. Estoy salvado por ahora. Cuando se sale de Laurentina todo es calmado y peor un festivo. Ni una hoja que se mueve, sólo soy yo el que tiembla. Tal vez lo mejor sea confesar la verdad, decirles que no tengo ni idea por dónde es que voy. Otra vez le pido al tiempo que se doble y que no salgamos de las paradas que conozco. Tic toc, segunda parada y la tercera ya nos saluda. Miro por el retrovisor los rostros de cada uno de los que van conmigo. Al fondo junto a la ventana una muchacha de unos veinte años. Esta no tiene cara de ser por acá…ni de ningún lugar a decir verdad. A mí lado  una vieja de unos setenta y cinco años.¿E tú? ¿Pero qué haces tú acá viejita y no en tu casa? Andará al hospital o a algún mercado. Esto es lo más bonito del trabajo. En cada viaje, cuando no hay historias que escuchar, adivinar una vida detrás de cada rostro. En la mitad del bus, el único que no toma asiento, un señor de unos cuarenta años. Este sí me va a odiar si le digo que no tengo ni idea por dónde es que los tengo que llevar. Con esa cara de preocupación irá tarde al laburo. Me detengo. Es esta la última estación donde espero que el tiempo se detenga, que el mundo acabe o que me venga a la memoria como por puro milagro la ruta que hay que seguir ahora.  Me detengo yo pero no el tiempo. Se sube una señora cincuentona y escucho unos buenos días que me tranquilizan un poco no sin acabar por completo con mi angustia.

No me queda más que continuar y para mi desgracia hay una intersección. Miro hacia al frente, a la derecha y a la izquierda. Cualquiera de las tres opciones parece ser la correcta pero sólo una la adecuada y un sólo intento. Miro de nuevo el retrovisor. El señor que ya me odia controla con desespero el reloj. La joven al fondo continúa con sus ojos fijos en la ventana o hacia otro mundo. La viejita, por el contrario, ve hacia adentro con sus ojos bien cerrados ya soñando. Miro a la recién llegada y nuestras miradas se cruzan. Desde la distancia el espejo nos acerca y me trae una vaga sonrisa. Yo se la devuelvo con esfuerzo. Pobre señora, acabo de ver la sonrisa más trágica de toda su vida. Pero ese nuevo rostro me da confianza y me dice como: Sí, anda, pregúntame que yo sé bien el camino. Sin más remedio abro la puerta de mi pequeño fuerte y me entrego a mis verdugos. ¿Con la guillotina, la horca, la espada o una sonrisa de desprecio? ¿Cuál de todas será su arma? Preparo mi discurso y les digo con una voz más fuerte que los tres cafés que me tome esta mañana, con una voz que me viene yo no sé de dónde: Buenos días ¡Piedad, por favor, piedad! esta es la primera vez que hago esta ruta Maldito bus TREINTA Y UNO y la verdad no la conozco muy bien. No señor, sé que me odia desde que me vio pero ¡LA GUILLOTINA NO!  ¿Saben si aquí hay que seguir derecho o voltear a la izquierda o a la derecha? Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. ¿Cuáles son mis últimas palabras?  Hay un silencio mientras que siento como ya me voy quedando sin trabajo. ¿Qué voy a hacer después? Si ni siquiera soy bueno en esto. Conductor de bus que no conoce su ciudad, esto sí está como para escribir un mal cuento. El primero que reacciona es el señor, me mira con todo el odio que jamás he sentido. Dígale a mi hijo que lo amo y que puede sentirse libre de llamarse mi hijo. Me grita en la cara, me predice la muerte que por lo que veo me sopla ya en la nuca y pide que abra las puertas para que se baje. No encuentro las palabras para responderle ¿Pero qué piensas hacer estronzo? ¿Sacar tu capa de Superman y salir volando?  y sin más vuelvo a la cabina para abrirle las puertas. Pero escucho que la cincuentona se levanta y viene también a unirse. No, tú no. No puedes ser un Judas con mi confianza. Se pone de mi lado y nos dice: Tranquilos, va tuto bene. Tú volteas aquí a la izquierda y de ahí sigues derecho, siempre derecho. Yo te aviso cuando tengas que  voltear otra vez. Porque me perdonaste la vida, aquí te la entrego. Le vuelvo a sonreír esta vez tratando de expresar mi gratitud y prendo el bus. Volteo a la izquierda y sigo derecho. Es en esta estación que mi enemigo se baja no sin antes despedirse de mí. Que te vayas a la mierda. Me río.  Tranquilo, que allá sí sé cómo llegar…


29 de Octubre 2017
Roma, Bus 31


La realidad hoy supera la ficción. Estoy en el bus 31 que me lleva de Laurentina a via Gianicolense. El conductor a mitad de camino nos dice: ¿Ustedes saben si aquí tengo que ir a la derecha o a la izquierda? Al parecer no tenía ni idea de la ruta que tenía que hacer. Por suerte una señora de unos 56 años se vuelve la guía de todos. Se levanta y va hacia el frente del bus. Se pone al lado del joven conductor y le dice que tiene que ir hacia la izquierda y de ahí derecho, siempre derecho. Qué bueno es saber que todos vamos perdidos y que no tenemos ni idea a dónde es que vamos.  

Diana Velasco 

domingo, 5 de noviembre de 2017

Partida



Presente e passato- Giorgio de Chirico 


El viajero al irse dice volver.
Promesa falsa que se olvida del tiempo,
que engaña a la estúpida muerte
y al traicionero del olvido.


Dice adiós y en la partida 
esconde ya el deseo del regreso. 
Dice adiós y a Dios le llega
 el eco de un saludo y el grito de la duda 

Ausencia y el abrazo de la despedida 
se acobija en el manto del misterio 
Emprende viaje, traza un camino 
y se encuentra enseguida con lo desconocido.

Su brújula persigue un latido incesante
 que se escucha en cada paso:
El constante pulso del futuro errante.  
Se entrega así  por completo a la intriga,

sumergiéndose en el  abismo de los 
                                                      días.  




domingo, 24 de septiembre de 2017

Esbozo de una vida sin testigos II

Segundo Trazo

Todas las mañanas acostumbro atravesar el parque Monceau para coger la línea 2 del metro que me lleva, en 30 minutos, en  1800 segundos, al trabajo. Todas las mañanas, la figura de aquel viejo señor bigotudo y barrigón me esperaba. Era mi señal para saber si iba a tiempo. Si al pasar por su banca lo veía empacar todas sus cosas, una vieja  cobija que guardaba en una bolsa y un libro…siempre un libro diferente, iba a tiempo. Si al pasar ya no estaba sabía que el tiempo me había puesto una trampa y tenía que empezar a acelerar el paso. 

Statue and Figures in a Street- Francis Bacon 

 Aquella figura de viejo borracho sin hogar en realidad se revelaba como una figura imponente llena de misterio  para mí. Al verlo sentado leyendo en su única posesión en la tierra: una vieja banca que le servía de colchón, de cama, de cocina, de sala y biblioteca, me acordaba de toda figura paterna que siempre imaginé y nunca tuve. El pasaba por mi abuelo y hasta por mi padre. Me pregunto qué pudo haber pensado de mí, si es que alguna vez me vio. ¿Acaso al verme me habrá imaginado una mujer feliz o una llena de silencio y soledad?  A lo mejor ni me habrá visto. Pero sí, lo recuerdo muy bien. Una vez nos sonreímos y hasta creo haberle entendido un vago “Bonjour mademoiselle” saliendo de esa cueva que al abrirse mostraba pocos dientes.

Cuando yo regresaba del trabajo, alrededor de las nueve de la noche el sol todavía iluminaba la noche y podía atravesar el parque con toda tranquilidad. El señor Dupont a esa hora ya estaba en su palacio. Así que para mí ese desconocido era una especie de reloj, una señal que abría y cerraba el curso de mis días. Tuve alguna vez ganas de seguirlo para descubrir en qué ocupaba sus días, ahora me arrepiento de nunca haberlo hecho. Tal vez iba a un baño público a lavarse, quizá después iba a vender el libro que ya había terminado de leer e intercambiarlo por otro. Después se escabullía en el universo subterráneo que esconde París pidiendo algo de dinero para comprar su desayuno, su almuerzo y su comida: cigarrillos, pan y vino.

Esa noche cuando ya regresaba del trabajo vi que François ya dormía. Miré la hora y confirmé que había salido una hora más tarde de lo habitual, de regreso solía encontrarlo todavía despierto a veces leyendo, a veces acompañado de alguien más, siempre tomando cerveza o vino de la botella. Miré al cielo y también confirmé que el sol del verano ya estaba lejos y la noche nos abrazaba a ambos, asfixiándonos un poco. Me sorprendió que mientras dormía su cuerpo no estuviera sudando, el calor a esa hora de la noche parecía no dar tregua.  Decidí acercarme un poco más, lo suficiente para notar que su rostro estaba pálido. Pensé que era normal en él, a todas estas era la primera vez que me atrevía a romper la frontera entre extraños que nos separaba.  Mientras dormía parecía que abandonara por completo toda humanidad así que me sentí en el derecho de vigilarle un poco el sueño.

Me senté a su lado esperando a que regresara  a la vida, que abriera los ojos y me viera. Tal vez me respondería a todas las preguntas que tenía sobre él y aceptaría la poca ayuda que podía darle: mi más sincera amistad y por qué no, los únicos 20 euros que tenía en la billetera. Vi que había dejado el libro al lado suyo y no pude evitar abrirlo. Estaba leyendo el mito de Sísifo de Camus, un escritor que yo conocía de nombre. Ya estaba terminándolo, lo abrí y la primera frase que leí fue “No hay sol sin sombra, es necesario atravesar la noche”. Empecé a leerlo sin comprender mucho a decir verdad, la ansiedad  de verlo despertar me distraía de todo. Miré de nuevo la hora y ya faltaban diez minutos para la media noche. Me di cuenta que François ya estaba bien dormido y probablemente no se fuera a despertar hasta el día siguiente así que decidí irme también a acostar, prometiéndome que  le hablaría por la mañana diciéndole: Buenos días señor Dupont. “No hay sol sin sombra, es necesario atravesar la noche”.

Al día siguiente pensé que iba ya muy tarde para el trabajo porque no lo vi en su banca ni en ninguna otra. Miré de nuevo la hora y me di cuenta que de hecho tenía tiempo de sobra, tal vez las ganas de entablar esa conversación que había quedado pendiente entre los dos me habían hecho salir más temprano. ¿ A dónde se había ido el señor Dupont?  Nadie podía darme señal de un desconocido que nadie parecía conocer y que sin embargo hacía parte del paisaje cotidiano de todos aquellos que atravesaban el parque. Sin más y con nada menos que mil preguntas en mi garganta caminé hacía el metro y ahí fue cuando vi este anuncio.Ahí fue cuando me dije que François Dupont no podría ser más que el viejo bigotudo y barrigón del parque Monceau. Ahí fue cuando los llamé y vine. Como se da cuenta, yo la verdad no sé nada de este señor, sólo vagos esbozos de su vida que me he inventado.

Primer trazo 
http://cuentossincontar.blogspot.it/2017/04/esbozo-de-una-vida-sin-testigos.html 

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Identidad

Les nymphéas - Monet


Pertenezco a una ciudad agua 
de laberintos infinitos donde todos
se pierden y se encuentra renacidos.

Soy de una ciudad libro 
donde cada calle es un verso estrecho
y donde el río escribe un eterno
poema contra el tiempo y el olvido.

Vengo de una ciudad máscara
donde mi identidad la escondo
y puedo ser todas las caras del mundo

Vivo en una ciudad sueño 
de puentes que unen tierra y cielo,
donde nado buscando el trazo del pasado
y este presente que se me escapa de la mano.







lunes, 15 de mayo de 2017

Vuelo de pájaro



L'ange du foyer- Max Ernst

Pájaro de fuego, Fénix que a la eternidad haces eco,
te fundes en mi cuerpo y me haces río. 
Tus alas las acaricia el mar del cielo y tu vuelo 
recorre, despacio con la eternidad del tiempo,
                                                            todos mis silencios. 

Pájaro de fuego, estás bajo el yugo del viento
que te ha condenado al viaje eterno.
Nómada de la honda noche, me tomas de refugio
y haces de mi piel un manto de océanos violentos.

Pájaro de fuego, a la luz del sol  le tienes miedo
mueres con el día y de tus cenizas nacen los astros del cielo.

Te despluman 
        y
                             
                    tu vuelo
                                
                                       cae.
                                           
                                     Te sofocan
                         
                      y

                               tu fuego 
                                             
 desvanece.


Pájaro de hielo,espantas al otoño
 y en tu alado beso traes el invierno.
Tú corazón se vuelve ave rapaz,
 de caricias vagas un ocioso cazador.


Pájaro de hielo, luchas contra el tiempo
y huyes de tu reflejo viejo y cansado.
Huyes de mí,
 de mi abrazo.

Abres tus alas, escapas  
y tu vuelo de pájaro 
se hunde en 
lo profundo
de mi
vers
o








sábado, 22 de abril de 2017

Esbozo de una vida sin testigos

Primer Trazo


François Dupont murió el pasado 24 de Julio en  esta plaza. Si usted es familiar o tiene alguna información sobre él por  favor llame al: 0695749865. Leyó el anuncio una y otra vez. Se imaginó a François como un  hombre pequeño, no más de uno setenta años, con barba blanca y con ojos sin color e inútiles, con una barriga llena de cerveza y pulmones invadidos de tabaco, con manos sucias de tierra y el cuerpo botando ríos de sudor. ¿Cómo pudo haber muerto François Dupont? ¿Acaso fue una muerte lenta y agonizante o de un solo golpe la muerte lo agarró y lo tiró al piso? Tal vez fue un tiro que derrumbó su cuerpo en medio de la noche. Pero si fue un tiro yo lo hubiera escuchado, se dijo. Mi casa sólo queda a unas pocas cuadras de acá y el estruendo de la bala me hubiera despertado. De seguro habrá sido el asfixiante calor de verano, se  habrá ido con el sol de la noche que ya sin fuerzas para calentar se despide alrededor de las diez. La gente que debió verlo habrá pensado que era un borracho que dormía su borrachera pero en realidad era un viejo que saludaba ya la muerte.

Siguió caminando y en el siguiente poste leyó el mismo anuncio. Ahora la imagen de François se hacía cada vez más nítida en su imaginación. Lo vistió de harapos viejos y con un par de tennis sin suela. Se preguntó cuál habrá sido la última cosa que pensó, o si pudo pensar algo después de su muerte. Miro hacia los lados y vio que cada poste que rodeaba la plaza tenía el mismo anuncio. Sin embargo él era el único que se tomaba el tiempo para leerlos. François Dupont había muerto aquí o ahí o más allá hace… ¿hace cuánto tiempo este tipo anda muerto? Se preguntó sin poder encontrar la respuesta. Se paraba de la cama sin saber qué horas eran ni en qué día estaba. Nadaba entre los días como aquellos que ya no tienen nada que esperar. Se sentó en la banca más cercana y trató de acordarse qué día era hoy. Pensó en lo que había hecho ayer o el día antes de ayer pero de nuevo la nada lo saludo.

Sentado pudo ver las vidas que tenía en frente de sus ojos, todo el mundo pasaba ignorando que Monsieur Dupont había muerto aquí, hace…hace algunos días. Los que estaban sentados mantenían sus ojos fijos en los periódicos leyendo sobre la muerte en otros lados, los que pasaban caminando seguían su camino sin detenerse. Se acordó entonces que él también debía seguir su camino. Sí. Por algo se había levantado. Por algo había hecho el esfuerzo de dejar su cama, de vestirse, de tomar un café y una tostada y llamarlo desayuno. Por algo salió apurado dejando a medio cerrar la puerta de su pequeño apartamento. Pero a dónde iba ¿a dónde vas? ah sí. Iba de camino  a dejar una carta en el correo. Pero la carta podía esperar, debe esperar, esperará un rato más.

Pensó que de seguro lo había visto, lo había podido cruzar en la calle. Si ambos pasábamos seguido por este parque nos debimos haber cruzado una mirada, o un saludo tal vez. Se dijo que de pronto pudo haberle dado alguna moneda. De seguro le pude haber dado una moneda, un céntimo, o cinco. Pero nunca diez porque nunca tengo tanto. Estoy seguro que debí haberlo visto. Dupont debe ser el viejo que siempre se sentaba en esta banca que da en frente al parque Monceau, esta banca era su única posesión en esta tierra, su reino entre el infierno. ¿Y si llamo a ese número y digo que lo conocí? Tal vez sea la mejor idea, poco importa si lo conocí o no. Apuesto a que nadie lo conoció nunca y ni siquiera lo enterrarán. Quemarán su cuerpo y tirarán las cenizas a la basura. Y Así en menos de un minuto la vida de François Dupont habrá terminado. Ni un recuerdo ni un trazo de su paso por la tierra, nada, de nuevo nada. Pero enseguida descartó la idea de llamar, ¿cómo llamar si no tengo celular ni dinero para llamar? Entonces decidió que iría a la policía, diría que fue el único amigo que François Dupont tuvo en la vida y reclamaría su derecho a tener un entierro como cualquier persona se merece dejar esta tierra. ¿Pero qué tal que François haya sido un tipo peligroso, el delincuente, el más grande ladrón del barrio? Me culparían, por decir que fui su único amigo me tomaran también como su único cómplice. Pero es un riesgo que tenía que tomar. La curiosidad por saber quién se escondía detrás del nombre que invadía toda plaza lo encaminó hacía la prefectura más cercana que encontró.

De camino fue leyendo una y otra vez el anuncio que había arrancado y pensando en cada palabra que diría al policía. Primero tengo que decir buenos días porque con la autoridad siempre hay que ser lambón, después le pasó el papel y le digo que François fue un conocido mío. No, un amigo mío. Mejor aún, François fue mi mejor amigo y que me sorprendía su reciente muerte. Aquí tengo que fingir algunas lágrimas y con la voz quebrada le digo que François siempre quiso tener un entierro. Pero si no tengo plata para una llamada mucho menos voy a tener para un entierro. Se preguntó como hacían los pobres para morirse, si hasta para eso hay que tener plata. Bueno, algo me inventaré. Le diré a la vieja del apartamento que este mes no se lo puedo pagar, que me echaron del bar donde trabajo pero que el próximo mes le pagaré los dos meses completos.

Goya- Perro semihundido
Entró decidido y preparado para enfrentar lo que fuese la identidad de François pero cuando llegó la estación de policía ya estaba a reventar. Le pidieron tomar un número y pasar a la sala de espera. Tenía el número 30 e iban apenas en el 10. Veinte personas en frente suyo: una muchacha que con su pierna iba dando el ritmo al paso de los segundos, un viejo bigotudo que enrollaba y desenrollaba un periódico, una señora que parecía haber comido un elefante de desayuno con cara de tragedia y desesperación, un señor con un portafolio entre sus manos que se paraba cada cinco minutos a ver el reloj que colgaba a lo alto de un muro. El reloj, dueño de la espera de cada uno de los que esperaba, excepto para él que le daba igual esperar el día aquí o en otro lado.


Cuando le llegó su turno no tuvo palabras para decirle al agente, sólo extendió  su mano y le entregó el anuncio que ya estaba arrugado y lleno de pliegues. Un momento de silencio. El agente se sumerge en la lectura, después clava su mirada en la de él. Este ya me está empezando a analizar, pensara que estoy loco.  Y la verdad es que sí lo está. El policía lo mira a los ojos de nuevo pero esta vez mucho más de cerca. Rompe el anuncio en dos y lo tira a la basura. Enseguida le pone en la cara un pequeño calendario que le indica el día en el que están. François  Dupont lleva muerto hace más de dos meses. Habrá muerto solo en una noche de verano, sin que nadie lo viera morir. Habrá caminado solo hacía lo desconocido o…le habrá sonreído a la muerte. Se habrá tirado a sus pies pidiéndole por fin un descanso. 

Segundo trazo



martes, 28 de febrero de 2017

Geografia III

Lautrec-Le Lit
Detrás de mí dejé la puerta
de la casa abierta.
El hogar debe estar frío,
el olvido ya habrá entrado.


Mi cuarto lo imagino habitado
por el tiempo, que cansado,
se acostó en mi cama
buscando un segundo de descanso

Pero se encontró con las sabanas sin tender
y con la sombra de un amor a medio hacer.
Con un te quiero jamás pronunciando
que le reclama la ocasión el momento.

Sobre la mesa de noche
habrá encontrado tres cuentos sin contar,
un personaje sin nombre 
y un inicio que quiere acabar. 

En la biblioteca el universo
 un libro olvidado
que él va carcomiendo.
El tiempo muerto en este verso. 

Detrás de mí dejé el recuerdo
Adelante ya veo el olvido.
Porque siempre voy huyendo,
voy buscando el hogar perdido. 







lunes, 9 de enero de 2017

Anamnesis I


"J'appelle « anamnèse » l'action — mélange de jouissance et d'effort — que mène le sujet pour retrouversans l'agrandir ni le faire vibrer une ténuité du souvenir : c'est le haïku lui-même"
                                                                                                                                          Roland Barthes


A la hora del almuerzo la abuela es la única que tiene derecho a comer con las manos. Su mano izquierda el cuchillo, su mano derecha el tenedor. El pescado con miles de espinas se deshace entre sus manos. Cuando se mete uno de los últimos bocados  se escucha un estruendo, un grito, un alboroto. Una de las espinas le atraviesa la garganta.

La niña no se quiere pararse de la cama. Mejor cargar la cruz de cristo que ir al colegio. Qué tortura. Qué suplicio. La figura de la profesora, de piel blanca, arrugada y el cabello corto que le aumenta los años, representa para la niña el mismo infierno. La mamá le pregunta por qué, por qué hijita no quieres ir a estudiar mientras ella recuerda que la llama negra, que la deja a un lado. 

El pequeño fragmento de cielo que cubre Leticia es invadido por el canto de los pájaros a la misma hora, todos los días sin falta. A las seis de la tarde salen de sus escondites y anuncian que otro día ya ha terminado. La niña que vive al frente del parque sale a escuchar la música estridente. Mira al cielo. Mira más allá del cielo. Mira y mira y no entiende la grand-eza de la natural-eza.


En la estación Saint Lazare se hace un viejo que está ciego, quién sabe si hace tiempo o si es la vejez que le ha cerrado los ojos. Cada mañana lo veo del otro lado de la línea tocando la misma canción de Georges Brassens. Su presencia que pasa desapercibida por todos los que llevan afán, irrumpe en mí como una señal. Me dice que cada momento de la vida merece convertirse en cuadro, en recuerdo, en oración.