Ma chèreTeresa
No había querido escribirte esta carta, primero, porque sabes que las
palabras no me vienen fácil y segundo, porque no deseaba aceptar los hechos que
me han venido sucediendo. Sin embargo, estoy consciente que al poner esto sobre
el papel y enviártelo podré sentir que las cosas que han pasado son reales y no
un simple y triste consuelo para esta soledad que has dejado. ¿Te
acuerdas cuando decías que me faltaba cabeza para tantos pensamientos que me
entraban? He llegado al punto de creerte todo este cuento Teresa.
No sé muy bien si el que te escribe esto es León Márquez,
José Mutis o Julio Borges - Amigos que habitan en mi como fantasmas y que
van robándose, poco a poco, pedazos de mi vida-.Lo que sí te puedo asegurar es
que " Carlos Caicedo", al que tú has conocido en momentos de
intrépida pasión, fugaces alegrías y al que decidiste abandonar, ya no existe
más.
Empezaré con José Mutis que fue el primero en entrar sin tocar la puerta
a mi memoria. Llegó cuando estaba tomando el desayuno y la boca me empezó a
saber a brisa y a sal. Cada poro de mi piel sentía la libertad y la pequeñez
que experimentan los que viven en un emancipado secuestro con las olas. Te
imaginarás la emoción de este viejo, TU VIEJO, que nunca ha visto el mar al ver
como esos recuerdos ajenos se reproducían tan vivamente.
Mutis hacía parte de la embarcación "Los Quijotes" que
transportaban mercancía de contrabando por todo el Caribe. El tiempo con el que
estuve con él - no más de una semana o una hora o un segundo, sabes
que yo y el tiempo no nos llevamos bien- pude ver de cerca su alma de
poeta y enamoradizo, de borracho y melancólico. Me dio un tiquete libre para
entrever toda su vida. Cuando la embarcación atrancaba en un puerto su única
regla era conseguir a las mujeres más tristes y peculiares, con algún talento
oculto o secretos profundos; por lo menos ese era su modus operandi. Él
no tenía que pagarle a prostitutas como sus demás compañeros porque su
galantería las conquistaba. Teresa, tenías que ver cómo esas Dulcineas lloraban
cada vez que "Los Quijotes" se iban, cómo se llenaban de promesas y
amores para una próxima vez que nunca acontecía. ¿Tengo que decirte que con
cada recuerdo de mujeres que Mutis me prestaba, que con cada noche con María,
Andrea, Juana, Mariana, Adriana...era, en realidad, una oportunidad más para
seguir imaginándote mía?
Es necesario que haga una parada en Adriana, Adrianita, Adriana la
linda, la tuerta. José la vio con un cigarrillo en la boca, un vestido negro
que no hacía contraste con su piel canela, con su pelo, ¡con ese pelo hasta las
caderas! La vio lista para cruzar la calle y que la vida le pasara por encima
pero él la agarró a tiempo y el cuerpo de Adrianita se estremeció agradecido
porque la había salvado de la horrible muerte. Pero esas mismas manos que la
salvaban, te digo esto ahora para que no te ilusiones con finales
felices, la arrastraban a la calmada tempestad, a los apacibles remolinos,
cerca donde tú y yo solíamos vivir Teresa, cerca del amor. Al ver la imagen de
Adrianita con ese ojo que le daba vueltas, que no servía, ese ojo de ¿para qué?
pensé que José la iba a rechazar pero al saber que ella ya lo adoraba desde su
única pupila la quiso más cerca de él.
Adriana era sola en el mundo. Se había hecho del aire, del mar, de
la sal. Si quería venia o se iba con tal soltura que su cuerpo parecía ser como
la lluvia. No tenía dueño o eso creíamos al principio, me refiero a Mutis y a
mí, porque a ambos nos sorprendió saber que Adriana era casada. Cuando
aparecería después de 3, 6 u 8 días era porque estaba con su esposo en algún
viaje de negocios, en un sitio donde no podía ser Adriana la linda, la tuerta
sino solo Adriana DE MARTINEZ, como si fuese propiedad, como si fuese una
casa o un zapato o su perra. José no podía reclamarle ni aceptar que
también le hubiera gustado llamarla Adriana de Mutis como si fuese su
propiedad, su casa, sus zapatos o su perra. Lo que estaba a su alcance era
pintarle salidas de escape, un mundo más allá de la orilla de la cama, de la
embarcación, de su marido y de todos pero nunca hubo tiempo y es que
nunca hay tiempo Teresa.
En uno de esos largos viajes que hacía Adrianita, José tuvo que irse a
transportar una mercancía, no se despidieron porque la ausencia era común entre
ellos y sabían que el “Hasta pronto” siempre estaba servido sobre la mesa. Incluso yo pensé que ese recuerdo no iba a tener un gran impacto, que era algo
sin significado.
Querida, amada no tan mía, tengo que agarrarme fuerte a estas letras
porque aún puedo sentir como las olas y el viento arrastraban a los Quijotes,
puedo ver los vestigios de muchas noches, mujeres, de Adrianita. No pude
despedirme de Mutis ni Mutis de su tuerta. Esa noche escuché todos los gritos
de los tripulantes y ¿por qué no decirlo? de toda la humanidad y yo solo
temblaba muy solo de este lado y tú allá Teresita, ma petite Colombe...tu
t'est allée déjà.
Esto aún sigue y creo que ya nunca va a parar, y de alguna manera me
alegra porque estoy muy solo. Después de Mutis pensé que seguía la nada y que
ahora bastaba con buscar una explicación lógica a esos recuerdos tan
ajenos y propios pero Márquez no esperó a mi duelo por la partida de Mutis y
sin más, me bombardeó con una tristeza solo comparable con la mía. Te digo que
este tipo era todo lo opuesto a mi anterior compañero, aunque eso sí, tenían el
mismo aire melancólico y poetizo. Ya no sentía el mar ni veía la sal sino a los
sonidos de la ciudad aturdida y asustada.
León era un ser solitario, tan joven que había decidido pasar por viejo
ante los ojos de los demás. Era muy reservado y sus memorias venían, primero,
como tanteando el terreno para después clavarse en mí. Me dejó entrar y ver
cómo una sola mirada le hizo darse cuenta de su terrible soledad y hacer que su
mundo tomara cuerpo. Me puso a correr largas caminatas por los barrios más
remotos de Londres. Cada paso que daba significaba un grave dilema, un
pensamiento profundo, un suspiro de miles de teorías filosóficas. Fue la visita
que más me afectó, pero bueno, iré al grano para sacarte ya de la intriga que
sé que tienes Teresa.
En una de estas caminatas vio delante suyo un afanado caminar acompañado
de un pelo corto que se movía de lado a lado. La curiosidad que la muchacha
dejó en él había sido tal que la siguió sutilmente mientras la idealizaba.
Quiso que fuese triste y solitaria como él, se la imaginó leyendo a Wilde,
Baudelaire y a Poe. Siguió sus pasos como si fuesen la única verdad en
este mundo, creyendo que esos pies lo iban a llevar al mismo Edén. Pero tú y yo
sabemos que entre más esperanzas colocamos en extraños resultamos
desilusionados.
La del pelo corto y piernas flacas se llamaba Claudine. Su cuerpo pálido
nos llevó a uno de esos bares donde solo acuden los seres más miserables, en
donde la raíz de los árboles se infecta de desolación y ruina. Sin embargo, él
estaba tan maravillado que no le importó nada, algo tenía que haber en
esos ojos para que León estuviese adorándola sin conocer nada de ella. De
pronto era un aire de mujer fatal que ningún hombre, así luche con el mejor
ejército, no puede evitar que su barco vire hacia la tormenta.
Los primeros días solo fueron angustias y contemplaciones, queriéndola
sin que Claudine supiese de su existencia, imaginándose esta vida y muchas
otras juntos, viviendo en el campo, en la ciudad, encerrados libremente en el
cuarto alquilado de León, acostados en el colchón sobre el cielo, echándose el
mundo entero encima. Contando historias y escribiéndole más, convirtiéndola en
su Musa y salvándola de ese horrible hueco. Pero Márquez no se animaba a
hablarle y solo continuaba imaginando ¿Qué podía hacer yo Teresa? Quería
ayudarlo y darle consejos, dejarle la experiencia y ver qué hacía con
ella, poder heredarle el coraje y el valor de todos los héroes. Pero era una
película donde, por más que quisiera, no tenía ningún papel salvo el de espectador
que grita a la pantalla y dice: pero háblale, arriésgate, no seas tímido.
Y como si se compadeciera de mí me entregó el mejor recuerdo que se venía
sembrando desde hace mil años, un encuentro que iba mucho más allá de lo que es
el destino.
León se había resuelto a decirle Hola- palabra más simple aunque
aterradora y difícil de pronunciar, esa que se dice sin saber a dónde
exactamente se va a llegar- y poco a poco ir indagando en la vida de esa
muchacha. Claudine le dijo que era Claudine y si quería podía esperarla
mientras acababa su turno. En esos ojos vi la melancolía y supe que ella
también lo esperaba, en esos ojos vi a los tuyos y a mi soledad… ¿por qué no
vuelves Teresa?
Márquez la esperó y ambos fueron caminando aullándole a la ciudad, eran
gatos sin edad. Claudine hizo de su hogar la cama de León; por su parte,
él la introdujo a los poetas malditos, a Poe, a Joyce y a Tolstoi, la tomó de
la mano para hundirse en hondas lecturas. Ella solo se revolcaba entusiasmada,
llorando por su ignorancia porque veía las letras y eran como jeroglíficos,
León se convirtió en la imagen más cercana a un dios que tenía acceso a otros
mundos. Poco a poco, él logró acomodarla a todos sus prospectos, trató de
combatir todos los fantasmas y arrancarlos de raíz. Pudo con todo menos con la
pobreza, la enfermedad, la avaricia de una joven que soñaba con que su nombre
cruzara los mares. Queriendo siempre más de lo que la vida le ofrecía, y mira
qué cosas le ofrecía Teresa, nada más y nada menos que el amor.
Tuve que lidiar con el pobre de León cuando empezaba a preguntarse el
por qué de la humanidad, de su mundo, de Claudine con el vestido rojo, bajo las
luces del bar sin importarle nada, de Claudine sin el vestido. De él y ella con
un pocotón de sentimientos en el medio. Eran celos, amor, odio, compasión,
aversión y atracción. Sé que él solo no podía con todo y por eso se recostaba
en mí, tratando de soportar que Claudine estuviese con muchos y con él,
hallando la salida a esa telaraña en la que ambos estaban tan inmersos.
Un disparo rompió la noche y todos los pedazos que caían de ella
iban punzando mi piel. Después de largas discusiones león empezó a amenazar a
la pequeña Claudine con la idea del suicidio. Márquez lloriqueaba y pataleaba
asustado de que se viese obligado a cumplir esa promesa. Siempre había pensado
en el suicidio pero ahora quería colgársele a la vida, la vida que se resumía
en Claudine. Ella al escuchar los berrinches de León no hacía más que reírse
porque tampoco lo creía capaz y seguía usando su vestido, abriendo las puertas
al pequeño infierno que era su cuerpo. Ambos ignoraban el poder de los
impulsos, tú también al irte, yo al escribir esta carta que quizá
terminará en la basura, la humanidad al lanzarse a guerras, a cultivar más
cerdos cuando ya crecen en los árboles. Justo a los ojos de Claudine y en los
míos, ahora en los tuyos, la sangre fue caminando y arrastrando a
Márquez, acabando con las memorias de mi triste amigo León .Estaba solo de
nuevo Teresa, aunque no por mucho.
Falta Julio Borges. Llegó y yo lo esperaba con muchas ansias,
limpiándole mi cabeza para que pudiese acomodarse como le gustase, quise
confiar en él porque me daba la mano para sacarme de la soledad y se la agarré
con fuerza.
Borges era un hombre que inspiraba respeto y admiración, su paso nunca
flaqueaba y al caminar nunca se le olvidada que después de la pierna derecha
seguía la izquierda. No se confundía. En su cabeza no existían cosas como el
destino, la suerte. Para él la vida no estaba condicionada al azar ni a cosas
místicas o predestinadas. Julio quería demostrar con cada acto de su vida que
él podía montarla sin ayuda divina, que las oportunidades eran propias de la
dinámica del universo y que nuestra única labor era actuar sobre ellas,
rechazarlas o aprovecharlas. ¿Se te hace conocido todo esto? La misma
visión de la vida la compartían ustedes dos. Yo que siempre te vi como un
regalo divino y tú reprochándome, diciéndome una y otra vez que sobre nosotros
recaía todo lo que nos pasaba. ¿Por eso te fuiste? Si es por eso puedo
negarlo todo, a la suerte, al destino, a todos estos eufemismos. Pero esto ya
no viene al caso. Prometo que de lo que viene dejaré de quejarme y te contaré
de Julio Borges.
Los primeros recuerdos eran de largos insomnios, horas ocupadas hablando
con colegas sobre filósofos de otros tiempos y las mismas ideas que cada uno
tenía. Iban desde los presocráticos a Schopenhauer, de
Aristóteles a Nietzsche. Había días en que me perdía en los grandes
laberintos de sus conversaciones, era tan ignorante entre todos ellos Teresa.
Cuando digo ellos me refiero a el periodista que era perseguido
por los de izquierda, los de derecha, los del medio. Decía que solo peleaba por
la verdad y resulta que nadie la decía. También estaba la poeta que no hacía más
que parecer triste y lo hacía solo para engañar a los que se dejan llevar por
las apariencias, para después entregarle la alegría a los que se toman el
tiempo de escarbar el alma. Sentí que Borges la amaba con locura y, a
decir verdad, todos ahí en esas tertulias pero solo la admiraban en el eterno
silencio. Por último, el fotógrafo y la actriz que eran pareja, constituían una
muralla impenetrable y solo iban a escuchar a nuestro Julio hablar sobre la
muerte, la vida y lo inerte. Estas constantes charlas se realizaban en cafés,
en el apartamento de la poeta, en el bunker del periodista – aunque esto
significaba vigilar que nadie siguiera, en tener muchos cuidados - , y la
mayoría de veces en la sala de Borges.
Entre todo esto me empezaba a preguntar si Julio no tenía otras
pasiones, si todo en su vida era filosofía y libros y palabras de otros
tiempos, si no perdía la cabeza por algún amor. Y así, como oyendo mis quejas –
Teresa, sentí que todo lo que te contaré lo hizo con la única intención de
sorprenderme- me dejo ver a su Isabel desde que el tal destino le tendió una
trampa con el cuerpo de ella hasta que ambos se fueron perdiendo en el bosque
de la locura.
Julio vio por primera vez a Isabel en el cine. No se hablaron, solo se
reconocieron y cruzaron una mirada, que para esa mujer significó el cielo y el
mar, para Borges más la tierra donde estaba lo real y lo palpable; después se
dejaron ir, como ocurre casi siempre con los extraños. Pero siguieron los
encuentros en las calles del barrio donde vivía Borges. Pasaba que iba
caminando y se le antojaba un café, minutos después entraba Isabel con un
abrigo que la cubría toda y una cara que decía destino. O tenía una cita con el
fotógrafo, la actriz, el periodista y la poeta en un restaurante y llegaba ella
con una cara que decía: Borges, vas a caer. Por último en la librería,
que era donde Isabel trabajaba, él se acercó mientras ella tenía la cabeza
sumergida en Cocteau. Fue en un parpadear que la introdujo en su mundo,
la llevó con los colegas, ellos la quisieron desde su timidez, inocencia, y
particularmente, desde su manera de ver la vida. Era esa peculiar forma de
tratar su existencia, que no era tan de ella, lo que le sacaba de quicio a
Borges, lo que le hacía perder los estribos y amarla un poco más sin comprender
por qué. Isabel lloraba y se reía de la vida tan linda y triste que le había
tocado. Le había tocado porque la posibilidad de cambiar no existía, se
dejaba llevar por el destino que otros habían escrito para ella. Vi que cada
pequeña cosa que estaba en su camino significaba un presagio oculto, una
maldición irreparable y que en algún lugar de ese manual que era Isabel decía
que Julio Borges era la gran salvación.
Un día la casa de Julio se fue llenando de maletas, cajas y una
avalancha de recuerdos junto a Isabel fueron caminando por mi mente.
Además de sus cosas personales Isabel trajo consigo un montón de
supersticiones, el miedo a la noche que se traducía a toda su vida y con todo
esto, la locura. Por las noches los espíritus la veían dormir y hasta se
apoderaban de sus sueños. Despertaba a Borges y él la calmaba, le decía que los
dos estaban seguros porque estaban ahí solo para el otro.
Una noche Julio volvió a su casa faltando poco para que la noche se
fuera a pasear y encontró a Isabel temblando en la cama, sintiendo al demonio
dentro. Las sábanas estaban empapadas de los ríos de sudor que botaba el cuerpo
de la pobre. Julio no sabía qué hacer, salvo imaginarse las peores situaciones,
ladrones que la habían violado, alguna fiebre ya muy avanzada que la
carcomía. Teresa, eran los fantasmas que la perseguían, que ella inventaba o
que habían existido siempre. Antes de que la razón se le escapara del todo a
Isabelita, Borges se enteró de todo lo que había sucedido, y no hizo más que
culparse e ir cargando la cruz de la humanidad.
Ella estaba preocupada por Julio y sabía que no podía dormir sin su
presencia así que lo esperó. Las ansias que tenía por la llegada de su
compañero engañaron completamente a su mente. Escuchó un fuerte estruendo y
salió a ver qué era lo que pasaba. Al llegar a la puerta se dio cuenta que
estaba Borges tumbado en el suelo. La pobre Isabel hizo el esfuerzo para
levantarlo pero pesaba toneladas. Le besó el pelo, la cara y con su dulzura lo
convenció para que se parara. Dirigió sus pasos agotados y rápidamente se echó
en la cama, sin decir una palabra. Isabel fue a la cocina a traerle un té bien
caliente pero a su regreso el Julio que había dejado en la cama ya no estaba,
nunca había estado.
Los médicos le arrebataron a Isabel y Julio nunca más la volvió
porque se dejó morir creyendo que ese era su destino. Lo vi morir Teresa y no
podía hacer nada, fui testigo de cómo su cuerpo se hizo extraño del sueño. El
miedo a la noche y a vivir se le imprimió en la piel, y así, poco a poco se
despidió de mí y del mundo entero. Se fue creyendo en todo lo que había
detestado y amando a la loca de Isabel.
Y con Borges se acabaron los recuerdos y solo estoy yo mirándome al
espejo, ahora veo en mi reflejo cómo los rostros de Julio, Mutis y León se
combinan en mí cara y en todo mi cuerpo. Me doy cuenta que esta carta te la
escribe José Mutis desde su embarcación pensándote ajena, León adorándote con
tu vestido rojo y Borges desde tu locura. Este que te escribe es José, León y
Julio y yo, todos nosotros perdimos la cabeza por ti. Somos cuatro pero a la
larga uno, un solo corazón Teresa. Puedo ver mi corazón triplicarse en su
tamaño y trabajando como una locomotora que nunca para, veo cómo la sangre que circula
por mis venas es la misma que pasaba por el cuerpo de Mutis, la que se hervía
al ver a Adrianita, Claudine, Isabel, al verte a ti.
Empecé esta carta para entender todos estos hechos y atarme los pies de
nuevo a la realidad pero descubrí que es mejor vivir en la frontera, con un pie
pisando la locura y el otro ocupado en el paso corriente de los días. Ahora que
tú estás lejos es tiempo de que yo te acompañe y que a cualquiera le lleguen
estas memorias, le llegue una vida que ya está a punto de acabar.
ATT: El corazón de los que te amaron.