viernes, 16 de agosto de 2013

Efímero

Qué tiempos, corazón,
el que nos hemos inventado.
Aquí sentados, toda la
eternidad ha pasado.

¿Viste también a la soledad?
Nos venía buscando
para arrastrarnos.

Nos quería llevar al espectáculo
donde la primera guerra del mundo y
la última se confundían y solo bailaban un vals
que olía a muerte.

Nuestro futuro no vino
pero ahí estábamos en nuestro entierro. 
La humanidad entera nos lloró
y entre sollozos y gritos, la vida floreció.

¡Mira nada más cuántos imperios vemos desde acá!
todo lo que el olvido no escribió y el alma ignoró,
la vida recostada y ellos peinándola;
esclavos de lo desconocido, aventureros temerarios.

Todos nos decían: ¡Salid a vivir!
y casi creímos en la infinitud que guarda lo fugaz,
casi que tuvimos fe en el tiempo.

viernes, 2 de agosto de 2013

El corazón de los poetas

Ma chèreTeresa 

No había querido escribirte esta carta, primero, porque sabes que las palabras no me vienen fácil y segundo, porque no deseaba aceptar los hechos que me han venido sucediendo. Sin embargo, estoy consciente que al poner esto sobre el papel y enviártelo podré sentir que las cosas que han pasado son reales y no un simple y triste  consuelo para esta soledad que has dejado. ¿Te acuerdas cuando decías que me faltaba cabeza para tantos pensamientos que me entraban? He llegado al punto de creerte todo este cuento Teresa.  

No sé muy bien si el que te escribe esto es  León Márquez, José Mutis o Julio Borges - Amigos que habitan en  mi como fantasmas y que van robándose, poco a poco, pedazos de mi vida-.Lo que sí te puedo asegurar es que " Carlos Caicedo", al que tú has conocido en momentos de intrépida pasión, fugaces alegrías y al que decidiste abandonar, ya no existe más. 

Empezaré con José Mutis que fue el primero en entrar sin tocar la puerta a mi memoria. Llegó cuando estaba tomando el desayuno y la boca me empezó a saber a brisa y a sal. Cada poro de mi piel sentía la libertad y la pequeñez que experimentan los que viven en un emancipado secuestro con las olas. Te imaginarás la emoción de este viejo, TU VIEJO, que nunca ha visto el mar al ver como esos recuerdos ajenos se  reproducían tan vivamente.

Mutis hacía parte de la embarcación "Los Quijotes" que transportaban mercancía de contrabando por todo el Caribe. El tiempo con el que estuve con él - no más de una semana o  una hora  o un segundo, sabes que yo y el tiempo no nos llevamos bien-  pude ver de cerca su alma de poeta y enamoradizo, de borracho y melancólico. Me dio un tiquete libre para entrever toda su vida. Cuando la embarcación atrancaba en un puerto su única regla era conseguir a las mujeres más tristes y peculiares, con algún talento oculto o secretos profundos; por lo menos ese era su modus operandi. Él no tenía que pagarle a prostitutas como sus demás compañeros porque su galantería las conquistaba. Teresa, tenías que ver cómo esas Dulcineas lloraban cada vez que "Los Quijotes" se iban, cómo se llenaban de promesas y amores para una próxima vez que nunca acontecía. ¿Tengo que decirte que con cada recuerdo de mujeres que Mutis me prestaba, que con cada noche con María, Andrea, Juana, Mariana, Adriana...era, en realidad, una oportunidad más para seguir imaginándote  mía?  

Es necesario que haga una parada en Adriana, Adrianita, Adriana la linda, la tuerta. José la vio con un cigarrillo en la boca, un vestido negro que no hacía contraste con su piel canela, con su pelo, ¡con ese pelo hasta las caderas! La vio lista para cruzar la calle y que la vida le pasara por encima pero él la agarró a tiempo y el cuerpo de Adrianita se estremeció agradecido porque la había salvado de la horrible muerte. Pero esas mismas manos que la salvaban, te digo esto ahora para que no  te ilusiones con finales felices, la arrastraban a la calmada tempestad, a los apacibles remolinos, cerca donde tú y yo solíamos vivir Teresa, cerca del amor. Al ver la imagen de Adrianita con ese ojo que le daba vueltas, que no servía, ese ojo de ¿para qué? pensé que José la iba a rechazar pero al saber que ella ya lo adoraba desde su única pupila la quiso más cerca de él.

 Adriana era sola en el mundo. Se había hecho del aire, del mar, de la sal. Si quería venia o se iba con tal soltura que su cuerpo parecía ser como la lluvia. No tenía dueño o eso creíamos al principio, me refiero a Mutis y a mí, porque a ambos nos sorprendió saber que Adriana era casada. Cuando aparecería después de 3, 6 u 8 días era porque estaba con su esposo en algún viaje de negocios, en un sitio donde no podía ser Adriana la linda, la tuerta sino solo Adriana DE MARTINEZ, como si fuese propiedad, como si fuese una casa  o un zapato o su perra. José no podía reclamarle ni aceptar que también le hubiera gustado llamarla Adriana de Mutis como si fuese su propiedad, su casa, sus zapatos o su perra. Lo que estaba a su alcance era pintarle salidas de escape, un mundo más allá de la orilla de la cama, de la embarcación, de su marido y de todos pero nunca hubo tiempo y es  que nunca hay tiempo Teresa.

En uno de esos largos viajes que hacía Adrianita, José tuvo que irse a transportar una mercancía, no se despidieron porque la ausencia era común entre ellos y sabían que el “Hasta pronto” siempre estaba servido sobre la mesa. Incluso yo pensé que ese recuerdo no iba a tener un gran impacto, que era algo sin significado.

Querida, amada no tan mía, tengo que agarrarme fuerte a estas letras porque aún puedo sentir como las olas y el viento arrastraban a los Quijotes, puedo ver los  vestigios de muchas noches, mujeres, de Adrianita. No pude despedirme de Mutis ni Mutis de su tuerta. Esa noche escuché todos los gritos de los tripulantes y ¿por qué no decirlo? de toda la humanidad y yo solo temblaba muy solo de este lado y tú allá Teresita,  ma petite Colombe...tu t'est allée déjà.

Esto aún sigue y creo que ya nunca va a parar, y de alguna manera me alegra porque estoy muy solo. Después de Mutis pensé que seguía la nada y que ahora bastaba con  buscar una explicación lógica a esos recuerdos tan ajenos y propios pero Márquez no esperó a mi duelo por la partida de Mutis y sin más, me bombardeó con una tristeza solo comparable con la mía. Te digo que este tipo era todo lo opuesto a mi anterior compañero, aunque eso sí, tenían el mismo aire melancólico y poetizo. Ya no sentía el mar ni veía la sal sino a los sonidos de la ciudad aturdida y asustada.

León era un ser solitario, tan joven que había decidido pasar por viejo ante los ojos de los demás. Era muy reservado y sus memorias venían, primero, como tanteando el terreno para después clavarse en mí. Me dejó entrar y ver cómo una sola mirada le hizo darse cuenta de su terrible soledad y hacer que su mundo tomara cuerpo. Me puso a correr largas caminatas por los barrios más remotos de Londres. Cada paso que daba significaba un grave dilema, un pensamiento profundo, un suspiro de miles de teorías filosóficas. Fue la visita que más me afectó, pero bueno, iré al grano para sacarte ya de la intriga que sé que tienes Teresa.

En una de estas caminatas vio delante suyo un afanado caminar acompañado de un pelo corto que se movía de lado a lado. La curiosidad que la muchacha dejó en él había sido tal que la siguió sutilmente mientras la idealizaba. Quiso que fuese triste y solitaria como él, se la imaginó leyendo a Wilde, Baudelaire  y a Poe. Siguió sus pasos como si fuesen la única verdad en este mundo, creyendo que esos pies lo iban a llevar al mismo Edén. Pero tú y yo sabemos que entre más esperanzas colocamos en extraños resultamos desilusionados.

La del pelo corto y piernas flacas se llamaba Claudine. Su cuerpo pálido nos llevó a uno de esos bares donde solo acuden los seres más miserables, en donde la raíz de los árboles se infecta de desolación y ruina. Sin embargo, él estaba tan maravillado que no le  importó nada, algo tenía que haber en esos ojos para que León estuviese adorándola sin conocer nada de ella. De pronto era un aire de mujer fatal que ningún hombre, así luche con el mejor ejército, no puede evitar que su barco vire hacia la tormenta.  

Los primeros días solo fueron angustias y contemplaciones, queriéndola sin que Claudine supiese de su existencia, imaginándose esta vida y muchas otras juntos, viviendo en el campo, en la ciudad, encerrados libremente en el cuarto alquilado de León, acostados en el colchón sobre el cielo, echándose el mundo entero encima. Contando historias y escribiéndole más, convirtiéndola en su Musa y salvándola de ese horrible hueco. Pero Márquez no se animaba a hablarle y solo continuaba imaginando ¿Qué podía hacer yo Teresa?  Quería ayudarlo  y darle consejos, dejarle la experiencia y ver qué hacía con ella, poder heredarle el coraje y el valor de todos los héroes. Pero era una película donde, por más que quisiera, no tenía ningún papel salvo el de espectador que grita a  la pantalla y dice: pero háblale, arriésgate, no seas tímido. Y como si se compadeciera de mí me entregó el mejor recuerdo que se venía sembrando desde hace mil años, un encuentro que iba mucho más allá de lo que es el destino.

León se había resuelto a decirle Hola- palabra más simple aunque aterradora y difícil de pronunciar, esa que se dice sin saber a dónde exactamente se va a llegar- y poco a poco ir indagando en la vida de esa muchacha. Claudine le dijo que era Claudine y si quería podía esperarla mientras acababa su turno. En esos ojos vi la melancolía y supe que ella también lo esperaba, en esos ojos vi a los tuyos y a mi soledad… ¿por qué no vuelves Teresa?

Márquez la esperó y ambos fueron caminando aullándole a la ciudad, eran gatos sin edad. Claudine hizo de su hogar la cama de León;  por su parte, él la introdujo a los poetas malditos, a Poe, a Joyce y a Tolstoi, la tomó de la mano para hundirse en hondas lecturas. Ella solo se revolcaba entusiasmada, llorando por su ignorancia porque veía las letras y eran como jeroglíficos, León se convirtió en la imagen más cercana a un dios que tenía acceso a otros mundos. Poco a poco, él logró acomodarla a todos sus prospectos, trató de combatir todos los fantasmas y arrancarlos de raíz. Pudo con todo menos con la pobreza, la enfermedad, la avaricia de una joven que soñaba con que su nombre cruzara los mares. Queriendo siempre más de lo que la vida le ofrecía, y mira qué cosas le ofrecía Teresa, nada más y nada menos que el amor.

Tuve que lidiar con el pobre de León cuando empezaba a preguntarse el por qué de la humanidad, de su mundo, de Claudine con el vestido rojo, bajo las luces del bar sin importarle nada, de Claudine sin el vestido. De él y ella con un pocotón de sentimientos en el medio. Eran celos, amor, odio, compasión, aversión y atracción. Sé que él solo no podía con todo y por eso se recostaba en mí, tratando de soportar que Claudine estuviese con muchos y con él, hallando la salida a esa telaraña en la que ambos estaban tan inmersos.  

Un disparo rompió la noche  y todos los pedazos que caían de ella iban punzando mi piel. Después de largas discusiones león empezó a amenazar a la pequeña Claudine con la idea del suicidio. Márquez lloriqueaba y pataleaba asustado de que se viese obligado a cumplir esa promesa. Siempre había pensado en el suicidio pero ahora quería colgársele a la vida, la vida que se resumía en Claudine. Ella al escuchar los berrinches de León no hacía más que reírse porque tampoco lo creía capaz y seguía usando su vestido, abriendo las puertas al pequeño infierno que era su cuerpo.  Ambos ignoraban el poder de los impulsos, tú también al irte, yo  al escribir esta carta que quizá terminará en la basura, la humanidad al lanzarse a guerras, a cultivar más cerdos cuando ya crecen en los árboles. Justo a los ojos de Claudine y en los míos, ahora en los tuyos, la sangre  fue caminando y arrastrando a Márquez, acabando con las memorias de mi triste amigo León .Estaba solo de nuevo Teresa, aunque no por mucho.

Falta Julio Borges. Llegó y yo lo esperaba con muchas ansias, limpiándole mi cabeza para que pudiese acomodarse como le gustase, quise confiar en él porque me daba la mano para sacarme de la soledad y se la agarré con fuerza.

Borges era un hombre que inspiraba respeto y admiración, su paso nunca flaqueaba y al caminar nunca se le olvidada que después de la pierna derecha seguía la izquierda. No se confundía. En su cabeza no existían cosas como el destino, la suerte. Para él la vida no estaba condicionada al azar ni a cosas místicas o predestinadas. Julio quería demostrar con cada acto de su vida que él podía montarla sin ayuda divina, que las oportunidades eran propias de la dinámica del universo y que nuestra única labor era actuar sobre  ellas, rechazarlas o aprovecharlas.  ¿Se te hace conocido todo esto? La misma visión de  la vida la compartían ustedes dos. Yo que siempre te vi como un regalo divino y tú reprochándome, diciéndome una y otra vez que sobre nosotros recaía todo lo que nos pasaba. ¿Por eso te fuiste?  Si es por eso puedo negarlo todo, a la suerte, al destino, a todos estos eufemismos. Pero esto ya no viene al caso. Prometo que de lo que viene dejaré de quejarme y te contaré de Julio Borges.

Los primeros recuerdos eran de largos insomnios, horas ocupadas hablando con colegas sobre filósofos de otros tiempos y las mismas ideas que cada uno tenía. Iban desde los presocráticos  a Schopenhauer,  de Aristóteles  a Nietzsche. Había días en que me perdía en los grandes laberintos de sus conversaciones, era tan ignorante entre todos ellos Teresa.  Cuando digo ellos me refiero a el periodista  que era perseguido por los de izquierda, los de derecha, los del medio. Decía que solo peleaba por la verdad y resulta que nadie la decía. También estaba la poeta que no hacía más que parecer triste y lo hacía solo para engañar a los que se dejan llevar por las apariencias, para después entregarle la alegría a los que se toman el tiempo de escarbar el alma.  Sentí que Borges la amaba con locura y, a decir verdad, todos ahí en esas tertulias pero solo la admiraban en el eterno silencio. Por último, el fotógrafo y la actriz que eran pareja, constituían una muralla impenetrable y solo iban a escuchar a nuestro Julio hablar sobre la muerte, la vida y lo inerte. Estas constantes charlas se realizaban en cafés, en el apartamento de la poeta, en el bunker del periodista – aunque esto significaba vigilar que nadie siguiera, en tener muchos cuidados - , y la mayoría de veces en la sala de Borges.

Entre  todo esto me empezaba a preguntar si Julio no tenía otras pasiones, si todo en su vida era filosofía y libros y palabras de otros tiempos, si no perdía la cabeza por algún amor. Y así, como oyendo mis quejas – Teresa, sentí que todo lo que te contaré lo hizo con la única intención de sorprenderme- me dejo ver a su Isabel desde que el tal destino le tendió una trampa con el cuerpo de ella hasta que ambos se fueron perdiendo en el bosque de la locura.

Julio vio por primera vez a Isabel en el cine. No se hablaron, solo se reconocieron y cruzaron una mirada, que para esa mujer significó el cielo y el mar, para Borges más la tierra donde estaba lo real y lo palpable; después se dejaron ir, como ocurre casi siempre con los extraños. Pero siguieron los encuentros en las calles del barrio donde vivía Borges. Pasaba que iba caminando y se le antojaba un café, minutos después  entraba Isabel con un abrigo que la cubría toda y una cara que decía destino. O tenía una cita con el fotógrafo, la actriz, el periodista y la poeta en un restaurante y llegaba ella con una cara que decía: Borges, vas a caer. Por último en  la librería, que era donde Isabel trabajaba, él se acercó mientras ella tenía la cabeza sumergida en Cocteau.  Fue en un parpadear que la introdujo en su mundo, la llevó con los colegas, ellos la quisieron desde su timidez, inocencia, y particularmente, desde su manera de ver la vida. Era esa peculiar forma de tratar su existencia, que no era tan de ella, lo que le sacaba de quicio a Borges, lo que le hacía perder los estribos y amarla un poco más sin comprender por qué. Isabel lloraba y se reía de la vida tan linda y triste que le había tocado. Le había tocado porque la posibilidad de cambiar  no existía, se dejaba llevar por el destino que otros habían escrito para ella. Vi que cada pequeña cosa que estaba en su camino significaba un presagio oculto, una maldición irreparable y que en algún lugar de ese manual que era Isabel decía que Julio Borges era la gran salvación.

Un día la casa de Julio se fue llenando de maletas, cajas y una avalancha de recuerdos junto a Isabel  fueron caminando por mi mente. Además de sus cosas personales Isabel trajo consigo un montón de supersticiones, el miedo a la noche que se traducía a toda su vida y con todo esto, la locura. Por las noches los espíritus la veían dormir y hasta se apoderaban de sus sueños. Despertaba a Borges y él la calmaba, le decía que los dos estaban seguros porque estaban ahí solo para el otro.

Una noche Julio volvió a su casa faltando poco para que la noche se fuera a pasear y encontró a Isabel temblando en la cama, sintiendo al demonio dentro. Las sábanas estaban empapadas de los ríos de sudor que botaba el cuerpo de la pobre. Julio no sabía qué hacer, salvo imaginarse las peores situaciones, ladrones que la habían violado, alguna  fiebre ya muy avanzada que la carcomía. Teresa, eran los fantasmas que la perseguían, que ella inventaba o que habían existido siempre. Antes de que la razón se le escapara del todo a Isabelita, Borges se enteró de todo lo que había sucedido, y no hizo más que culparse e ir cargando la cruz de la humanidad.

Ella estaba preocupada por Julio y sabía que no podía dormir sin su presencia así que lo esperó. Las ansias que tenía por la llegada de su compañero engañaron completamente a su mente. Escuchó un fuerte estruendo y salió a ver qué era lo que pasaba. Al llegar a la puerta se dio cuenta que estaba Borges tumbado en el suelo. La pobre Isabel hizo el esfuerzo para levantarlo pero pesaba toneladas. Le besó el pelo, la cara y con su dulzura lo convenció para que se parara. Dirigió sus pasos agotados y rápidamente se echó en la cama, sin decir una palabra. Isabel fue a la cocina a traerle un té bien caliente pero a su regreso el Julio que había dejado en la cama ya no estaba, nunca había estado.

Los médicos le arrebataron a Isabel y Julio nunca más la volvió porque se dejó morir creyendo que ese era su destino. Lo vi morir Teresa y no podía hacer nada, fui testigo de cómo su cuerpo se hizo extraño del sueño. El miedo a la noche y a vivir se le imprimió en la piel, y así, poco a poco se despidió de mí y del mundo entero. Se fue creyendo en todo lo que había detestado y amando a la loca de Isabel.

Y con Borges se acabaron los recuerdos y solo estoy yo mirándome al espejo, ahora veo en mi reflejo cómo los rostros de Julio, Mutis y León se combinan en mí cara y en todo mi cuerpo. Me doy cuenta que esta carta te la escribe José Mutis desde su embarcación pensándote ajena, León adorándote con tu vestido rojo y Borges desde tu locura. Este que te escribe es José, León y Julio y yo, todos nosotros perdimos la cabeza por ti. Somos cuatro pero a la larga uno, un solo corazón Teresa. Puedo ver mi corazón triplicarse en su tamaño y trabajando como una locomotora que nunca para, veo cómo la sangre que circula por mis venas es la misma que pasaba por el cuerpo de Mutis, la que se hervía al ver a Adrianita, Claudine, Isabel, al verte a ti.

Empecé esta carta para entender todos estos hechos y atarme los pies de nuevo a la realidad pero descubrí que es mejor vivir en la frontera, con un pie pisando la locura y el otro ocupado en el paso corriente de los días. Ahora que tú estás lejos es tiempo de que yo te acompañe y que a cualquiera le lleguen estas memorias, le llegue una vida que ya está a punto de acabar.


ATT: El corazón de los que te amaron.