viernes, 21 de diciembre de 2012

Carne y huesos del amor


Vine a su estudio con el único objetivo de que me viera, que me pintara la cara de enamorada, que dibujara la luz con que mis ojos lo veían; para asegurarme que yo iba a estar en su mente por al menos cinco minutos. Para sentirme querida por sus trazos, nada más, nada menos. 
Su cabeza se escondía entre  el lienzo por momentos pero después levantaba la cabeza  para verme con esa cara de artista que tenía, de perdido, de poeta maldito. No sabía bien si decir algo, ¿en estos momentos no es mejor el silencio? Porque el silencio es algo memorable, no se olvida fácil y eso quería que pasara. Quería quedarme ahí estampada en su mente, en sus manos, en su cuerpo; convertirme en su nada mientras que él encontraba algo en mi, quizá todo.
Veía como sus manos iban y venían, a veces se levantaba y volvía otra vez a sostener el pincel; en otros momentos soltaba una sonrisa, pero la secuestraba y no la dejaba morir en mí donde resucitaba  de nuevo. Pero las cosas se iban poniendo incomodas porque dejaba de pintar y su expresión cambiaba totalmente.
-    ¿Qué pasa? ¿Todo está bien?
-    Nada, no sé,  no puedo hacer esto
-     Es que…yo quería…bueno, tienes razón. Qué absurda idea la de pintarme. Nos vemos mañana Manuel.
-   Perdóname, no es nada tuyo, es algo mío ¿entiendes? Como que algo no funciona, es como, como…mucha mierda la que tengo aquí adentro, en todo el cuerpo.  
-      todo bien Manuel, nos vemos en el café.

Era una  buena idea en mi mente pero llevada a cabo…Mucha mierda en mi cara más bien. No había ningún arte en mí que él pudiera sacar a flote.  Me sentía patética al pensar que, bueno, al pensar  lo imposible.
Regresé al café que quedaba a cinco cuadras del estudio de Manuel. El negocio siempre estaba a medio andar pero sobrevivía. Sabía que lo que acababa de pasar era una señal para dejar toda ilusión con Manuel. El problema era que todos los lugares se convertían en recuerdos, incluso mi negocio estaba hecho de él. Varias de sus pinturas estaban colgadas  en las paredes del “Café a deshoras”. Había una en particular muy bonita, era mi favorita. Traía un paisaje hermosísimo con un niño mirándolo a la distancia pero con una cara tan triste; tenía una mirada que te obligaba a sentirte triste también, como que te decía que era una felicidad que estaba ahí al frente de él pero que nunca iba ser suya. Cuando la volví a ver me di cuenta que yo era el niño mirando al paisaje pero el paisaje venia en Manuel.

Durante tres días, después de haberme comido una parte de la vergüenza que había pasado frente a Manuel, no oí nada de él. Siempre venía  en las horas muertas del negocio pero para mí, las más vivas de todas. No había venido y yo tampoco lo había buscado porque me daba pena que me viera la cara simplona que tenía. Sin embargo, era viernes y estaba bastante consciente de que hoy iba a presentar algunos de sus cuadros en la galería “Mar abierto” que quedaba al norte de Bogotá. Pensé mucho en ir o no pero mi obligación, al menos así lo sentía, era encaminar mis pasos hacia la galería.
Dejé encargado del negocio a Camilo. Le dije que salía y que volvía tarde o que a lo mejor no  volvía ya. No tenía idea de lo que iba a hacer pero entre tanto debate interior ya estaba en “Mar abierto”. Cuando llegué eran las 8 de la noche y la gente era muy poca. Eché una mirada rápida y en ningún lado estaba el cuerpo alto, pálido y flaco de Manuel  junto a su pelo desordenado que hacía que todo teteeteeemblaraaaa.  Él tenía un talento increíble e innato  que siempre sorprendía y sus obras eran pruebas fidedignas de esto. La primera parte de la colección eran pinturas en óleo (eso decía la descripción, yo sola no lo hubiera adivinado nunca) que tenían como título “Alguna vez en el aquí” que representaban escenas cotidianas, movimientos tan típicos vistos como nunca antes, manchadas de desorden y lo inesperado. La segunda sala eran fotos de personas con las que se cruzaba. En unas se mostraba el enojo al ser sorprendidos por la cámara pero en otras la más completa honestidad.

La última sala llevaba el nombre de “Carne y huesos del amor”. Al ver el primer cuadro no pude más que sonreír. Era yo pintada con una felicidad que nunca había sentido, hasta ahora. Mi rostro se difuminaba un poco con el atardecer, se podían apreciar ambos con todo detalle. En el segundo cuadro estaba sosteniendo un sombrero con una cara de coquetería de la cual yo no me creía capaz. Después de la felicidad apareció la  linda y fastidiosa melancolía en mi. Era IN CREÍBLE. Podía ver ahora como sus ojos me veían.
Después de ver 3 pinturas más con los vestigios de mi presencia llegué al último. Aquí una mano me agarro fuerte, con una seguridad que no es de este planeta. Juntos miramos el cuadro que no había podido terminar hace 3 días en mi presencia. En la pintura mis ojos se veían con los destellos que salían al verlo solo a él. Mi cuerpo desnudo no me avergonzaba ya. Manuel había hecho que descubriera la carne y los huesos que tenía adentro, ahora tan llenos de algo que por fin conocía. La tormenta y la calma del amor. 

martes, 11 de diciembre de 2012

Aman-tes

En el agua están las cenizas
de un amor a medio hacer;
que se consume entre miradas.
Entre dos imposibilidades tan posibles de ser.

Andan escondidos en la sombra
y la penumbra mientras que
vierten sus lágrimas en un vaso
lleno, a la mitad, vacío.

No sé sabe bien a lo que temen
¿será la luz del sol que les dispara,
que los obliga a saltar por la ventana,
que les muestra sus máscaras?

O ¿ será el miedo a ser libres,
a quedarse atados a la noche por barreras invisibles,
a estar solos solo en sueños,
al prejuicio de ojos titilantes?

Pero el único dictamen de los amantes
es amarse ya sea en el invierno del verano
o en el rechazo de los de ahí, de allá, de los que vienen
                                                                          y los que vendrán
de los que no importan ya.

Son aman-tes, aman-dos.
Queriendo ser uno en dos.