sábado, 21 de octubre de 2023

Poema de amor o despedida

 

Sleepless night - Francisco Fonseca


Este poema que no está escrito aún

Ya lleva tu nombre en cada espacio en blanco.

Lo llevo susurrando en la punta de mis dedos,

como una oración a la que me aferro, como un credo que repito.

 

Me dice, casi que me obliga

A decir lo que nunca he osado,

Dice ese te quiero que se quedó en mis labios.

Si ayer no lo dije, me arrepiento y hoy por fin lo grito.

 

Rebelde, le rinde una batalla - aunque ya esté perdida- 

a la distancia tan cruel que nos separa,

Se clava en el momento exacto 

cuando decidiste dejarme en el pasado.

 

Y no había querido enfrentarme

A este poema que te llevo escribiendo cada noche 

Porque dice también la ausencia que me dejas

Y cada cosa en vano que he hecho para llenar tu vacío. 

 

Aunque tenga que conjugarte en pasado,

La espera terca y necia en mí

Te sigue pensando en el presente:

 

Hoy, un sábado de octubre gris 

Donde París se siente hostil,

Te escribo por fin en un intento

Que alguna de estas letras atraviese tu frontera.

 

Y si ya es muy tarde y decidiste no abrirme la puerta

Este poema es entonces una despedida 

Que te bendice y te desea un amor que te merezca,

 Que sepa pronunciar a tiempo todas las palabras que yo nunca dije. 

 


sábado, 9 de septiembre de 2023

El laberinto de la soledad

 

Lorca 


I
Toco la puerta con toda la curiosidad contenida en mi puño derecho. Un golpe y el silencio. Dos golpes y la larga pero corta espera que sigue después de un llamado. Espero y siento que es esto lo que había venido buscando durante todo este tiempo…misterio. Escucho unos pasos cansados que se asoman. Los mismos que escuchaba pasearse en la noche y que retumbaban en el pequeño apartamento. Siento que toda la eternidad pasa y aquel viejo que mi imaginación conocía tan bien aún no llega a la puerta. 
Tal vez no sea él quien se asome y entonces todos los pasos cansados tocan la misma melodía de muerte…Tal vez tenga que retroceder los días y comenzar desde el principio. 
 
II
Yo había llegado a Praga arrastrada un poco por el misterio que encierra ese nombre o porque decir Praga no sólo es decir misterio ni historia, sino también contar en un solo segundo todas las historias de Kafka. La idea de aquel viaje se fue formando desde hacía mucho tiempo y no me quedaba más que esperar para que llegara el día donde por fin pisaría esas calles. Era un viaje que tenía que hacer sola. Tener, es un verbo que no tolera elección y en mi caso iba acompañado de la soledad, porque ella también se impone, como una compañera más. 
 
Todo este capricho me lo podía costear mientras terminaba de traducir el peor libro que pudo haber caído en mis manos. Mi sueño siempre había sido el de escribir. Después de ir viendo que la literatura rechazaba todo lo que mi mente creaba, ese sueño se fue acomodándose con la realidad y se llamó el sueño de traducir a los mejores escritores de mi tiempo. Pero con el tiempo ya no hablé más de sueños sino de puro y cochino conformismo y empecé a traducir todo lo que caía sobre mi escritorio. Ese libro- de un escribidor que me hacía cuestionar el mundo editorial, que me hacía odiarlo porque él podía recibir el glorioso título de ESCRITOR acobijado bajo la bandera del capitalismo porque sus libros se vendían por todo el mundo-  me había comprado el tiempo para poder estar en la ciudad de mis sueños. 
 
Llegué a un pequeño apartamento que había arrendado. El señor que me lo arrendaba venía de una agencia y me recibió con toda una serie de cosas que podía o no podía hacer. Después pasó a enseñarme cada rincón del apartamento, cuando sólo bastaba pararse en la puerta para ver todo lo que escondía aquel pequeño paraíso. Al lado izquierdo se veía una cocina que se hacía llamar así por tener una estufa con un solo fogón. De ahí venía la sala que jugaría al papel de ser mi cuarto por las noches. Y al lado derecho estaba el baño con el único espejo de la casa. Guardó lo mejor para el final, el balcón que era lo primero que uno veía al abrir la puerta. Daba una vista-no tan de cerca- de la colina Petřín. Al asomarme sentí una pequeña bocanada de esa ciudad que me esperaba. 
 
El señor, con un inglés que ambos manejábamos a medias, me advirtió con mucho recelo en su voz, como si la historia que estaba a punto de contarme fuese el mayor secreto de su vida. 
Empezó diciéndome que el dueño del apartamento vivía en el piso de arriba. Era un viejo que él nunca había conocido en persona, pero siempre que se trataba de alquilar aquel pequeño apartamento la agencia lo enviaba a decir siempre las mismas restricciones. Mucho silencio y ante nada, nunca ir a golpear en la puerta del señor sin nombre. Cualquier problema que llegara a tener lo único que tenía que hacer era contactarlo a él. Si llegaba a irrumpir aquella regla tan básica, pero a la misma vez drástica, me echarían del apartamento y me devolvería el mes que ya había pagado por adelantado. 
 
Al sentenciar aquella pena de muerte por adelantado no hice más que estar de acuerdo firmando todos los papeles que me presentaba. Yo acepté sin saber que al vivir uno encima del otro ya estaba sellando un cercano encuentro que se disfrazaría de casualidad. Claro que la imagen de aquel señor huraño ya se pintaba cada vez con más detalle en mi cabeza. Mientras aquel señor me hablaba yo iba ya indagando un poco en los problemas o las posibles causas que habían llevado al misántropo a su estado actual. Una infancia tormentosa. Un huérfano que jamás había sido adoptado. Una adolescencia marcada por el rechazo de no pertenecer a ningún lugar. La adultez que saboreaba la madurez desde hacía tiempo. Un matrimonio tormentoso, un asesinato donde él era inocente. Sólo estaba en el momento equivocado con mucha gente prejuiciosa que al ver su aspecto un poco huraño lo culparon y declararon contra él. 10 años de cárcel y como resultado una abstinencia a cualquier contacto humano. O bien, podría tratarse de un viajero en el tiempo con todos los tesoros del mundo escondidos en su pequeño fuerte.
 
El señor se dio cuenta que yo había dejado de prestarle atención a todo lo que me seguía repitiendo. Fingí interés y le dije sin muchas ganas que ya lo tenía todo muy claro para que entendiera de una vez por todas que ya podía irse. Nada de buscar o llamar a aquel señor que lo único que quería era que su soledad se quedara en el mismo lugar de siempre, junto a él viendo los días pasar, aguardando a que ya no hubiera nada más que esperar. El señor viendo que ya todo había quedado más que claro me entregó las llaves de lo que iba a ser mi pequeño paraíso por un mes y se fue. 
 
Finalmente estaba donde siempre había querido estar. El invierno ya entraba por la ventana y yo sentía que tenía que ir a devorarme todo. Como si tan solo bajando las cortinas esa ciudad que todavía no conocía fuese a desaparecer por completo 
 
III
Salí sin saber a dónde iba. Lo único que tenía en mente era conocer lo que más pudiera aquella tarde. Miraba a los tristes turistas un poco por encima del hombro sintiéndome ya toda una nativa, cuando en realidad yo no tenía ningún derecho sobre la ciudad.
 
Los primeros días nunca utilicé el tramway ni el metro. Caminé y caminé sintiendo que cada paso que daba rompía una barrera que mi mente siempre me había impuesto. Todo lo que tenía que hacer era lo que yo quisiera y era una libertad tan ajena a mí que al principio no supe muy bien qué hacer con ella. 
 
Pasada una semana ya había visitado todos los sitios turísticos típicos que Praga ofrecía. Caminé el puente de Carlos una y otra vez sin nunca parar de asombrarme. La ciudad vieja, el barrio judío y Malá strana ya no compartían ninguna frontera, mezclándose así en mi cabeza como un solo cuerpo que me abrazaba. Lo único que no me había atrevido a conocer era la colina que saludaba a mi soledad cada mañana. Era una visita que tenía que realizar, me decía todas las mañanas, pero siempre mis pasos le daban la espalda y se encaminaban hacía otro lugar. 
 
Pero pasados quince días de mi llegada la nieve se abrió paso y aquel día decidí que no podía esperar más tiempo. Era mi primera vez que la veía tan de cerca y aquel espectáculo significó para mí un buen momento para ir por fin a la colina. Ya estando arriba, Praga se fue cubriendo poco a poco de un manto blanco. La ciudad se me mostraba como un infinito mar de calles. Por un momento pude sentir el sonido del viento y de la nieve cayendo, ambos me arrullaban y me recordaban que no estaba sola. Estando arriba también pensé en el señor de las sombras. No entendía por qué, teniendo la oportunidad de ver cómo Praga se hundía en la nieve y el paso de las horas se detenía, él prefería quedarse encerrado. Pero a decir verdad no podía juzgarlo, yo también estaba ahí arriba, abrazando a mi soledad y aún así sintiéndome inmortal. La nieve continuaba con más fuerza y la noche de invierno que llega a las cinco de la tarde empezaba a asomarse. Decidí entonces regresar, pero para mi sorpresa, no era la única que contemplaba Praga. Delante de mí venía un viejo con paso agotado pero que conocía bien su camino, intenté seguirlo, pero sus pasos, aunque lentos, sabían por donde pisaban y andaban con certeza. Deseé que el ruido que yo hacía detrás de él lo hiciera darse la vuelta, pero él siguió firme mientras yo luchaba con no resbalarme. Lo llamé, grité un bueno día que se confundió con la brisa así que en silencio lo seguí hasta que perdí su trazo en la bruma. 
Al poco tiempo, la nieve paró y pude encontrar mi camino de retorno. La colina ya dejaba de parecerme el fin del mundo y paso a convertirse en el centro de atracciones de la ciudad. Muchas familias ya empezaban a llegar para disfrutar de un paseo en trineo. Ya cuando había descendido, la noche empezaba a abrirse paso. Caminé de nuevo hacia el puente de Carlos para llegar al centro que en las noches se convertía en la ciudad de los turistas, la gran mayoría abrazaba la misma idea: emborracharse hasta encontrar la mejor cerveza. Y una vez más me pareció increíble cómo el señor desconocido había llegado al punto de no querer hablar con nadie cuando lo único que yo anhelaba era poder encontrar a alguien que me tomara de la mano y me sacara del laberinto de la soledad donde me había metido sin saber cómo salir. 
 
Al pasar por una esquina reconocí la espalda de aquel viejo de la colina y su andar ágil y aún así milenario. Sin pensarlo dos veces seguí sus pasos que se dirigían a una puerta que parecía estar ahí sin estarlo, sólo perceptible para aquellos dispuestos a encontrarla. Empujé la puerta invisible y bajé las escaleras siguiendo el eco de aquello pasos que se mezclaban ya con el canto de un saxofón. Así me encontré en un bar de jazz donde lo único que importaba era el sonido que salía de aquel instrumento. Nadie volteó a mirarme y me sentí de inmediato muy a gusto. Miré a mi alrededor. Hombres y mujeres de todas las edades con la mirada clavada en el escenario. Busqué reconocer la espalda del viejo que me había traído a este paraíso, pero entre tantas soledades fue imposible reconocerlo. Sin más, me acerqué al bar, pedí una cerveza y me senté a escuchar como todos los demás. 
 
Cuando el saxofonista terminó de tocar, una ola de aplausos invadió el sótano y sentí que en esa comunión de aplausos todos en la sala dejábamos de ser extraños. En ese éxtasis, el viejo que venía persiguiendo se me había borrado de la cabeza hasta que volteé a mirar hacia las escaleras. Ahí, de nuevo su espalda me saludaba o más bien, me daba la despedida. Mientras pagaba, el viajo ya había salido del bar, sin embargo, corrí tratando de atrapar sus lentos pasos.
 
Al salir, la ciudad estaba en vuelta en nieve y el frio se sentía como un cuchillo afilado en la piel. De lejos, encontré al viejo que caminaba a paso lento como sobrellevando el peso de sus años, dudando a cada paso que daba. Y, aun así, me era imposible alcanzarlo, una bruma encerraba su figura a la distancia y su trazo desaparecía mientras que avanzaba. Lo seguí, tanteando cada uno de sus pasos en la oscuridad. ¿Por qué sentía que mi vida dependía de ello? En mi cabeza, aquel viejo tenía todas las llaves de esta ciudad y seguirlo era la clave para dejarme de sentir extranjera.
 
En un punto la bruma que invadía todo desapareció, llevándose con ella al viejo. Miré mi celular, y ya eran pasadas las doce de la noche así que me dirigí hacia la casa. Unos pasos antes de llegar al edificio, vi que el viejo que venía persiguiendo abría la puerta de un gesto hábil y se perdía de nuevo. Entonces aceleré el paso, me encontré corriendo detrás de él. Grité “Señor” esperando a que se volteara y poder por fin ponerle un rostro a la sombra que venía persiguiendo, pero cerró la puerta tras de mí.
 
Ahora no tenía dudas. Aquel viejo era el viejo que había estipulado que por nada del mundo lo molestara, guardián de su profunda y solemne soledad. Busqué rápido las llaves esperando alcanzarlo en el ascensor, pero al abrir la puerta ya no había rastro de su paso. Sin embargo, me consideré victoriosa. Sin saberlo aquel viejo había firmado su derrota contra mi, estaba acorralado. Decidí arriesgarme e ir a hasta su puerta. 
 
I
 
Entonces es aquí donde me encuentro, en el principio de este laberinto, esperando a que aquel viejo sin nombre acabe por fin con todas mis dudas. 
Es aquí donde el presente me despierta y siento que la adrenalina de lo desconocido se apodera de cada poro de mi cuerpo. Toco la puerta con toda la curiosidad contenida en mi puño derecho. Un golpe y el silencio. Dos golpes y la larga pero corta espera que sigue después de un llamado… Siento que toda la eternidad pasa y aquel viejo que mi imaginación conocía tan bien aún no llega a la puerta. Tal vez, lo más probable es que me abra y su enojo sea tal que me eche de su casa y tenga que buscar dónde dormir a esta hora de la madrugada, al fin y al cabo, soy yo la que ha faltado a nuestro pacto de nunca cruzarnos. O tal vez, al contrario, me deje entrar y sea la encarnación propia de la bondad y me gradezca de haberlo sacado de su soledad. Tal vez no sea él quien se asome. Tal vez.
La espera acaba y la puerta se abre, aunque no del todo. Solo lo mínimo para que pueda entrever un largo y ancho pasillo, sin nadie alrededor. Espero otro segundo eterno a que el viejo aparezca, pero de nuevo: la nada. Me presento entonces y le pido disculpas de antemano por molestarlo a esta hora y mis palabras retumban en un eco infinito. Y aún, ningún rastro del viejo. Me decido entonces a abrir la puerta y entrar.
Al entrar me doy cuenta que no hay vuelta atrás, que si aquel viejo no quería que nadie tocara a su puerta era porque nadie volvería a poder salir. Ahora la acorralada era yo. Doy vuelta atrás, pero la puerta ya no está. Me encuentro sola delante de lo que se siente ser el infinito. Camino por el largo pasillo interminable hecho sólo de espejos donde mi soledad se refleja. Sigo caminando y siento que han pasado ya diez años y puedo ver cómo mi reflejo se va envejeciendo en cada paso. Me olvido ya del viejo quien no era más que la muerte disfrazada y me pregunto : ¿Me arrepiento de haberle hecho caso a mi curiosidad? y pienso entonces en las palabras de Lorca cuando defiende a los soñadores y viajeros : el misterio sólo nos hace vivir, sólo el misterio. Y aunque con cada paso que doy voy afirmando mi muerte, sigo caminando en este laberinto donde mi único acompañante es mi reflejo ya cansado.

lunes, 10 de julio de 2023

Mi palabra, animal salvaje

Tigre cazando leonera - Noé León 

 


Estoy de nuevo en el mismo sitio

Donde el silencio me agarra, me acecha,

me hace prisionera…me condena

ha devorarme todas mis palabras.

 

Lo no dicho yace en mi lengua

Que es ya selva peligrosa y profunda,

donde vive todo el amor que nunca dije

y un te quiero que aún espera a ser dicho.

 

Mi palabra, animal salvaje en extinción

que noche y día llevo persiguiendo,

siempre me engaña y se me escapa,

me quedo así de nuevo hambrienta 

 

y sin nada que decir.

 

¿En qué momento dejé que el silencio

armara su reino en mi boca?

Creo que fue cuando me ganó el miedo

al imaginar que los otros no escuchan. 

 

Me pregunto entonces si mi amor

Aprenderá a algún día a hablar,

aunque yo esté muda

aunque parezca que habito un mundo sordo.

sábado, 11 de marzo de 2023

Perro semihundido


Perro semihundido - Goya 

Hace más de tres meses que visité el museo del prado y aún hoy, sigo caminando cada pasillo de el. Miento, porque no es cada pasillo, es para ser más precisa, una sola sala, una sola serie…un solo cuadro que quedó grabado en mí. Para decir la verdad, era mi única motivación para ir al museo: ver esa obra que tanto me conmovió cuando la vi en mi adolescencia…con la que tanto me identifiqué. 

No hablo de la magnitud de “Las Meninas” ni del espectacular “Jardín de las delicias” pero del simple y aún así conmovedor “Perro Semihundido” de Goya.


Cuando me encontré por primera vez con esta pintura lloré porque creí verme reflejada en ese perro solitario, hundido en su sola existencia y sin ninguna posibilidad de ser salvado. Cuando lo vi me dije: aquel perro semihundido soy yo, es un reflejo mío. En aquel momento, tendría probablemente dieciséis años, sentía que el mundo estaba fuera de mi alcance, que yo era el perro solitario mirando hacía arriba, hacia los otros, hacia la vida.

 

Ahora, diez años más tarde, he hecho las paces con mi soledad, que aún no me abandona, pero de la cual he hecho mi refugio. Ahora con otros ojos, miro al perro semihundido y no veo soledad. Se ha convertido en un símbolo de vida, y me parece que para Goya también.

 

La sala donde está esta obra, está diseñada para quedarse todo el día mirándola. Está junto a la serie de pinturas negras que representan todos los horrores de los que es capaz el hombre. Y en medio de tanta oscuridad, está el perro con ese amarillo cálido que lo arropa.

Al pararme frente a el, vi en su mirada una de mis palabras favoritas: esperanza. Sus ojos son oráculos donde se ve lejos de aquel hueco, lejos de su profunda soledad.

 

Pensé también en el titulo de la obra: Perro Semi-hundido…SEMI…el prefijo viene a salvarlo de su muerte. De hecho es un perro salvado, un perro bendecido porque rosa con los limites de los dos mundos: está cerca, bien cerca de tocar fondo y aún así, mantiene su mirada hacia la vida. 

 

Escribo esto sobre mi escritorio donde está la postal que tuve la obligación de comprar. La veo de nuevo y elijo seguir viendo ya no a un perro solitario sino a un perro salvado. 

lunes, 13 de febrero de 2023

Vuelvo a escribir

Woodcuts - Bryan Nash Hill 


Vuelvo a intentar escribir un poema, 

Que diga todos mis silencios,

Y hasta mis secretos,

Uno que me revele mis miedos,

Y otro que sea el espejo de mis sueños.

 

Vuelvo, de nuevo, a alzar mis manos

Y dejar que escriban lo que nunca digo,

Es mi único modo de defensa,

Ante la eterna guerra que guardo con mi boca.

 

Vuelvo, sí, a este refugio: hoja en blanco.

Porque aquí mi voz no tiembla

Y aquel delgado hilo

Se convierte en aguacero, lluvia,

                                                         TORMENTA.

 

Vuelvo, no me he ido, porque la verdad

Nada ha sido dicho.

Sigo dando vueltas, y de nuevo, el silencio.

Llega el turno, tal vez, de confesarme…

 

Yo confieso, entonces, que los días 

Se me van esfumando de mis manos,

Que mi vida la vivo adentro mío

Donde ya tengo cien años.

 

Vuelvo al presente porque no hay nada más allá

Y este poema se escribe 

En el latido de este segundo que ya se ha ido. 

 

Vuelvo…después de un año ¿o fueron dos o cuatro?

A este poema que creí había terminado.

Y confirmo que el punto final, siempre tan fatídico,

no es tan sólo muerte, puede ser también semilla.


sábado, 27 de agosto de 2022

Diario de insomnio II

L'Anniversaire - Marc Chagall, 1915



Debo confesarte algo.
Hoy pasé al frente de tu casa. 
No una, sino dos veces. 
No fue algo que haya planeado. 
No te preocupes, no soy ninguna stalker. 
Te pienso mucho y pienso muchas veces cómo sería volverte a ver. 
Pero no soy ninguna stalker. 
Lo de hoy fue entonces algo inesperado. 
Quise tentar al destino, al azar o a la casualidad. 
Tampoco me puedes culpar. 
Vives al lado de uno de los lugares más concurridos de la ciudad. 
Hoy fui entonces una más de las tantos turistas que, a menudo recorren tu calle. 
Además…no iba sola. 
Al entrar entonces por tu calle mil escenarios pasaron por mi mente. 
Ibas a salir de tu edificio, nos encontraríamos por pura casualidad, nos reconoceríamos…yo me hubiera puesto roja y una sonrisa muy grande se dibujaría en mí. Con sólo esto, ya sabrías que para mí el tiempo no ha pasado y que, a pesar de todos mis esfuerzos para olvidarte, nada ha funcionado. Que extraño nuestras idas a cine y a museos, nuestras conversaciones profundas e incluso más, las que rodeaban la cotidianidad…nos hubiéramos abrazado y discutido sobre la coincidencia de volvernos a ver. Yo te presentaría a la amiga que iba conmigo. Te diría que siempre es un placer verte y hubiéramos quedado para ir a tomar un café pronto y ponernos al día. 
Pero al pasar al frente de tu casa, no saliste. 
A pesar que no estabas, yo te vi a cada paso que di. 
Busqué tu moto entre los carros parqueados, pero tampoco la encontré. 
Imaginé entonces en dónde podrías estar. 
Te imaginé libre, feliz. 
Tal vez de vacaciones en alguna playa del sur. 
Me despedí entonces de ti y de la idea de volvernos a ver. 
Pero ¡volví a pasar! 
Una o dos horas después.
De camino al metro, volví a pasar al frente de tu casa. 
Y esta vez… 
Vi tu moto azul parqueada. 
Habías vuelto, ahí estabas. 
Volví a imaginar otro escenario. 
Nos volveríamos a ver,
Como si nuestras líneas del tiempo no se hubieran nunca separado. Como si a pesar de la distancia, nuestros cuerpos se seguirían reconociendo. Imaginé que entraba a tu edificio, subía las escaleras lo más rápido posible y sin más preámbulo, nos acostábamos en tu sofá. Sin decirnos nada. Tratando de saciar un hambre voraz. 
Pero no bajaste. 
Ahí estabas, arriba. 
Ahí estaba yo, abajo. 
Dos líneas tan cercanas, pero paralelas. 
Y ahora, en otro más de mis insomnios.
Te escribo esto, porque soy más valiente con la palabra escrita. 
Debo entonces confesarte algo : Hoy pasé por tu casa. 
Y en la puerta te dejé este amor que nunca pudo ser.

jueves, 25 de agosto de 2022

Diario de insomnio

 

Hotel room - Edward Hopper, 1931
Hotel room, Edward Hopper, 1931. 


Son la cinco de la mañana, y no me acabo de levantar. Llevo despierta desde las tres de la mañana tratando de volverme a dormir. Le he declarado una batalla al insomnio. Bueno, en realidad no. Soy una guerrera sin armas que acepta su derrota sin haber peleado. A decir verdad, desde hace algunos días que no duermo muy bien. Todo se debe a que volví a Paris hace poco…estaba en Bogotá, donde todo se vive 7 horas después. Si miro la hora en Bogotá, ahora mismo son las 10:04 pm. Es decir que yo me estaría apenas preparando para dormir…mientras que ahora, renuncio por completo al sueño y me aferro a este momento de silencio, donde aún no sale el sol. Me pregunto si seguiré mucho tiempo así. ¿Sería posible que mi organismo viva para siempre en un jet lag sin fin? Esta idea no me molestaría en lo más mínimo. Sería como esa historia del New York Times donde una señora vivía su vida en horarios diferentes a los demás. Por una condición médica, se veía obligada a dormir el día y vivir su vida por las noches. Cuando leí aquella crónica quedé completamente fascinada, más al ver su adaptación audiovisual en la serie Modern Love. Me imaginé viviendo exactamente al mismo ritmo y concluí que mi vida sería mucho más placentera así: podría trabajar en un bar de seis de la tarde hasta las dos de la mañana. Llegaría a mi casa, cansada, pero con la suficiente energía para escribir. Siempre he pensando que mi tiempo perfecto para escribir es la madrugada. Es el sólo momento donde me siento concentrada, esclava de lo que me dictan las palabras que salen de quién sabe dónde. Y creo saber porqué es. Es en el silencio de la noche donde mis palabras pueden ser escuchadas…yo que tengo una voz imperceptible, una voz tan delgada que muchas veces me tienen que decir que repita ¿qué dijiste, Diana? ¿Podrías hablar más alto? Con respecto a esto, debo decir que es una situación que me exaspera, que me saca de quicio. Hay veces que hablo con voz baja a propósito cuando me dicen que si puedo hablar más fuerte. Me dan ganas de decirles a todos: no, no puedo hablar más fuerte. ¿Podrías tú hacer el esfuerzo de escuchar mejor? En fin. Es sencillo. En el barullo del día mis palabras duermen mientras que ¡en el amanecer son tormenta! De hecho, Murakami vivió una vida un poco parecida. En su libro What I talk about when I talk about running dice que él empezó a escribir así, durante las madrugadas después de trabajar en su bar de jazz. Y aquí me pongo en evidencia y confieso que la vida que me imaginé la copié exactamente de lo que él cuenta en su libro. Para ser honesta, siempre pienso en aquel libro, intimidante pero genial. Es para mí un manual del escritor o al menos de todo aquel que aspira a escribir…como yo. Levantarse a correr diez kilómetros, sentarse a escribir otros diez kilómetros. 

Hablando de escribir, empecé a escribir esto con la intención primera de contar alguna historia. Me dije: Diana, tienes que aprovechar este momento de insomnio para entretenerte a ti misma, para contarte una historia. Y justo venía de leer Manual para mujeres de limpieza de la increíble Lucia Berlín, que escribe siempre de lo vivido. Como buena escritora principiante, quise imitarla y hacer el mismo ejercicio. Pensé entonces que podría escribir sobre algún recuerdo, sobre alguna historia increíble que me haya pasado… y pensé en una historia de amor que viví a medias, que pudo ser mía por completo pero que decidí dejar sin final, como todas mis historias de amor (ja ja)

Pensé en esta historia en particular porque me parece que es la única que tengo que sale de lo común. Cuando la reproduzco en mi cabeza me digo que lo pude haber tal vez inventado o que es algo que pasaría en una muy mala chick flick. En fin…tal vez la dejé para el insomnio de mañana porque ya son las seis y mi despertador sonó.