lunes, 18 de agosto de 2014

El candor de la mañana

Mi mamá contrató a ese muchacho para que barra las hojas que caen del árbol junto a nuestra casa. Es tan grande que yo creo que llega al cielo. Algún día lo voy a subir todito a ver hasta dónde llego, de pronto si voy hasta el final vea a mi papá que dicen que anda por allá arriba aunque por ahora yo espero a que sea él quien baje y me venga a visitar. También siempre me dicen que van a cortar el árbol porque ya está cansado de tanto estar parado y yo de una salgo corriendo a abrazarlo, a preguntarle si está bien y le pongo una silla detrás por si se quiere sentar alguna vez y descansar por un momento nada más, pero nunca me escucha. Y me levanto asustada cada mañana al pensar que ya no va a estar pero cuando abro las ventanas ahí lo veo. Y fue esta mañana cuando vi a ese muchacho con la escoba recogiendo el montón de hojas.

Sin preguntarle a mi mamá y sin que nadie me vea salgo corriendo a hablar con el muchacho. Le pregunto su nombre, por qué recoge las hojas, qué va a hacer con ellas después, que si lo puedo ayudar pero él no me dice nada. Me comienza a hacer señas y empieza a mover sus manos haciendo figuras en el aire, también su boca se abre y lo único que le escucho son suspiros que al final son más bien gritos. Yo me río porque lo que mis ojos ven  es un muchacho que va a empezar a bailar y yo intento hacer los mismos movimientos que él. Comienzo a mover mis manos, a sacarle la lengua, a suspirar y al final gritar, a mover mis pies también pero de un momento a otro, él deja de bailar y con la escoba en la mano empieza a barrerme los pies para que me vaya. En ese momento mi mamá sale gritando y me llama pero yo solo quiero seguir jugando con ese muchacho que ahora le hace señas a ella, la invita a que venga a bailar con nosotros y yo más feliz que nunca la espero a que se nos una. Pero ella furiosa grita más y a mí me da tanto miedo verla así que salgo corriendo a esconderme detrás del árbol. Y sin zapatos intento escalar para ver si esta vez sí llego al cielo pero yo del suelo no me muevo y sin que me dé cuenta por detrás llega María que me alza sin ningún esfuerzo a pesar de toda la fuerza que yo hago para soltarme de sus brazos. Me entra a la casa y yo veo al muchacho bailarín de la escoba que se ríe y me muestra todos sus dientes dejando escapar otra vez ese sonido que yo nunca antes había escuchado.

Le pregunto a María, a mi Mamá, a la que me quiera escuchar quién es ese muchacho, por qué no me dejan bailar con él, que si lo puedo ayudar y yo comienzo a llorar porque lo único que quiero es estar con mi nuevo amigo, volver y mostrarle también mis dientes y reírme. María sale al patio a bailar con el muchacho, empieza a mover las manos por el aire y le pregunto a mi mamá por qué María sí puede y yo no. Mi mamá me dice que no bailan, que así es como el muchacho habla y yo no entiendo nada porque desde la ventana veo que él no abre la boca. Sin responderme a todas las preguntas que le hago mi mamá me coge de la mano y me obliga a meterme al baño. Yo acepto con la condición de poder salir después y tan rápido como puedo me meto en el agua, en la toalla, en el vestido y salgo corriendo. Esta vez mi mamá no me dice nada. Por estar hablando en el teléfono no se da cuenta que yo me voy, que me estoy yendo, que me salí del cuarto a buscar otra escoba para ayudar a mi amigo. Si iba a barrer todas las hojas necesitaba ayuda, porque recogerlas era lo mismo que intentar recoger todas las gotas del cielo cuando llovía.

De camino a la cocina, al fondo está el cuarto de María y ahí están las escobas, el trapero y la lavadora. Entro despacio y sin hacer ruido a la cocina hasta llegar por fin al cuarto. La puerta está cerrada y la empujo con fuerza  pero no puedo abrirla. Me acerco un poco más y escucho a María que grita. Yo toco para que María me abra y le digo que necesito una escoba pero ella no me escucha y sigue gritando como loca. Yo de una salgo a buscar a mi mamá que está en el cuarto para que le diga a María que me abra. Ella sigue pegada en el teléfono pero yo la arrastro hasta la cocina para que me ayude. De mala gana me acompaña y también toca la puerta pero al escuchar lo que María dice, cuelga y sale a buscar algo en su cuarto. Cuando llega, la mano le tiembla y casi que no puede abrir la puerta. Pero cuando la abre veo que María está sin ropa sentada en la cama con las manos amarradas llorando y gritando. Mi mamá corre a desatarle las manos pero no puede y también gritando corre a la cocina a buscar un cuchillo. Yo me quedo ahí, mirándola sin saber qué pasa. Le preguntó qué pasó, por qué está ahí, por qué se amarró las manos. Le digo que no llore más y cuando me acerco para abrazarla ella con las lágrimas que están en toda su cara me dice que cierre los ojos, que me vaya y yo me quedo parada en la puerta de la cocina viendo a mi mamá desatándole las manos. Mi mamá se voltea y gritando me dice que me vaya a mi cuarto pero yo no entiendo nada y ninguna de las dos me responde.  Me cierran la puerta de la cocina y  desde ahí no puedo escuchar nada y con tristeza me voy al cuarto.


Gustav Klimt- Árbol de la Vida

Desde la ventana veo que el muchacho ya no está y todas las hojas siguen regadas en el piso. Miro al árbol y espero a que baje mi papá o alguien que me venga a visitar. Con un viento las ventanas se cierran y las hojas de un solo soplo vuelan. Tal vez por eso se fue el muchacho y ya no vuelva más, porque las hojas se barren con la brisa, gratis, sin pagarle. 




Ejercicio Lenguaje Expresivo

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