sábado, 2 de agosto de 2014

La morada


Mi bisabuela, la señora Antonia, que solo tenía años en la casa se paseaba descalza por su pequeño reino. La primera vez que fui a verla mis ojos nunca habían presenciado a la vejez y me sorprendió que caminara con la vitalidad de mi niñez. Aquí vivía con el único hijo que no había sido capaz de dejarla  mientras que los otros siete ya habían esparcido sus raíces tanto, que un montón de niños extraños para ella la llamaban hasta tatarabuela. A mí me recibió con su sonrisa milenaria y sus ojos que ya miraban más allá que acá, me invitaron a abrazarla.
Sé que su casa no era tan grande como la recuerdo pero cuando la visité, me pareció que era el laberinto donde el tiempo se perdía para hacerse eterno. Y así como solo iba de la puerta al corredor que la llevaba en cinco pasos al patio, para mí la casa se extendía por toda Leticia. Durante el tiempo que vivimos aquí su casa era paso obligado. Cada vez que la visitábamos la encontrábamos en la mecedora que rozaba ya la calle y entre sus manos siempre sostenía hilo y aguja con los que pasaba horas y horas tejiendo. Ahora que mi memoria la ve sentada en el trono que era su mecedora pienso que lo que enserio hacía era ir moviendo los hilos de nuestro presente, trenzando las vidas que ella vio nacer.

Henri Matisse- La Desserte Rouge
Esa era la bienvenida a su casa, con la puerta siempre abierta y ella en la entrada dispuesta a acoger a todo exiliado en su morada. Después se seguía al pasillo que antes de llegar al patio, se desviaba a la única pieza que tenía aquel cielo. No me acuerdo qué secretos escondía, tal vez porque no entré  más de dos veces  pero su geografía general  la constituían dos camas, un ventilador que no soplaba y un pequeño televisor que se sintonizaba con el pasado.  Toda esta parte estaba cubierta por las tejas que la protegían por la noche pero durante el día la torturaban por todo el calor que recibían. Cuando llovía parecía que el techo se rompía y que con un solo trueno la casa se venía abajo pero así como mi bisabuela, la casa que se veía tan vieja y  a punto de quebrarse por fuera, por dentro tenía el corazón latiendo con fuerza y sus raíces se agarraban a la vida.

Después seguía el patio que incluía la cocina, el comedor  y la selva misma.  La cocina  era un templo donde yo no podía ser recibida, sólo podía observarla desde el comedor mientras que los mosquitos esperaban como yo el manjar. Todas las veces que almorzábamos en su casa el menú era pescado y era ella la que se lo comía entero sin cubiertos, con delicadeza lo desmenuzaba y lo acompañaba con la fariña que nunca le podía faltar.  Pero lo que hacía aquella casa tan grande para mí era la selva que se extendía, que no conocía fin. Miraba siempre con miedo a esos árboles y creo que nunca me acerqué por el temor a que las ramas me agarraran sin jamás dejarme ir. Sin embargo esa selva que existía en mi cabeza no era más que un montón de arbustos y uno o tres árboles de plátano y papayuela.
 La morada que albergó a mi bisabuela nunca más la volví a ver pero en mi memoria esa vieja que siempre estuvo lucida, que durante noventa y ocho años fue testigo que la vida alcanza y que al final ya es muy larga se sigue moviendo descalza entre ese pequeño edén. La veo perdiéndose en esa selva que yo algún día me atreveré a cruzar. 


Ejercicio de Especie de Espacios. ( Relato tan verídico como suele ser siempre la memoria) 


domingo, 20 de julio de 2014

Cuerpo Vetusto


Vincent Van Gogh- À la porte de l'éternité
Una piel que es dos
y hasta cinco 
se fue flaqueando 
en el tiempo. 

Que siendo lisa se enredo
en el  paso de los días,
ahora es testigo de que las angustias
del alma las refleja el cuerpo. 

Una boca que todavía resta dicha 
se olvida de las palabras 
y habla solo en el lenguaje 
de la nostalgia.

Que dijo amo y temo,
odio y sueño 
ahora descansa en el recuerdo 
porque ya sin fuerza
el gallo deja de cantar en la mañana.

Y así como estamos hechos de uno
también somos dos y los ojos
se miran al espejo sin entender cómo
un rostro se vuelve tan viejo.

Que ahora ven siempre al pasado
en el presente se sienten en casa de extraños,
se mueven sin reconocer amparo
y el río se convierte en llanto.

Las piernas que nadaron y corrieron
se mantienen quietas y todos
los pasos que avanzaron desean
ir retrocediendo y ser niños de nuevo.

Que extenuadas flaquean ante
la puerta del forastero,
lloran por los caminos que conocieron
y ya no pisaran, de los que quedarán sin labrar.

Ya no queda más que un cuerpo
que me miró y me dijo amor.
Ya no queda sino el recuerdo porque
tan rápido como se mueve el viento
se pasa de vida a cenizas.



lunes, 23 de junio de 2014

Verdades que ignoro

Oswaldo Guayasamin- Dos Cabezas

Yo no sé y pregunto
a la vida las respuestas,
pero el que acude es el misterio
y es el único que me habla del mañana.

Yo no sé y me asusto
que mis recuerdos pierdan
                             todo su olor.
Que nunca alcance a vivir los sueños,
                              que queden siempre lejos.

Yo no sé y lo que sé lo dudo.
Mis pasos de ayer en la arena aún flaquean
y después de cada palabra dicha
mi lengua trata de cazarla entre el viento.
                                     
Yo no sé y el tiempo me empuja,
me lleva de la mano a los años que no he visto.
Y en este recorrido aún las dudas siguen,
la decisión y el remordimiento
tan fieles a la causa y efecto.

Yo no sé y de tantas dudas me lleno
que escoger no acierto,
porque el camino recto
                               de curva en curva
se torna en laberinto.

Yo no sé y así me voy moviendo
entre la espuma del tiempo.
Yo no sé y así sigo viviendo porque
el misterio es el que esconde lo cierto.



lunes, 9 de junio de 2014

Eva dio luz a Adán

Eva dio luz a Adán. No sabía si estaba en el paraíso o en el infierno pero era algo que se parecía mucho a la tierra donde los seres humanos no son inmunes a la enfermedad ni mucho menos a la soledad.  No podía ser el paraíso porque el dolor que había sentido fue real, tampoco el infierno porque, a pesar de todo, estaba feliz.  Solo esperaba encontrar a Adán con un pedazo de pan bajo el brazo, mejor aún, con la ración completa para la locomotora de los días.  Pero no había nada.  Tal vez sí era algo como el infierno y Adán se había dado cuenta apenas abrió sus ojos desgarrando con gritos y llantos el velo de la inocencia de la infancia. Eva se preguntaba quién le iba a dar el pan a Adán, rogaba al cielo que la serpiente llegará ofreciéndole algo que comer, que la guiara hacia un árbol lleno de manzanas.
Eva reposando en la cama pensaba en el papá de Adán ¿acaso sabría de su hijo, del dolor  que ambos ahora padecían?  Le dolió todo el cuerpo aún más al saborear las respuestas, sabía muy bien que aquel señor no cargaba responsabilidades en la espalda y que Adán jamás tendría un padre. Lo supo cuando intentó buscarlo pero él se había ido para nunca ser encontrado. Serían los dos solos en la tierra y Eva se encargaría de él, trataría de alejarlo del mal que los rodeaba.  Pero ¿después qué harían? A Eva la habían echado del trabajo cuando su vientre empezó a cargar vida, después decidió trabajar de empleada en algunas casas mientras que el bebé nacía pero ahora no podía hacerlo, no tenía con quién dejar a Adán y llevarlo no era una opción.  También pensó en su familia, en su corta infancia y de lo que había sido de su vida. Su familia vivía lejos de Bogotá y había perdido contacto con ellos desde hacía ya bastante tiempo. Llamarlos era imposible, incluso volver o visitarlos porque no tenía el dinero suficiente. Eva se fue de la casa cuando tenía 16 años, lo poco que sabía de la vida lo había aprendido a golpes. Ahora tendría que enseñarle a Adán, guiarlo en un mundo donde todos están ciegos, caminar con él en su regazo tropezando en el camino.

La médica del hospital se acercó y le dijo que había más señoras que venían, no podrían tenerla por mucho tiempo en la cama. Ella sabía que tendría que irse pronto de allí a la calle pero esperaba que la médica que se veía tan buena le preguntara si tenía algún sitio a dónde ir y ella respondería a toda prisa que no, que la ayudara. La cogería de la mano rogándole que le diera un día más pero la médica dio la vuelta a anunciarle a otras señoras que tendrían que salir también. Había sido desterrada del paraíso y el único pecado que había cometido era ser pobre e ingenua.

Le entregaron a Adán ya limpio de toda ella. Lo vistió con la ropa usada que el hospital le regalaba y salieron sin saber a dónde guiados por la angustia y el miedo que Eva encerraba. La verdad es que el techo que los cubría era el mismo cielo que se les caía encima lleno de goteras. Pensó en un lugar donde pudiera conseguir refugio y la casa de la señora Marta se fue dibujando en su cabeza. Su imaginación vio cómo la gran puerta de madera se abría y dejaba ver a esa señora imponente que se pavoneaba de elegancia sosteniendo las llaves de otro paraíso. Ella la ayudaría al ver al pequeño que cargaba entre sus brazos y le daría un pequeño trozo de la ambrosía de su reino.

Caminó con Adán entre sus brazos hasta la casa que conocía tan bien. Estiró la mano derecha con la intención de tocar el timbre mientras que con la izquierda sostenía al niño.  Su índice se sostuvo en el aire dudando pero el hambre que sentía la impulsó y cuando por fin timbró el miedo la estremeció tirándola al suelo, haciendo que se aferrara cada vez más a su hijo. Ahora las palabras se le olvidaban y esperaba que esa imagen suya fuese suficiente, que al verla la señora Marta escuchara un grito de ayuda. Al oír el timbre la señora Marta dirigió sus pasos  hacia la puerta sin ninguna prisa. Pensó que alguna de sus amigas pasaba de sorpresa y que tomarían el café de las seis hablando de las nimiedades de rutina. Cuando fue a abrir encontró a esa muchacha que había echado por tener el aire siempre tan enfermo, porque le molestaba verla moverse entre su reino con esa miseria que ella nunca había conocido. Eva al sentir que la puerta se abría levantó sus ojos llenos de piedad mientras que Adán permanecía quieto, abrigado en la fe que Eva sentía hacía aquella señora pero ¡Qué ingenua había sido Eva al creer en la humanidad del ser humano! La señora Marta al verla con aquel niño entre sus brazos se vio ofendida. Sintió que la realidad, a la que tanto gustaba en esquivar, la azotaba y le daba golpes en la cara.  Gritó sin escuchar a Eva que le tendía la mano desde el suelo, ya no buscando dinero sino algo de bondad entre esos ojos crueles que la despreciaban desde siempre. Su voz fue el rayo que permitió que la tormenta corriera sin preocupación alguna sobre ellos: “NO TENGO NADA PARA USTED, ¡VÁYASE!” pronunció mientras cerraba de un golpe el portón de lo que Eva había creído era el cielo.

Las lágrimas brotaron en ambos. Ahora se abandonaban a la noche y al miedo de no encontrar un hogar entre la multitud. Eva caminó dejando atrás la casa y toda esperanza, sin fuerza en las piernas y cansada de los brazos se detuvo. Pensó que aquel hijo que salió de sus entrañas y ella  eran fantasmas porque la gente iba y venía sin verlos, atravesándolos. Se alegró de pensar que no estaba en este mundo pero Adán le recordó el cansancio que tenía su cuerpo. Lloró pidiéndole la leche de su pecho pero a tal punto Eva lo único que podía darle era leche ya podrida y amarga. Después de un tiempo Adán calló abatido en su derrota y encontró al sueño mucho más acogedor que la realidad. Eva se dio cuenta que no había tenido tiempo para reconocer a su hijo entonces decidió pasar su mano por el pequeño rostro de adán. Recorrió cada poro de su piel, con el mayor cuidado sin despertarlo de su ensueño. Le había dado la vida pero ¿qué podía hacer con ella?

Desvanecida por el cansancio y el hambre se dejó caer junto a Adán. Ya en el suelo volvió a apretujarse contra su hijo para poder sentir el calor que él encerraba y así se fue dejando al sueño y al descanso, desobedeciendo al hambre y al miedo que la recorría.  Mientras tanto la lluvia se abrió paso sin tener conciencia de que algunos no podían escapar de ella. La gente continuaba moviéndose con rapidez. Unos corrían mientras que otros abrían sus paraguas pero todos seguían su camino sin siquiera mirar a Adán y Eva que permanecían en el suelo. Con la lluvia, la tierra donde estaban cobraba vida, se volvía movediza convirtiéndose en un vals que ahora los arrullaba. Los dos se sentían de nuevo en el vientre de sus madres. Era el sueño, el descanso, ya la muerte que los abrazaba. Ese era su edén y nadie los desterraría. Ambos eran felices porque su miseria se quedaba ya fuera de su mundo. Ambos eran felices al saber que los ojos de Adán no verían nunca el mañana, que Eva renunciaba del presente. Al ignorar que la vida de Adán no dio fruto y la de Eva nunca alcanzó a florecer.  


sábado, 12 de abril de 2014

Mujer en la ventana


Salvador Dalí- Muchacha en la ventana

La mujer mira por la ventana 
mientras que las campanas
le anuncian la salida de la aurora.

Inmóvil ve la vida que pasa.
Las horas desfilan por sus ojos,
los años se despiden mientras   
que sus arrugas y sus canas crecen. 

Los recuerdos ya son bruma 
y la claridad del día le anuncia
que el mundo ya lo ha visto

El único misterio la saluda
mientras le besa el cuello.
Ella se deja seducir y 
le dice que es hora.

El reloj trae consigo sus olas 
que van barriendo con  la espera 
y ella encantada, se sumerge en el vaivén.

La mujer ya no está en la ventana.
Cuando quise ir a verla
 las cortinas la envolvían
y el viento la llevaba al Olimpo
                                 al letargo. 


domingo, 16 de marzo de 2014

Encuentros


I

En la cabeza de Mariana los encuentros casuales están fuera de la mesa. El mundo de la casualidad y del destino solo lo encontraba en la atmósfera  de la Maga y Oliveira.
En la cabeza de Mariana, sin embargo, siempre hay una posibilidad para todo. Ella siempre niega la indecisión y asume que es muy segura  pero al voltear a la derecha siempre está la izquierda que le grita, el frente que la seduce y el regresar que la tira de pelo. Siempre hay indecisión en su camino y cómo no sí hay tantos por dónde ir, porque todo tiene su antónimo, su contrario, porque elegir un inicio aquí significa no empezar allá. A pesar de lo difícil que le resulte el abandonar para elegir después de mucho lo hace y de vez en cuando los arrepentimientos vienen pero los espanta con el presente. 

Hoy Mariana fue a la cinemateca, no es algo que ella acostumbre hacer, de hecho hoy había sido su segunda vez. Iba caminando por la séptima pensando en llegar a la estación, coger el transmilenio e ir a su casa para entregarse a la soledad pero estaban pasando una película de Godard. Lo pensó por mucho tiempo, si quedarse o irse, pero sin darse cuenta ya estaba en la fila y alguien le pedía los 2.000 pesos para entrar.

Se sentó no muy lejos de la pantalla y mientras la sala se llenaba notó que era la única persona sin compañía. No se sintió mal, la cabeza de Mariana estaba acostumbrada a la soledad, era de alguna manera incómoda cuando estaba rodeada de gente que sí conocía.  Al lado suyo se sentó una pareja que durante toda la película gozaron en ignorar a la inocente actuación de Anna Karina, a Mariana y al resto de la sala. Al frente de Mariana, en toda la fila horizontal se sentaron un grupo de amigos y amigas que parecían ir todos los días a la cinemateca. Durante la película tuvieron sus ojos  fijos en la pantalla tratando de retener cada momento en sus pupilas.  En el asiento  frente a  ella se hizo un muchacho que hacía parte del gran grupo. Al sentarse, Mariana lo miró y sintió gran simpatía por él, por todos ellos en realidad. Se imaginó siendo amiga de ellos, cogida de la mano de todos y atravesando el Louvre corriendo como hacían en la película, pero todas esas ideas se desvanecieron cuando la luz se prendió y la realidad bajaba el telón. 
Hoy Mariana fue a la cinemateca, no es algo que ella acostumbre hacer, de hecho hoy había sido su segunda vez. La primera vio una película que no le gustó para nada y que olvidó apenas salió. Hoy había visto Bande à part y a gente que imaginó eran sus más fieles amigos.

II

El barrio donde vive Mariana es demasiado tranquilo para su gusto.  La mayoría aquí, a decir verdad,  son viejos y viejas que salen por las mañanas, algunos con sus enfermeras, a tomar el sol al parque. Este es el momento máximo de su día,  no desean más. Aunque hay otros que todavía tienen energía y pueden caminar hasta la panadería después de las cuatro de la tarde para hablar, la mayoría de veces, sobre fantasmas que sólo habitan en sus memorias.
A Mariana le gusta verlos pero no por mucho tiempo porque después le da melancolía el pensar que el futuro eventualmente desemboca en no estar más. Se pregunta si ellos están más cerca de la muerte que ella o si en realidad todos estamos a la misma distancia.

Hoy Mariana hizo lo mismo que hacía todos los días, salvo que al regresar a su casa se encontró con una gran sorpresa. Se levantó temprano para ir a trabajar. Su trabajo quedaba en el centro y tenía que llegar a las 9 de la mañana. La estación de Transmilenio no quedaba tan lejos de su casa así que se fue a pie viendo que algunos de los viejos y viejas ya se encontraban en el parque. Cogió el J73 que la dejaba en la estación museo del oro y de ahí caminó hasta el café. Era ella la que tenía que abrir y organizar las mesas porque su turno era de 9 a 3 de la tarde. Hoy no estuvo tan movido como otros días, ni siquiera a la hora del almuerzo así que aprovechó para terminar el libro que había estado leyendo esa semana. Lo había comprado en una pequeña librería que quedaba cerca al café. El librero-que era un viejo lleno de edad, no por el paso del tiempo sino más bien por la cantidad de hojas que había leído en su vida -cada vez que venía Mariana la reconocía y le sonreía pero siempre con cierta distancia, sin extenderse más allá de lo que él creía debido. La veía siempre revolcarse entre los libros en pesquisas la mayoría de veces fructuosas, otras donde solo venía a perder  el tiempo y ver qué podría leer después. Esa vez había recogido  a Miller y a su trópico de Cáncer. Ahora que lo terminaba pensaba en que de pronto ella también debería abandonar su pequeño París y cruzar el mar, irse pero ¿adónde...?
Ya eran las tres y esperó a que su compañero llegara a reemplazarla, pasaron 20 minutos hasta que él llegó excusándose de la demora. Siempre era así, a veces no llegaba hasta las cuatro pero a Mariana no le molestaba para nada, le gustaba mucho el ambiente del café o tal vez ya estaba acostumbrada a esperar.

Caminó de nuevo a la estación para devolverse a su casa. A esa hora el Transmilenio no estaba tan lleno y disfrutaba ver la ciudad moverse mientras ella la miraba desde la ventana. El trayecto no tomaba más de cuarenta minutos pero este viaje se le hizo mucho más corto que los demás, deseó en lo más profundo que esa máquina roja se moviera entre los túneles de la eternidad. Vio al mismo muchacho que se había sentado al frente de ella en la película, ese por el que había sentido gran simpatía y de quien quiso ser amiga. Lo miró  de reojo,  por el reflejo de la ventana, se imaginó que se sentaba al lado ella y empezaban a hablar sobre todas las cosas que pudiesen tener en común, que le presentaba a sus demás amigos e iban todos los días a la cinemateca.  Volteó a verlo y se dio cuenta que ya tenía que bajarse, su estación ya estaba al frente y el deseo de nunca bajarse le volvió. Pero entre quedarse o bajarse el muchacho se bajaba en la misma estación que ella y ya se movía hacia el puente. Mariana salió y también caminó para cruzar el puente. Estaba varios pasos detrás de él, pensó que en aquel punto él cruzaría a la izquierda y ella a la derecha y que sus caminos jamás estarían tan cerca como ahora pero él seguía la misma ruta que Mariana debía seguir. Cruzaron el parque y después ella lo vio doblar por una de las calles que estaba llena de edificios.  Siguió caminando hacia su casa preguntándose qué podría traerlo a su misma atmósfera tan aburrida pero el hilo de sus pensamientos se fue enredando y poco a poco se fue alejando de aquel muchacho.
Hoy Mariana hizo lo mismo que hacía todos los días, salvo que al regresar a su casa se encontró con una gran sorpresa. Vio al muchacho de la cinemateca dentro de su barrio, ese que ahora dejaba de ser tan aburrido.
III


 En los últimos días Mariana comenzó a pensar en lo pequeño que puede llegar a ser  el mundo o a decir verdad, su mundo.  Al parecer cada vez somos más y el espacio permanece  igual que vamos tropezándonos con todos todo el tiempo. Esa era la explicación que se había dado al pensar en el porqué se seguía encontrando con aquel muchacho. La primera vez había sido en la cinemateca, la segunda en el transmilenio, la tercera, cuarta  y quinta vez habían sido  en su barrio cuando caminaba por el parque o solo pasaba por ahí. No paraba de preguntarse si él también la había reconocido o si su cara  para él era la misma cara de la multitud.  Era cierto que las casualidades ni el destino existían  para ella porque jamás los  había presenciado pero ahora su soledad tomaba ventaja de estos encuentros que los transformaba en algo más.  Cada vez que lo veía se imaginaba situaciones diferentes donde se conocían o  pequeños detalles sobre él siempre apoyados  sobre la tierra  movediza de su imaginación.  


Mariana no acostumbra salir los fines de semana pero hoy lo hizo.  Fue a un bar cerca del parkway donde se había quedado en encontrar con toda la gente del café. El dueño los había invitado obligándolos a ir  y Mariana no tuvo oportunidad de sacar alguna de las muchas excusas que estaba acostumbrada a dar.  Tenía dinero suficiente para irse y regresarse en taxi. Le gustaba llegar temprano a todos lados pero consideró que era mejor no llegar de primeras. Se tomó su tiempo antes de salir pensando en cómo iba a ser esa noche.

Al llegar se dio cuenta que la mayoría ya había llegado. Saludó a todos y se sentó en la mesa al lado de Gustavo, el que siempre llegaba tarde a reemplazarla.  El bar le pareció bastante agradable, muy lejos de lo que ella había pensado. Se había imaginado un lugar lleno de gente bailando reggaetón y vallenato sintiéndose fuera de lugar pero aquí el jazz, el blues y hasta la salsa compartían lugar.
El jefe los había reunido porque en realidad ya no era más su jefe. Había vendido el café y decirles que estaban despedidos bajo ese ambiente le resultaba mucho mejor.  Mariana  tenía ahora que buscar un trabajo pero sabía que lo que en realidad necesitaba era otra vida, vestirse sobre otra piel, recoger la de alguien más y hacer que fuese suya, irse pero ¿adónde...?

Después de las once de la noche solo estaban los ahora desempleados y otros tantos que entraban e iban. Mariana quiso irse muchas veces pero el sentimiento de quedarse también le venía. Se dio cuenta que no era la única que se sentía inconforme con su vida y que compartir ese sentimiento con los demás era mucho más agradable que hacerlo sola con sus lamentos. Algunos ya estaban borrachos pero ella no; nunca lo había estado y esta noche tampoco lo iba a estar. Su corazón a pesar de todo se sentía feliz por la música que sonaba y porque podía ahora identificarse con los demás, entre tanta soledad no estaba sola.

En el bar los sábados acostumbraban a tener bandas en vivo y hoy no era la excepción. Ya habían subido dos al escenario. Mariana los miraba entre las cabezas de la gente porque su mesa estaba al final de la sala, sin embargo disfrutaba y cada que finalizaba una canción aplaudía. No había estado así de feliz en mucho tiempo, se sentía en el lugar donde siempre había querido estar.

Ya eran más de las doce y las personas empezaban a irse. Cuando las cabezas que no dejaban ver a Mariana se fueron, se dio cuenta que el que tocaba el saxofón en la banda era el muchacho que había estado viendo. Empezó a preguntarse si la imagen de aquel extraño no era más que un consuelo para su soledad, si de verdad lo había visto alguna vez o si  solo existía en su cabeza.  Pensaba en que si de alguna forma se acercaba él no la reconocería, era ella  la que siempre lo veía. No sabía cómo romper esa barrera de extraños con aquel muchacho que creía conocer tan bien. Pensó que tal vez lo seguiría viendo por ahí, al voltear en la esquina él estaría ahí sin saber que ella estaba o incluso que ella era. Al verlo de nuevo pensaría en todas las conversaciones posibles, buscaría muchas preguntas y encontraría por fin respuestas. El extraño seguiría tocando el saxofón en sus recuerdos y con el jazz y el blues se acordaría de él.  Podía acercarse pero sabía que él no la vería y así le pareció bien. Los encuentros seguirían sucediendo y caminaría para buscarlo, verlo pasar y olvidarlo. Mariana no acostumbra salir los fines de semana pero hoy lo hizo. Vio otra vez al muchacho de la cinemateca, del transmilenio, del saxofón, al caminante de las calles solitarias de su mundo  y entendió que él sería el extraño más conocido en su camino. 

  


miércoles, 12 de febrero de 2014

Oscilaciones

Mientras lanzaba piedra tras piedra mis ojos se concentraban en cada oscilación, pensaba como cada cosa en mi vida no obedecía a tal movimiento, todo iba en regresión. Alcanzaba a ver mi reflejo y veía cómo se distorsionaba y volvía a aclararse cuando el agua dejaba de temblar. Contemplé mi reflejo siempre de la manera en que lo había hecho, como una extraña. También pensé en cómo esa imagen que me miraba sorprendida me pertenecía sólo cuando algo más me ayudaba a recordarla. En ese momento cerré mis ojos e intenté pensarme, saberme en el espacio y verme sentada en ese lago pero solo pude verme a partir de fotos y espejos. En este sueño tampoco logré tener una visión clara de mí, para existir estaba el destello del agua que me hacía recordarme. 

Estuve quieta, tan inmóvil como se puede estar en los sueños que lo único que me movió de ese aislamiento fueron las oscilaciones que llegaban de la otra orilla que estaba ahí como sí siempre hubiese sido así.  Me levanté  de inmediato tratando de obtener una mejor vista y ver si podía reconocer a alguien del otro lado. Nadie se veía allí y quise irme pero no pude moverme con la facilidad que esperaba. De alguna manera estaba obligada a estar ahí. Volví a esperar porque era el único verbo que podía hacer y en un momento, las oscilaciones habían vuelto. La orilla, se me hizo a mí, estaba ahora más cerca y pude ver a una mujer lanzando piedras y con los ojos fijos en el agua.

La mujer estaba tan concentrada que sentí que mi presencia me empezaba a estorbar por la única razón de molestarla pero ella ni siquiera había reparado en mí. Sin saber si lo que veía era real pensé en lanzar otra piedra para que el movimiento del agua provocara la misma reacción que yo había tenido. Antes de hacerlo contemplé  esa escena de ensueño de mi sueño con el temor de que al lanzar la piedra la mujer desaparecería.  Levanté la primera piedra que encontré y la lancé cerrando mis ojos. Dibuje en mi mente la curva con la que había entrado al agua, el sonido con el que la tocó, cómo se hundía en el agua hasta tocar el fondo del lago y en las formas que hacían las oscilaciones hasta llegar a la otra orilla.

Lentamente volví a abrir mis ojos y vi a la mujer que me miraba sin parpadear, deseando también desaparecer.  Lo primero que  hicimos fue observarnos desde esa distancia que se me hacía cada vez más corta. No dijimos nada por largo tiempo, solo nos veíamos en el espejo de la otra. La cara de la mujer era el reflejo del lago, de una fotografía mía. Reconocí nuestra nariz que mira todo primero que nuestros ojos un poco rasgados que no podían ser de otro color que el de la soledad.  Levanté mi mano derecha haciendo un gran esfuerzo para alcanzarla y comprobarnos iguales pero ella se quedó quieta analizándome, viéndome con otra cosa que no podía ser más que el miedo.  Tratando de alcanzarla sentí que la orilla donde ella estaba se acercó aún más, tanto que con un pequeño salto bastaba para estar al otro lado. Sin embargo nos abstuvimos de traspasar el borde.  Al tenerla más cerca comprobé que lo único que nos diferenciaba era el largo de nuestro cabello, el mío me rozaba los hombros y el de ella se movía con toda libertad por sus caderas. También me imaginé que nuestro pasado, incluso nuestro tiempo era diferente pero por alguna razón nuestro presente desembocaba en un ahora que compartíamos.

La mujer de la otra orilla había quebrado el silencio con una especie de soliloquio olvidándose que yo estaba al otro lado. Hablaba en ingles con un acento que pensé que era sureño pero no lo pude localizar con precisión. Su tono de voz tenía la misma tonalidad que la mía y volví a sentir la incomodidad de verme como reproducida en un vídeo. A medida que pronunciaba su discurso me di cuenta que todas esas palabras que lanzaba al aire tenían la intención de hablarme, me estaban contando todas las respuestas a las preguntas que tenía, su historia y el porqué de su tristeza.  Hace mucho tiempo que venía escapando de la miseria con la que había nacido y buscaba la libertad que se le había sido negada. Logró escapar con gran suerte en un barco lleno de otros como ella  hacía Europa pensando encontrar algo nuevo pero se dio cuenta que sin importar el lugar donde estuviera la sordidez estaría con ella como su más fiel compañera.  Después de navegar por más de dos meses sin saber día ni noche, solo conociendo el hambre y compartiendo el sueño con las ratas llegó a Londres queriendo conocer la gentileza del mundo pero el frío y la misma pobreza la recibían con los brazos abiertos en su llegada.  Por muchos días vagó y se dio cuenta que ahora estaba al servicio de lo incierto, incluso llegó un momento en el que enserio quiso regresar pero después conoció a Adele que se ofreció a guiarla entre tanta incertidumbre. Le preguntó qué sabía hacer y por ahí ya habían empezado mal porque ella tan solo había conocido la esclavitud  y hasta ahora la libertad la asustaba. Adele al ser la mujer más buena que jamás había conocido le encontró un trabajo en un bar que quedaba cerca al puerto y que en las noches se llenaba de comerciantes y marineros. Aún trabajaba ahí y las cosas sí han cambiado – me dijo con una sonrisa que se le borró en un instante de su rostro-. Quise preguntarle si era feliz pero no me atreví así como tampoco lo hice al no contarle mi historia porque yo era cobarde, porque yo tenía libertad y no sabía qué hacer con ella.

El borde aún nos separaba y en un impulso salté para abrazarla y mostrarle toda mi  admiración pero cuando me vio saltar, como un reflejo moviéndose de forma paralela a mí, ella también lo hizo.  Ahora estábamos en la orilla de la otra, en islas del tiempo opuestas. En ese momento me desperté y me di cuenta que seguía en el borde ajeno, me levantaba en un tiempo mucho más antiguo que nunca me había visto nacer, bajo mi misma piel pero con un pasado diferente y un presente que no me pertenece. Lo que me inquieta ahora es pensar en ella y en la vida con la que se va a encontrar, de pensar que esa orilla que era mía no se encuentre jamás con esta que ahora piso, de pensar que haya más orillas y bordes que cruzar, más fragmentos de tiempo y espacio.