miércoles, 9 de septiembre de 2020

Descenso

Nu descendant un escalier- Duchamp




Yo tengo el corazón grande,
aunque muy esquivo,
tal vez hasta tímido,
incluso sensible
por no decir más: débil.

Yo tengo el corazón abierto,
sin heridas profundas ni puñales,
es un niño crédulo e ingenuo
que aún cree en mitos y mentiras.

Yo tengo el corazón joven,
Sin memoria del dolor
vuelve y pasa ahí
donde le prendieron fuego.
Yo tengo el corazón ciego
que camina a tientas
buscando un fantasma,
siguiendo una sombra.

Yo tengo el corazón frío,
inhabitado
solitario
desierto

Yo tengo el corazón cansado
de caminar en laberintos,
caminos que llevan al pasado.

Yo tengo
el corazón
viejo
lleno
de recuerdos
.




domingo, 9 de agosto de 2020

El Vals

La Valse- Camille Claudel 

Figuras danzantes sin nombre,

amantes que a cada paso

se encargan de hacer girar

el paso incesante del tiempo.

 

De cerca los miro tratando

de entrar también en su abrazo,

ser parte también de esa ola

que desafía la vida…lo efímero.

 

De lejos los siento conmigo

y envidio que sigan en esa eterna danza,

en un vaivén que rige el día y la noche.

Reyes de una nación de soñadores

 

Esculturas que se burlan

del pesado e inerte bronce,

los amantes bailan para siempre

la danza capaz de espantar la muerte.

 

Vengo entonces a imitar sus movimientos.

En mis trazos que tantean infértiles terrenos

busco que mi palabra logre desafiar mi mayor miedo:

la soledad…o quizás también el tiempo.

 

Y que este poema se transforme en una danza lenta y ligera

Que el lector tenga ganas de pronunciar en voz alta,

Que cada letra se dibuje en su boca, marcando un nuevo paso

Y que así perpetúe más este vals de lo eterno.

 

Así nos volvemos dos amantes:

yo poeta solitaria y sedienta,

el lector solitario y saciado.

jueves, 6 de agosto de 2020

Tumor

The Sick Child-Munch

Hace más de dos días que no puedo dormir, hace más de dos días que tampoco puedo estar despierta, estoy en un estado de vigilia de la muerte. Siento en mí como mi estómago se retuerce y da tres vueltas, en la noche es lo único que escucho; a tal punto que creo que ya me canta para aliviar mi dolor, sin saber que es por él que lloro. Y todo este dolor lo guardo, lo he estado guardando ya por cinco meses, pero estos días estoy ya a punto de perder la batalla. Mis hijas ya notan mi sudor frío y mis ojeras que llegan a la mitad de mi nariz. Les digo: mijas, no es nada. Así se ve la vejez, - mientras me muerdo la lengua para no gritar mientras escucho el mal que cargo regocijarse de mi dolor. Pero, aunque haga esfuerzos la enfermedad se me empieza a notar. No he dejado el baño por una hora y todo lo que cago no es más que agua. Miro con esperanzas al fondo de la taza esperando encontrar los gusanos que me imagino habitan en mis tripas, pero nada. Claudia, la menor, se cansa de tocar a la puerta y pasa a la agresividad, la escucho ya tirar patadas. Con dificultad me levanto, abro la puerta y sin responderle a sus interrogaciones sin fin me vuelvo a acostar. ¿Para qué angustiarlas si esté dolor es mío y de nadie más? A tal punto es mío que lo defiendo de los otros, lo cuido, le susurro al oído que se pudra, que lo quiero y por eso quiero que hagamos las paces. Sin rencores.

 

 Lorena, la mayor, entra a mi cuarto, prende la luz y me dice: levántese mama, nos vamos ya para el hospital. Siento en mí entonces que el dolor se defiende y con toda. Me agarra con fuerza y tira para abajo haciendo que mis tripas suenen más fuerte de lo esperado. Empiezo entonces a toser para esconder el ruido estridente que sale de mí y resulto poniéndome más en evidencia: todas las cobijas se manchan de la sangre que sale por mi boca. Lorena grita: CLAUDIA, VENGA,¡ MI MAMÁ ESTÁ VOMITANDO SANGRE!  Escucho sus pasos acercarse mientras miro las manchas de sangre que me dicen que mi dolor también les pertenece ahora. Aprieto con fuerzas el estómago, aunque me cuesta, para hacerle saber a lo que llevo dentro que su jugada fue muy sucia, que ahora no podré defenderlo más.

 

Ya en el hospital me siento atacada por todos los costados. Adentro mío la guerra continua, afuera apenas empieza. Mis hijas me reprochan mi descuido, mi silencio. Y yo sólo pienso: pero sí esto lo hice por ustedes, esto es un acto de amor y de altruismo. El médico de turno no se queda atrás, me manda a hospitalizar y hacerme una endoscopia. Aunque nadie lo diga todos pensamos que eso que tengo adentro es un tumor que ya bautizaron por mí: cáncer.

 

Todo va más rápido de lo que soy capaz de asimilar.  Los doctores y mis hijas son jueces que marcan mi sentencia. Sin poder conectar mi cerebro con mi lengua, dejo al silencio hablar. Sin más, bajo la cabeza y les entrego los restos de mi vida. Los resultados confirman que el tumor ha estado en mí por bastante tiempo, que anda en una fiesta por todo mi cuerpo, que cada célula mía es un virus. Curiosos, me preguntan cómo he sido capaz de guardarme este dolor que me desgarra. Furiosos, me tildan de irresponsable y egoísta. Me encierro de nuevo en mi silencio y abrazo el infierno que me recorre. El dolor sigue, y ahora que ha sido descubierto parece buscar más protagonismo. ¿Qué siento? Una quemadura profunda y constante…

 

Lorena y Claudia acosan al doctor por soluciones a la muerte que me espera. ¿Pero todavía hay tiempo para la quimioterapia, cierto? ¿Y no es posible extirpar el tumor? Claro, con una cirugía, doctor. Por favor, doctor. Mi mamá todavía esmuy joven. Pero cómo es que no se va a preocupar por su salud, mamá. Cómo es que se va a dejar morir, así como así. ¿No le da vergüenza? ¿Qué vamos a hacer sin usted? Lorena, ¿cómo es que usted no se dio cuenta? ¿Viviendo con ella no la vio enferma? Ah, ahora la culpa siempre es mía ¿no? ¿Y usted entonces por qué no la venía a visitar? Mire Claudia, ¿usted hace cuánto no venía a la casa? Hace más de un mes que se contenta con llamar, así que no me venga a echarme la culpa ahora.


Me pesan los ojos y me cuesta mantenerlos abiertos. Tarde, ya muy tarde, me doy cuenta que estoy conectada a un respirador, que tengo un catéter en mi brazo derecho. Aunque mis hijas estén a mi lado me cuesta levantar mi voz para llamarlas, mis brazos para abrazarlas. Las llamo entonces con mi mirada, les digo que las amo y entre lágrimas firmo una despedida. Acuden a mi llamado, ambas me abrazan y me llenan de un amor que espero que me dure hasta que llegue la muerte. Tarde, ya muy tarde nos damos cuenta que no estábamos listas para este momento y me culpo por no haber querido mirar al dolor a los ojos. Pienso en toda la gente de la que no me despedí: mi vecina que era como mi mejor amiga, de mis hermanos, de mis plantas, de las montañas de Bogotá…espero a que toda mi vida me pase en frente de mis ojos, pero nada llega…sólo la calma al dolor, un silencio, una paz que me saluda, me envuelve y arrulla.

lunes, 20 de julio de 2020

Venecia, laberinto

Tintoretto-El laberinto del amor
Tintoretto-El laberinto del amor


   

Venecia rima con inercia, Persia, Grecia, pereza, belleza. Venecia, después de conocerla -como la puede llegar a conocer un turista- rima con: LA BE RIN TO.

 

Yo había decidido visitar Venecia arrastrada por el encanto que la encierra y tenía en mi imagen una ciudad-isla atrapada en el tiempo. Lo confirmé cuando llegando en el tren por un momento sentí que los vagones se convertían en las piezas de un barco. Rodeado por agua, el tren seguía su curso a toda velocidad. Era un viaje que hacía sola y como cuando se va sin compañía, la mente tiene mas tiempo de divagar y construir sobre la nada, mis expectativas ya sobrepasaban la realidad. Apenas salí de la estación de tren vi el río, los puentes que unían el otro lado de la ciudad, los turistas-aunque éramos pocos porque el verano ya estaba lejos- que parecen ser los únicos habitantes de la ciudad-sueño. Caminé hasta el hostal que no quedaba lejos, dejé mi maleta y sin saber mucho qué ver ni a dónde ver, salí a contemplar la ciudad-museo.

 

Recuerdo que lo primero que hice fue coger un bus- que en la ciudad son barcos- para poder tener una mejor vista de todos los canales que la rodeaban. Me pasa seguido que ante el enigma de la belleza me quedo sin palabras y me invade rápido una melancolía alegre, un llanto de felicidad. un sentimiento sin nombre que bien podría ser equivalente a sentir el infinito, siendo nada más que mortal. Y así me sentí frente al enigma que era esa ciudad-selva. A mi pesar, no tenia ni el dinero ni el tiempo suficiente para visitar museos ni catedrales, así que había decidido aprovechar al máximo aquel día. Ya en la noche, seguí con mi vagabundeo y decidí que era momento de dejar las calles más transitadas e ir adentrándome más en el estómago de Venecia.

 

Comencé entonces a caminar con calles cada vez más estrechas, sin mucha iluminación y poco transitadas. Al principio abracé esa calma que hacía rato no me habitaba y seguí caminando sin darme cuenta que ya no sabía dónde estaba, que había caminado para perderme, pero no traía conmigo el hilo que me sacara de este laberinto. Después de caminar en silencio sin encontrar a un solo turista-monstruo me asusté, me di la vuelta y empecé a desenredar todos los pasos que había hecho hasta ahora. Sin ver nada conocido sentí que estaba ahora caminando en círculos y cogí mi celular para buscar el camino de vuelta al hostal. En ese momento me di cuenta que Venecia no sólo era un laberinto para mí, pero incluso, hasta para la tecnología. El mapa me mostraba un camino equivocado y calles que ni siquiera existían: me mostraba un puente inexistente en un lugar donde no había nada más que el río. No recuerdo mirar la hora ni cuánto tiempo estuve caminando aquel laberinto, pero sentí que había pasado toda la noche buscando la salida. Me reí de mi misma porque me había perdido de la manera más estúpida y seguía asustada estando de viaje ¡en una ciudad con la que había soñado!

 

En un momento me detuve, ya estaba cansada de arrastrar los pies y a decir verdad el miedo conjugado con la alegría e ironía de la situación me habían dejado agotada. En ese momento pensé en Borges y su laberinto veneciano y me dije que el arquitecto que había levantado esta ciudad había de ser él con cada verso. No sé si fue el pensar que estaba atrapada en una ciudad-poema o por el hecho de que en realidad el miedo albergaba cada poro de mí, pero en cuestión de segundos había pasado de reír, a llorar del desespero y el sin sentido de la situación. Durante todo este tiempo- que bien pudo ser quince minutos o tres horas- no recuerdo haber visto a una sola persona. Caminé por una Venecia desolada, sin tiempo, cubierta de misterio y silencio.

 

El final de este cuento no contiene un desenlace increíble, si soy fiel a la literatura puedo escribir que de mi desespero golpeé en la primera puerta que vi pidiendo ayuda, que la persona que me abría era el mismo Borges, un amante que me ofrecía la salida en sus besos, una familia que me acogía y después de un festín me acompañaban devuelta al hostal. Pero debo ser fiel aquí a mis recuerdos, después de sacar la angustia que tenía y retomar mis pasos escuché a lo lejos a un grupo de personas y decidí alcanzarlos. Para mi sorpresa, aquellos turistas estaban en la misma situación que yo. Llevaban ya un tiempo buscando un puente para cruzar al otro lado. Sin embargo, sólo el hecho de encontrarlos me tranquilizo. Seguía perdida, pero no sola, como oveja que sigue el rebaño. En el camino encontramos a una persona que nos mostró por dónde ir y nos llevo hasta un puente.  Es así que el final de esta historia no es trágico, ni mágico ni increíble, pero sí lo es aquella ciudad-agua que reposa en mis recuerdos.

 

 

 

 

Diario- Venecia 20 de Septiembre 2017

 

Porque voy de viaje en busca

De lo que he perdido

De lo que he dejado,

De lo que no he encontrado,

De lo que no he visto.

Porque voy en busca de lo que no conozco:

Del amor,

de la magia

de amigos

de amantes y muelles.

Porque voy en busca

De mí,

De lo que no he sido,

De lo que quiero ser.

 

…Venecia está hecha de laberintos, cada una de sus calles llevan a ningún lugar y al paraíso. Siento que Borges escribió esta ciudad o la ciudad a Borges. Venecia me ha devuelto las ganas de volver a escribir, de dejar salir todas las palabras que llevo adentro de mi lengua pero que mi voz muchas veces traiciona.

miércoles, 27 de mayo de 2020

Poema de amor (exagerado, mal escrito y vulgar)

Emma Reyes



Te escribo este poema

porque sé que no lo leerás.

En silencio, en la oscuridad, lejos

imagino que un eco difuso de esto te toca.

 

Te escribo este poema

que no te gustará

porque es exagerado, mal escrito y vulgar,

hecho a imagen y semejanza de mi amor.

 

Te escribo este poema

porque te cargo siempre en mi

como una cruz,

como verso

como suspiro pausado

y corto.

 

 

Te escribo este poema

porque me imaginé diciéndote

una cosa que me gusta tuya

en la mañana, cada nuevo día.

 

Te escribo este poema

porque me gusta tu libertad,

como te mueves, pájaro de fuego

sin sombra ni rastro en tu andar.

 

Te escribo este poema

porque me gusta tu olor

y admito que una vez cuando

dormí a tu lado, lo guardé

                                        en mis dedos.

 

Te escribo este poema

porque me gusta tu misterio.

Mi gato viejo y sagaz, dime

¿Cuántas vidas has dejado atrás?

 

Te escribo este poema

porque me gusta tu mirada profunda, agua de mi rio.

Ojos miel, de lejos los miro

De lejos, ¿me miran ellos?

 

Te escribo este poema

que nunca acabaría si

por cada día te admito

cuánto tú me gustas.

 

 

Te escribo este poema

Porque te pienso

Pero tengo siempre

Que forzarme al olvido contigo.

jueves, 7 de mayo de 2020

Irreversible


La barca de Caronte- José Benlliure

Hace ocho días que mi cuerpo se descompone en medio de la cocina de mi casa. Estoy tirado boca arriba y todos mis setenta kilos se van convirtiendo en nada más que polvo. Desde aquí soy testigo de como mi carne va perdiendo la batalla contra los huesos, como baja la cabeza y le cede por fin espacio a la muerte. Hace ocho días que mi cuerpo se descompone sin que nadie se haya percatado de mi ausencia, de mi olor putrefacto, de mi decisión irreversible.

Alrededor mío hay desorden: botellas de vodka, de vino y de ron, alcohol regado. Periódicos viejos que se acumulan, días todos idos y desde aquí, ya sin importancia. Platos sucios, sobras de comida y basura…polvo y más polvo. Y entre todo este caos, entre toda esta muerte aún pido por un poco de atención y me pregunto: ¡¿cuánto tiempo más pasará para que me encuentren?! Aún desde la muerte, mi soledad no parece conocer fin.

Esta semana el teléfono sonó dos veces y ningún mensaje. Ojalá haya sido mi viejo el que llamo, anhelo que haya sido mi hijo o mi ex esposa…esa familia que yo mismo había destruido. Pienso en cómo actuaría el viejo al enterarse que su hijo se suicidó y que su cuerpo fue encontrado a los ocho días, a los quince o como vamos, ¡de aquí a un mes! Lo veo caminando una eternidad hacia el teléfono, contestando con esa voz temblorosa y profunda. La llamada sería de la parte de mi hijo Tomás, que, aunque me odie, sería el primero en abrir la puerta y encontrarme en este horrible y aún así patético estado. Tomás pronunciaría entre lágrimas:

-Qué más viejo, tengo…tengo malas noticias. Ernesto se suicidó. Lo encontré en su apartamento y al parecer llevaba tiempo muerto. Voy a ir por ti en dos horas ¿vale? El entierro va a ser en las afueras de Paris. ¿Quién más va a estar? No sé, sólo tu y yo, supongo. Le avise a mi mamá, pero no quiere venir y la verdad no conozco a nadie más cercano a él.

Mi viejo colgaría el teléfono entre lágrimas, se miraría al espejo viejo y cansado preguntándose qué había hecho mal conmigo y yo desde lo que sería mi tumba lo consolaría: Usted no hizo nada malo, o tal vez sí. Fue demasiado bueno, me demostró la bondad que mi corazón nunca conoció.

Pienso en por qué pienso en todos los que amé después de mi muerte y no cuándo estaba con vida, no justo en el momento en el que había decidido matarme. Creo que es por que aún con vida yo ya estaba muerto. Le había cerrado la puerta a esos que ahora pido que me lloren.

Me miro aún muerto y pido un milagro. ¿Será que no merezco ni siquiera el infierno? Por morir sin nada más que mi tristeza y cansancio de vivir me veo vagando cien años hasta que ese dios griego de la muerte acepte llevarme en su barca. Veo que sigo poniendo la vida y la muerte en una misma frase, tan cerca una de la otra, tan seductoras, ambas tan lejanas de mí. Las junto como si fueran sinónimos, como si fueran ciudades que comparten la misma frontera. 

Mis divagaciones se ven interrumpidas cuando tocan a mi puerta. Timbran y me preparo a abrir, decirles de una vez por todas que aquí estoy muerto. Después de un momento vuelven a timbrar, pero al momento escucho cómo esos pasos se alejan de mi puerta. Espero a que el olor les haya llegado. Espero a que me lleven pronto.

Espero a que me llegue la muerte, esa que sí es irreversible.

jueves, 30 de abril de 2020

Cuarentena IV: Parentesis




Estos días no he dormido bien. Hoy me levanté a las siete de la mañana, como creyendo que tenía que cumplir con mi ritmo habitual…pero la vida se ha detenido ahora. Ahora todo reposa en un paréntesis, no hay puntos suspensivos porque no sabemos lo que viene, no hay punto final porque no sabemos cuando acaba.

Me levanté entonces con un poco de zozobra, no culpando a mi sueño, porque, a decir verdad, los pasados días no he hecho más que dormir a deshoras, pero me levanté a la espera de algún descubrimiento y así fue.

Mi acompañante estos días ha sido Beauvoir, sus confesiones en La force de l’âge me hablan y yo escucho sin responder, pero penetrando en cada una de sus palabras. Su voz me es ya familiar, me es ya necesaria, es mi rutina, no, mejor aún, un ritual. Ha sido una lectura que me sorprendió hoy y me sorprenderá mañana. ¿Por qué?

Primero: Beauvoir describe a detalle cada lectura que marcó sus días y me sorprende que nombres que siempre estuvieron en mi panteón, fueron en algún momento para ella una novedad como Kafka, Hemingway, Faulkner, Camus...Me imagino qué habrá sentido Beauvoir y el mundo al descubrir esas voces que ahora siguen resonando sin fin.

Segundo: La descripción honesta y sin mucho palabrerío de su amor con Sartre. Una relación abierta que ella acepta pero que le causa, a pesar de todo, celos y dudas…tal vez hasta tristeza. ¿Si no estamos hechos para la monogamia porque el amor nos causa, a veces tantas inseguridades? Pienso que no es culpa del amor libre ni el amor entre dos, es que ambas están basadas en lo incierto porque toman lugar en esta realidad, donde todos caminamos en terreno movedizo. De lo único en lo que se puede confía es en las manifestaciones de amor hacia el otro y hacia uno mismo, y es ahí donde los amantes se reconocen: en un amor sin condiciones ni limites, sin contratos ni promesas, pero en la certeza de esas manifestaciones constantes de afecto. Y eso es lo que apreció más en esa relación que describe Beauvoir. Sin promesas ni compromisos ni ataduras sino en la certeza de ambas libertades, ellos decidían escogerse y entregarse el uno al otro.

Tercero: EL HECHO DE SER MUJER ESCRITORA IMPLICA ABANDONAR, o más bien, deconstruir lo impuesto, esos roles marcados en la época de Beauvoir y aún presentes ahora. Beauvoir más que abandonar supo darse cuenta que esos roles eran impuestos y que no iban con su modo de vida ni de pensamiento. Entonces la palabra indicada no es abandonar sino LIBERARSE.  Yo por mi lado, de lo único que puedo estar segura ahora es que sé que mi rol como mujer, escritora o a eso anhelo, nunca me ponga en merced de alguien, que mi rol como mujer nunca sea de abandonar mi libertad ni doblegarme frente a nadie.

Por otro lado, la cuarentena sigue…ya va ser casi dos meses. Me gustaría creer que después de esto nos espera una revolución, un mundo donde el individualismo ya no tenga lugar, un mundo donde como dice Beauvoir: “l’Histoire m’a saisie pour ne plus me lâcher”, donde la historia nos tome para nunca más soltarnos. Han sido meses donde todo se ha detenido, sin embargo, todo sigue. Días que he pasado en estas cuatro paredes, lejos de Paris, de Francia, de Bogotá, de Colombia, lejos de todo espacio exterior. Me ha pasado que veo películas que suceden en Paris y me digo: qué ciudad tan increíble, tan bella, tan lejos que se ve. Y aún así esté aquí siento Paris lejos, como si estás cuatro paredes me pusieran en otro lugar, en otro sitio donde el tiempo ya no pasa. Siento entonces en mí la necesidad de reconquistar esos lugares que fueron míos por segundos, que hacían parte de una rutina ya olvidada. Y aunque esté parada en un paréntesis de desasosiego e incertidumbre, guardo en mi el deseo de volver a atravesar Paris descalza, de Saint Denis a Montrouge, de atravesar Bogotá, ciudad dantesca, sin ningún Virgilio que me guie.