Segundo Trazo
Todas las mañanas
acostumbro atravesar el parque Monceau para coger la línea 2 del metro que me
lleva, en 30 minutos, en 1800 segundos, al trabajo. Todas las
mañanas, la figura de aquel viejo señor bigotudo y barrigón me esperaba. Era mi
señal para saber si iba a tiempo. Si al pasar por su banca lo veía empacar
todas sus cosas, una vieja cobija que guardaba en una bolsa y un
libro…siempre un libro diferente, iba a tiempo. Si al pasar ya no estaba sabía
que el tiempo me había puesto una trampa y tenía que empezar a acelerar el
paso.
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Statue and Figures in a Street- Francis Bacon |
Aquella
figura de viejo borracho sin hogar en realidad se revelaba como una figura
imponente llena de misterio para mí. Al
verlo sentado leyendo en su única posesión en la tierra: una vieja banca que le
servía de colchón, de cama, de cocina, de sala y biblioteca, me acordaba de
toda figura paterna que siempre imaginé y nunca tuve. El pasaba por mi
abuelo y hasta por mi padre. Me pregunto qué pudo haber pensado de mí, si es
que alguna vez me vio. ¿Acaso al verme me habrá imaginado una mujer feliz o una
llena de silencio y soledad? A lo mejor
ni me habrá visto. Pero sí, lo recuerdo muy bien. Una vez nos sonreímos y hasta
creo haberle entendido un vago “Bonjour mademoiselle” saliendo de esa cueva que
al abrirse mostraba pocos dientes.
Cuando yo
regresaba del trabajo, alrededor de las nueve de la noche el sol todavía
iluminaba la noche y podía atravesar el parque con toda tranquilidad. El señor
Dupont a esa hora ya estaba en su palacio. Así que para mí ese desconocido era
una especie de reloj, una señal que abría y cerraba el curso de mis días. Tuve
alguna vez ganas de seguirlo para descubrir en qué ocupaba sus días, ahora me
arrepiento de nunca haberlo hecho. Tal vez iba a un baño público a lavarse,
quizá después iba a vender el libro que ya había terminado de leer e
intercambiarlo por otro. Después se escabullía en el universo subterráneo que
esconde París pidiendo algo de dinero para comprar su desayuno, su almuerzo y
su comida: cigarrillos, pan y vino.
Esa noche cuando
ya regresaba del trabajo vi que François ya dormía. Miré la hora y confirmé que
había salido una hora más tarde de lo habitual, de regreso solía encontrarlo
todavía despierto a veces leyendo, a veces acompañado de alguien más, siempre
tomando cerveza o vino de la botella. Miré al cielo y también confirmé que el sol
del verano ya estaba lejos y la noche nos abrazaba a ambos, asfixiándonos un
poco. Me sorprendió que mientras dormía su cuerpo no estuviera sudando, el
calor a esa hora de la noche parecía no dar tregua. Decidí acercarme un poco más, lo suficiente
para notar que su rostro estaba pálido. Pensé que era normal en él, a todas
estas era la primera vez que me atrevía a romper la frontera entre extraños que
nos separaba. Mientras dormía parecía que abandonara por completo
toda humanidad así que me sentí en el derecho de vigilarle un poco el sueño.
Me senté a su lado
esperando a que regresara a la vida, que abriera los ojos y me
viera. Tal vez me respondería a todas las preguntas que tenía sobre él y
aceptaría la poca ayuda que podía darle: mi más sincera amistad y por qué no,
los únicos 20 euros que tenía en la billetera. Vi que había dejado el libro al
lado suyo y no pude evitar abrirlo. Estaba leyendo el mito de Sísifo de Camus,
un escritor que yo conocía de nombre. Ya estaba terminándolo, lo abrí y la
primera frase que leí fue “No hay sol sin sombra, es necesario atravesar la
noche”. Empecé a leerlo sin comprender mucho a decir verdad, la ansiedad de verlo despertar me distraía de todo. Miré de nuevo la hora y ya faltaban diez minutos para la media noche. Me di cuenta
que François ya estaba bien dormido y probablemente no se fuera a despertar
hasta el día siguiente así que decidí irme también a acostar, prometiéndome que le hablaría por la mañana diciéndole: Buenos días señor Dupont. “No hay sol sin
sombra, es necesario atravesar la noche”.
Al día siguiente pensé
que iba ya muy tarde para el trabajo porque no lo vi en su banca ni en ninguna
otra. Miré de nuevo la hora y me di cuenta que de hecho tenía tiempo de sobra,
tal vez las ganas de entablar esa conversación que había quedado pendiente
entre los dos me habían hecho salir más temprano. ¿ A dónde se había ido el señor Dupont? Nadie podía darme señal de un desconocido que nadie parecía conocer y que sin embargo hacía parte del paisaje cotidiano de todos aquellos que atravesaban el parque. Sin más y con nada menos que mil preguntas en mi garganta caminé hacía el metro y ahí fue cuando vi este anuncio.Ahí fue cuando
me dije que François Dupont no podría ser más que el viejo bigotudo y barrigón del
parque Monceau. Ahí fue cuando los llamé y vine. Como se da cuenta, yo la
verdad no sé nada de este señor, sólo vagos esbozos de su vida que me he
inventado.
Primer trazo
http://cuentossincontar.blogspot.it/2017/04/esbozo-de-una-vida-sin-testigos.html
Primer trazo
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