viernes, 1 de enero de 2021

DOS MIL VEINTE

 

Giorgio de Chirico- L'enigma dell'ora


Final de Enero,
 mes eterno... 
Inicio y final, 
Ilusión y esperanza.

 Febrero rima 
con efímero, 
sabe a suspiro
 Febrero: dos segundos. 

 Marzo, encierro. 
Mi cumpleaños. 
Murmullos y ecos, 
anhelo un cambio. 

 Abril congelado en el tiempo 
donde no estoy en ningún lugar, 
donde no hay exterior sino sólo 
mi silencio y cada rincón de mi alma… 

 Mayo
 mes de anhelo 
de lejos, se ve el cambio
 O al menos, eso dicen el árbol. 

 Junio, 
mes como
 agua 
en mis manos. 

 Julio: una pausa
 en el camino
 a la mitad de lo incierto, 
de lo desconocido. 

 Agosto 
mes-paloma 
de vuelo clandestino. 
 ¿en dónde tejes tu tumba? 

 Septiembre 
Espera. 
Angustia 
Espera, esperanza, espera… 
¿Buenas noticias se avecinan? 

Octubre.
Calma. 
 Cuánta calma
 Agua mansa. 
 
Noviembre 
Mes sagaz, 
invisible 
Y aún así… Recuerdo cada hora.
 

Diciembre frío y melancólico. 
Soy feliz, pensé. 
Pero el futuro ya me decía “fuiste” 
Partida en cero, cuando ya he recorrido medio camino…

domingo, 27 de diciembre de 2020

Inundación


Noé León- Pueblito a la orilla del río 


Jairo había nacido en Leticia y había aprendido desde el vientre de su madre a conocer el vasto y furioso caudal de río. Aprendió a los tres años a subirse a la canoa de su papá sin ayuda de nadie, y desde ahí, firmó un pacto entre él y la navegación. A los cinco aprendió a sostener el remo firme, a pesar que aquel palo midiera cuatro veces su tamaño. Con el paso del tiempo y los avances que llegaban tarde al pueblo, pero llegaban, se entristeció al ver que el motor usado y viejo que había comprado su padre iba a remplazar sus rápidos brazos. Entendió que frente a aquel motor que rugía no podía competir así que decidió domarlo y adentrarse más en el estómago del río. 

 Cuando tenía quince años, sus padres se habían entregado a la vejez sin haber cumplido los cincuenta años y decidió entonces tomar el trabajo por completo de su padre. Jairo era entonces el encargado de llevar víveres y gasolina a los soldados que cuidaban las tres fronteras y a otros blancos que vivían con miedo de la selva. Pasaba sus días entre Ronda, la chorrera, Puerto Nariño y Leticia. Salía a las 6 de la mañana y regresaba ya entrada la noche. Al dormir, soñaba que seguía subiendo y bajando las oscuras y violentas aguas del Amazonas. Así su cuerpo y mente nunca dejaban de habitar el río; aunque no conocía otra realidad más allá de ese caudal, estaba seguro que vivía la mejor vida que podría tener. 

 A los veintiocho años Jairo se había acostumbrado a vivir una vida simple ante los ojos de los demás, pero para él, era una vida que se multiplicaba con cada viaje. Sus padres habían muerto y la única herencia que le habían dejado era la vieja canoa, el bote con el que trabajaba y una casa de madera que venía cayéndose a pedazos con cada nueva tormenta. Vivía así en una completa soledad donde el silencio gobernaba el paso de los días. 

 Iba pocas veces a Leticia durante los fines de semana. Esa pequeña ciudad se había vuelto para él en un caos bullicioso, en una babilonia que lo rechazaba. Para escapar de la ciudad y de las horas muertas, durante sus días libres Jairo había cogido la costumbre de adentrarse de nuevo al rio, cada vez mas profundo. Su objetivo era conocer cada centímetro del caudal, pescar y probar cada especie de pez que habitaba en el río, conquistar cada isla y frontera desconocida. Salía a las seis de la mañana, cuando el sol ya parecía haber llegado a la mitad de su camino. Para soportar esas largas jornadas de exploración llevaba: una red para pescar, un viejo envase de agua, fósforos y un cuchillo para asar los pescados y fariña para acompañarlo. Sin más se iba en la vieja canoa que aprendió a manejar desde pequeño y no volvía hasta pasadas las ocho de la noche. En sus mejores días de pesca se daba el manjar de asarse un pirarucú, pero se conformaba cuando sólo encontraba un bocachico o un bagre. Después de comer, cogía de nuevo su canoa y se acostaba en ella dejándose mecer por la corriente del río. Cuando se levantaba, le tomaba sólo un minuto saber en dónde se encontraba con tan sólo mirar a su alrededor. 

 Con el paso del tiempo, a pesar del gran gusto que le causaba sus expediciones, Jairo se había adentrado de nuevo en una monotonía extrema. Para hacer sus viajes en el rio más interesantes se había propuesto de pescar una piraña, el único pez que no había podido atrapar durante los últimos cinco años. Se había vuelto su obsesión, de día y de noche no hacía más que idear un plan para pescar a la ágil bestia del rio amazonas. Imaginaba el momento en que la atraparía, sacaría su malla con mucho cuidado y encontraría la piraña enredada, sin salida de escape. La miraría a los ojos, contemplando su piel grasosa y contaría cada diente de su sonrisa. No sería capaz de matarla para comérsela, la guardaría para disecarla y conservarla como uno más de sus tesoros. Pero por más planes que inventara, las pirañas seguían siendo siempre más ágiles que él. Con cada nuevo fracaso acumulado, la obsesión de Jairo crecía cada vez más. Se había vuelto una persona taciturna, de pocas palabras, con la cabeza siempre cabizbaja, maquinando nuevas formas de atrapar al pez-monstruo. Seguía haciendo su trabajo, pero las personas a su alrededor lo notaban más ausente que de costumbre, con un aspecto cada vez más famélico, como si se hubiera olvidado de su propio cuerpo. 

 Jairo, cansado también de su propio fracaso, había decidido un día de no dejar el río hasta pescar la piraña de sus sueños. Llegado el sábado, salió muy temprano de su casa y se adentro de nuevo al rio con la certeza de que esta vez sí la atraparía. Pero el día pasó sin que en su red cayera su trofeo. Jairo, fiel a su promesa, no regresó a su casa entrada la noche, se había jurado no volver a casa sin atraparla y así lo haría. A pesar de conocer el rio de memoria, en la oscuridad se dio cuenta que su sabiduría no valía nada, estaba de frente a lo desconocido y ese sentimiento tan poco familiar en sus días, lo motivó a seguir con su búsqueda incesante. Aunque le eran inútiles entre tanta oscuridad, no cerró los ojos en toda la noche. Sin saber muy bien en dónde estaba, no se movió de su viaja canoa hasta que el sol comenzó a asomarse. Alrededor de las cinco de la mañana, Jairo recobró todas las fuerzas de un solo golpe cuando sintió que en su malla algo se movía. Por el peso que cargaba, un peso liviano comparado a los otros peces que solía pescar, podía ya imaginar que se trataba del pez más buscado. Sacó la malla fuera del río con toda la delicadeza dejando a un lado las ansias que lo carcomían. Desenvolvió al pez y lo primero que sus ojos vieron fueron las escamas plateadas y afiladas que lo amenazaban con cortarlo. Aun así, agarró a la pequeña piraña por la cola y la observó por todos los ángulos por más de un minuto. Silencio. Todo alrededor de Jairo era silencio, pero sus pensamientos lo aturdían. Estuvo cerca a dejar ir a su premio cuando sintió que la decepción empezaba a dominarlo, al ver a ese pez de talla insignificante se sintió ridículo. Su vida en el último año había girado en aquella piraña, y ahora que la había pescado, ¿qué más podía hacer? 

 Justo cuando estaba listo para dejarla ir, sin ni siquiera haberla descamado o admirado sus afilados dientes, Jairo escuchó que aquel pez lo llamaba por su nombre. Estoy loco, se dijo. Esto me pasa por obsesionarme, esto me pasa por mi soledad, se volvió a decir. La piraña lo tranquilizó y lo convenció de su cordura. Le dijo que tenía que darle un mensaje muy importante, que el había sido el elegido para salvar a su comunidad. Jairo, -dijo la piraña con un tono ceremonial, sublime- el rio amazonas se va a desbordar en dos semanas. Hay un diluvio que se acerca y el rio va a subir como jamás se ha visto. Jairo al escuchar aquellas palabras rompió su silencio y no hizo más que preguntarle qué podía hacer, qué debía hacer para salvar a la gente del rio. La piraña profeta que seguía en sus manos no respondió a su interrogatorio, ya estaba muerta. Jairo la sostuvo por un largo tiempo entre sus manos pensando en qué debería hacer, repitiéndose a sí mismo las palabras de la piraña como si fueran una oración: “el rio amazonas se va a desbordar en dos días. Hay un diluvio que se acerca y el rio va a subir como jamás se ha visto”. Envolvió el cuerpo de la piraña en una tela roja y sin pensarlo, se dirigió a Leticia. En ningún momento dudó de lo que había escuchado de aquellos dientes afilados de piraña. La piraña había ya sentado una sentencia y su obligación ahora era expandir la noticia por toda la ciudad.

De camino, pensó en su casa que no estaba segura a la deriva del rio, pensó en los comerciantes del puerto donde iba a buscar los víveres todas las mañanas, en la gente de Leticia y de las otras islas. Cuánto tiempo tendría, ¿qué tan cerca estaría aquel diluvio? Al llegar a Leticia, en medio del puerto, Jairo se paró y a todo pulmón se dirigió a todos los que estaban ahí presentes. Con el cuerpo de la piraña como prueba, Jairo repitió como un credo sagrado las palabras de esa pitonisa ya muerta: El rio amazonas se va a desbordar en dos semanas. Hay un diluvio que se acerca y el rio va a subir como jamás se ha visto. No me tienen que creer a mí, pero sí a esta piraña. Por esta misma boca me lo dijo, así tal cual. Corran a avisarle a los demás, a todos los que viven cerca del rio…EL RIO AMAZONAS SE VA A DESBORDAR EN DOS DÍAS, LA INUNDACIÓN SE ACERCA. 
Mientras más repetía su credo, Jairo entraba más y más en desesperación al ver la reacción de la gente. El que pensaba que venía a hacerles un favor, a salvarlos de la inundación se encontraba ahora de frente a un público que se burlaba de él. Sus gritos se fueron así perdiendo entre las risas, burlas e insultos de la gente y Jairo no tuvo otra solución que dar media vuelta hacia su canoa. Pensó en rendirse, pero se acordó de la gente para quien trabajaba, tenía también que avisarles o sino no se lo perdonaría. Pero para su sorpresa, la gente que pensaba más conocía, lo trataron de loco y le pidieron no volver más al trabajo. 

Al llegar a su casa, Jairo sintió que todo el peso del mundo estaba sobre sus hombros. No paraba de imaginar el rio desbordándose y todo el mal que esas aguas que tanto amaba podían causar, por su cabeza pasaba el dolor de todos aquellos que lo habían llamado loco. Dudó entonces de sus propios oídos y comenzó a creer que tal vez su imaginación lo había engañado. Después de todo, había pasado todo el día bajo el sol sin casi tragar bocado…sin más se acostó a dormir esperando que al día siguiente se sintiera mejor y de nuevo “en razón”. 

Despertó cuando sintió unas gotas en su cuerpo, gotas que venían a revivirlo de ese silencio oscuro del dormir sin sueños, parecido tanto a la muerte. El agua se había entrado por entre las tejas. Se asomó un momento y vio que la lluvia no daba tregua, sonaba furiosa y vengadora. Colocó algunas ollas debajo de las goteras, pero después de un tiempo se dio cuenta que era inútil, el agua no paraba de caer. Y fue apenas ahí que se acordó de la sentencia fatal de la piraña: “el rio amazonas se va a desbordar en dos días. Hay un diluvio que se acerca y el rio va a subir como jamás se ha visto”. En aquellas gotas que caían decididas a romper el techo y llevarse todo lo que tenía en esta tierra encontró descanso, sabía que después de todo no estaba loco. Se recostó de nuevo sin importarle ya que las gotas lo mojaran. Una gota y la lluvia, dos gotas y la tormenta, tres gotas y la inundación. 

 Jairo cerró los ojos y se dejó arrullar por el agua que caía. Pensó que la lluvia que lo llevaría terminaría también en el río que era en realidad su única familia. Se dejó, poco a poco, caer de nuevo en esa calma muerte que le regalaba la inundación mientras que todo a su alrededor se consumía por el agua.

miércoles, 9 de septiembre de 2020

Descenso

Nu descendant un escalier- Duchamp




Yo tengo el corazón grande,
aunque muy esquivo,
tal vez hasta tímido,
incluso sensible
por no decir más: débil.

Yo tengo el corazón abierto,
sin heridas profundas ni puñales,
es un niño crédulo e ingenuo
que aún cree en mitos y mentiras.

Yo tengo el corazón joven,
Sin memoria del dolor
vuelve y pasa ahí
donde le prendieron fuego.
Yo tengo el corazón ciego
que camina a tientas
buscando un fantasma,
siguiendo una sombra.

Yo tengo el corazón frío,
inhabitado
solitario
desierto

Yo tengo el corazón cansado
de caminar en laberintos,
caminos que llevan al pasado.

Yo tengo
el corazón
viejo
lleno
de recuerdos
.




domingo, 9 de agosto de 2020

El Vals

La Valse- Camille Claudel 

Figuras danzantes sin nombre,

amantes que a cada paso

se encargan de hacer girar

el paso incesante del tiempo.

 

De cerca los miro tratando

de entrar también en su abrazo,

ser parte también de esa ola

que desafía la vida…lo efímero.

 

De lejos los siento conmigo

y envidio que sigan en esa eterna danza,

en un vaivén que rige el día y la noche.

Reyes de una nación de soñadores

 

Esculturas que se burlan

del pesado e inerte bronce,

los amantes bailan para siempre

la danza capaz de espantar la muerte.

 

Vengo entonces a imitar sus movimientos.

En mis trazos que tantean infértiles terrenos

busco que mi palabra logre desafiar mi mayor miedo:

la soledad…o quizás también el tiempo.

 

Y que este poema se transforme en una danza lenta y ligera

Que el lector tenga ganas de pronunciar en voz alta,

Que cada letra se dibuje en su boca, marcando un nuevo paso

Y que así perpetúe más este vals de lo eterno.

 

Así nos volvemos dos amantes:

yo poeta solitaria y sedienta,

el lector solitario y saciado.

jueves, 6 de agosto de 2020

Tumor

The Sick Child-Munch

Hace más de dos días que no puedo dormir, hace más de dos días que tampoco puedo estar despierta, estoy en un estado de vigilia de la muerte. Siento en mí como mi estómago se retuerce y da tres vueltas, en la noche es lo único que escucho; a tal punto que creo que ya me canta para aliviar mi dolor, sin saber que es por él que lloro. Y todo este dolor lo guardo, lo he estado guardando ya por cinco meses, pero estos días estoy ya a punto de perder la batalla. Mis hijas ya notan mi sudor frío y mis ojeras que llegan a la mitad de mi nariz. Les digo: mijas, no es nada. Así se ve la vejez, - mientras me muerdo la lengua para no gritar mientras escucho el mal que cargo regocijarse de mi dolor. Pero, aunque haga esfuerzos la enfermedad se me empieza a notar. No he dejado el baño por una hora y todo lo que cago no es más que agua. Miro con esperanzas al fondo de la taza esperando encontrar los gusanos que me imagino habitan en mis tripas, pero nada. Claudia, la menor, se cansa de tocar a la puerta y pasa a la agresividad, la escucho ya tirar patadas. Con dificultad me levanto, abro la puerta y sin responderle a sus interrogaciones sin fin me vuelvo a acostar. ¿Para qué angustiarlas si esté dolor es mío y de nadie más? A tal punto es mío que lo defiendo de los otros, lo cuido, le susurro al oído que se pudra, que lo quiero y por eso quiero que hagamos las paces. Sin rencores.

 

 Lorena, la mayor, entra a mi cuarto, prende la luz y me dice: levántese mama, nos vamos ya para el hospital. Siento en mí entonces que el dolor se defiende y con toda. Me agarra con fuerza y tira para abajo haciendo que mis tripas suenen más fuerte de lo esperado. Empiezo entonces a toser para esconder el ruido estridente que sale de mí y resulto poniéndome más en evidencia: todas las cobijas se manchan de la sangre que sale por mi boca. Lorena grita: CLAUDIA, VENGA,¡ MI MAMÁ ESTÁ VOMITANDO SANGRE!  Escucho sus pasos acercarse mientras miro las manchas de sangre que me dicen que mi dolor también les pertenece ahora. Aprieto con fuerzas el estómago, aunque me cuesta, para hacerle saber a lo que llevo dentro que su jugada fue muy sucia, que ahora no podré defenderlo más.

 

Ya en el hospital me siento atacada por todos los costados. Adentro mío la guerra continua, afuera apenas empieza. Mis hijas me reprochan mi descuido, mi silencio. Y yo sólo pienso: pero sí esto lo hice por ustedes, esto es un acto de amor y de altruismo. El médico de turno no se queda atrás, me manda a hospitalizar y hacerme una endoscopia. Aunque nadie lo diga todos pensamos que eso que tengo adentro es un tumor que ya bautizaron por mí: cáncer.

 

Todo va más rápido de lo que soy capaz de asimilar.  Los doctores y mis hijas son jueces que marcan mi sentencia. Sin poder conectar mi cerebro con mi lengua, dejo al silencio hablar. Sin más, bajo la cabeza y les entrego los restos de mi vida. Los resultados confirman que el tumor ha estado en mí por bastante tiempo, que anda en una fiesta por todo mi cuerpo, que cada célula mía es un virus. Curiosos, me preguntan cómo he sido capaz de guardarme este dolor que me desgarra. Furiosos, me tildan de irresponsable y egoísta. Me encierro de nuevo en mi silencio y abrazo el infierno que me recorre. El dolor sigue, y ahora que ha sido descubierto parece buscar más protagonismo. ¿Qué siento? Una quemadura profunda y constante…

 

Lorena y Claudia acosan al doctor por soluciones a la muerte que me espera. ¿Pero todavía hay tiempo para la quimioterapia, cierto? ¿Y no es posible extirpar el tumor? Claro, con una cirugía, doctor. Por favor, doctor. Mi mamá todavía esmuy joven. Pero cómo es que no se va a preocupar por su salud, mamá. Cómo es que se va a dejar morir, así como así. ¿No le da vergüenza? ¿Qué vamos a hacer sin usted? Lorena, ¿cómo es que usted no se dio cuenta? ¿Viviendo con ella no la vio enferma? Ah, ahora la culpa siempre es mía ¿no? ¿Y usted entonces por qué no la venía a visitar? Mire Claudia, ¿usted hace cuánto no venía a la casa? Hace más de un mes que se contenta con llamar, así que no me venga a echarme la culpa ahora.


Me pesan los ojos y me cuesta mantenerlos abiertos. Tarde, ya muy tarde, me doy cuenta que estoy conectada a un respirador, que tengo un catéter en mi brazo derecho. Aunque mis hijas estén a mi lado me cuesta levantar mi voz para llamarlas, mis brazos para abrazarlas. Las llamo entonces con mi mirada, les digo que las amo y entre lágrimas firmo una despedida. Acuden a mi llamado, ambas me abrazan y me llenan de un amor que espero que me dure hasta que llegue la muerte. Tarde, ya muy tarde nos damos cuenta que no estábamos listas para este momento y me culpo por no haber querido mirar al dolor a los ojos. Pienso en toda la gente de la que no me despedí: mi vecina que era como mi mejor amiga, de mis hermanos, de mis plantas, de las montañas de Bogotá…espero a que toda mi vida me pase en frente de mis ojos, pero nada llega…sólo la calma al dolor, un silencio, una paz que me saluda, me envuelve y arrulla.

lunes, 20 de julio de 2020

Venecia, laberinto

Tintoretto-El laberinto del amor
Tintoretto-El laberinto del amor


   

Venecia rima con inercia, Persia, Grecia, pereza, belleza. Venecia, después de conocerla -como la puede llegar a conocer un turista- rima con: LA BE RIN TO.

 

Yo había decidido visitar Venecia arrastrada por el encanto que la encierra y tenía en mi imagen una ciudad-isla atrapada en el tiempo. Lo confirmé cuando llegando en el tren por un momento sentí que los vagones se convertían en las piezas de un barco. Rodeado por agua, el tren seguía su curso a toda velocidad. Era un viaje que hacía sola y como cuando se va sin compañía, la mente tiene mas tiempo de divagar y construir sobre la nada, mis expectativas ya sobrepasaban la realidad. Apenas salí de la estación de tren vi el río, los puentes que unían el otro lado de la ciudad, los turistas-aunque éramos pocos porque el verano ya estaba lejos- que parecen ser los únicos habitantes de la ciudad-sueño. Caminé hasta el hostal que no quedaba lejos, dejé mi maleta y sin saber mucho qué ver ni a dónde ver, salí a contemplar la ciudad-museo.

 

Recuerdo que lo primero que hice fue coger un bus- que en la ciudad son barcos- para poder tener una mejor vista de todos los canales que la rodeaban. Me pasa seguido que ante el enigma de la belleza me quedo sin palabras y me invade rápido una melancolía alegre, un llanto de felicidad. un sentimiento sin nombre que bien podría ser equivalente a sentir el infinito, siendo nada más que mortal. Y así me sentí frente al enigma que era esa ciudad-selva. A mi pesar, no tenia ni el dinero ni el tiempo suficiente para visitar museos ni catedrales, así que había decidido aprovechar al máximo aquel día. Ya en la noche, seguí con mi vagabundeo y decidí que era momento de dejar las calles más transitadas e ir adentrándome más en el estómago de Venecia.

 

Comencé entonces a caminar con calles cada vez más estrechas, sin mucha iluminación y poco transitadas. Al principio abracé esa calma que hacía rato no me habitaba y seguí caminando sin darme cuenta que ya no sabía dónde estaba, que había caminado para perderme, pero no traía conmigo el hilo que me sacara de este laberinto. Después de caminar en silencio sin encontrar a un solo turista-monstruo me asusté, me di la vuelta y empecé a desenredar todos los pasos que había hecho hasta ahora. Sin ver nada conocido sentí que estaba ahora caminando en círculos y cogí mi celular para buscar el camino de vuelta al hostal. En ese momento me di cuenta que Venecia no sólo era un laberinto para mí, pero incluso, hasta para la tecnología. El mapa me mostraba un camino equivocado y calles que ni siquiera existían: me mostraba un puente inexistente en un lugar donde no había nada más que el río. No recuerdo mirar la hora ni cuánto tiempo estuve caminando aquel laberinto, pero sentí que había pasado toda la noche buscando la salida. Me reí de mi misma porque me había perdido de la manera más estúpida y seguía asustada estando de viaje ¡en una ciudad con la que había soñado!

 

En un momento me detuve, ya estaba cansada de arrastrar los pies y a decir verdad el miedo conjugado con la alegría e ironía de la situación me habían dejado agotada. En ese momento pensé en Borges y su laberinto veneciano y me dije que el arquitecto que había levantado esta ciudad había de ser él con cada verso. No sé si fue el pensar que estaba atrapada en una ciudad-poema o por el hecho de que en realidad el miedo albergaba cada poro de mí, pero en cuestión de segundos había pasado de reír, a llorar del desespero y el sin sentido de la situación. Durante todo este tiempo- que bien pudo ser quince minutos o tres horas- no recuerdo haber visto a una sola persona. Caminé por una Venecia desolada, sin tiempo, cubierta de misterio y silencio.

 

El final de este cuento no contiene un desenlace increíble, si soy fiel a la literatura puedo escribir que de mi desespero golpeé en la primera puerta que vi pidiendo ayuda, que la persona que me abría era el mismo Borges, un amante que me ofrecía la salida en sus besos, una familia que me acogía y después de un festín me acompañaban devuelta al hostal. Pero debo ser fiel aquí a mis recuerdos, después de sacar la angustia que tenía y retomar mis pasos escuché a lo lejos a un grupo de personas y decidí alcanzarlos. Para mi sorpresa, aquellos turistas estaban en la misma situación que yo. Llevaban ya un tiempo buscando un puente para cruzar al otro lado. Sin embargo, sólo el hecho de encontrarlos me tranquilizo. Seguía perdida, pero no sola, como oveja que sigue el rebaño. En el camino encontramos a una persona que nos mostró por dónde ir y nos llevo hasta un puente.  Es así que el final de esta historia no es trágico, ni mágico ni increíble, pero sí lo es aquella ciudad-agua que reposa en mis recuerdos.

 

 

 

 

Diario- Venecia 20 de Septiembre 2017

 

Porque voy de viaje en busca

De lo que he perdido

De lo que he dejado,

De lo que no he encontrado,

De lo que no he visto.

Porque voy en busca de lo que no conozco:

Del amor,

de la magia

de amigos

de amantes y muelles.

Porque voy en busca

De mí,

De lo que no he sido,

De lo que quiero ser.

 

…Venecia está hecha de laberintos, cada una de sus calles llevan a ningún lugar y al paraíso. Siento que Borges escribió esta ciudad o la ciudad a Borges. Venecia me ha devuelto las ganas de volver a escribir, de dejar salir todas las palabras que llevo adentro de mi lengua pero que mi voz muchas veces traiciona.

miércoles, 27 de mayo de 2020

Poema de amor (exagerado, mal escrito y vulgar)

Emma Reyes



Te escribo este poema

porque sé que no lo leerás.

En silencio, en la oscuridad, lejos

imagino que un eco difuso de esto te toca.

 

Te escribo este poema

que no te gustará

porque es exagerado, mal escrito y vulgar,

hecho a imagen y semejanza de mi amor.

 

Te escribo este poema

porque te cargo siempre en mi

como una cruz,

como verso

como suspiro pausado

y corto.

 

 

Te escribo este poema

porque me imaginé diciéndote

una cosa que me gusta tuya

en la mañana, cada nuevo día.

 

Te escribo este poema

porque me gusta tu libertad,

como te mueves, pájaro de fuego

sin sombra ni rastro en tu andar.

 

Te escribo este poema

porque me gusta tu olor

y admito que una vez cuando

dormí a tu lado, lo guardé

                                        en mis dedos.

 

Te escribo este poema

porque me gusta tu misterio.

Mi gato viejo y sagaz, dime

¿Cuántas vidas has dejado atrás?

 

Te escribo este poema

porque me gusta tu mirada profunda, agua de mi rio.

Ojos miel, de lejos los miro

De lejos, ¿me miran ellos?

 

Te escribo este poema

que nunca acabaría si

por cada día te admito

cuánto tú me gustas.

 

 

Te escribo este poema

Porque te pienso

Pero tengo siempre

Que forzarme al olvido contigo.