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Ship of fools-Bosch |
Hace más de dos años comencé este trabajo, la verdad
ya perdí la cuenta. Es mejor así, dejar
de contar y hacer que la máquina de los días siga su rumbo, así cuente o no,
los días terminan pasando. La verdad no es un trabajo malo, como diría mi papá:
Todo trabajo es una bendición de Dios. Con Dios o sin dios soy un conductor de
bus de la ruta H que recorre de occidente a oriente, hasta llegar a Termini, este
monstruo gigante que es Roma. Para mí es la mejor ruta de todas, la mejor
porque es la única que conozco. Me la sé toda de memoria. De día, de noche,
cuando hace sol, cuando llueve, en verano, invierno, otoño, primavera ahí estoy
yo dándole.
Entro a trabajar a veces a las 7 de la mañana o cuando
hago el turno de las noches es a esa hora que termino. Si me pusieran a escoger
trabajaría siempre en las noches, no sólo porque ya no hay tráfico sino porque
prefiero las historias a esa hora. Las historias de las tres de la tarde rodean
siempre el tedio y el cansancio de la rutina, las de las tres de la mañana
terminan en verdaderas confesiones. ¿No sabes? A Marco lo mataron aquí a la
vuelta de Termini. Se le dio por vender en la esquina que no era. Pasó la
frontera y una hora después ya estaba cruzando la de la muerte, tirado en el
piso con una bala enterrada en el pecho. Claro, todos hicieron como si nada y
salieron corriendo. Cuando la policía llegó a los diez minutos sólo lo
encontraron con el jean y la camisa. Le habían quitado todo. La mercancía. Los
adidas. El Iphone. La billetera. Pues obvio, eso para qué le va a servir allá.
Yo no estaba, no no no. Esa no es mi zona, lo mío es Piramide porque ahí es más
calmado, puro estudiante extranjero que se la pasa de fiesta.
Trabajo casi todos los días, incluso en los días
festivos como hoy. De hecho no me molesta, a Francesca tampoco. Me dijo que iba
a ir con el niño a visitar a su mamá. Entre trabajar a ir a la casa de la
suegra…la elección se hace por sí sola. Además por lo general los festivos el tráfico
es tranquilo y los pasajeros pocos. Ayer
me dijeron que el primer bus sale a las nueve y media así que todavía tengo
media hora para seguir tomándome el café con pan. Saludo a mi compañero que entra afanado- Hola
compañero- le digo y tomo de nuevo un sorbo poniendo toda mi atención en la
taza para evitar que empiece una conversación. A este nunca lo he visto pero
nos conozcamos o no, es como si fuéramos primos lejanos. Por suerte sigue derecho casi corriendo al
baño. Así nos toca porque sólo tenemos cinco minutos libres antes de empezar la
otra carrera. Se me acaba el café y me dan ganas de pedir otro pero ya con este
vienen siendo tres. Me da igual. Mejor pedir otro y no quedarse con las ganas.
Le hago señas al barista para que me pase otro. Me sonríe y se lo pone hacer,
así, sin una sola palabra, nos podemos entender. En la tivu hablan sobre la
muchacha que encontraron en villa Borghese. Los infelices después de violarla,
la amarraron a un árbol y dejaron que se muriera de frio. Todavía no han podido
identificarla. Lo más probable es que no sea italiana, francesa o gringa. Mi
compañero de al lado, que tampoco conozco, dice que ya está cansado de escuchar la misma
historia. Llevan con el cuento de esa ragazza ya dos días. No. Esta es otra que
encontraron apenas esta mañana, dice Andrea el barista pasándome otra taza
llena. Miro el reloj y ya sólo me quedan
diez minutos antes de empezar. Me lo tomo bien despacio esta vez, esperando así
que el tiempo también pase lento, que esos diez minutos vuelvan a ser treinta.
No es que no quiera ir a trabar hoy. Sí. Sólo que entre trabajar y tomarse un
cafecito…la elección se hace por sí sola.
Me levantó ya perdiendo la batalla con el reloj.
Tic.Toc. Me susurra: Tienes que ir a trabajar. Me despido de todos pero como
suele suceder, mi voz se pierde en el aire y ni se dan cuenta que ya me fui. Voy
hacia el bus. Veo que ya hay gente que me espera pero antes de llegar otro primo lejano seme
adelanta y va abriendo las puertas. Acelero el paso y ya empiezo a armar la
frase que aclare todo por las buenas: COM PA ÑE RO ESTE ES MI. Antes de que
abra la boca él se me adelanta y me lanza la bomba de frente: COMPAÑERO, cambio
de último minuto. Yo hago la H y usted creo la 31. Hay uno que todavía sigue en
el baño y toca remplazarlo. Quedo frio. Otro cafecito Andrea por favor. Me dice
que acelere el paso y me señala la parada de al lado donde me espera el infierno.
¿La 31? ¿Y
esa dónde es, y esa a dónde va…? A mí nunca me dijeron que para ser conductor
era obligatorio conocer cada esquina de la ciudad ¿Pero es que hay alguien que
de verdad la conozca por completo? No me da tiempo de darle explicaciones y a
quién se las voy a dar. Voy hacia el bus y veo gente ya esperando. Miró
rápido el mapa que recorre y me doy cuenta que esta TREINT'UNO va de la cabeza
a los pies del monstruo y yo que sólo he recorrido sus tripas. Bueno. No hay de
otra que andar para adelante. Dejo subir a toda la gente. Hago la cuenta: Uno,
dos y tres. Nadie valida su pasaje pero también, qué más da. Me doy cuenta que
las primeras tres paradas son las mismas que la línea H. Estoy salvado por
ahora. Cuando se sale de Laurentina todo es calmado y peor un festivo. Ni una
hoja que se mueve, sólo soy yo el que tiembla. Tal vez lo mejor sea confesar la
verdad, decirles que no tengo ni idea por dónde es que voy. Otra vez le pido al
tiempo que se doble y que no salgamos de las paradas que conozco. Tic toc,
segunda parada y la tercera ya nos saluda. Miro por el retrovisor los rostros
de cada uno de los que van conmigo. Al fondo junto a la ventana una muchacha de
unos veinte años. Esta no tiene cara de ser por acá…ni de ningún lugar a decir
verdad. A mí lado una vieja de unos
setenta y cinco años.¿E tú? ¿Pero qué
haces tú acá viejita y no en tu casa? Andará al hospital o a algún mercado. Esto
es lo más bonito del trabajo. En cada viaje, cuando no hay historias que
escuchar, adivinar una vida detrás de cada rostro. En la mitad del bus, el
único que no toma asiento, un señor de unos cuarenta años. Este sí me va a
odiar si le digo que no tengo ni idea por dónde es que los tengo que llevar. Con
esa cara de preocupación irá tarde al laburo. Me detengo. Es esta la última
estación donde espero que el tiempo se detenga, que el mundo acabe o que me
venga a la memoria como por puro milagro la ruta que hay que seguir ahora. Me detengo yo pero no el tiempo. Se sube una
señora cincuentona y escucho unos buenos días que me tranquilizan un poco no
sin acabar por completo con mi angustia.
No me queda más
que continuar y para mi desgracia hay una intersección. Miro hacia al frente, a
la derecha y a la izquierda. Cualquiera de las tres opciones parece ser la correcta
pero sólo una la adecuada y un sólo intento. Miro de nuevo el retrovisor. El
señor que ya me odia controla con desespero el reloj. La joven al fondo continúa
con sus ojos fijos en la ventana o hacia otro mundo. La viejita, por el
contrario, ve hacia adentro con sus ojos bien cerrados ya soñando. Miro a la
recién llegada y nuestras miradas se cruzan. Desde la distancia el espejo nos
acerca y me trae una vaga sonrisa. Yo se la devuelvo con esfuerzo. Pobre
señora, acabo de ver la sonrisa más trágica de toda su vida. Pero ese nuevo
rostro me da confianza y me dice como: Sí, anda, pregúntame que yo sé bien el
camino. Sin más remedio abro la puerta de mi pequeño fuerte y me entrego a mis
verdugos. ¿Con la guillotina, la horca,
la espada o una sonrisa de desprecio? ¿Cuál de todas será su arma? Preparo mi
discurso y les digo con una voz más fuerte que los tres cafés que me tome esta
mañana, con una voz que me viene yo no sé de dónde: Buenos días ¡Piedad, por favor, piedad! esta es la
primera vez que hago esta ruta Maldito
bus TREINTA Y UNO y la verdad no la conozco muy bien. No señor, sé que me odia desde que me vio pero ¡LA GUILLOTINA NO! ¿Saben si aquí hay que seguir derecho o
voltear a la izquierda o a la derecha? Por
mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. ¿Cuáles son mis últimas palabras? Hay un silencio mientras que siento como
ya me voy quedando sin trabajo. ¿Qué voy a hacer después? Si ni siquiera soy
bueno en esto. Conductor de bus que no conoce su ciudad, esto sí está como para
escribir un mal cuento. El primero que reacciona es el señor, me mira con todo
el odio que jamás he sentido. Dígale a mi
hijo que lo amo y que puede sentirse libre de llamarse mi hijo. Me grita en
la cara, me predice la muerte que por lo que veo me sopla ya en la nuca y pide
que abra las puertas para que se baje. No encuentro las palabras para
responderle ¿Pero qué piensas hacer
estronzo? ¿Sacar tu capa de Superman y salir volando? y sin más vuelvo a la cabina para abrirle las
puertas. Pero escucho que la cincuentona se levanta y viene también a unirse. No, tú no. No puedes ser un Judas con mi
confianza. Se pone de mi lado y nos dice: Tranquilos, va tuto bene. Tú
volteas aquí a la izquierda y de ahí sigues derecho, siempre derecho. Yo te
aviso cuando tengas que voltear otra vez.
Porque me perdonaste la vida, aquí te la
entrego. Le vuelvo a sonreír esta vez tratando de expresar mi gratitud y
prendo el bus. Volteo a la izquierda y sigo derecho. Es en esta estación que mi
enemigo se baja no sin antes despedirse de mí. Que te vayas a la mierda. Me
río. Tranquilo,
que allá sí sé cómo llegar…
29 de Octubre 2017
Roma, Bus 31
La realidad hoy supera la ficción. Estoy en el bus 31
que me lleva de Laurentina a via Gianicolense. El conductor a mitad de camino
nos dice: ¿Ustedes saben si aquí tengo que ir a la derecha o a la izquierda? Al
parecer no tenía ni idea de la ruta que tenía que hacer. Por suerte una señora
de unos 56 años se vuelve la guía de todos. Se levanta y va hacia el frente del
bus. Se pone al lado del joven conductor y le dice que tiene que ir hacia la
izquierda y de ahí derecho, siempre derecho. Qué bueno es saber que todos vamos
perdidos y que no tenemos ni idea a dónde es que vamos.
Diana Velasco