Era mediodía. El sol se imponía en el cielo anunciando
que era pleno verano. El calor que hacía intensificaba cada vez más la sed que
recorría cada parte de su cuerpo; desde la cabeza hasta los pies. Mientras tanto la laguna se extendía ante sus
ojos, como invitándolo a sumergirse en ella, como una incitación a la salvación.
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Alfred kubin |
Con cada paso que daba la orilla se iba acercando más y pensó que si intentaba nadar llegaría más rápido. Se sumergió. Metió el resto de su cuerpo, pataleó, movió los brazos pero todos sus esfuerzos fueron en vano. Volvió a caminar y sintió que ahora el agua que lo recorría le pesaba. Cada paso que daba le costaba pero las ganas de llegar, de saber qué era lo que había en la otra orilla lo arrastraban. Miró al cielo y el sol ya se había apagado. Ahora una brisa lo empujaba haciendo más difícil caminar. Sintió la necesidad de devolverse pero al mirar hacia atrás, se dio cuenta que la otra orilla estaba más cerca, así que sin más siguió.
Sin pensar en la profundidad del lago, se desvistió listo para atravesarlo. Dejó toda su ropa a un lado y se acercó aún más. El agua del lago se convirtió en un espejo donde vio su reflejo de niño. Su cara roja por el calor que lo golpeaba, su cuerpo lleno de juventud. Sonrió al verse tan claro en el agua y sin más metió el pie derecho, luego el izquierdo.
El viento
cada vez lo golpeaba más fuerte dándole la impresión que a él lo hacía retroceder,
mientras que a la orilla la alejaba poniéndola cada vez más fuera de su alcance.
Pero él seguía avanzando poco a poco y la otra orilla reposaba quieta y tranquila;
siempre en el mismo lugar. Se preguntó cuánto tiempo había estado caminando, cuánto
más le faltaba para llegar. También la imagen de su madre lo inquietó. Pensó en el
abrazo junto al regaño que le daría al volver a casa. Sintió desesperación, se
vio perdido entre las aguas y empezó a gritar sin que nadie pudiese oírlo. Su mamá estaba lejos, nadie se veía cerca;
solo la otra orilla que reposaba siempre cerca de sus ojos. En un último intento por llegar, avanzó su
paso lo más que pudo, intento correr entre lo que sentía era una inmensidad de
agua. Estiró sus brazos con ganas de tocarla pero aún no llegaba.
Se detuvo y
contempló por un momento la orilla. Viéndola tan cerca sus ojos se llenaron de
lágrimas. Se sintió arrepentido, deseó nunca haber atravesado la laguna de la
que ahora era prisionero. Y ya sin
fuerzas continuó su paso sin esperanzas de llegar. Dio un paso, dos, tres y al cuarto vio que el
nivel del agua había bajado. Al quinto paso el agua le tocaba el ombligo y todo
su tronco ahora se sentía libre. Su cuerpo luchó contra el cansancio que lo
recorría y aceleró el pasó.
Cuando por fin llegó al otro lado sintió que una
eternidad había pasado. Y así como él había atravesado la laguna el sol también
había hecho lo mismo sobre el cielo y se escondía ya lejos de su vista. Al
salir del agua sintió que su cuerpo había perdido toda niñez y juventud. Observó
sus pies que ya no eran los mismos con los que había empezado a caminar. Miró
sus manos llenas de arrugas que cargaban años que no había visto pasar. Con
ellas empezó a recorrer cada parte de
aquel cuerpo que ya no le pertenecía. Sus piernas seguían teniendo la misma
longitud pero la piel que era fina y densa ahora le colgaba arrugada y cansada.
Siguió recorriendo ese paisaje extraño. Su vientre y sus brazos parecían tener
el mismo relieve. Llevó sus manos a su rostro y con terror confirmó que también
ahí se repetían esas leves montañas.
Tan rápido como pudo, se puso de rodillas y vio con
perfecta claridad su reflejo en el agua. Su cara de niño era ahora la de un
viejo. Su pelo estaba lleno de canas, las arrugas lo llenaban indicándole que
el tiempo había pasado y había hecho de su cuerpo una víctima más. Se agarró a
aquel reflejo, quiso sostenerlo entre sus manos para borrarlo pero aún seguía
ahí, torturándolo y recordándole su estado. Sus ojos se llenaron de lágrimas,
su boca con todo el cansancio que lo encerraba soltó un grito que nadie podía
escuchar sino él.
Se puso de pie con mucho esfuerzo para ver qué era lo
que había más allá de la orilla. Los árboles con sus ramas dibujaban un
misterio que lo asustó. Pensó que si seguía caminando hacía el silencio y la
oscuridad que enredaba aquel bosque la muerte lo iba a encontrar. Contempló
otra vez su cuerpo y comprobó que ya estaba lejos de su niñez. Su juventud y adultez
nunca habían existido y ahora aquí, dar un paso le hacía temblar todos los
huesos. Se dio la vuelta y vio del otro
lado la orilla que seguía ahí muy cerca. ¿Si volvía a atravesar la laguna volvería a
recuperar su niñez? ¿Le devolverían el tiempo que había perdido? Se quedó
congelado en la indecisión. Atrás o adelante. No tenía ninguna salida. Ante sus
ojos solo estaba la duda, lo desconocido.
(Para jugar con un dado, como juegan el destino y la
casualidad)
UNO
Sintió que la muerte ya lo alcanzaba y que jalaba poco
a poco su cuerpo hacía ella. Sin embargo, ese llamado era el mismo misterio que
lo venía arrastrando como una corriente que lo envolvía y lo empujaba hacía
hacia adelante. Luchó contra todo el peso del tiempo en su cuerpo y encaminó
sus pasos hacía el silencio que encerraban los árboles. La vejez estaba en cada
poro de su piel pero él, aún motivado por el deseo de lo desconocido, siguió
seguro en su paso. Esa fuerza extraña lo arrastraba, como si en aquel pequeño
bosque estuvieran los años que no había visto, el tiempo que aquellas aguas le
habían robado. Venció el peso de su
cuerpo y de un solo golpe dio dos, tres, cuatro pasos hasta llegar al sendero
que se adentraba en el bosque.
Se sumergió dentro de aquel silencio en busca de su
juventud sabiendo muy bien que detrás de él lo seguía muy paciente la muerte. El frio de la noche se le fue montando poco a
poco por todo el cuerpo. La brisa que corría entre los arboles lo acobijo, le
susurró la verdad de lo que encerraba aquel bosque. La curiosidad estaba al
final, pero el tiempo no. Si seguía más allá, habría que dar siempre otro paso
más. Estaba lejos ya de la otra orilla. Desde adentro del bosque, los troncos
lo hacían sentir como en una especie de laberinto. La noche lo encerraba todo. Dentro de él, no
cabía nada más que la espera de un final o de un nuevo comienzo. Parado en el
centro de la nada, se dio cuenta que la otra orilla que había dejado era su
niñez y donde se encontraba era la del final. No habían otras pequeñas islas en
el medio. Ya no corrió más. No tuvo
miedo de enfrentar a lo que estaba huyendo.
Dejó que el silencio y la oscuridad de la noche lo
consumieran. Cerró los ojos y se olvidó del cuerpo en el que estaba. No pensó
más en donde estaba, en las orillas, en su niñez que estaba lejos o en su vejez
que lo invadía. El tiempo no existía en el lugar en donde estaba. Le daba igual
tener diez años o noventa. Aquí, donde había llegado no existían los números.
Aquí, era la eternidad.
DOS
Viendo la otra orilla pensó en todo lo que había allá
y se arrepintió una vez más de haber cruzado. Se animó de nuevo a entrar al agua.
Estaba fría y en vez de despertar sus sentidos los congeló. Dio otro paso y el
agua le subió hasta los tobillos. Venció el peso de su cuerpo y de un solo
golpe dio dos, tres, cuatro pasos hasta que el agua le llegó a los hombros. Se
sumergió de nuevo intentando ir en busca de su juventud.
Intentó deshacer cada una de las acciones que había
hecho, como poniendo cada grano del reloj de arena en su posición inicial,
antes de su fatal caída. Pero no demoró en venirle la sensación de caminar en
un terreno donde no había retorno. Su cuerpo no parecía haber recuperado
ninguna juventud. Al contrario, cada paso que daba le daba la angustiosa
sensación de acercarlo más al punto del cual intentaba escapar. La fatiga le
cortaba el aliento y sus piernas se olvidaban que servían para andar. Miró hacia adelante y al ver la otra orilla
tan cerca el ánimo le volvió. Miró hacia atrás y la vejez le volvió. Ambas
orillas se encontraban a la misma distancia. Estaba justo en la mitad pero él
se sentía lejos de todo. Se dio cuenta que ya no iba a llegar a ningún lado. Un
paso hacía adelante en aquel punto podía significar un paso hacia atrás.
La desesperación ya no lo acechaba. No tenía ninguna
prisa porque ya había llegado al lugar a donde tenía que llegar. Esto era lo
que él había estado buscando, lo que se escondía al otro lado. La corriente lo
arrastraría hacía cualquiera de las orillas. A él le daba igual. Se liberó del
peso de su cuerpo. Se dejó ir.
TRES
Al voltear y ver de nuevo la otra orilla que conocía
tan bien sintió que ya no se iba a morir de viejo sino de arrepentimiento. No
quiso ver más hacía adelante. Decidió sin más vacilación que llegaría al punto
donde ese tormentoso viaje comenzó. Engañó a su cuerpo olvidándose del
cansancio que cada hueso llevaba y se dirigió de nuevo al agua. Ignoró lo
helada que estaba la laguna y siguió moviéndose con pasos que se disfrazaban de
seguridad.
Cuando el agua le llegó a los hombros se volvió a
sumergir tratando de nadar. Se revolcó.
Se untó de todo el agua que lo rodeaba pensando que ahí estaba el tiempo que le
habían quitado. Volvió a salir pensando
que su cuerpo era otro. Se imaginó adulto, sin tantas arrugas en su cuerpo. En
ese momento, deseó tener un espejo entre sus manos para ver si su cuerpo había
dado un salto hacia atrás. Pero sin más, siguió caminando con la certeza que la
otra orilla estaba justo en frente de sus ojos pero al otro lado de su vida.
El agua ya no estaba fría. La oscuridad y el misterio
que encierra la noche no lo acompañaban más. El sol lo saludaba de nuevo
mostrándole todos sus dientes y él emocionado lo abrazaba. A la luz del día podía ver con perfecta
claridad la orilla que se reposaba tranquila y creyó ver desde donde estaba su
casa. Pensó en su mamá, el regaño que le daría, el abrazo, la comida. Aceleró
su paso. La corriente no lo jalaba hacía atrás, ahora lo escupía hacía
adelante. Sus pies sintieron que la superficie volvía a subir un poco. Su
tronco se sentía libre. Sus piernas respiraban. Su piel estaba firme. Corrió con todas su fuerzas los pocos pasos
que le faltaban para llegar a la orilla. Su cuerpo ahora se movía con toda
ligereza.
Cuando por fin pisó tierra firme se supo niño otra
vez. Buscó la ropa que había dejado, se la puso y salió corriendo hacia su
casa. No pensó en nada. Sólo se dejó invadir por la emoción de sentir de nuevo
la niñez por todo su cuerpo. Corrió sin parar y sin sentirse cansado. Conocía
muy bien el camino a casa pero quiso olvidarse de cómo había llegado a la
laguna.
Llegó a la casa y vio que seguía igual como la había
dejado, la única que tenía el techo azul y las paredes rojas. Se dio cuenta que
el tiempo aquí no había pasado. De inmediato tocó, desesperado. TOC-TOC-TOC y
pensó que la casa se iba a venir abajo con cada golpe que daba. Su mamá gritó
desde adentro que enseguida abría. La espera se le hizo aún más eterna y se
imaginó que de pronto ella también estaba cruzando la otra orilla con cada paso
que daba hasta la puerta. Cuando por fin abrió sintió los brazos de su hijo que
la agarraban la cintura con la fuerza de un gigante. Él no dijo nada. Ella sólo
le dijo que había llegado justo a tiempo para almorzar.
CUATRO
Se sintió tan cansado
para escoger la vida que la descartó de sus opciones. Le quedaba sólo la
muerte pero ahora ella parecía rechazarlo. Sin embargo, él ya había tomado la
decisión de no tomar más decisiones. Pensó que si ella no iba a venir bajo su
propia voluntad, él la jalaría por los pies. Se disfrazó de verdugo y la llamó.
Se la imaginó de cabellos largos y de la misma edad de él, caminando con un
aire de intemporalidad. La llamó por segunda vez como invitándola a un reto
donde ambos tenían las de ganar pero él seguía solo. A la tercera, dijo su
nombre ya sin fuerzas como un amante que renuncia a toda esperanza.
Esperó un segundo, miró hacia arriba, hacia abajo, a
la derecha y a la izquierda para ver si
ella aparecía por algún lado. Escuchó que
dentro de aquel bosque el silencio empezaba a romperse y las hojas
respondían a un roce que las acariciaba. Levantó la vista y la vio salir de la
penumbra sin nada en sus manos, sólo acompañada de su caminar milenario. Se
imaginó que iba a ser un combate cuerpo a cuerpo donde que más disimulara la
vejez iba a ganar.
Él no se movió. Esperó a que ella se acercara poco a
poco pero para su sorpresa el cuerpo de esa mujer no era nada como el de él, el de ella se movía con toda ligereza y
propiedad. Quiso demostrarle que él también tenía esa capacidad. Dio un paso
con su pie derecho y se dio cuenta que no podía fingir. Con ese solo movimiento le demostró a la
muerte la lucha que ya le representaba el vivir. Ambos, al instante, se dieron
cuenta que era una batalla que no tenía por qué librarse. Ambos, ya habían ganado. Él su descanso, ella un
segundo más en la eternidad.
CINCO
Miro hacia adelante otra vez. Pensó en todo lo que
había que tenido que atravesar hasta llegar acá y devolverse le pareció un acto
de cobardes. Siguió un poco más. Se
olvidó de todos los años que cargaba y continuó caminando pensando que más
adelante encontraría su juventud. La noche dentro de aquel bosque no conocía
luna, sólo la oscuridad y el misterio. Con cada paso que daba sentía que se
lanzaba hacia la nada, pensaba que podía ser el último que su cuerpo daría y
antes de pisar tanteaba con el pie el terreno.
Continuó caminando perdiendo la noción si iba hacia
adelante o hacia atrás. Antes de adentrarse en el bosque se había prometido que
iba a continuar hasta el final, así eso implicara una batalla contra su cuerpo.
No quiso pensar en el cansancio, lo que menos necesitaba en ese momento era un
descanso, así sus piernas y pies estuvieran ya acabados. Se dio cuenta que lo
que él andaba buscando todo este tiempo era un final que tenía que estar más
allá de ese bosque que le parecía infinito.
De tanto andar y sin saber qué caminos era los que atravesaba cayó
rendido frente a su promesa. Sus ojos se cerraron y todo lo demás también.
Su cuerpo descansó y su alma también, como se suele
hacer en los buenos sueños. Se sorprendió cuando se levantó y comprobó que
había dormido toda la noche. Ahora la luz del día lo abrazaba y le recordaba
que aún estaba vivo. Se puso de pie tan
rápido como pudo y comprobó que durante todo ese tiempo no había estado solo.
Otras personas igual de viejos a él también habían atravesado sus propias
lagunas y estaban aquí en busca de la otra orilla. Ninguno parecía sorprendido
de verlo, todos seguían su camino con toda prisa sin siquiera mirarlo. Les siguió el paso pero pronto se sintió
cansado. Quiso preguntarle a alguno de los que estaban a su lado hacia dónde
iban pero todos parecían tener mucho afán.
Agotado dejó de caminar con tanto afán para caminar a
su propio ritmo y vio que habían otros caminando como él, como con la
tranquilidad de quien no tiene ningún lugar a dónde llegar. Esas personas que
ahora lo rodeaban tenían el aire más tranquilo y ameno. Se dieron cuenta que de
todos, él parecía el más perdido y lo acogieron en su grupo. Le explicaron que
a la muerte se llega viejo. Que los corredores eran los que ya habían vivido
mucho tiempo en la tierra y querían llegar a tiempo para encontrarse con la
muerte. Ellos, los caminantes eran los que no querían dejar la vida tan rápido
y se demoraban un poco más en llegar. Pero eso sí, ninguno se podía escapar ya
de ella.
Él se negó a su condición de caminante. Quiso
devolverse, ver de nuevo su niñez. Las lágrimas le empezaron a caer y
cualquiera que las saboreara podía comprobar que sabían a puro espanto. Entre
los caminantes trataron de calmarlo diciéndole que a todos les había pasado al
principio. Cada uno de ellos había tratado de devolverse pero entre más se
devolvían más se acercaban al final. La otra orilla, donde estaba la vida ya
estaba lejos de él.
SEIS
El deseo de seguir
más adelante lo golpeó. Sintió que en esa oscuridad se escondía algo que él
tenía que descubrir. Pensó en que tal vez se trataba de una trampa que él mismo
había estado tejiendo y para caer en ella tenía que atravesar todo el bosque,
sin mirar atrás. Ignoró todo el dolor que su cuerpo arrastraba y se sumergió en
el vago silencio de la noche. Al principio sentía que cada paso que daba hacia
adelante lo llevaba tres atrás pero después de un tiempo, se acostumbró a la
sensación de estar andando en regresión.
Cuando ya sintió que
su cuerpo no le iba a dar más decidió descansar un poco. Buscó un tronco y se
sentó a esperar que la muerte le llegara por detrás. Después de un tiempo y al
ver que nada pasaba se paró de nuevo para ver si la veía venir entre tanta
oscuridad.
No la vio pero sí
percibió un nuevo camino que se abría paso ante él. Era un camino tan bien
trazado que parecía que estaba justo ante sus ojos para que lo atravesara. Sin
pensar mucho hacia dónde iba siguió el sendero en silencio y como aceptando una
vez más lo que la vida- o la muerte- le servían en bandeja. Sin haber caminado
mucho, el sendero desembocaba en la puerta de una casa que aún en la oscuridad
se le hacía muy conocida. Con todo el miedo invadiéndole el cuerpo se acercó un
poco más a la puerta y confirmó con angustia su sospecha. Era la casa que había
dejado en la otra orilla. La casa donde estaba su infancia. Se sintió
confundido y perdido. Pensó que nunca habían existido dos orillas sino que en
todo este tiempo había caminado en círculos, en un laberinto donde el tiempo se
doblegaba danzando en la eternidad.
La puerta no estaba
cerrada. Se mantenía entreabierta, lista para recibirlo. Él no quiso empujarla
de una vez sino que quiso ir poco a poco alimentando su curiosidad. Primero, se
acercó y miró por el espacio vacío que formaban el marco y la puerta. Pudo ver
con horror dos sombras que se movían. Acercó esta vez su oreja derecha y
escuchó que esas sombras hablaban y reían. De inmediato se adelantó a la espera
y con mucho esfuerzo, no por el cansancio de su cuerpo pero por el miedo que le
hacía peso, empujó la puerta con su brazo derecho. No hizo ruido alguno. La
puerta abría paso a todas las respuestas que él había estado buscando desde el
principio. Las dos sombras no se dieron cuenta que él los observaba. Su mamá y
él seguían hablando mientras comían sentados en la mesa. Su mamá lo acariciaba
mientras él sonreía y seguía disfrutando de cada sorbo de sopa. Él, que los
veía congelado en un tiempo que sólo existe en los sueños se dio cuenta que ya
era hora de despertar.
Al abrir los ojos, se
da cuenta que la vejez nunca lo había abandonado. Sus sueños no eran más que un
espejismo de su niñez, un recuerdo en su memoria que ya no hacía parte de su realidad.
Piensa que de pronto es momento de cruzar su propia orilla. Decide que ya es hora
de dar el paso y dar fin a tanto misterio.